Creada en el marco de la estrecha relación entre la agricultura y la educación campesina, la Escuela Normal Rural Plutarco Elías Calles, de El Quinto, Sonora, es sin lugar a dudas la que más gravemente ha sido lastimada por las acciones de Guerra Sucia del Estado mexicano.
La entonces Dirección Federal de Seguridad (DFS), a cargo de Miguel Nazar Haro fue la encargada de llevar a cabo la persecución de los jóvenes estudiantes y de someter a la normal rural a una vigilancia que incluía no sólo el interior del plantel educativo, sino también los caminos de acceso y las comunidades indígenas aledañas.
Así fue como la SEP y la Secretaría de Gobernación habían decidido cortar de tajo una larga tradición de lucha estudiantil que asumía posiciones políticas que iba ganando presencia al interior de la ya de por sí muy crítica Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM).
Situada en Etchojoa, Sonora, en el corazón del valle que da vida y sustento al pueblo indígena mayo, El Quinto desde su comienzo ha tenido una vinculación con las comunidades campesinas e indígenas que le rodean y se ha involucrado en su problemática. No podría ser de otra manera, ésa fue la idea con la cual fueron establecidas las normales rurales en todo el país, con un diseño que planteaba no sólo “llevar” educación a los campesinos, sino vincularse con ellos para lograr la transformación social y su propia redención.
Para principios de la década de 1980, la Normal Rural de El Quinto no se quedaba atrás en el cumplimiento de este propósito. Su vinculación con el mundo real de los campesinos y los jornaleros la llevaron a tal nivel de eficiencia que el Valle del Mayo, en Sonora, fue en su momento uno de los primeros lugares del país en donde los folletos y volantes dedicados a la gente del campo se hacían en la propia lengua indígena.
Hojas clandestinas que explicaban la situación de los jornaleros y las propuestas de resistencia y lucha circulaban con profusión en los campos agrícolas del Sur de Sonora en lenguas mayo y yaqui, gracias, ante todo, a los estudiantes y profesores egresados de El Quinto, comprometidos con la lucha por una transformación revolucionaria de la sociedad.
Ahí donde estaba el capataz con su báscula robando la fuerza de trabajo del jornalero agrícola también estaban los jóvenes activistas, no viendo desde fuera, sino llevando la carga que los hermanaba con los trabajadores y planteando la posibilidad de un mundo diferente para los campesinos, los indígenas, los jornaleros y los obreros agrícolas.
Había sido el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz el que de manera más perseverante había dado las órdenes de acabar con las normales rurales. Si para finales de la década de 1970 éstas no habían desaparecido era debido al tesón, valor e inteligencia con los que los estudiantes normalistas habían resistido en todo el país las acciones gubernamentales, que iban desde reducir el presupuesto y mantener dietas de hambre a los estudiantes, hasta la expulsión y represión física.
Pero en 1980 esta persistente política aniquiladora por parte del Estado mexicano llevó a los estudiantes de El Quinto a estallar una huelga que terminó con la expulsión prácticamente del Consejo de Representantes, que fue el organismo de los alumnos que había logrado sostener un duelo exitoso contra las autoridades de la SEP.
De este Consejo Estudiantil de Representantes la policía local secuestró en Ciudad Obregón, Sonora, el 29 de abril de 1981 a Mauricio Miranda Gastelum y a Rafael Ochoa Quintana, estudiantes normalistas quienes fueron sometidos a torturas a fin de que dieran datos que permitieran ubicar el paradero de Marco Antonio Arana Murillo, uno de los estudiantes más destacados durante el movimiento de huelga de El Quinto, y de Irineo García Valenzuela, un profesor egresado de la misma.
Al siguiente día la policía judicial de Sonora detuvo a Irineo García Valenzuela. Los tres fueron entregados al entonces responsable de la Dirección Federal de Seguridad en Hermosillo, quien personalmente los sometió a torturas para dar con el paradero de Arana Murillo, Ariel, quien en ese momento era representante de la Escuela Normal Rural de El Quinto ante la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México, entre otros estudiantes normalistas.
El profesor Irineo García Valenzuela fue trasladado por órdenes directas de Miguel Nazar Haro a las oficinas de la Dirección Federal de Seguridad en las calles de Ponciano Arriaga, en la Plaza de la República (monumento a la Revolución) en la Ciudad de México.
