En Estados Unidos –principal financiador de la violencia ligada a la “guerra” contra el narcotráfico en México– empiezan a aceptar que la estrategia bilateral de “combate” a las drogas ni de lejos ha debilitado al crimen organizado.
Seis son los cárteles mexicanos que controlan los mercados internacionales de narcóticos prohibidos, en particular el del vecino del Norte considerado el más grande del planeta, pero no son los únicos: además hay decenas de grupos de menor tamaño pero con capacidad de fuego y ambiciones de negocio.
Del análisis “¿Por qué la violencia está rebotando en México?”, elaborado por June S Beittel, se desprende que la lucha antidrogas ha resultado, por lo menos, ineficaz, pues a partir de 2007 los delitos relacionados con las drogas comenzaron a subir al igual que la brutalidad de las bandas de narcotraficantes durante los enfrentamientos con las fuerzas de seguridad y entre ellas mismas.
Algunas estrategias adoptadas por el gobierno mexicano no han probado ser efectivas al menos sobre una base sostenible, refiere el analista en asuntos latinoamericanos del Congressional Research Service estadunidense.
En su reflexión, Beittel observa que, a pesar de la eliminación de más de 107 de los 122 criminales más violentos de México, el rebote de los asesinatos en 2017 sugiere que esos líderes son reemplazables.
“Las organizaciones se fragmentaron pero no desaparecieron y, en cambio, experimentaron un combate mortal hasta que un nuevo líder (o dos) reemplazó al exjefe, lo que resulta en nuevos grupos emergentes.”
Algo que ahora mismo enfrenta el Cártel de Sinaloa, pues desde que Joaquín el Chapo Guzmán fue detenido a inicios de 2016 y extraditado en enero de 2017, varios cabecillas se disputan el liderazgo. Evidentemente por tratarse del todavía más poderoso grupo, las repercusiones de esas luchas internas trascienden y afectan a la sociedad, al aumentar los niveles de violencia.
Pero los errores de la “guerra” contra las drogas no se limitan a que la estrategia se ha concentrado en capturar o eliminar a las cabezas visibles de las organizaciones criminales, que se reproducen hasta el infinito, sino que abarca puntos fundamentales que ni siquiera han sido combatidos.
Tal es el caso de la corrupción y del lavado de dinero. Para Beittel, el primero de esos problemas –al que califica de perenne– ha dado lugar al segundo y viceversa: “la corrupción se ha atrincherado con enormes ganancias de drogas que los traficantes usan para sobornar a los funcionarios mexicanos; por ello, las autoridades no han logrado capturar una parte significativa de los ingresos devengados por traficantes”.
El círculo vicioso que describe Beittel condena a esta “guerra” contra el narcotráfico a sólo ser una fuente de violencia, y por ello no representa una amenaza para los cárteles ni cualquier otro negocio criminal.
Esto explica por qué los narcotraficantes mexicanos dominan el mercado internacional de drogas ilícitas y se expanden cada vez más, incluso en nuestro propio país, mientras que la barbarie reina por doquier.
A la cabeza de la pirámide criminal hay seis cárteles del narcotráfico, según la Evaluación nacional de amenaza de drogas 2017, elaborada por la Agencia Antidrogas estadunidense (DEA). Organizaciones trasnacionales que compiten entre sí por el control del tráfico de drogas a Estados Unidos.
En el panorama criminal de México, apunta el análisis de Beittel, la hegemonía del Cártel de Sinaloa está bajo presión, mientras que la presencia del Cártel Jalisco Nueva Generación –el de más rápido crecimiento– se mantiene en expansión en varias ciudades de los Estados Unidos.
El debilitamiento del Cártel del Chapo ha fortalecido grupos que de otra manera podrían haber desaparecido. Tal es el caso del Cártel de Juárez, “un grupo tradicional del narcotráfico que ha sido revivido por la disminución del de Sinaloa”.
El cuarto cártel es el de los Beltrán Leyva, que a pesar de su separación del Cártel de Sinaloa en 2008, permanece cohesivo. Y los otros dos que se mantienen entre los más poderosos son el Cártel del Golfo y Los Zetas, aunque de este último apunta que está desagregado en facciones violentas.
El análisis de Beittel señala que también “hay nuevos participantes en el panorama del crimen organizado de México que carecen de la mano de obra
o habilidades de gestión para operaciones de drogas a gran escala que abarcan varios países”.
No obstante sus limitaciones, refiere que esos grupúsculos están luchando por el control de regiones particulares donde pueden extorsionar, robar petróleo de los oleoductos, dominar el comercio local de drogas o cometer otros crímenes violentos.
El círculo vicioso también explica por qué la producción de drogas sigue aumentando. El informe de la DEA refiere que el incremento en el cultivo de adormidera en México llevó a una triplicación en el cantidad de heroína producida entre 2013 y 2016 (se estima que aumentó de 26 a 81
toneladas métricas). A la par, la erradicación del cultivo de opio cayó en 15 por ciento en 2016.
Según la DEA, los cárteles mexicanos dominan las exportaciones de heroína y fentanilo (un opioide entre 30 y 50 veces más potente que la heroína), y han innovado sus métodos de procesamiento de opio para producir heroína blanca, más pura pero también más mortal.
La agencia advierte que, en las ciudades de la Costa Este del vecino del Norte, los narcotraficantes colombianos han sido desplazados por el Cártel de Sinaloa y el de Jalisco Nueva Generación. Según la DEA, el 93 por ciento de la heroína incautada en Estados Unidos en 2015 provino de
México, y una proporción creciente de fentanilo también proviene de este país.
Así, el intocable negocio del narcotráfico mexicano y la estrategia para “combatirlo”.
Nancy Flores
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