Carlos Miguélez*/Centro de Colaboraciones Solidarias
Si se midiera la grandeza de un país por su forma de tratar a los animales y de cuidar el medioambiente saldrían mal parados muchos países del llamado “primer mundo”, que siguen e imponen al resto un modelo de desarrollo insostenible.
En Dinamarca se realizan masacres de delfines todos los años; Francia permite que sus granjeros engorden a sus ocas hasta que les reviente el hígado, y Japón saca pecho por sus matanzas de ballenas, cuando muchas especies corren peligro de extinción. Lo justifican con supuestas investigaciones científicas, pero la mayor parte del cuerpo de esos cetáceos se utiliza para comida de animales de granja.
Canadá, que mantiene un halo de país pacífico y de respeto al medioambiente, permite la muerte a palos de focas bebé para producir y exportar pieles. El Parlamento Europeo aprobó hace años un reglamento que prohíbe la importación y comercialización de productos derivados de la foca en la Unión Europea. Canadá amenazó con demandar a la Unión Europea ante la Organización Mundial del Comercio por obstaculizar el “libre comercio”, como si la protección del planeta se tuviera que someter a los intereses mercantiles de un país.
Para hacer un abrigo de piel se necesitan ocho focas adultas o 20 focas bebés, según la organización Igualdad Animal, que publica los números de ejemplares de otras especies que se necesitan para fabricar un abrigo de piel: 17 linces, 60 visones, 20 nutrias, 20 zorros, 60 martas, 250 ardillas y 12 lobos.
No basta con denunciar las consecuencias que tendrán estas matanzas en el ser humano. La defensa del medioambiente también se plantea desde el sufrimiento de animales apaleados, electrocutados o que agonizan en trampas durante días. Que los animales no puedan defender sus derechos ante los tribunales no concede a las personas una patente de corso para infligir sufrimiento innecesario.
Algunas corrientes de la neurociencia y la sicología incluso sostienen que el sufrimiento queda “impreso” en los genes de los animales. Si esto fuera verdad, podríamos padecer secuelas por consumir productos que provienen del sufrimiento animal.
A veces el sufrimiento y la muerte cruel de animales no obedecen a intereses comerciales. Se han multiplicado en las redes sociales videos de personas que se recrean en el sufrimiento de perros, gatos y otras especies. Cabe preguntarse por la dimensión ética de una persona que carece de empatía con los seres vivos y que se divierte con su sufrimiento. Quien no cuida las plantas, su entorno y los animales, ¿puede valorar la vida humana?
El salvajismo contra los animales ha movilizado a los ciudadanos para detectar a los perpetradores. Antes de que algunos defensores de los animales apelen a la violencia y “hagan justicia” por su propia mano de formas irracionales, los gobiernos tendrán que contemplar el maltrato animal en sus códigos penales.
También nuestro modelo de desarrollo produce sufrimiento animal al alterar hábitats naturales a velocidades que impiden a las especies adaptarse. Tal es el caso de los anfibios, los animales vertebrados más amenazados del mundo por la deforestación, la desaparición de charcas donde habitan y por el cambio climático. Quedaron en el imaginario colectivo las imágenes de osos polares, que ahora ven derretirse el poco terreno sólido que les queda.
Ha perdido vigencia la concepción de la vida según la cual el hombre debe conquistar y someter a una naturaleza hostil, en lugar de aprender a vivir con ella. La exposición Génesis, del fotógrafo brasileño Sebastiao Salgado, rescata esa convivencia primigenia que aún existe en algunas partes del mundo.
La celebración del Día del Medioambiente no se debe de quedar en un día puntual ni reducirse a promover una ecología que estudie la naturaleza como un objeto “fuera de nosotros”, pues estamos hechos de la misma materia que los animales a los que maltratamos y de la tierra y agua que contaminamos con nuestro modelo de “desarrollo”.
*Periodista y coordinador del Centro de Colaboraciones Solidarias
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