El terremoto ocurrido el 7 de septiembre pasado que destruyó gran parte de Oaxaca y Chiapas, permitió al peñismo un lucimiento tramposo al aprovecharse de la tragedia de los fallecidos y de los sobrevivientes con sus respectivos dramas familiares, que acrecentó aún más su extrema miseria y el abandono de que son objeto por parte de los gobiernos estatales y el federal. Se apersonó, pues, el “señor presidente” Enrique Peña Nieto con su séquito de empleados de primer nivel haciendo declaraciones y estorbando, más que organizando el auxilio a los millones de mexicanos que sufrieron la destrucción de sus casas y los demás espacios donde habitan olvidados, hasta que no los hace presentes para esa élite gobernante, una desgracia como la que los tiene en vilo, víctimas de su pobreza y los movimientos telúricos.
Solamente así fue que Peña llegó a esas comunidades devastadas y conoció a esos desgraciados pobladores, ordenando censos para cuantificar los daños. Los medios de comunicación informaron a la nación del desastre por medio de sus reporteros y corresponsales, y así es como conocimos las ruinas sobre las que los sobrevivientes esperaban ansioso la ayuda, sobre todo alimentaria que soldados y marinos llevaron a esos escenarios desgarradores. Decretó Peña luto nacional; y se desataron las motivaciones a los mexicanos para que donaran lo que pudieran y la urgencia para que entregaran alimentos, cuando los mexicanos apenas tienen para sus necesidades personales. Pero eso sí, los ricos hacen como que cooperan.
Con sus visitas a los lugares del desastre, pareciera que Peña en verdad está, ya no digamos conmovido, pero sí ocupado en dar asistencia a los mexicanos oaxaqueños y chiapanecos que sobreviven sobre los escombros en que se convirtieron sus dizque casas construidas de adobe, ladrillos de tierra y techos de carrizos pegados con lodo. Hasta llevó a su esposa y a sus Narros, Arreolas, Osorios Robles, etcétera, junto con los titulares de la secretaría de Marina y de la de la Defensa, más la Fuerza Aérea, para llevar despensas, medicinas, médicos, agua y poner a funcionar comedores y albergues. Cuando Peña les arengó a que alzaran los brazos quienes habían recibido esa ayuda, de 100 reunidos apenas la mitad lo hizo, reclamando que aunque estaban sufriendo por no tener ni qué comer, la ayuda no había llegado.
Pero sobre la marcha de su vacía perorata, Peña declaró que no habría cena oficial para la noche de la celebración del “Grito de Independencia” de este 15 de septiembre. Él, su familia y los múltiples invitados que cada año le llevan a los presidentes en turno para que les aplaudan y se sientan poderosos, se fueron a sus casas y a los restaurantes tras la ceremonia del “Grito”, mientras en Los Pinos abundó la comida; casi igual como en esos funerales donde se acostumbra dar a los asistentes: café, tamales, tacos y algunos tragos de tequila.
No es suficiente con privarse de la cena y, además, hacer alarde de ello: Peña debe ceder su salario anual, que al fin tiene de sobra para vivir como expresidente. Él, junto con sus empleados y sus asesores. Y emplazar a los diputados y senadores a reducir el 50 por ciento de su dispendioso presupuesto; así como a los 11 ministros de la Suprema Corte de (in)Justicia de la Nación, agregando además, a los consejeros electorales y magistrados del Tribunal Federal Electoral. Y no olvidando a los rateros de los desgobernadores, para que hagan lo mismo.
Además, debe dejar de presionar al resto de los mexicanos para que se deshagan de sus alimentos con el objetivo de enviarlos a los lugares de la tragedia. No basta con cancelar la cena de los más de 1 mil “personajes” que invitan a Palacio Nacional para que actúen de paleros; mientras el pueblo recuerda la gesta de 1810 en su pobreza y asiste a las plazas principales de municipios, estados y a la Plaza de la Constitución a vitorear a los héroes y de paso, mandarle sus muy merecidas mentadas al señor Peña; así como antes las enviaron para Calderón, Fox, Zedillo y Salinas.
Álvaro Cepeda Neri
[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: CONTRAPODER]
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