No es exactamente una Doctrina Monroe que feneció desde que Washington abandonó a Latinoamérica –especialmente a Suramérica– para consagrarse de lleno a su “arco de la crisis” en el gran Medio Oriente, en búsqueda del vellocino de “oro negro” perdido. Pero se pudiera metafóricamente proponer que la nueva visión “Guerras del crimen: gánsteres, cárteles y seguridad nacional de EU” –reporte publicado el pasado 28 de septiembre por el Centro por una Nueva (sic) Seguridad Estadunidense (CNAS, por sus siglas en inglés)– conlleva abiertamente la intención de americanizar la geopolítica de las drogas en todo el hemisferio, de acuerdo con su muy peculiar visión de las cosas.
El CNAS es un pequeño conglomerado de militares retirados que ostenta su “bipartidismo” (en Estados Unidos, eso condimenta las supuestas imparcialidad, objetividad y neutralidad de las posturas propuestas), cuando importantes secretarios (desde el Pentágono hasta el Departamento de Estado) suelen acudir a sus cónclaves.
Perturba enormemente su similar resonancia con el pernicioso Proyecto por un Nuevo (sic) Siglo Estadunidense”, propuesto por los super-halcones israelí-estadunidenses de extrema derecha, mejor conocidos como los neoconservadores straussianos, quienes empujaron a Estados Unidos al abismo mediante las guerras fracasadas de Irak y Afganistán, con el fin de perpetuar la hegemonía de Israel en el Medio Oriente, como destacados académicos estadunidenses de cepa nacionalista se han cansado en demostrar.
Lo relevante radica en que Estados Unidos asimila a su muy controvertida “seguridad nacional” –en realidad, una seguridad “trasnacional” muy sui géneris– “las guerras del crimen” de “los cárteles de la droga y los gánsteres”: una criminalización militar en su máxima expresión con dedicatoria especial a todo el continente-hemisferio.
En fechas recientes, ha llamado poderosamente la atención la escalada retórica proveniente de círculos muy influyentes en Estados Unidos, desde la poderosa secretaria de Estado, Hillary Clinton, hasta el prominente senador del Partido Republicano Richard Lugar (quien propuso un cuerpo intervencionista estadunidense en conjunción con las rebasadas fuerzas locales mexicanas), que hablan abiertamente de una “insurgencia” que se despliega en México y que rememora aquel libro inolvidable de hace 14 años: La próxima guerra, de Caspar Weinberger, exsecretario reaganiano de Estado, con el prólogo llamativo de Maggie Thatcher (la dama de hierro británica).
Que el israelí-estadunidense Weinberger haya sido atrapado in fraganti en el pestilente escándalo del indeleble “Irán-Contras” (que, por cierto, involucró presuntamente hasta los propietarios israelí-argentinos-venezolanos del edificio Omega en la ciudad de México, que siguen vigentes al desear capturar a precio de remate Mexicana de Aviación) cobra otro enfoque de la insurgencia subrepticia y de los experimentos criminales que impone Estados Unidos a Latinoamérica –como acaba de exhumar su canallesca inoculación de sífilis a los ciudadanos de Guatemala para experimentar sus medicamentos (por lo menos, ya pidieron disculpas públicas).
Incomoda bastante que tomen como gurú al fanático globalizador al israelí-venezolano Moisés Naim y como guía a su muy polémico libro Ilícito. Naim es director en jefe de la revista Foreign Policy, que no solamente aboga políticas militaristas, sino que es un centro de propaganda de la globalización, un modelo neocolonial financierista inventado por Estados Unidos y a quien ha beneficiado como a nadie.
La tesis nodal de la publicación del CNAS sobre la criminalización hemisférica de su nueva Doctrina Monroe se centra en el modelo mexicano de “una violencia sin precedente” (que ya rebasó los 30 mil muertos de una administración proclive al genocidio), donde los grupos de narcotraficantes “han evolucionado”, lo cual “comporta desafíos significativos no solamente para México, sino también a los gobiernos y a las sociedades a lo largo del hemisferio occidental, incluyendo a Estados Unidos”.