Allí, fue sometido a más tormentos y luego llevado a la Base Jaguar, situada, en aquel entonces, en la Granja del Ejército Mexicano, en las inmediaciones del Puente del Vergel y la calzada Tulyehualco, en Iztapalapa, Distrito Federal.
Según nos relató personalmente en una casa de seguridad de Guaymas, Sonora, en octubre de 1981, fue en la Base Jaguar donde Irineo volvió a encontrarse con los estudiantes normalistas Rafael Ochoa Quintana y Mauricio Miranda Gastelum. Ahí Irineo, en la primera oportunidad que tuvo de intercambiar algunas palabras, les dijo:
“Si la libran primero que yo, en caso de ver a un compita que tuviera relación con la organización, que tomaran sus medidas René y Ariel [Marco Antonio Arana Murillo] por la posible investigación que podría hacerse en la normal superior.”
Pero ninguno de los tres la libró antes de que fuera detenido Marco Antonio. Éste fue secuestrado por la DFS el 17 de mayo del mismo año, cuando salía de una reunión de coordinación de la FECSM, que se había realizado precisamente en la Escuela Normal Superior de la Ciudad de México. Poco antes de su detención Marco Antonio pudo comunicarse a Sonora con su madre, la profesora Consuelo Murillo, para informarle que estaba a punto de ser capturado por agentes de la policía.
Fue en la Base Jaguar donde el profesor Irineo García Valenzuela volvería a saber de Marco Antonio Arana Murillo.
“El compita Ariel se quedó en la misma cárcel, o al menos eso pienso yo, porque cuando salí todavía lo oí toser y hablarle a un perro, le dijo: ’oficial, llévame al privado’, entonces reconocí de nuevo la voz de Ariel.
“El compita Ariel estaba en buenas condiciones, eso noté, ya que no se quejaba de nada al momento que hacíamos los ejercicios, y en una de esas, cuando nos sacaron, me dijo: ’Soy Ariel, me dicen el Charro. ¿Tú eres Tomás, Irineo?’. Le respondí que sí. ¿Cómo te encuentras? Le pregunté. ’Bien’, me respondió. Fue todo lo que pudimos platicar, porque después nos separaron”.
El 9 de noviembre del mismo año serían detenidos en Villa de las Flores, Ecatepec, Estado de México, los estudiantes y representantes de la Normal Rural de El Quinto Jesús Abel Uriarte Borboa y Eduardo Echeverría Valdés. Días más tarde, el 19 de noviembre, en Hermosillo, Sonora, fue detenida la profesora Armida Miranda, en el marco de una persecución en la que también serían detenidos el estudiante de la carrera de Economía de la Universidad de Sonora, Juan Enrique Barreras Valenzuela, y al siguiente día, el 20, en la ciudad de Guaymas, Gonzalo Esquer Corral y Juan Mendivil.
Otros estudiantes o profesores egresados de la Escuela Normal Rural de El Quinto fueron detenidos y desaparecidos en ese periodo. En 1983 quedó en libertad una persona (cuyo nombre nos reservamos) que estuvo en calidad de detenido-desaparecido en la misma cárcel clandestina de la Ciudad de México en la que estuvieron tanto Irineo García Valenzuela, como Marco Antonio Arana Murillo y Gonzalo Esquer. Él informó de haberlos visto con vida, aunque en las condiciones de desaparición forzosa, sobre las cuales no es necesario abundar.
Sexenio tras sexenio, hasta el actual, salvo Rafael Ochoa y Mauricio Miranda, los demás jóvenes estudiantes y profesores egresados de la Normal Rural de El Quinto se encuentran en situación de desaparición forzada. El Estado mexicano no sólo ha negado durante 23 años su detención, sino que en la actualidad ni siquiera se permite indagar en las fuentes documentales dada la mutilación que los archivos de la DFS han sufrido, sobre todo en la parte que corresponde de 1978 en adelante. No obstante, corresponde a las autoridades dar cuenta cabal de los hechos, así como castigar con rigor a Miguel Nazar Haro y los demás funcionarios que pretendieron encontrar en la desaparición forzada un mecanismo para acabar con la Normal Rural Plutarco Elías Calles, de El Quinto, Sonora.
David Cilia Olmos*
*Licenciado en administración y maestro en desarrollo social; exintegrante de la Liga Comunista 23 de Septiembre
Contralínea 412 / del 16 al 22 Noviembre de 2014
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