Cuando dos personalidades del más alto nivel mundial –como el presidente ruso Dimitry Medvédev y Zbigniew Brzezinski, exasesor de seguridad nacional de Carter e íntimo de Obama– evalúan un probable ataque israelí a las instalaciones nucleares civiles de Irán significa que el gobierno del primer ministro “Bibi” Netanyahu, del partido fundamentalista hebreo del Likud, desea desencadenar una guerra mayúscula en Medio Oriente.
Sea lo que haya sucedido con el extravío y/o secuestro del barco con tripulación rusa, lo más relevante ha sido que repentinamente Rusia se volvió el centro de tratativas tanto con el presidente como con el primer ministro de Israel, lo que posteriormente dio lugar a que el presidente Dimitry Medvédev se atreviera a revelar a la opinión pública mundial que Shimon Peres le había dado “garantías” de que Israel no atacaría a Irán, ya que prefería agotar la opción diplomática en curso que puede desembocar en severas sanciones contra la teocracia chiíta iraní que todavía no resuelve satisfactoriamente su polémica elección presidencial que ha fracturado a su clase dirigente.
En dicho contexto incandescente, ha destacado la postura del presidente Medvédev, quien se ha pronunciado sin tapujos contra la aventura israelí de bombardear las instalaciones nucleares civiles de Irán que pudiera desembocar en una catástrofe regional.
Tampoco se debe soslayar que un ataque israelí podría dañar no solamente los intereses rusos en la planta nuclear civil de Bushehr (Irán) que construyeron, sino que, también, pudiera cobrar la vida de los científicos rusos adscritos al lugar.
Cabe señalar que Rusia e Israel llevan una relación muy “compleja” y “ambivalente” (de odios y amores).
La nada improbable aventura de Israel –que ha sufrido en fechas recientes severos descalabros en Líbano Sur (con la guerrilla chiíta de Hezbolá), Gaza (con la guerrilla sunnita palestina de Hamas) y en Georgia (en su alianza militar con el presidente Mikhail Saakashvili, quien sufrió una paliza de parte del ejército ruso en Osetia del Sur)– no será un paseo dominical, ya que la teocracia iraní esconde bajo la manga una carta muy vista para aplacar a sus enemigos: el cierre del Estrecho de Ormuz en el Golfo Pérsico, donde atraviesa el transporte de petróleo destinado al noreste asiático (China, Japón y Sur-Corea), Europa y Estados Unidos, lo cual elevaría el precio del oro negro a la estratósfera y tendría severas repercusiones en la economía global en momentos en que a duras penas lucha por salir de su recesión.
Nadie en la región medio oriental (obviamente, con la excepción de Israel) –ni en Rusia, India y China, para citar a las potencias más relevantes– se traga el cuento de que el Estado hebreo podría atacar unilateralmente las instalaciones nucleares civiles de Irán sin la complicidad y/o la anuencia tácita de la administración de Obama, que está sufriendo horrores en poder controlar a su desobediente aliado israelí.
Dicho en forma diáfana e inequívoca: el hipotético ataque “unilateral” israelí a Irán será calificado por los afectados y los actores regionales como una agresión militar de su tutor estadunidense cuando Obama se ha esforzado en borrar la islamofobia de su antecesor Baby Bush mediante una política de manos tendidas para una nueva colaboración que pasa ineluctablemente por la resolución del estancado contencioso árabe-israelí.
En este sentido cobra una relevancia mayúscula la reciente entrevista de Brzezinski a Gerald Posner del The Daily Beast (18 de septiembre de 2009) sobre las consecuencias desastrosas de “una colisión estadunidense-iraní”. Brzezinski no pierde su rusofobia, por lo que sus escenarios, que no necesariamente compartimos, arrojan mucha luz de quienes, a su juicio, resultarían vencedores y vencidos. Estados Unidos y China saldrían seriamente afectados, mientras Rusia emergería como el gran triunfador: “Rusia resiente amargamente (sic) el éxito de Estados Unidos en la Guerra Fría”, por lo que la primera consecuencia se resentiría en que “Estados Unidos pagaría un alto precio en Irak y en Afganistán, y en forma masiva (sic), en referencia al precio del petróleo”.
El íntimo de Obama contabiliza la enorme preponderancia de Irán sobre la mayoría chiíta en Irak, lo cual pondría en peligro la retirada del atribulado ejército de Estados Unidos, así como la nada despreciable influencia de la teocracia chiíta iraní en Afganistán, donde Estados Unidos se encuentra empantanado.
Pareciera que Israel no toma en consideración los sufrimientos de su tutor estadunidense, y el exasesor de seguridad nacional de Carter expone brutalmente las limitaciones de la otrora superpotencia unipolar que resultaría la gran perdedora en el escenario de una conflagración con Irán.
En segundo término, otro perdedor sería China, “a quien los rusos envidian (sic) y ven como una amenaza en el largo plazo”. China “importa más petróleo del Medio Oriente que Estados Unidos”, por lo que “un precio estratosférico del petróleo dañaría más a China que a Estados Unidos”. Esto es muy discutible por su relatividad, ya que a China le sobra el dinero (su excedente de dólares-chatarra) y a Estados Unidos le falta, por lo que podría comprar el petróleo necesario al precio que fuere (que no es el caso de Estados Unidos).
En tercer término, “Estados Unidosropeos occidentales se volverían totalmente (sic) dependientes de Rusia” (nota: se refiere a sus hidrocarburos).
En cuarto término: “El Kremlin se indigestaría de obtener enormes ganancias” provenientes del alza del petróleo.
Brzezinski, quien no deja de lado su genética polaca que lo conduce a su permanente rusofobia, no cesa de atribuirle a Rusia una perversidad infinita, que demostró todo lo contrario durante la guerra fría frente a Estados Unidos, es decir, una ingenuidad ilimitada, lo cual desembocó en su suicidio y en el desmantelamiento del imperio soviético.
Más allá de su rusofobia, lo relevante de la opinión de Brzezinski se centra en su oposición geoestratégica al bombardeo unilateral israelí y aduce que Estados Unidos “no se sentará impotente como niño” a contemplar los eventos por lo que “debe prohibir seriamente (sic) el vuelo de los aviones israelíes en el espacio aéreo de Irak”, que controla Washington.
Viene la parte nodal del rechazo de Brzezinski: “Si los aviones israelíes optan por sobrevolar el cielo de Irak para atacar a Irán, entonces Estados Unidos tendrá que detenerlos y confrontarlos (¡super-sic!)”, ante lo cual los israelíes “tendrán la opción de regresarse o no. Nadie desea esto, pero puede ser un Liberty en reversa”.
Vale una explicación: durante la Guerra de los Seis Días en 1967, los aviones y botes-torpedo israelíes bombardearon “por equivocación” al barco USS Liberty en las aguas internacionales, cerca de la Península del Sinaí, que resultó en la muerte de 34 miembros estadunidenses de la tripulación, además de 171 heridos y el daño al barco. Es decir, Brzezinski propone propinar a Israel una sopa de su propio chocolate (“un Liberty en reversa”) en caso de su aventura unilateral y el sobrevuelo sin permiso del cielo iraquí bajo control estadunidense.
¿Se saldrán los halcones israelíes con la suya, sin importarles las consecuencias catastróficas que generaría su unilateralismo bélico en el mundo entero, o finalmente prevalecerá la serena prudencia tanto de Rusia como de Brzezinski para resolver diplomáticamente el contencioso nuclear iraní?
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