Al corte de caja actual, Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) –dotadas de armas nucleares– libran dos guerras “convencionales” en dos fronteras de Irán: Irak y Afganistán.
En realidad, se trata de tres guerras de Estados Unidos y la OTAN en las fronteras de Irán y cuyas operaciones bélicas han incorporado oficiosamente a Pakistán (también dotada de armas nucleares), otra frontera de la antigua Persia.
La desinformación de los mendaces multimedia “occidentales” –que inventaron obscenamente las “armas de destrucción masiva” de Saddam Hussein con el propósito avieso de adueñarse de los hidrocarburos de la antigua Mesopotamia– ha llegado a niveles inconcebibles al abultar el programa nuclear todavía pacífico de Irán, cuando oculta la dotación de un máximo de 400 (¡así, con tres dígitos!) bombas nucleares que Israel posee en forma clandestina, según el excelso Boletín de Científicos Estadunidenses.
Peor aún. La vulgar desinformación “occidental” subestima que Irán es uno de los países más cercados por armas nucleares en el mundo.
Un(a) iraní nace como geoestratega por necesidad ontológica y geográfica debido a las más de ocho fronteras meramente terrestres de 5 mil 440 kilómetros (km) de extensión que le legó Alá; Afganistán, 936 km; Armenia, 35 km; Azerbaiyán, 432 km; Irak, 1 mil 458 km; Pakistán, 909 km; enclave de Najichiván, 179 km; Turquía, 499 km; y Turkmenistán 992, km.
Se puede sintetizar que tres de sus ocho fronteras terrestres son incandescentes, donde la dupla anglosajona y la OTAN libran sus principales guerras contemporáneas, lo cual en sí bastaría como justificación existencial para un armamentismo nuclear de Irán.
Y decimos “a las más” de las ocho fronteras, ya que la posmodernidad geopolítica rebasa las descripciones meramente terrestres para abarcar tanto las fronteras marítimas (tan relevantes en la cosmogonía anglosajona que las domina en todo el planeta) como siderales (en la fase incipiente de la carrera armamentista en el espacio).
Vienen las fronteras marítimas de Irán, tanto en el Mar Caspio, considerada la tercera reserva de hidrocarburos del planeta, como en el superestratégico Golfo Pérsico, a nuestro juicio, la fractura tectónica geopolítica entre el G7 y Rusia, India y China.
En el Mar Caspio, Irán colinda con dos países adicionales: Rusia (potencia nuclear de primer orden) y Kazajstán –naturalmente que no contabilizamos a Turkmenistán ni a Azerbaiyán en este rubro.
En el Golfo Pérsico (una extensión del Océano Índico), Irán comparte colindancias marítimas con las seis petromonarquías del Consejo de Cooperación del Golfo: Arabia Saudita, Bahrain, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait y Omán.
Este abordaje sería muy superficial, para no decir contranatural, si dejase de contabilizar cuatro presencias de países nuclearizados hasta los dientes en el Golfo Pérsico: la armada de Estados Unidos, la reciente base militar de Francia en los Emiratos Árabes Unidos, los submarinos israelíes dotados de armas nucleares y la armada de la India (en las inmediaciones del Océano Índico, la extensión del Golfo Pérsico).
Si sumamos sus colindancias terrestres y marítimas, Irán exhibe un total de 20 fronteras geopolíticas y militares reales. Resaltan siete potencias nucleares: cuatro adversas (Estados Unidos, Israel, Francia y la OTAN); dos relativamente neutrales (Pakistán e India, aunque las bombas nucleares sunnitas pueden ser desviadas en contra de la teocracia chiíta persa) y una relativamente amigable (Rusia).
Así las cosas, Irán se encuentra cercada en sus cuatro puntos cardinales (en cielo, mar y tierra) por un caleidoscopio de pletóricas bombas nucleares que hacen obligatoria una política de seguridad nacional multidimensional, muy compleja para los estrategas iraníes.
¿Quién amenaza entonces a quién? Ahora resulta que los lobos nucleares del G7, sumados de Israel, y quienes se han trasladado impúdica y bélicamente al Golfo Pérsico, son los amenazados por Irán, cercado nuclearmente por seis países y la OTAN.
Evidentemente, la geopolítica sideral no puede ser soslayada. Israel ha amenazado abiertamente con bombardear las instalaciones nucleares todavía pacíficas de Irán, lo cual tendría que ser realizado por aire (con la anuencia tácita de Estados Unidos y la OTAN y con la ayuda del nada despreciable arsenal satelital hebreo: más de 11 satélites, el TecSar, específicamente, lanzado para espiar a Irán) y quizá por los submarinos de Tel Aviv, que naveguen en el Golfo Pérsico después de haber cruzado el Mar Rojo.
