Nada se avanzaría en la “guerra” contra el narcotráfico si el Ejército Mexicano contara con el fuero que reclama para combatir al crimen organizado sin tener que rendir cuentas a la autoridad civil. Tan grave problema se agudizaría, seguramente, por los crecientes abusos de los militares, como ha sucedido en otras latitudes.
Se generaría un problema de mayor magnitud, al crearse una casta intocable cuya única razón de ser sería buscar más privilegios. Sería un error histórico otorgarle a las fuerzas armadas un fuero que no les corresponde, equivalente al que pretende la Iglesia Católica para erigirse como un Estado dentro del Estado mexicano.
Sería tanto como regresar al siglo XIX, con todos los peligros que ello implica para la sociedad nacional, de por sí afectada dramáticamente por el retroceso que significó el neoliberalismo económico, que facilitó la conquista de enormes privilegios para la elite y para la burocracia dorada a su servicio. No es el momento de crear nuevas y pesadas cargas para las clases trabajadoras, sino de aligerar las que ya lleva sobre sus espaldas, luego de tres décadas de creciente explotación salarial que ha empobrecido gravemente a la nación.
El Ejército Mexicano debe sujetarse estrictamente a lo señalado por la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y no pretender aprovechar una coyuntura generada por la incapacidad de un “gobierno” para enfrentar sus responsabilidades fundamentales. Felipe Calderón tendrá que irse, y lo razonable es que el Congreso actúe con la visión y sensibilidad de las que carece quien ahora despacha en Los Pinos. Sería una imprudencia mayor aceptar presiones improcedentes, que no tienen razón de ser ni fundamentos legales. Las tropas deben estar en sus cuarteles y ser llamadas cuando se les necesita, por motivos plenamente justificados y basados en la Carta Magna. Asimismo, el alto clero debe sujetarse a las leyes mexicanas, no pretender imponer sus dictados extralegales con fines de control político.
No conviene olvidar que costó mucha sangre, durante muchos años, acabar con el poder que otorgaba el fuero de que disfrutaban, tanto el Ejército emanado de una organización monárquica del Estado, como la Iglesia Católica heredera de un orden en donde el laicismo estaba supeditado al poder político y económico del alto clero. Olvidarlo sería equivalente a renegar de nuestros más preclaros forjadores de las instituciones que nos rigen, a pesar de todos los avatares creados por las traiciones y componendas de quienes deberían ser los principales guardianes del estado de derecho, como sucedió a partir del “golpe de Estado” técnico que dio Miguel de la Madrid y fortaleció Carlos Salinas de Gortari.
Tampoco debe olvidarse la experiencia vivida por países como Chile, Brasil y Argentina, donde el ejército degeneró en férreas dictaduras, que a sus pueblos costó enormes sacrificios lograr vencer. Las omisiones y errores de Calderón deben ser superadas por el Legislativo, y no permitir que las cosas se agraven más de la cuenta, como sería el caso si se accediera a las demandas ilegítimas de los altos mandos del Ejército Mexicano y del alto clero católico. Si Calderón los sacó a la calle “sin garantías jurídicas”, como expresaron militares de alto rango, lo procedente no es exigir un fuero extralegal, sino regresar a los cuarteles para evitar problemas mayores, como bien lo saben militares conscientes y patriotas.
Ahora Calderón dice que las muertes de civiles “son las menos” en la guerra contra el narcotráfico. Tropas con fuero por encima de la Constitución tendrían el derecho de matar a tantos civiles como quieran los soldados según su estado de ánimo. Eso no va a terminar con el terrible flagelo, pero a cambio va a generar más graves conflictos con la sociedad civil. La oligarquía es la única interesada en que el Estado mexicano retroceda al siglo XIX, pero desde luego sin perder sus privilegios propios del siglo XXI. Quiere tropas a su exclusivo servicio, que le garanticen plena seguridad, no a sus inversiones, sino a sus canonjías que desean agrandar.
Estamos viviendo una coyuntura muy compleja, que exige patriotismo a toda prueba para evitar que el país se nos desgarre totalmente. La raíz de todos nuestros males está en las absurdas ambiciones de una elite que no se sacia de acumular riquezas y privilegios, no en una “guerra” promovida por Calderón con fines inconfesables, pues el narcotráfico nunca se va a liquidar con el uso de las armas, por poderosas que sean, sino mediante una serie de mecanismos estructurales que le vayan restando el enorme atractivo económico que representa. Bien podría ser que se acabe primero la humanidad que el negocio más lucrativo del planeta hoy en día.
gmofavela@hotmail.com
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