Categorías: Opinión

Memorias de la censura o Uruchurtu, el Regente de Hierro

Publicado por
Edgar González Ruiz *

Ernesto  P Uruchurtu, llamado el Regente de Hierro, es referencia imprescindible de la censura moralista en la historia de la Ciudad de México, territorio que en los últimos años conquistó libertades que horrorizarían a las “buenas conciencias” de mediados del siglo pasado.
En esa época, Uruchurtu llevó a cabo mejoras urbanas a la vez que se dio a la tarea de censurar todo tipo de espectáculos, al apelar a criterios sexofóbicos como los que décadas después implantarían en algunas entidades de la propia República Mexicana los llamados “alcaldes mochos”, del católico Partido Acción Nacional (PAN).

En defensa de “la moral”

El político sonorense Ernesto P Uruchurtu gobernó la Ciudad de México de 1952 a 1966; su labor represiva, que fue criticada por intelectuales y cronistas, todavía se recuerda.
“Al inicio de los años cincuenta (1952), el llamado ‘Regente de Hierro’ Ernesto Uruchurtu emprendió una campaña denominada ‘La Cruzada de la Decencia Teatral’, a través de la oficina de espectáculos de la Ciudad de México con el objetivo de ‘adecentar’ los espectáculos que eran presentados en la ciudad” (sic) (Claudia Espinoza, “El teatro: una cruzada por la decencia”, 2012, www.wikimexico. com/wps/portal/wm/wikimexico/artes/artes-escenicas/el-teatro-una-cruzada-por-la-decencia).
Lo que preocupaba al funcionario y a sus colaboradores, que se sentían con autoridad moral para decidir lo que los capitalinos tenían derecho a ver, eran los espectáculos donde las mujeres enseñaban “un poco” de su cuerpo, o que tenían alguna connotación erótica.
“Con la premisa de que ‘el teatro puede fomentar o combatir la inmoralidad’, un equipo comandado por Luis Spota era encargado de recorrer los teatros para supervisar la ‘calidad moral’ de las propuestas presentadas en los mismos. Esta cruzada era apoyada por representantes de diferentes sectores sociales, en su mayoría encopetadas señoras y engominados señores que se sentían amenazados ante cualquier manifestación que se saliera de los parámetros establecidos en su manual de buenas costumbres.
“Durante los 14 años en los que Uruchurtu fue regente del Departamento del Distrito Federal (1952-1966), era nota recurrente en la prensa nacional el cierre de teatros y la suspensión temporal o definitiva de las actividades de artistas, actores, directores, vedettes en ese entonces denominadas ‘nudistas’ o ‘exóticas’, criticadas duramente por sus coreografías donde abusaban del frenético movimiento de sus caderas y por sus escasos vestuarios que dejaban ver sus ombligos y hasta sus muslos.
“Se acusaba a los ‘teatros pornográficos’ y a los teatros experimentales de actuar en ‘un ambiente ideológico de libertinaje al ofrecer al público obras de argumentos disolventes en las que con frecuencia se usaban palabras crudas…’” (Claudia Espinoza, obra citada).
Entre los personajes que sufrieron ese clima de persecución se contaron Yolanda Montes, la Tongolele; María Victoria; Alejandro Jodorowsky; Carlos Ancira. En 1965, el grupo inglés The Beatles iban a venir a México, pero el Regente de Hierro prohibió que se presentara (www.metroflog.com/charleslennon/20090918/1).
Tampoco la magnífica película Viridiana, de Luis Buñuel, fue del agrado de Uruchurtu, quien procedió en consecuencia. “…Cuando su cinta Viridiana fue prohibida en México [Gustavo Alatriste, productor de la cinta] acudió con su amigo Salvador Novo, quien prestó su teatro para la exhibición de la película; el recinto fue clausurado por el entonces regente capitalino Ernesto P Uruchurtu…” (La Jornada, 26 de julio de 2006).
Por cierto, en la década de 1960, grupos ultraderechistas como el MURO (Movimiento Universitario de Renovadora Orientación), que estaba activo en Ciudad Universitaria, exigían la prohibición de la película en ese recinto.
Margo Glantz recuerda la época en que “…el regente Uruchurtu clausurara todos los cabarets famosos, incluyendo al Waikiki o el Salón México…” (Revista de la Universidad de México, 45, noviembre de 2007).
En opinión del ya fallecido Carlos Monsiváis, Uruchurtu conjuntó “sin piedad alguna modernización y falta de libertades” (Proceso, 1021, 25 de mayo de 1996).
La vesánica acometida de Uruchurtu no perdonó a las cantinas, pulquerías y todo lo que consideraba vinculado a la lujuria y la inmoralidad; de acuerdo con Armando Jiménez, “las autoridades mexicanas, a partir de la gestión de Ernesto P Uruchurtu, han impuesto reglamentos absurdos para todos los centros que les parecen ‘de vicio’ (cabarets, cantinas, prostíbulos, hoteles de paso). El reglamento de Uruchurtu hizo quebrar a más del 50 por ciento de los establecimientos” (La Jornada, 7 de enero de 2004).
Prohibió que en las pulquerías se exhibieran los murales que eran parte de su decoración (La Jornada, 20 de septiembre de 2005), y les impuso restricciones que llevaron a la ruina a esa mexicanísima industria.
Entre comerciantes de ese ramo circulaba la versión de que la embestida del regente contra ellos estaba dictada, en parte, por sus propios prejuicios que lo llevaban a considerar esa bebida como de naturaleza plebeya y popular, a diferencia de otras como la cerveza, distintiva de países “modernos” como Alemania.

