En el tablero del ajedrez de la geopolítica global (es decir, la geoestrategia), existen avances tácticos que ha conseguido Estados Unidos, como el triunfo del neopinochetismo en Chile del multimillonario Sebastián Piñera, que si bien es importante debido a una probable cuna inminente de la privatización del cobre, que afectaría notablemente su abastecimiento a China, no altera mayormente la tendencia ineluctable del incipiente nuevo orden multipolar que juega primordialmente en Eurasia.
Dicho expeditamente, el repliegue de Estados Unidos en Japón, con el ascenso del socialdemócrata primer ministro Hatoyama, beneficia a China, cuando Tokio y Beijing se encaminan, primero, a un tratado de libre comercio del noreste asiático, al unísono de Seúl (la capital de Corea del Sur) y, luego, a una comunidad asiática que alterará profundamente la correlación de fuerzas en la Cuenca del Pacífico.
Previamente abordamos el giro relativo de Turquía (ver Contralínea del 1 de noviembre de 2009), el único país islámico y asiático miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), lo cual beneficia notoriamente a Rusia en tres regiones: el Mar Negro, el Transcáucaso y Asia Central.
Respecto del resultado de las elecciones presidenciales del 5 de febrero en Ucrania, entre Viktor Yanukovych y la amazona Yulia Tymoshenko (hoy primer ministro), sin duda el gran vencedor es Rusia y el gran derrotado ya lo es la OTAN, al unísono de la Unión Europea.
Sale seriamente averiada la “revolución naranja” ucraniana teledirigida por la dupla anglosajona (Estados Unidos y Gran Bretaña) para debilitar al máximo a Rusia (Ucrania es su granero alimentario) –mediante el Instituto de la Sociedad Abierta, con sede en Estados Unidos, que dirige el megaespeculador George Soros con travestismo de “filántropo” – y capturar los yacimientos de hidrocarburos en la periferia transcáucasica y centroasiática (el plan de Zbigniew Brzezinski, el exasesor de seguridad nacional de Carter y hoy íntimo de Obama).
Vale un paréntesis sobre George Soros, muy comprometido y entrometido en la ciudad de México con proyectos que van desde Santa Fe hasta la Torre Mayor en Paseo de la Reforma, y cuyo peón local es el “demócrata” Jorge Castañeda Gutman, un presunto instrumento de Israel y supuesto blanqueador del cártel de Juárez en la correduría fraudulenta Stanford, donde fungía como miembro de su consejo de administración y que arrasó con las jubilaciones de los empleados de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales.
Hasta la fecha, extrañamente la Procuraduría General de la República calderonista panista no se atreve a citar a Castañeda Gutman a declarar sobre su blanqueo de dinero en Stanford, donde no existe ninguna presunción, sino pura evocación sublime, cuyo rastreo lleva hasta el escándalo del “Irán-Contras” y sus ramificaciones hediondas en México.
Viktor Yushchenko –el icono de la ennegrecida “revolución naranja” e instrumento anglosajón para anexionar a Ucrania, a la Unión Europea y a la OTAN, en doble perjuicio de Rusia– sufrió una humillante derrota al obtener 5 por ciento de los votos en la primera ronda electoral.
El rotativo ruso Izvestia (27 de enero de 2010) considera que los ucranianos se decepcionaron de la “revolución naranja” –que a nuestro juicio, no resucita ni la “revolución del Twitter”, tan de moda e instrumentada por la Agencia Central de Inteligencia, con particular dedicatoria en Irán–, que “las fuerzas externas (léase, la OTAN y la Unión Europea) no están jugando a la geopolítica en esta ocasión”.
Pasaron cinco años estériles de la “revolución naranja” que en lugar de mejorar a la población la sumió en un suicida conflicto fratricida (Rusia y Ucrania provienen del mismo tronco étnico, histórico y lingüístico), derivando en su marasmo económico y su descomposición política doméstica.
No lo dice Izvestia, pero –hemos insistido mucho en ello– el mundo cambió dramáticamente después de la réplica militar rusa en Osetia del Sur a la invasión demencial de Georgia que sufrió una severa paliza y cuyo efecto fue regresar a Rusia al primer plano de la geopolítica euroasiática y, en particular, en la región del Mar Negro (que afectó directamente a Ucrania que apoyó la aventura de Georgia), ya no se diga el Mar Caspio y Asia Central.
Ucrania se rusifica de nuevo, válgase la triple tautología genética, histórica y lingüística que había renegado por sueños guajiros y promesas incumplidas de la OTAN y la Unión Europea.
