Vivimos momentos de un gran retroceso, en el que la soberanía y los derechos son pisoteados impunemente a nivel nacional e internacional. Los más oscuros y mezquinos intereses se imponen por todos lados, siempre bien enmascarados. El monopolio de medios de comunicación es el encargado de desinformar a la población sobre lo que realmente está aconteciendo, de enmascarar la cruda realidad.
En México, con las reformas se han destruido conquistas históricas. La nueva Ley Federal del Trabajo así como las reformas energética, educativa, financiera, fiscal, política, de telecomunicaciones tienen un sólo fin: satisfacer a las grandes corporaciones y a las potencias extranjeras que quieren el saqueo de nuestras riquezas y la explotación de nuestra mano de obra barata, sujeta a todo tipo de abusos. Todo este plan antinacional y antipopular quedó planteado en el Pacto contra México que firmaron el Partido Revolucionario Institucional (PRI), el Partido de la Revolución Democrática y el Partido Acción Nacional (PAN), lo que muestra también la forma antidemocrática en que se toman las decisiones que dicta Washington a través de los organismos financieros internacionales, a saber, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio, etcétera, y que aquí aplican gobiernos peleles y vendepatrias.
La actual dictadura se esconde detrás de la “alternancia en el poder”, el bipartidismo y el uso del Poder Ejecutivo para saltarse al Congreso de la Unión para así imponer decisiones cupulares, como fue el caso del Pacto que preparó la plancha para cocinar las reformas peñistas que conducirán a México más de 100 años atrás de vuelta al porfirismo, en el que las grandes empresas extranjeras y nacionales eran dueñas y señoras del país.
Cambia la forma, no el fondo. Pero eso sí, no dejan de hablar de “libertad” y “democracia”, al mismo tiempo que en todo el país reprimen las manifestaciones, detienen inocentes, agreden a los maestros, criminalizan la protesta y sobre todo a los jóvenes, y las cárceles se llenan de inocentes y de presos políticos. Para abonar este clima represivo, y que la opinión pública justifique la represión policiaca, la televisión exhibe las acciones violentas de los infiltrados, cuando es sabido que ellos son parte del operativo gubernamental y que buscan, con sus acciones, alejar a la población de las manifestaciones callejeras.
Ya no respetan nada con tal de imponer los intereses del gran capital; se saltan las leyes, violan derechos y garantías y emplean a las Fuerzas Armadas, cuya presencia en las calles aumenta día a día. Eso no es otra cosa más que neofascismo acompañado, claro, de su aparato de propaganda que todo lo tergiversa. Por decreto del Ejecutivo se saltan al Congreso e imponen los intereses de las corporaciones. El modelo viene de Estados Unidos, donde George Bush y Barack Obama han usado ese recurso para impulsar sus proyectos. Tal fue el caso de la firma de la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte en 2005, que dio el banderazo para la integración energética y de seguridad entre México, Estados Unidos y Canadá. Aunque está en curso desde entonces, se ha intensificado en la administración de Obama, quien acaba de visitar nuestro país por la Cumbre de Líderes de América del Norte en Toluca, Estado de México. Entre Obama, Stephen Harper y Enrique Peña reprimieron brutalmente a quienes protestaron. El mismo día, Jesús Flores Cruz, de 41 años, era asesinado por la Patrulla Fronteriza cerca de la ciudad de La Mesa, California, con el pretexto de “que les aventó piedras”. Obama dijo que México está ocupando “su lugar en el mundo”. El que el imperio le ha asignado es el de un país subordinado y sujeto al neocolonialismo; las corporaciones estadunidenses y canadienses se llevan nuestro petróleo, oro, plata y explotan nuestra mano de obra barata, sujeta a la esclavitud moderna; arrasan la agricultura y la industria para quebrar la economía mexicana y que las grandes corporaciones se queden con el mercado; nos vendan maíz transgénico, gasolina, etcétera. Obama vino de pisa y corre: tardó más en el viaje que en su estancia, y sólo lamentó no haber comido chorizo. No hay reforma migratoria y sí endurecimiento: ha expulsado a 2 millones de mexicanos. También Canadá responde que “no” a la petición de quitar las visas. Los tres amigos o los tres bandidos acuerdan facilitar transporte y movimiento de mercancías y capitales, pero a las personas les impiden el paso y los criminalizan para negarles sus derechos. Y cada paso regresivo que dan lo adornan con el término “modernización”, cuando lo único que quieren es entregar el petróleo, las minas, etcétera, a compañías extranjeras. ¡Basta! Es inadmisible que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte contenga cláusulas que violan la soberanía, porque contrae obligaciones con las empresas extranjeras y su garantía con sanciones y compromisos “supranacionales”, y se sujeta a tribunales internacionales, es decir, más allá de los límites de lo nacional establecido en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. La integración o anexión de México a las corporaciones estadunidenses ha de revertirse para recuperar independencia, soberanía y derechos.