¿La evolución tecno-criminal de los narcotraficantes invita a una “ayuda” militar de Estados Unidos por la vía de la intervención, que implica a toda Latinoamérica y hasta el mismo Estados Unidos?
El reporte del CNAS de 84 páginas monitorea al “crimen organizado” en todo el hemisferio, “analiza sus desafíos para la región entera” y “recomienda (sic)” que “Estados Unidos sustituya el paradigma” de la “guerra contra las drogas” con políticas que integren lo doméstico y lo foráneo, con el fin de “confrontar los desafíos interrelacionados del tráfico de las drogas con la violencia, que van desde la cordillera de los Andes hasta las calles de Estados Unidos”.
Como se nota, se propone ir más allá de los planes fallidos del Plan Colombia y el Plan México (rebautizado como Plan Mérida para no provocar similitudes innecesarias) para abarcar las políticas doméstica y foránea en todo el hemisferio, es decir, una nueva Doctrina Monroe para combatir el narcotráfico y todas las variantes del crimen organizado.
¿Cómo limpiará Estados Unidos a todos los elementos “nocivos” del continente? ¿Se equivocará de vez en cuando con las oposiciones democráticas a los designios de neocolonización de la anterior Doctrina Monroe?
La coartada es perfecta: ya que el producto del narcotráfico, desde su génesis en los cultivos andinos hasta su mayor consumo interno en el mundo, desemboca violentamente en “las calles de Estados Unidos”, lo que afecta indiscutiblemente la “seguridad nacional-trasnacional” estadunidense, por lo que, comprensiblemente, el gobierno asediado directa y/o indirectamente no puede quedarse con los brazos cruzados.
¿Qué opinan Canadá, Brasil y Argentina al respecto, para citar a tres miembros del G20, el ícono de la nueva gobernación global?
Como era de esperarse, México y Colombia se llevan las palmas. México es la piedra de toque del proyecto para americanizar y, por qué no, trasnacionalizar las “guerras del crimen”. De acuerdo con la singular cuan unilateral cosmogonía de Washington: “Ningún (sic) país en el hemisferio es más importante para la seguridad de Estados Unidos que México, que lucha por su vida (sic) en contra de una extensa insurgencia (sic) criminal. Los cárteles mexicanos de la droga dominan las redes criminales en el hemisferio y han adquirido una extensa influencia internacional”.
Como era de esperarse, el reporte escamotea la venta masiva de armas de alto poder provenientes de Estados Unidos e Israel.
El reporte Guerras criminales, que aún no ha lanzado chispas “hemisféricas” debido a su poca difusión, fue el resultado de un año de estudio del coronel retirado Robert Killebrew y Jennifer Bernal, quienes aducen básicamente que “las redes (sic) criminales que vinculan a los cárteles y a los gánsteres cesaron de ser un problema criminal, sino una amenaza con metástasis (sic), que tomó la forma de insurgencia (¡super-sic!) criminal muy extendida e interconectada. La escala (sic) y violencia de estas redes amenazan a los gobiernos civiles y a las sociedades civiles (sic) en el hemisferio occidental, así como en Estados Unidos”.
Llama la atención el lenguaje cibernético iterativo (por ejemplo, redes), pero más que nada la sacrosanta definición de “insurgencia criminal”, término muy militar del Pentágono bajo el cual libra sus guerras (por cierto, fallidas) desde Irak hasta Afganistán. Aparece así un axioma inescapable: toda insurgencia exige una contrainsurgencia.
