Pero en pocos años, todo cambió. Hoy los dolientes son millares y están por todos lados. Unos porque han perdido a sus hijos, el más conocido y emblemático, Javier Sicilia. Otros porque ni siquiera los encuentran, a pesar de que han recorrido diversos caminos y enfrentado muchos peligros.
Aunque lo más terrible es la indiferencia o hasta la burla de la autoridad. Ésa que debe poner atención y procurar justicia simplemente se hace la desentendida o incluso dice torpemente: “Olvídese del asunto; no le busque; usted puede ser el próximo en caer”. Es decir, el olvido de que somos seres humanos; que necesitamos saber de los nuestros.
Es el caso de Liliana Gutiérrez, quien busca a su esposo Arturo Román, desaparecido en agosto pasado (Reforma, 18 de abril de 2011). Ella ha viajado a muchos lugares, incluso a San Fernando, Tamaulipas, donde asesinaron primero a 72 personas, y hace poco encontraron más de 170 cadáveres en fosas clandestinas.
No le dieron información en el Distrito Federal. En la Procuraduría General de la República le dijeron que fuera paciente hasta que Tamaulipas les informara del caso. El Ministerio Público correspondiente no pudo recibirla porque lo habían desaparecido y luego, asesinado. Liliana se trasladó a Matamoros, en la misma entidad, donde le indicaron, no muy amablemente, que a ellos no les correspondía tal investigación, remitiéndola a la Policía Ministerial, quien se lavó las manos como en el famoso pasaje católico.
Trámites y más trámites, como en la cinta Fe, esperanza y caridad, donde en el episodio de Jorge Fons, Katy Jurado no puede enterrar a su marido (encarnado por Pancho Córdova). Aquí también la muerte fue violenta, iniciada por una disputa entre niños. Ahora, empero, hay una fuerza, un poder, un grupo que hace muchas veces lo que quiere. En algunos lugares se llaman Zetas, en otros, del Golfo, y más cerca de acá, La Familia. Pero su actuar, segando existencias, es parecido.
Ante la pena de miles, cientos de miles, la autoridad, de arriba y abajo, hace poco. Más bien no atiende los problemas, tiene miedo de intervenir y ni siquiera da consuelo. Eso lo han reprochado, claramente, los padres Alejandro Solalinde y Raúl Vera, entre otros. Pero la autoridad es sorda.
Egidio Torre Cantú, aparente gobernador de Tamaulipas, cuyo hermano, Rodolfo, fue asesinado, no se mueve, no recibe a los ofendidos, no atiende a las víctimas; menos, aún se enfrenta a los criminales. “Los hijos de puta” hacen lo que quieren a sus anchas.
Ante la presión, ahora el que fue elegido y no ha dado pie con bola dice que visitará una serie de municipios. Empezará por San Fernando. Además, removió al jefe de policía, el exmilitar Ubaldo Ayala Tinoco, a quien le habían matado a su subordinado, en Nuevo Laredo, Manuel Farfán, compañero de armas.
Para el analista Jorge Medellín, la gestión de Ubaldo Ayala no fue mala, sino catastrófica: no hizo nada (Eje Central, 18 de abril de 2011). Pero su relevo, Rafael Lomelí, un individuo cuyo principal activo es ser del círculo de Genaro García Luna, ya estuvo en Nuevo León. Y baste decir que en aquella entidad creció la delincuencia y los bloqueos de calles por grupos ligados a los cárteles.
Y de repente, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, organismo internacional en Washington, señala que hay miles de desapariciones forzadas en las que intervienen maleantes, pero también, miembros de las policías, algo comprobable. Ante ello, se detiene al Kilo, Martín Omar Estrada, varias mujeres y hombres de este clan, y se arraiga a 16 policías municipales de San Fernando.
Como en el caso de los asesinatos de Jaime Zapata y Juanelo Sicilia, extrañamente se aprehende a personajes para que la población no insista en la exigencia de justicia, aunque sepamos luego que las investigaciones señalan que ni el Piolín, en el caso del estadunidense abatido, ni el Chemis, respecto del hijo del poeta, eran los responsables de los homicidios.
Y eso que Zapata y Sicilia son importantes en una sociedad donde hay unos menos iguales que otros. ¿Qué sucederá entonces con miles de anónimos que ni siquiera pueden aparecer en los medios?
Un viacrucis padece la mayoría de los integrantes de este ensangrentado país. Igual o peor que Liliana, la cual no sabe nada de Arturo, quien procreó a León –hijo de éste– y, ahora, aparte de hacer mil oficios para mantenerse, corre desesperada en cuanto tiene noticias de que puede reconocer el cadáver de su esposo.
Las narcofosas van en aumento. Están en casi todo el país, pero destacan en Tamaulipas, Guerrero, Chihuahua, Nuevo León y Durango. Su descubrimiento muestra que hay una pérdida enorme de autoridad para defender la vida, e incluso dar a conocer quiénes fueron los ultimados. Algo que muestra el descontrol que se vive, no obstante el triunfalismo de las autoridades.
Si a ello le agregamos que hay más de 5 mil desaparecidos en el país y que, incluso, cuando los organismos internacionales han exigido reparación del daño como en el caso de Rosendo Radilla, nada se escucha al respecto, la conclusión es que hay un estado de indefensión grave y preocupante.
En Los Pinos se dicen católicos. Incluso Felipe Calderón asiste a la beatificación de Juan Pablo Segundo. Bien. Mientras tanto, ¿qué hacer con nuestros desconsolada población? ¿Olvidarla?
*Periodista
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