Lejos estamos de un mundo donde el acceso a la vida digna, basada en el ejercicio de los derechos humanos, sea una realidad para los migrantes; por el contrario, se acentúa su condición de expoliados y desposeídos…
Los migrantes mexicanos sin documentos son el blanco de la agresiva, racista y poco fundada retórica del actual presidente estadunidense y sus más cercanos colaboradores. Esta visión distorsionada, ideologizada, que muy poco tiene que ver con la realidad, carece de una lectura histórica y sociopolítica del fenómeno de la migración mexicana. Desde fines del siglo XIX y conforme con los fines de lucro de élites políticas y económicas de Estados Unidos, amplios grupos populares de la población de México han fungido como reserva de mano de obra para la creciente e insaciable demanda de fuerza de trabajo de la economía norteamericana capitalista.
De hecho, particularmente desde las últimas décadas del siglo XX y la primera del XXI millones de trabajadores mexicanos sin documentos migratorios trabajaron en Estados Unidos en condiciones de explotación, sin las prestaciones laborales de ley y carentes de los más elementales derechos sociales.
Los casi 7 millones de connacionales sin papeles que había en aquel país en 2007 se concentraban en sectores específicos de la economía: servicios, construcción, manufactura y la agricultura –donde cerca de tres de cada cuatro jornaleros son originarios de México–. Los mexicanos eran y son los que cosechan las hortalizas y frutas de sol a sol, quienes construyen casas y edificios en jornadas extenuantes, los que procesan y empacan la carne por horas y horas, quienes limpian los restaurantes y sirven las mesas, los que despachan tiendas y negocios 6 de los 7 días de la semana. Son los que hacen el trabajo que nadie valora, pero que es fundamental para la vida ordinaria de los habitantes de Estados Unidos. Los migrantes son los que “no se ven”, pero sin los cuales no funciona nada; los que soportan el día a día por un salario precario.
Los migrantes sin papeles salieron de su país porque “no tenían de otra” y carecían de todo –empleo, atención médica, tierra–. Son los trabajadores incansables que, sufriendo explotación diaria durante años, acentúan los procesos de acumulación del capital al bajar los costos de producción. El dinero que se le escamotea al trabajador mexicano es el que va a parar como excedente suplementario a los bolsillos de los empleadores y propietarios estadunidenses. Los migrantes son los trabajadores “baratos, flexibles y desechables” que incrementan sustantivamente las ganancias de las empresas y corporaciones de Estados Unidos. Los que hacen tan “rentable” y “atractivo” el american way of life.
Si bien ya años antes de que asumiera el actual jefe del Ejecutivo de Estados Unidos era adverso el panorama para los migrantes, ahora, con el nacionalismo xenofóbico y el abuso discriminatorio como política y norma, se vislumbra un infierno por venir. Para el presidente en turno, desde su perspectiva racista sobre México y negando las ganancias millonarias ligadas a la migración, los mexicanos sin papeles son, a su juicio, los responsables de muchos de los problemas que aquejan a los estadunidenses: el crimen, la inseguridad, la pérdida de trabajos, el déficit en los servicios del Estado. Dicha visión no sólo es infundada, sino que contrasta con los hechos: los mexicanos son los que menos crímenes comenten según las estadísticas, son los que toman y hacen por salarios de hambre los trabajos que nadie quiere, son los que menos servicios utilizan debido a su situación irregular migratoria.
Los migrantes no son victimarios ni abusadores, sino, por el contrario, trabajadores explotados, marginados, y ahora además brutalmente discriminados. Sobre esta imagen distorsionada de los “culpables necesarios” es que el presidente en turno de Estados Unidos justifica decisiones inhumanas, económicamente inviables, políticamente irracionales y crueles como las deportaciones masivas, la persecución generalizada, la hipercriminalización de los mexicanos sin papeles y la construcción/expansión de un muro en la frontera. El actuar del gobierno federal estadunidense no se basa en análisis racional ni en un recuento veraz de hechos –como que la migración no documentada de mexicanos ha bajado sustantivamente desde 2008, debido a la crisis económica y la contracción del empleo–. Por el contrario, el fundamento de su política reside en claros prejuicios racistas y en un nacionalismo xenófobo.
Guillermo Castillo Ramírez*
*Doctor en antropología; autor de proyectos de investigación posdoctoral con líneas de trabajo en migración nacional e internacional y procesos de movilidad geográfica de grupos indígenas y campesinos en México
[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: ARTÍCULO]
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