No es ocioso destacar las pocas fronteras, en comparación con Irán, que exhiben Estados Unidos (solamente dos bombones desde el punto de vista militar y geopolítico: Canadá y México) e Israel (apenas cinco caramelos militares y geopolíticos: Egipto, Siria, Jordania, Líbano, y la virtual Palestina).
Es evidente que a menor número de fronteras, existe mayor seguridad, sobre todo cuando se trata de países que son denominamos bombones y/o caramelos militares y geopolíticos por su precaria inocuidad bélica.
¿Cuál ha sido el beneficio para el género humano de la excesiva dotación nuclear de Estados Unidos, el único país en la historia que se ha atrevido a lanzar dos bombas atómicas sobre poblaciones civiles (Hiroshima y Nagasaki)? ¿Cuál ha sido el beneficio para el “pequeño Medio Oriente” con la dotación nuclear, también excesiva, de Israel, sobre todo cuando se contabiliza per cápita su arsenal letal y se recalca que desde su creación, hace 61 años, el Estado hebreo se ha pasado en guerras permanentes contra todos sus vecinos árabes sin excepción y ahora pretende llevar su enésima guerra hasta los confines del Golfo Pérsico, específcamente contra los persas de Irán?
Con una sola guerra en su frontera, sea en Irak y/o en Afganistán, es justificación más que suficiente para que Irán analice la futura transformación de su programa nuclear pacífico con el fin de construir bombas nucleares disuasivas contra el cerco atómico que le han tendido potencias foráneas a los países autóctonos del Golfo Pérsico y el Mar Caspio, en particular, y al “pequeño Medio Oriente” y al “Gran Medio Oriente”, en general.
Sería una grave irresponsabilidad, amén de un profundo error estratégico suicida, que Irán elimine su proyecto nuclear sin antes contar con esenciales garantías internacionales para su seguridad nacional, tan vulnerable en todos los frentes.
Tampoco se puede pasar por alto que fue Estados Unidos quien inició el proyecto nuclear de Irán, gobernado entonces por el Sha, con el fin de contener a la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en el Golfo Pérsico.
Estados Unidos bendice los proyectos nucleares que supuestamente controla (sus aliados Israel, India y Pakistán operan en forma clandestina fuera de la legalidad del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, al que sí se adhiere Irán), mientras maldice aquellos que no domina y que cataloga como “Estados canalla” (Corea del Norte e Irán), lo cual pone en evidencia la existencia de un apartheid tecnológico del G7.
Dígase lo que se diga, Irán no ha emprendido una sola guerra contra sus vecinos ni contra nadie. La guerra de Irak, en la etapa de Saddam Hussein, contra Irán fue alentada por Henry Kissinger (muy cercano a Israel) con el fin de que se matasen entre sí árabes y persas, desde el punto de vista étnico, y sunnitas contra chiítas, desde el punto de vista teológico, y así Estados Unidos, ya no se diga Gran Bretaña, prosiguieran el control de los hidrocarburos de la región que ostenta las principales reservas del planeta.
Lo peor es el estado presente de las cosas, con un Israel que monopoliza las bombas atómicas en el “pequeño Medio Oriente”, al unísono de la ominosa presencia nuclear de Estados Unidos y la OTAN en el Golfo Pérsico, ya no se diga “Gran Medio Oriente”, donde los aliados tripartitas de Estados Unidos (Israel, India y Pakistán) exhiben un oligopolio nuclear que excluye a los países árabes y a la teocracia persa.
La solución a tan flagrante desequilibrio, que alienta el apartheid doblemente tecnológico y teológico impuesto por el G7, pasa por dos caminos : 1) o bien, en esta coyuntura, Irán, con o sin Ayatolás, se dota de armas disuasivas para romper el cerco nuclear en los cuatro puntos cardinales de sus fronteras, lo cual, por desgracia, alentaría una carrera armamentista de los despojados tecnológicamente; 2) o se emprende, en una primera etapa, la desnuclearización de todo el “pequeño Medio Oriente”, sin excepciones paleobíblicas y arquibélicas (el caso clandestino de Israel) y, en una segunda etapa, sea extensivo al “Gran Medio Oriente”(más difícil, para no decir utópico, de operar en el caso de India).
En el “pequeño Medio Oriente” todavía se está a tiempo para desnuclearizar la región. La única forma de que Irán frene la dotación de armas disuasivas para su seguridad nacional es la desnuclearización absoluta de Israel: sus 400 bombas atómicas (como cifra máxima), de las que los multimedia anglosajones nunca hablan en su guerra sicológica y de propaganda que han emprendido contra la antigua Persia, la segunda potencia gasera del planeta, con el fin de controlar los hidrocarburos regionales que tanto apetecen el G7 y, en particular, Estados Unidos, China e India.
Lo que verdaderamente está en juego es el control de los hidrocarburos, con ayuda de una campaña desinformativa “occidental” en contra del programa nuclear todavía pacífico de Irán, hoy por hoy, la máxima potencia autóctona del Golfo Pérsico. Lo demás es literatura barata.
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