El cierre de los canales de crédito internacional (credit crunch), como efecto de quiebras bancarias masivas en Estados Unidos luego del desplome de Lehman Brothers en septiembre de 2008, llevó a los inversionistas, en un primer momento, a buscar refugio en el dólar, la moneda hegemónica del sistema monetario internacional. Ello precipitó la caída de las monedas nacionales con relación a la divisa estadunidense y disminuyó los saldos superavitarios de las cuentas corrientes de las economías de la periferia observados a partir de 2002. Los flujos de mercancías de origen primario (materias primas) y secundario (manufacturas y productos industriales) se vinieron abajo, afectados sobre todo por la reducción de los precios, más que por la disminución del volumen exportado. Por otro lado, la resistencia del Congreso estadunidense ha mantenido congelada la consumación de los acuerdos alcanzados por el Grupo de los 20 (G-20) para reformar el sistema de representación del Fondo Monetario Internacional (FMI), actualmente bajo la dominación aplastante del Grupo de los Siete (G-7). Por esa razón, China se orienta cada vez más a utilizar su moneda para, de un lado, reducir los efectos negativos del derecho de señoreaje del dólar sobre los flujos globales de capital, y de otro, construir de manera progresiva un sistema monetario multipolar.
En segundo lugar, a través de la Plataforma de Negociación de Divisas (CFETS, por su sigla en inglés), Pekín ha establecido en los 2 últimos años centros de liquidación directa en el exterior para facilitar el uso del yuan. Las ventajas de tales proyectos incluyen cruzar de manera directa las divisas, reducir los costos de conversión, facilitar el uso de las monedas nacionales en los acuerdos bilaterales y, finalmente, promover la cooperación financiera y económica. Bajo este esquema piloto, el ringgit malayo, el rublo ruso, el yen japonés, el dólar australiano, el dólar neozelandés y, más recientemente, la libra esterlina y el euro realizan operaciones en directo con la “moneda del pueblo” (renminbi).
Y en tercer lugar, a través del Programa Chino de Inversores Institucionales Extranjeros Calificados en Renminbi (RQFII, por su sigla en inglés), que permite a las empresas de las ciudades elegidas por China (Londres, París y Fráncfort en Europa, y Hong Kong, Singapur, Seúl y Taiwán en el Continente Asiático, hasta ahora) invertir en los mercados de valores y adquirir activos financieros denominados en yuanes, mediante cuotas adjudicadas por el regulador bursátil. No hay duda de que el empuje principal de China para avanzar en la internacionalización de su moneda radica en su fuerza comercial. China es hoy el primer exportador mundial de mercancías y el segundo mayor importador. Previsiblemente, la mitad del comercio exterior de China será facturado en yuanes en un plazo no mayor a 15 años. Asimismo, se perfila como el primer socio comercial de América Latina en los próximos años y desplaza de modo gradual la posición económica de Estados Unidos en diversas zonas. En este sentido, todo parece indicar que la relación entre ambas regiones dará un salto cualitativo a través del impulso al renminbi en el plano regional.
Recientemente, se llevó a cabo la VIII Cumbre China-Latinoamérica y el Caribe en la ciudad de Changsha bajo el auspicio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el Banco Popular de China, el Consejo Chino para la Promoción del Comercio Internacional y el gobierno de la provincia de Hunan. El encuentro logró reunir a centenares de ejecutivos de empresas y funcionarios de alto nivel a fin de discutir los términos de la relación económica. Sorpresivamente, el ministro de Economía y Finanzas de Uruguay, Mario Bergara, manifestó su interés de convertir a Montevideo en la primera capital latinoamericana especializada en el comercio en yuanes. Para llegar a ser la capital del yuan en América Latina, Montevideo deberá profundizar la cooperación bilateral en materia financiera con China a la brevedad, ya sea mediante la firma de un swap cambiario bilateral, el comienzo de los trámites correspondientes para emitir bonos denominados en yuanes (los famosos bonos Dim Sum), realizar inversiones transfronterizas mediante el programa RQFII, o bien convertirse en centro de liquidación directa tal y como ya lo han hecho varias ciudades europeas y asiáticas. En suma, aunque el yuan todavía tiene un largo camino por recorrer antes de convertirse en moneda de reserva, avanza de manera acelerada, y América Latina podría ejercer, a través de Uruguay, un papel protagónico en dicho esfuerzo.
Ariel Noyola Rodríguez*
*Miembro del Observatorio Económico de América Latina del Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad Nacional Autónoma de México
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