A propósito, el reporte fue lanzado en el hotel Willard Intercontinental, donde asistió un panel de discusión sumamente interesante (además del coronel retirado Robert Killebrew): doctor Vanda Felbab-Brown, del influyente Brookings Institution; Roberta Jacobson, asistente vicesecretaria de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental; y Michael Shifter, presidente del Diálogo (sic) Interamericano (Dia). Aquí se notan las “redes” propias de la alta burocracia de Estados Unidos con los militares, la academia formal y sus organizaciones no gubernamentales muy domesticadas. No es momento ahora de escudriñar las biografías ni los financiamientos del Dia (por ejemplo, la Fundación Ford), pero lo más notorio es que el reporte goza de una bendición plural de amplio espectro para su desarrollo de parte de la crema y nata del poder estadunidense –con la notable excepción, para no decir extinción, de la muy poderosa banca que se lleva todas las suculentas ganancias de las “guerras del crimen” por la vía del paradisiaco lavado fiscal.
Llega a cinco conclusiones donde el reporte expectora toda su muy aburrida lingüística propagandística: 1. El crimen, el terrorismo y la insurgencia están entrelazados en nuevas y peligrosas maneras; 2. Sus redes criminales y su alcance lo convierte en un desafío multinacional (alega que opera en 14 países soberanos del continente por ahora); 3. Cualquier esfuerzo “estratégico (sic)” debe “incluir una asistencia (sic) apropiada (sic) a los países de Latinoamérica para fortalecer su seguridad y sus instituciones de reforzamiento de la ley”; 4. Estados Unidos debe enfocarse a limpiar (¡super-sic!) su propia casa (sus escuelas y sus jóvenes); y 5. Derrotar a los cárteles y a sus aliados (sic) tomará mucho tiempo.
Sus recomendaciones al gobierno de Estados Unidos, sucintamente descritas, son “renovar un alcance (¡super-sic!) político y militar (sic) a los Estados de América Latina; mejorar los esfuerzos para fortalecer las instituciones estatales a través de la región; mejores ataques a las redes financieras de los cárteles”.
Del lado estadunidense, el reporte reclama que “la política doméstica debe tener como objetivo expandir un mejor espionaje mediante el reforzamiento de la ley, campañas adicionales financiadas por un fondo federal para disminuir la demanda de las drogas y salvaguardar a las comunidades de estadunidenses contra el reclutamiento de los gánsteres”. ¿No están funcionando adecuadamente la Seguridad del Hogar (Homeland Security) y el Acta Patriótica, diseñados contra el espantapájaros del montaje del “terrorismo islámico”?
Es asombrosa la similitud conceptual y operativa de la “guerra contra el terrorismo islámico global” y las flamantes “guerras del crimen”: las primeras sirvieron de pretexto para librar varias guerras en el Medio Oriente, ¿las segundas se aprovecharán para “apuntalar” militarmente a ciertos países incómodos de Latinoamérica y así deglutirlos óptimamente?
Apareció el peine: “Solamente abordando al crimen trasnacional (¡super-sic!), las sociedades en el hemisferio serán capaces de mitigar (sic) su impacto”, ya que “crimen en la era de la globalización pudiera (sic) ser la tendencia emergente más importante en el entorno de la seguridad global (sic) de hoy”.
¿Antes de globalizar su contrainsurgencia contra las “guerras del crimen”, Estados Unidos la americaniza primero hemisféricamente?
Hoy, Latinoamérica experimenta negativamente desde hondurasazos (golpes militares para derrocar a mandatarios incómodos con el fin de colocar luego a un “demócrata” domesticado por la vía electoral en un entorno militarizado) hasta insurgencias teledirigidas (“guerras del crimen”) que no se entenderían sin la aportación masiva de armas de alto poder provenientes de Estados Unidos e Israel a los cárteles de las drogas.
¿Con su nueva contrainsurgencia, Estados Unidos empuja una nueva Doctrina Monroe –algo así como “las drogas para los americanos” continentales–, como supremo pretexto de “ayuda humanitaria” para compensar sus pérdidas geopolíticas en Latinoamérica?
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