Berlín, Alemania. En el puerto ruso de Sochi sobre el mar Negro se encontraron el 17 de septiembre 2018 los presidentes de Rusia y Turquía. El encuentro bilateral entre Vladimir Putin y Recep Tayyip Erdogan viene en un momento clave en la guerra civil en Siria, en particular la provincia de Idlib. Tras una cumbre trilateral iraní-turco-rusa en Teherán, Irán, el pasado 7 de septiembre 2018 no hubo acuerdo posible ante la posible ofensiva del ejército sirio sobre un importante reducto de territorio aún controlado por las fuerzas antigubernamentales. El ejército turco mantiene una presencia militar en el norte de Siria, a la vez que apoya a diferentes faccinones rebeldes actualmente operando en Idlib.
Tras las diferencias surgidas en Teherán, Putin y Erdogan buscan llegar a una salida al conflicto. Entre las prioridades de Turquía está detener o evitar enteramente la operación del ejército sirio hacia las fuerzas rebeldes afines con Ankara. Si bien hasta ahora ni Teherán ni Moscú se han apartado de su total apoyo a Damasco, y de su posible acción de recuperación territorial, finalmente Moscú parece haber hecho concesiones a su par turco detrás de puertas cerradas.
Mientras que la lucha contra elementos terroristas no está en debate por ambas partes, sí lo está su interpretación. En ese sentido, Ankara define como grupo terroristas a los kurdos del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK, por su sigla en kurdo), cuyo líder se encuentra detenido en una carcel turca. Además que previeron una delimitación acordada entre los dos, donde Rusia sería responsable de patrullar un área y Turquía otro. Creando corredores de seguridad de entre 15 y 25 kilómetros, se podría implementar el desarme de esas áreas y avanzar hacia una solución política, de la que Ankara sería una potencia garante, antes que ocupante. Este acuerdo entraría en vigor el 15 de octubre de 2018, si las condiciones se cumplen.
Claramente las posiciones siguen flexibles en algunos aspectos, sobre todo en que Rusia -en representación de los intereses sirios indirectamente- acepte una salida negociada con el vecino norte de Siria. Este es un aliado controversial –por su doble juego con Occidente por un lado y Rusia por el otro– que tiene sus diferendos en ambos círculos, pero es parte integra de ambos.
Cuando en Siria se celebraron el pasado domingo 7 de septiembre elecciones legislativas para la renovación del parlamento, los enemigos del presidente Bashar Al-Assad se empeñan, si no en derrocarlo, a entrar en negociaciones que conduzcan a un nuevo mapa político nacional. En la medida que esto no ha sido aún confirmado por Damasco, faltaría de menos la cooperación logística y política de Assad. Al mismo tiempo la influencia que Ankara tiene sobre algunas fuerzas en el terreno será determinante.
De verse cumplirse este acuerdo, podría detener una ofensiva donde las fuerzas rebeldes perderían militarmente. Cuando Estados Unidos, así como sus aliados europeos han estado pronosticando un posible ataque químico por parte de Damasco, también han buscado proteger a la población estimada de 3 millones de habitantes, entre civiles, soldados y milicianos de diferentes facciones.
No obstante quedaría la duda de la posición de Moscú y Teherán en caso de un rechazo de este acuerdo. La confrontación entre rusos y turcos en Siria sería inevitable y con consecuencias impredecibles, dado que una de las partes es miembro pleno de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). La tensión militar en la zona no es menor, cuando las amenazas de una intervención armada liderada por los Estados Unidos como represalia del aparente uso de armas químicas está en el aire.
La estrategia turca de conquistar territorios y establecer ahí protectorados pro-turcos –tal como ya sucedió en Chipre en 1974– estaría cerca de cosechar un nuevo éxito, si Putin consciente asignar a Turquía una zona de Idlib, además del Afrin que ya está en manos turcas. También frustraría la vía militar por parte de Siria sobre la provincia y finalmente evitaría el colapso de los grupos rebeldes ahí radicados.
El frágil sistema de alianzas que impera, donde Turquía juega con los dos bandos al mismo tiempo ha permitido que esta situación haya llegado al punto actual. Hasta la fecha el apoyo político y militar ruso ha mantenido en gran medida la posición de Bashar Al-Assad intacta. Cuando la guerra está cerca de terminarse a favor de Assad, no solamente Turquía, sino la OTAN y sus aliados como Francia o el Reino Unido, entre otros, tienen prisa en salvar a sus combatientes ahí presentes y salir con honra del conflicto.
En conclusión, estamos ante una encrucijada, donde la última palabra la tiene Bashar Al-Assad. Si favorece el camino de la negociación o el de la confrontación en un momento cúspide de su operación militar contra las fuerzas rebeldes.
Axel Plasa
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