Leona, librando obstáculos

Publicado por
Pablo Moctezuma Barragán

Estando Hidalgo a las puertas de la capital, el grupo entra en contacto con él y con Allende, enviándoles información sobre la situación dentro de la ciudad. El 29 de octubre Andrés es detenido, acusado de tener contacto con los insurrectos, y es humillado por las calles, desnudo, atado de pies y manos mientras se le llevaba a prisión donde permaneció 17 días, hasta que fue puesto en libertad por falta de pruebas.

Cuando tomó Guadalajara, Miguel Hidalgo declaró la abolición de la esclavitud y la de los tributos, entre otras cuestiones que dio a conocer en el primer periódico revolucionario El Despertador Americano del cual se publicaron siete números. Así se iban propagando las nuevas ideas y el programa de lucha. El movimiento tenía un objetivo. Hidalgo aspiraba a un levantamiento nacional.

Trágicamente llegó el golpe mortal. Luego del 16 de enero de 1811, tras la derrota fatal de Puente Calderón, el ejército de Hidalgo y Allende se vino abajo. Iban rumbo al norte cuando fueron detenidos en Acatita de Baján, rumbo a Monclova, y fusilados. Hidalgo fue pasado por las armas el 30 de julio de 1811.

Entonces Andrés Quintana Roo, a quien lo había detenido la espera del permiso de Agustín Pomposo para casarse con Leona, fue a unirse con los insurgentes. Él bien sabía que ya lo habían descubierto y corría peligro su vida, además que ardía en ansias de incorporarse al ejército rebelde. No le dio miedo saber que los realistas fusilaban a cuanto insurgente caía en sus manos. Entonces, alentado por su Leona se lanza a la lucha y parte a Zitácuaro para sumarse a las fuerzas de quien había quedado al frente tras la muerte de Hidalgo: Ignacio López Rayón, que había organizado la Junta de Zitácuaro. Entonces Leona establece contacto con López Rayón. Posteriormente tomaría contacto con el Ejército del Sur, que comandaba José María Morelos y Pavón. Andrés posteriormente llega a Oaxaca y en julio de 1812 se encontraba redactando el Seminario Patriótico Americano para dar a conocer la causa y los fines del movimiento.

Y su novia Leona se quedó en la capital para organizar una red secreta de apoyo a la lucha patriótica. Se dedicó informar a los insurgentes de todos los movimientos que podían interesarles y que ocurrían en la capital del virreinato, además conseguía armas y recursos para la lucha insurgente. Ya desde 1810, Leona Vicario había comenzado a formar parte de una sociedad secreta que posteriormente sería llamada Los Guadalupes, y debido a que sus integrantes pertenecían a la élite de la sociedad virreinal, tenían información privilegiada que hacían llegar a los insurgentes.

Para recoger esa información tenía que convivir y sufrir los comentarios de la “alta sociedad” rabiosamente realista, empezando por su tío, que cuando inicia el movimiento escribió y se dedicó a distribuir un folleto titulado Las fazañas de Hidalgo, Quixote de nuevo cuño, facedor de tuertos, etcétera.

Teniendo contacto con Ignacio López Rayón y la Junta de Zitácuaro y con el Cura Morelos, Leona se volvería un elemento clave de la lucha. Además de noticias e información de lo que ocurría en la corte virreinal, dio cobijo a fugitivos, gastó su fortuna enviando dinero y medicamentos. Luego de los acontecimientos de 1811, el gobierno virreynal comenzó a perseguir a todos los partidarios de la Independencia, entre ellos, desde luego a Leona que nunca había escondido sus simpatías. La espiaban, le fueron confiscando sus bienes y esperaban el momento de detenerla. También su querido primo Manuel había optado por integrarse a la lucha armada de los insurgentes, lo que ocasionó que Pomposo, al enterarse, se enfermara del berrinche. En esas circunstancias tan complicadas, Leona atendió y cuidó a su tío materno, sin tomar en cuenta las profundas diferencias políticas e ideológicas. No podía olvidar que él siempre la había apoyado. El vínculo entre ellos era fuerte, al grado que ambos murieron el mismo año: 1842.

Mientras tanto Andrés jugaba un papel importante en la difusión del programa de lucha del movimiento, trabajó en el manifiesto que la Junta Suprema de la Nación o Junta de Zitácuaro que se dio a conocer el 16 de septiembre de 1812. Y claro que la actividad de la mujer era propiciada por los Insurgentes que en el Semanario Patriótico Americano de noviembre publicaron dos manifiestos que titulaban “A las damas de México”, en el que las llamaban a jugar su papel en la lucha. Esos manifiestos los escribió Andrés, siguiendo los sentimientos de Leona Camila Vicario.

Leona seguía trabajando por la causa insurgente. A finales de 1812 convenció a unos armeros vascos que se unieran al bando insurgente. Se trasladaron a Tlalpujahua, localidad donde era dueña de una Hacienda y en la que estaba instalado el campamento de Ignacio López Rayón, donde se dedicaron a fabricar cañones financiados con la venta de sus joyas y sus bienes. Además, escondido entre huacales, llevaba material de imprenta para los periódicos insurgentes.

