Ankara, Turquía. Desde hace unos años el gobierno islamista conservador de Turquía busca ampliar su influencia regional en los países de los Balcanes, despertando los recelos de la Unión Europea que no ve con buenos ojos esta intromisión.
Durante la última visita oficial del presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, a Serbia, en octubre de 2017, tanto las autoridades del país como gran parte de los asistentes a los diversos actos públicos celebrados, dispensaron una cálida acogida al líder turco, como probablemente no esperaba.
Históricamente las relaciones entre ambos países nunca fueron fluidas. Como antiguo territorio sometido al Imperio otomano, el nacionalismo serbio siempre receló de Turquía. En el pasado siglo se mantuvieron en bandos enfrentados durante la Guerra Fría y así continuaron en la década de 1990.
Sin embargo, la influencia económica y política de Ankara en los Balcanes creció en los últimos años a través de proyectos regionales de infraestructuras de transporte y energía, tratados de libre comercio e inversiones de empresas turcas. También con los cada vez más numerosos programas de ayuda al desarrollo llevados a cabo por la Agencia de Cooperación y Coordinación de Turquía (Tika, acrónimo de Türk birlii ve Koordinasyon daresi Bakanl, en turco).
Turquía cuenta en la actualidad con tratados bilaterales de libre comercio con Albania, Bosnia y Herzegovina, Croacia, Macedonia, Montenegro y Serbia, a pesar de que su volumen de intercambios con estos países está absolutamente eclipsado por los productos procedentes de la Unión Europea y, en menor medida, por China y Rusia.
Al mismo tiempo Ankara está intensificando sus esfuerzos para convertirse en un centro regional de comercio de gas, gracias a los gasoductos que atraviesan su territorio, el Trans Anatolian (Tanap) procedente de Azerbaiyán y el Turk Stream con suministro ruso, y que abastecerán gas natural al sureste de Europa y los Balcanes.
A nivel social la oferta de becas universitarias, cursos de idiomas y proyectos de rehabilitación del patrimonio arquitectónico llevadas a cabo por Tika, fundamentalmente edificios y mezquitas de la era otomana, sirven también como tarjeta de presentación de una potencia regional que “ayuda a los necesitados en todo el mundo”, como citan recurrentemente medios gubernamentales y políticos.
En este sentido la contribución de Tika a los Balcanes es menos destacada de lo que Ankara trata de aparentar, apenas 18 por ciento del monto global que maneja la agencia, y en cualquier caso muy limitado para el desarrollo económico de la región e incomparablemente menor que las ayudas proporcionadas por la Unión Europea.
Así las cosas, el viaje de Erdogan a Serbia fue examinado con preocupación desde Bruselas, atribuyendo a Ankara unas intenciones expansionistas en una región que funciona más bien, para ciertos núcleos de poder europeo, como un patio trasero donde cualquier intervención que no proceda del grupo de países aliados causa preocupación.
En mayo de 2018 estos círculos políticos y mediáticos intentaron llevar a la opinión pública la especulación de que Turquía estaba buscando presentar un modelo “alternativo” para los Balcanes, llegando a declarar el presidente de Francia, Emmanuel Macron, ante el Parlamento Europeo, que no quería que la región “girara hacia Turquía o Rusia”.
Sin embargo la influencia de Ankara no tiene la capacidad ni la importancia que se le atribuye; no es el mayor actor económico de la región, no supone ningún contrapeso junto a Rusia, y ni siquiera los Balcanes figuran entre los temas de interés para la opinión pública turca, más pendiente de lo que sucede en la Unión Europea, Estados Unidos, Oriente Próximo o, en los últimos años, Siria.
Es cierto que Erdogan cuenta con cierto prestigio entre las minorías musulmanas, pero este sector de población tiene una influencia política muy limitada, aunque la política exterior de Turquía quiera darle una relevancia más interesada que real.
Al mismo tiempo tanto el líder turco como los dirigentes de su partido (AKP) aprovechan para propagar, siempre que tienen ocasión, la idea de que las conquistas otomanas en los Balcanes fueron parte de una misión civilizadora, al igual que la Turquía contemporánea desempeña un papel similar en cuanto a la ayuda, el desarrollo y la reconstrucción.
Así ocurrió en una reciente entrevista televisiva al portavoz de Erdogan y principal asesor de política exterior, Ibrahim Kalin, en la que al referirse a su libro El bárbaro, lo moderno, lo civilizado: Notas sobre la civilización contrapuso la contribución otomana con el modelo occidental de conquista, supuestamente más salvaje e inhumana.
En todo caso la posición de Turquía no es contraria al espíritu europeísta y atlantista, pues al igual que considera positiva la integración de los países balcánicos en la Unión Europea, pues constituyen la puerta de entrada para las mercancías turcas a su principal socio comercial, también promueve su inclusión en la estructura de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), como son los casos de Bosnia y Herzegovina o de Macedonia.
De alguna manera la adhesión de los países de la región a estos grupos supranacionales es una forma también de contar con gobiernos amigos que, en el caso de la Unión Europea, pudieran ayudar en el difícil y largo proceso negociador en el que se encuentra Turquía desde 2005.
Frente a las crecientes dificultades por las que atraviesa la política exterior impuesta por Erdogan, especialmente con Estados Unidos y la Unión Europea, el área de los Balcanes se presenta para Turquía como un espacio sin tensiones y donde puede llevar a cabo una agenda propia sin presiones externas.
Tanto inversores como empresarios turcos encuentran en la zona importantes oportunidades de negocio en el terreno de las infraestructuras (carreteras, ferrocarriles, sistemas portuarios), contando con mayor flexibilidad que sus homólogos europeos debido a las duras condiciones en los Balcanes.
En 2017 se abrieron 20 plantas e instalaciones industriales turcas en Serbia, mientras que contratistas turcos participan en proyectos de infraestructura regionales.
Entre estos figuran la construcción de una carretera entre Serbia y Bosnia y Herzegovina, el nuevo aeropuerto de Pristina, o la creación de la compañía de distribución de electricidad de Kosovo.
La inversión turca en los Balcanes aumentó desde comienzos del presente siglo de los 3.6 mil millones de dólares en 2002 a los 16.2 mil millones en 2016, alcanzando un máximo de 20 mil millones en 2014. Además, empresas turcas figuran entre los accionistas mayoritarios de la compañía de telecomunicaciones de Albania, la aerolínea B&H de Bosnia y Herzegovina, y bancos e instituciones financieras en todos los países de la zona.
Sin embargo, y a pesar de los temores europeos, esta expansión es modesta si se compara, por ejemplo, el valor de los intercambios comerciales de Serbia con Turquía en 2018 (1 mil millones de dólares) con los realizados por la Unión Europea (14 mil 500 millones de dólares).
Por ello, a pesar del innegable avance que Turquía ha realizado en los últimos años en los Balcanes aún está lejos de suponer ningún desafío para las políticas de control que ejerce la Unión Europea en la región.
Antonio Cuesta/Prensa Latina
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