Historias de familia: porfiristas y germanófilos

En 2004, Alfredo Uruchurtu Suárez, sobrino nieto de Ernesto P Uruchurtu, publicó un libro intitulado Del único mexicano en el Titanic, del Regente de Hierro y otros Uruchurtu (apuntes de relatos y anécdotas familiares) donde, de forma apologética, se refiere a varios de sus ancestros.
Su tío bisabuelo fue Manuel Uruchurtu Ramírez, nacido en Hermosillo, Sonora, en 1874 y muerto en el naufragio del Titanic en abril de 1912; fue el único mexicano que hizo la fatídica travesía.
Diputado en la época de Porfirio Díaz, mantuvo una gran amistad con Ramón Corral, uno de los hombres más poderosos del porfiriato y quien fuera vicepresidente en aquella época.
Su tío abuelo fue Ernesto P Uruchurtu, el Regente de Hierro, cuyo nombre llevan algunas calles de la ciudad en colonias como Olivar del Conde, Las Palmas, Paseos de Churubusco y otras.
Esa familia siempre estuvo cercana al poder, al grado de que, en el periodo de Adolfo López Mateos, el hermano de Ernesto, Gustavo, estaba al frente del Monte de Piedad (aunque le había pedido al entonces presidente de la República la Secretaría de Salubridad), y uno de sus sobrinos, hijo de su hermana Mercedes, a los 20 años de edad ya tenía el cargo de secretario general del Seguro Social, el segundo en importancia en dicha institución.
Ernesto fue amigo de Miguel Alemán, época en que fue subsecretario de Gobernación; curiosamente, en aquella época él y uno de sus amigos, otro político del gabinete alemanista, tuvieron problemas con el entonces presidente de México por atreverse a cerrar un céntrico hotel para organizar una francachela.
Dice la crónica familiar –elaborada por Uruchurtu Suárez– que precisamente en el Waikiki, “que su hermano Ernesto clausuraría en 1955”, Manuel Uruchurtu Peralta celebró el nombramiento de aquél como subsecretario, y que al salir chocó con su automóvil contra un poste de alumbrado, accidente que le ocasionó la muerte.
Al margen de las labores inquisitoriales de su tío abuelo, Uruchurtu Suárez relata con orgullo en su libro las tácticas, a todas luces abusivas y tramposas, que usaba el Regente de Hierro para imponer su autoridad: mandaba cambiar el nombre o numeración de una calle para violar un amparo que protegía un determinado inmueble; ordenaba abrir zanjas para bloquear el acceso a comercios que entablaban demandas para no plegarse a sus disposiciones; en ocasiones enviaba espías a los restaurantes para inducir a sus dueños a violar las normas del gobierno capitalino a fin de poner a prueba su obediencia.
Alfredo Uruchurtu Gil, padre de Manuel Uruchurtu Suárez, era sobrino de Emilio Portes Gil e hijo de Alfredo Uruchurtu Encinas, quien en la década de 1930 era cónsul de México en Fráncfort, Alemania.
Por ello, Uruchurtu Gil hizo estudios en ese país donde “conoció a Hitler en persona”, y conservó el recuerdo “de las exageradas, pero sumamente efectivas entonaciones que el führer daba a sus arengas”, en las que prometía formar una juventud que “soportaría todo tipo de penalidades” y estaría “exenta de sentimentalismos”.
Recibió de los nazis adiestramiento militar “junto con los demás estudiantes de su escuela”, y aprendió el himno de las juventudes hitlerianas, que muchos años después, ya en México, solía cantar en reuniones con sus amistades.
Desempeñó cargos en el gobierno incluyendo el de “secretario auxiliar” de su tío Ernesto, durante el tiempo en que éste fue regente de la ciudad.
Al parecer, el origen de los Uruchurtu en México data de principios del siglo XIX, cuando un vasco, sobreviviente de las guerras napoleónicas en España, llegó a Hermosillo, Sonora.
*Maestro en filosofía; especialista en estudios acerca de la derecha política en México
Fuente: Contralínea 334 / mayo 2013

 

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