Llegó el momento en que la pescaron, el 28 de febrero de 1813. Salía Leona de misa en la Iglesia de La Profesa cuando le avisan que desgraciadamente un correo suyo, Mariano Salazar, que llevaba correspondencia secreta que ella había enviado el 25 de febrero, había sido detenido y que las fuerzas del siniestro realista Anastasio Bustamante, luego de revisarlo, encontraron cartas de Leona, escritas por ella misma dirigidas al insurgente Miguel Gallardo y a López Rayón para informarles sobre los movimientos del ejército del Rey. El 27 le habían llegado los documentos al virrey y a la Real Junta de Seguridad y Buen Gobierno, que perseguía a quien murmuraba contra el rey o sostenía conversaciones sobre las alternativas para el país o que poseía algún papel subversivo, ¡Cómo no iba a perseguir a quien actuaba decididamente a favor de la Independencia!

De modo que era inminente su detención. De inmediato, en ese mismo momento, Leona huyó con la intención de dirigirse al territorio que dominaban los insurgentes. Se escondió en San Juanico, Tacuba, y mandó avisarle a María de Sotomayor, su ama de llaves, quien también podría ser detenida, y a Rita Reyna, su cocinera. También la acompañaban sus dos lavanderas de apellido Fernández y Gertrudis, mamá de ambas. En San Juanico se escondió hasta el miércoles 3 de marzo, durmiendo en el suelo y mal comiendo. De ahí salió caminando rumbo a Huixquilucan, que estaba a 22 kilómetros. Atravesó durante 7 días lomas, ríos, montes y cerros. Llegando a Huixquilucan no encontró ayuda para trasladarse a Tlalpujahua donde estaba su novio con López Rayón. Había solicitado apoyo del insurgente Trejo quien de manera grosera se negó a llevarla puesto que no la conocía.

Leona estaba muy enferma del estómago y en muy malas condiciones, sin poder contactar quién la llevara lejos de ahí. Llegó un tío con el recado que regresara al cobijo y protección de Agustín Pomposo bajo la amenaza de que, si no lo hacía, éste iba a denunciar a todas las personas que la visitaban en su casa. También le entregaron una carta del sacerdote José Manuel Sartorio, a quien Leona respetaba pues era partidario de la Independencia en la que le decía que era más conveniente que se regresara. A pesar de que Leona le había mandado una carta a López Rayón sobre su situación y ubicación, éste se enteró tarde de que Leona estaba en Huixquilucan y cuando mandó 400 soldados a rescatarla ella ya no estaba, venía de regreso a la capital.

Al llegar a su casa se llevó una amarga sorpresa. La encontró en total desorden, todas sus cosas revueltas tras un cateo minucioso. Todo eran destrozos. Las chapas rotas. Le faltaban libros y papeles. Entonces tuvo los más nefastos presentimientos. No solo ella corría peligro, sino toda su red de contactos.

Su tío había conseguido la “gracia” del Virrey para que la perdonara. Pero ella tenía que pedir sumisamente ese indulto, y eso nunca lo iba a hacer Leona, que odiaba la traición. Se negó terminantemente a indultarse, sabiendo las consecuencias. A los 2 días fue detenida y enviada al Convento de Belén, por intercesión de Pomposo quien no quería ver a su sobrina en una cárcel.

Estuvo presa durante 42 días. Su influyente tío no pudo evitar que las autoridades la procesaran. La Real Junta de Seguridad y Buen Orden le instruyó un proceso en el que fueron apareciendo los documentos que la inculparon; entre otros, los relativos a sus intentos de huida para pasarse al campo de los rebeldes; fue sometida a interrogatorio, y se presentaron las pruebas que la inculpaban. A pesar de su delicada situación, los interrogatorios y las amenazas, nunca delató a sus compañeros. La declararon culpable, la condenaron a prisión y le incautaron todos sus cuantiosos bienes.

En mayo de 1813, tres insurgentes disfrazados de oficiales virreinales la ayudaron a escapar; la escondieron en un almacén de granos, pues todas las garitas de la ciudad estaban vigiladas para evitar que saliera de la capital. Los periódicos armaron gran escándalo y tuvo que esperar hasta mediados de junio, cuando ya había bajado la vigilancia, para huir acompañada de arrieros que llevaban en sus burros frutas, legumbres y pulque, acompañados por un grupo de mujeres entre las que iba Leona, a quien habían vestido de harapos y pintado el rostro de negro. Así partió rumbo a Tlalpujahua, Michoacán, donde por fin pudo contraer matrimonio con su amado camarada: Andrés Quintana Roo.

Una vez en el campo de batalla, en medio de la lucha armada, luego de haber dejado atrás sus lujos y privilegios, se dispuso a luchar sin tregua, sin importar sacrificios, hasta lograr su máxima aspiración patriótica, la Independencia de México. La leona estaba ya combatiendo, no desde la retaguardia, sino en el mismo frente de batalla.

Pablo Moctezuma*/Cuarta parte

*Doctor en estudios urbanos, politólogo, historiador y militante social

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