Para impulsar los derechos de las corporaciones, promueven las asociaciones público privadas, y en nombre de lo público impulsan proyectos nefastos. Por ejemplo, Obama está impulsando el fracking (fracturación hidráulica) para explotar el gas natural sin que le importe violar leyes, entre ellas las ambientales que protegen el aire y el agua. Con el fracking envenenan el agua, producen millones de galones de desperdicio tóxico y provocan daños a la salud que ya han sido constatados; por eso en todo Estados Unidos hay acciones para defender lo público, destacándose las de Nueva York, Utah y Maryland. Pero no deciden los intereses públicos, sino los intereses privados. Estados Unidos pregona ser un país democrático y hasta quiere imponer su “democracia” en todo el mundo, pero su sistema político actual no es democrático, no está diseñado para que prevalezca el interés y el poder de decisión de la mayoría, sino para imponer los intereses de un puñado de corporaciones, incluso violando todas las leyes.
Hoy no prevalece en el mundo el “imperio de la ley”, como dicen, sino el imperio de la fuerza. Saltándose al Congreso en muchas ocasiones, el gobierno de Estados Unidos está en guerra constante: Afganistán, Irak, Libia; con la “guerra de los drones” bombardea Somalia, Yemen, Pakistán; amenaza a Siria e Irán y ya prepara nuevas guerras. A Haití lo invadió hace 10 años para derrocar al presidente Aristide, y lo ha presentado como un “salvamento”, además de contar con la bendición de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
En Ucrania está interfiriendo, junto con la Unión Europea y altos funcionarios de la ONU, apoyando a las fuerzas neofascistas a las que presentan como la “oposición pacífica” –contra el gobierno de Víktor Yanukóvych– y que han actuado violentamente, al grado de que el 22 de febrero se reportaron 82 muertos. Los geoestrategas de Estados Unidos quieren evitar que Ucrania se integre a la Unión Euroasiática y fomentan la guerra civil en el país apoyados por Yulia Timoshenko, antigua primer ministro quien estuvo en prisión desde 2011 por cargos de corrupción, que sirve a los intereses estadunidenses y que ya fue liberada; y por organizaciones como Svoboda, partido neonazi que tiene 50 diputados en el parlamento de Ucrania, además de otras organizaciones neofascistas en el país, muchas de ellas apoyadas por la Agencia Central de Inteligencia estadunidense. Pero en la propaganda que difunden todos los medios presentan esta lucha como democrática contra un gobierno represivo. Nunca hablan del papel que está jugando la Unión Europea y Estados Unidos.
Y qué no decir de Venezuela, con sus grandes reservas petroleras, que se independizó de Washington bajo la conducción de Hugo Chávez. Éste aumentó el salario, redujo precios de medicinas, alimentos, gasolina, promovió educación gratuita y vivienda popular, subsidió a los más pobres, eliminó el analfabetismo, rescató el petróleo, repartió la tierra, promovió la salud, asumió la soberanía de Venezuela. Y por eso lo descalifican los medios monopolizados por los grandes consorcios proyanquis, que no lo quieren porque Venezuela se liberó del Fondo Monetario Internacional, mejoró la infraestructura, apoyó a los pueblos hermanos. Dicen que Chávez fue un “dictador”, pero participó en cinco elecciones y las ganó. A Estados Unidos no le gusta el presidente-comandante, pues promovió la solidaridad internacional, la Unión de Naciones Suramericanas, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, la Comunidad de Estados Americanos y Caribeños, la alianza Petrocaribe, el Banco del Sur, la señal Telesur y se enfrentó a Washington. A él lo llamaron tirano y ahora la han emprendido contra el gobierno de su sucesor, el presidente Nicolás Maduro, electo el año pasado. La guerra económica y el sabotaje contra Venezuela –que ha seguido un modelo que no gusta a las potencias occidentales– es hoy más aguda que nunca, y la campaña de desinformación y desprestigio ha crecido, así como la instigación de grupos violentos y de asesinatos para acusar al gobierno de represor. Es curioso cómo los medios callan frente a grandes represiones, como las de Chile o México, mientras que en Venezuela presentan un panorama totalmente distorsionado, incluso con imágenes falseadas que son de otros países. Su intención es derrocar el gobierno de Maduro, para luego seguir en Bolivia contra Evo Morales, en Ecuador contra Rafael Correa, en Argentina contra Cristina Fernández, etcétera.
El mundo está en una disyuntiva: o prevalece el interés de las grandes corporaciones que quieren imponer el neocolonialismo, el neoesclavismo, el neofascismo, o triunfa el interés de los pueblos que quieren que sus naciones sean libres y soberanas y disfruten de sus propias riquezas, y que los pueblos decidan el futuro de su tierra y de su gente, para lo que es urgente la renovación democrática. La situación es grave y va a empeorar hasta que se cambie el rumbo. El primer paso es el de quitarles la máscara a los modernos opresores. No hay otra opción que la de tener responsabilidad social y dignidad, unirnos y organizarnos con quienes están en contra del PRIAN (conjunción de las siglas del PRI y del PAN), del Pacto contra México y de las reformas peñistas; con quienes quieren una patria que recoja las mejores tradiciones de nuestro pueblo y están dispuestos a construir un México donde impere la justicia y la paz.
*Politólogo y urbanista. Dirigente de Mexteki y vocero del Congreso de la Soberanía
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