Afirmó el señor Peña que, según los mexicanos, todo se origina en la corrupción. Para él eso no es cierto. Y puso como ejemplos que si un semáforo no funciona, es porque la causa es la corrupción. Y si dos automóviles chocan, se piensa que es por la corrupción. Convenientemente exageró el inquilino de Los Pinos, para tratar de ridiculizar a quienes insistimos sobre la grave corrupción con que se conducen los funcionarios; cuyo círculo vicioso se inicia y termina con el presidencialismo. Este fenómeno no es de ahora, viene desarrollándose al menos desde el nacimiento del Partido Revolucionario Institucional en 1946 con Miguel Alemán, el Peña Nieto de entonces como regímenes paralelos (Stephen R Niblo, México en los cuarenta: modernidad y corrupción).
Pero ese constante abuso del poder, de entonces a la fecha, ha ido creciendo al grado de que el régimen presidencialista “nada de a muertito” en ese pantano. La presidenta del Sistema Nacional Anticorrupción, Jacqueline Peschard, acaba de declarar: “Los actores políticos de México tienen un pacto de impunidad que impide que el combate a la corrupción sea efectivo y que se desmantelen las estructuras con las que operan desde las instituciones” (Reforma, 20 de octubre de 2017). Y se completa la anterior sentencia leyendo el capítulo: “La política de la corrupción”, del libro arriba citado, que es la primera parte del expediente contra la élite política-administrativa federal estatal y municipal, que con el resto de las instituciones de los poderes públicos: Congreso de la Unión, Pemex, Suprema Corte, INE, Trife, etcétera, llevan a cabo ese nefasto comportamiento.
Corrupción e impunidad es el coctel imperante en la realidad nacional de la sangrienta inseguridad que arroja diariamente cientos de homicidios, fusilamientos, periodistas agredidos y privados de sus vidas; feminicidios imparables y en aumento; secuestros, desapariciones forzadas; indígenas discriminados y encarcelados… todo en el contexto general de una sistemática y metódica violación a todos los derechos humanos, en cuya infame labor participan los desgobernadores –se puede decir a ciencia cierta que sin excepción–, las policías y militares; así como los sicarios del narcotráfico con un sólo fin: atemorizar a sangre y fuego a los mexicanos, para tratar de someterlos sembrando el miedo colectivo.
En así que con toda certeza aseveramos que en este sexenio peñista, la corrupción e impunidad es el santo y seña para que ambas caras del abuso del poder del gobierno, continúen con sus agresiones y homicidios para tener al pueblo sometido. Empero la sociedad civil no cesa sus manifestaciones, protestas y críticas contra el peñismo, por lo que se refiere a los delitos de competencia federal, para denunciar ese estado de cosas.
Solamente en lo que va de este año, se han contabilizado al menos 11 periodistas asesinados (como lo relata en su nota Vicente Juárez, corresponsal-reportero de La Jornada, 7 de octubre de 2017). Apenas, y con mucho esfuerzo a uno de los agresores de la periodista Lydia Cacho, lo han sentenciado (reportero Manuel Espino, El Universal, 20 de octubre de 2017). En San Luis Potosí asesinaron al reportero Edgar Daniel Esqueda Castro (El País, 7 de octubre de 2017). Y la población de todo el territorio nacional no para de sufrir la corrupción de la inseguridad, porque “hay un pacto de impunidad entre los funcionarios, para que los crímenes, las agresiones, los robos, sigan siendo la infame embestida contra los mexicanos, para que éstos no encuentren la manera de ser defendidos por las instancias de los ministerios públicos y los órganos judiciales”; salvo uno que otro caso aislado, en una especie de gota de agua en un agobiante desierto de arena.
Con todo lo anterior, queda perfectamente claro que estamos a merced de la corrupción y la impunidad; y que el mexicano de a pie no tiene para dónde hacerse a fin de esquivar semejantes catástrofes. O al menos minimizar su devastación. Así que el sarcasmo presidencial peñista que asevera con una convicción fingida, que es mentira que la corrupción sea la responsable de los malos gobiernos, es sólo para distraer a la opinión pública en un vano intento por desviar su atención de los graves problemas que padecemos; muy al estilo del clásico que grita: “¡Al ladrón, al ladrón!”.
Porque resulta que sí debemos a esa corrupción las desgracias; y haciendo eco del burdo ejemplo que nuestro “señor presidente” utilizó para tal propósito, podemos asegurar que es la causa primaria de que un semáforo esté descompuesto. Así como que a todas luces, es claro que la corrupción amparada por la impunidad también busca clausurar las libertades de información y crítica de la forma que están acostumbrados a hacerlo… asesinando periodistas por todo el país, sin que podamos hacer valer el estado de derecho cuando menos para castigar a los autores materiales; pero principalmente a los autores intelectuales.
Así que: sí, señor presidente Peña Nieto, la corrupción e impunidad son el origen del desastre nacional que tiene usted entre manos, sin que aparentemente se dé por enterado de lo que representa para los mexicanos la magnitud de semejante catástrofe, que además, ha sido usted incapaz de resolver.
Álvaro Cepeda Neri
[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: DEFENSOR DEL PERIODISTA]
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