En mis participaciones en los variados multimedia (nacionales e internacionales) y en mis recientes conferencias desde Chihuahua, pasando por Puebla hasta Cancún, ha sido mi muy humilde hipótesis colocar en relieve la multidimensionalidad de la “segunda revuelta árabe”.
La ruta de la crisis multidimensional parece clara y es de doble vía. Primero, su detonador global (la crisis financierista de Wall Street y la City) afecta regiones (por ejemplo, el mundo árabe) con sus propias características locales (la diferencia específica entre Túnez y Libia: dos países maghrébines del Occidente árabe), que luego en su camino de retorno impacta –debido al alza del petróleo (por los sucesos de Libia y Bahréin que han puesto en jaque a los jeques petroleros del Golfo Pérsico)– las regiones (la Unión Europea, China e India, tan dependientes del oro negro) y el precio global de los hidrocarburos que se pueden disparar, después de su abrupta alza, más allá de los 200 dólares por barril.
La crisis multidimensional comienza el 15 de septiembre de 2008 con la gravísima crisis financiera en Wall Street, detonada por la quiebra de uno de los principales bancos anglosajones de inversiones del mundo, Lehman Brothers, que revela lo consabido: la desregulada globalización financierista está basada en papel virtual sin sustento en la economía real. El papel financierista equivale a alrededor de 15 veces el producto interno bruto global, según datos muy rudimentarios del Banco Internacional de Pagos, con sede en Basilea, Suiza, conocido como “el banco central de los bancos centrales”.
La crisis financierista del modelo neoliberal anglosajón se transmuta secuencialmente en una crisis económica (porque, en última instancia, hay que cubrir el papel chatarra financierista con los pagos tangibles de la economía real) que sume al mundo en una recesión.
La crisis ya económica se despliega en crisis energética (alza del petróleo y los commodities: las materias primas, donde brillan intensamente los alimentos, uno de los motivos de la revuelta árabe by the time being), por el rescate bancario y la impresión masiva de dólares por la Reserva Federal, en medio de otra crisis adicional: el cambio climático.
Se trata, luego entonces, de una crisis multidimensional. Pero peor aún: se devela una crisis de la civilización occidental, específicamente de su modelo depredador neoliberal de corte plutocrático que opera con travestismo “democrático”. Porque el neoliberalismo global es incapaz de brindar trabajo a sus jóvenes desempleados, lo cual pone en tela de juicio su gobernabilidad y su vigencia. En realidad, cualquier modelo que fuere y que sea impotente en dar trabajo a sus jóvenes desempleados –la expresión del futuro de una sociedad– apuesta a su suicidio.
La crisis financierista aún no concluye y es probable que dure una década entera. Pero mientras nos alcanza el futuro, el gobernador de la Reserva Federal, Ben Shalom Bernanke, insiste en propiciar una hiperinflación monetarista –la segunda ronda de impresión de dólares insustentables por 600 mil millones de dólares–, que ha causado estragos en el planeta y ha exacerbado las alzas de los alimentos en más del ciento por ciento en unos cuantos meses, del petróleo y los metales (en especial, los preciosos, como el oro y la plata, el último refugio de los ahorradores para preservar su patrimonio pulverizado).
En este tenor, aunque ya lo habíamos comentado tangencialmente, el neoliberalismo global –básicamente las privatizaciones en Túnez, Egipto y Libia, estimuladas por el Fondo Monetario Internacional (FMI)– empieza a ser enfocado como una de las causales preponderantes de las revueltas en el mundo árabe –de la que sería un grave error de juicio pretender a su confinamiento regional y que pronto afectará los cuatro rincones del planeta por tratarse de un fenómeno estructural global y no de un exquisito epifenómeno regional exótico–, según un artículo relevante de Nick Beams, secretario general del Socialist Equality Party de Australia, en el portal muy fértil en la eclosión de ideas, World Socialist Web Site, lo que vale a posteriori una entrevista con Mike Whitney, de una gran experiencia del mundo financierista, en otro portal muy consultado: ICH.
A juicio de Nick Beams, “las fuerzas globales empujan las revueltas del Medio Oriente” (título de su luminoso ensayo) y “la más obvia característica de Túnez, Egipto y Libia –los tres principales centros de la tormenta hasta ahora– es que un programa neoliberal de libre mercado de reestructuración de alcances profundos ha tenido lugar en el periodo reciente”.
Tales políticas, que incluyen “una privatización de larga escala, el retroceso de la economía nacional y la regulación financiera, la destrucción de decenas de miles de empleos y recortes en los subsidios estatales, han sido supervisados por el FMI en representación del capital financiero global”.
Nick Beams comenta sarcásticamente que, en octubre pasado, el FMI, en un reporte kafkiano (visto en retrospectiva), se lamentaba por “la falta de competitividad en el Medio Oriente y África del Norte para luego alabar los “éxitos” (¡super-sic!) privatizadores de Túnez y Egipto.
Túnez fue transformado en “una encrucijada de la deslocalización” (léase: un centro maquilador) en la región con bajos salarios para los empleados, mientras Egipto “atrajo inversiones considerables en la tecnología de la información” mediante “reformas estructurales” que conducen a la mejoría del ambiente empresarial”.
Libia, con todo y el nepotismo de los Gadafi, desmanteló su banca estatal por recomendación del Fondo Monetario Internacional, y “socios foráneos” fueron aceptados en seis del total de 16 bancos que allí operan.
Más aún: el reporte aludido del FMI, una joya de la estulticia mental, festejaba la decapitación laboral para reducir costos (en inglés le llaman retrenchment) de 340 mil empleados públicos (en un país de 6.5 millones de habitantes) con el fin de desarrollar el sector financiero (donde la banca anglosajona florece como en ningún otro sector) y así atraer “inversiones directas foráneas” (léase: el papel chatarra de la City y Wall Street para transmutar la alquimia del petróleo que la jerigonza globalista denomina “transformación económica”).
Después de la aportación de sus datos duros, Nick Beamsaduce dice que las revueltas del Medio Oriente (nota: en realidad pertenecen a la esfera nominalmente árabe que aún no alcanza a toda la región medio oriental en su conjunto) “asumen un significado mayor”, ya que constituyen “la primera revuelta en contra del programa del libre mercado que ha tenido un impacto devastador en la clase obrera en los pasados 20 años” (nota: el inicio del thatcherismo-reaganomics anglosajón).
Su diagnóstico es demoledor: “La privatización, la profundización de la desigualdad social, el creciente desempleo juvenil, la ausencia de oportunidades para los graduados de universidades, la caída de salarios reales y la acumulación de inmensas cantidades de riqueza, cuya mayoría proviene de operaciones criminales de saqueo, no pertenecen al Medio Oriente, sino son fenómenos globales”.
Concluye ominosamente que la hiperinflación alimentaria generada por la crisis del capitalismo global va más allá del Medio Oriente y amenaza ya con mayores consecuencias a China.
¿Cómo responderá China al tsunami global de la crisis alimentaria en plena expansión?
¿Qué advendrá en México, donde los monetaristas gobernantes itamitas pretenden haber “blindado” a la tortilla con los demenciales “derivados financieros”?
*Catedrático de geopolítica y negocios internacionales en la Universidad Nacional Autónoma de México
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