Muchas cosas han sucedido desde el nuevo posicionamiento ruso en las dos Osetias (norte y sur) y en Georgia, expresadas en forma sucinta.
Alemania se acerca cada día más a Moscú, debido a su elevada dependencia gasera, ya no se diga su delicada crisis bancaria que ha afectado a su otrora poderosa economía hoy desbancada por China del primer sitial mundial en lo referente a sus exportaciones.
No menos relevante, la OTAN no solamente ha detenido su empuje irredentista para capturar a la “periferia inmediata” de Rusia, sino que, mejor aún, ha iniciado una cada vez más estrecha colaboración espectacular militar con Moscú.
Se agotaron los simplistas conceptos lineales y maniqueos de la bipolaridad soviético-estadunidense y la unipolaridad estadunidense; ahora hemos ingresado a las complejidades de la multipolaridad donde, por un lado, el decadente G7 y, por otro, el fulgurante BRIC (Brasil, Rusia, India y China) colisionan por capturar a los países “pivote” como Turquía, Ucrania, Irán, Venezuela, etcétera.
La OTAN siempre no acudió al rescate del aventurerismo de Georgia –cuya invasión por Rusia y el derrocamiento del régimen alocado de Mikhail Saakashvili fueron detenidos in extremis por las negociaciones tras bambalinas de Rusia y Francia, y “permitido” por Alemania– y ahora negocia el paso de un corredor aéreo con Moscú para transportar sus tropas a Afganistán, donde está a punto de sufrir una humillante derrota por los Talibanes –lo cual en el mediano plazo tampoco conviene mucho que se diga a la política islámica de Rusia, que cuenta con alrededor de 25 por ciento de población mahometana.
Sea lo que fuere, hoy Ucrania se enfrenta a nuevas realidades geopolíticas y geoeconómicas ante la resurrección militar de Rusia y la doble decadencia financiera de Estados Unidos y la Unión Europea, además del repliegue obligado de la OTAN, ya no se diga la crisis imperante del euro en la Unión Europea.
Justamente el periódico financiero ruso Kommmersant (27 de enero de 2010) colocó en relieve que la OTAN ya “no es tan antirrusa”, cuando realizaron el pasado 26 de enero “su primera reunión de sus jefes de Estado mayor en Bruselas desde la guerra de agosto de 2008 en el Cáucaso (léase, de Rusia contra Georgia), y cuya discusión se centró en la cooperación en Afganistán”.
Así que la OTAN pierde en Ucrania frente a Rusia y no tiene más remedio que recurrir a Moscú para salvarse de las hogueras infernales de Afganistán.
Después de tanto descalabro desde Ucrania hasta Afganistán, ¿tendrá alguna razón de existir la OTAN cuando ni a Estados Unidos, en la fase de Obama, le acaba de convencer y convenir en sus coqueteos obscenos con Rusia para crear un espacio de “seguridad europea común”?
Lo real es que el “revolucionario anaranjado” Viktor Yanukovych no le sirve más a sus anteriores controladores y se ha vuelto desechable, por lo que ahora permiten una transición presidencial a favor de cualquiera de los dos finalistas de la primera vuelta electoral: Viktor Yanukovych y la amazona Yulia Tymoshenko.
Izvestia insiste demasiado y con lujo de minucias en la relatividad de los vínculos de los dos finalistas con Rusia: “Yanukovych y Tymoshenko no son políticos pro rusos, pero no son antirrusos como Yushchenko”.
En la perspectiva de las piruetas maniqueas, que no tienen nada que ver con la realidad geopolítica, relativamente Yanukovich es más pro ruso y la amazona Tymoshenko es más pro europea.
Lo cierto es que cualquiera de los dos será bendecido inmediatamente por el Kremlin, ya no se diga por la Unión Europea que le quitó la iniciativa a Estados Unidos en beneficio de los intereses geopolíticos más directos de Alemania y Francia (en ese orden).
No hay que perder de vista que ninguna relación es más importante para Rusia que Ucrania, lo cual fue detectado correctamente por Brzezinski en su libro El gran tablero de ajedrez mundial (por cierto, muy fallido en varios de sus pronósticos hegemónicos).
Lo peor que puede hacer Rusia es inmiscuirse tontamente en la elección presidencial ucraniana, sea cual fuere su preferido bajo la manga, cuando la geopolítica del vencedor ha sido definida de antemano: emprender la gran reconciliación con Rusia, dejando atrás la sicótica hostilidad del suicida Viktor Yushchenko, sin necesariamente tener que romper los lazos con Europa, cuando ésta se ha asombrosamente acercado, obligada por sus circunstancias desfavorables, a Moscú.
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