Hizo falta una matanza colectiva, un auténtico baño de sangre, para que las autoridades de Ankara decidan sumarse a la coalición internacional antiterrorista liderada por el presidente estadunidense Barack Obama. En realidad, Turquía –miembro fundador de la Alianza Atlántica y socio de primera hora de Washington en la guerra contra el Estado Islámico– tardó más de 11 meses en movilizar su poderoso Ejército contra las huestes del califa Al Baghdadi. Desde el inicio de la ofensiva yihadista en Siria y su extensión al vecino Irak, los puestos fronterizos turcos sirvieron de coladera para los radicales deseosos de sumarse al Ejército yihadista, para el tráfico de armas destinadas al Estado Islamico, o el tránsito de petróleo barato comercializado por los cabecillas de la agrupación islamista, un extraño entramado que reunía a antiguos oficiales del Ejército de Saddam Hussein, a financieros saudíes y a príncipes cataríes dispuestos a sacar el máximo provecho al proyecto del Califato árabe. ¿Y Turquía? Ankara se limitaba a hacerse el muerto, como en el juego de póquer. Es decir, dejar hacer a los demás y… capitalizar los beneficios.
Sin embargo, las cosas cambiaron a partir del 20 de julio, tras el mortífero atentado contra un grupo de jóvenes militantes de izquierdas perpetrado en la localidad fronteriza de Suruç, que costó la vida a 32 personas. El número de heridos ascendió a más de 1 centenar.
La situación ya no está bajo control, avisaron los círculos oficiales turcos. ¿Bajo control? En efecto, parece extraño que el MIT, poderosísimo y omnipresente servicio de seguridad turco, no haya detectado ni tratado de impedir el atentado. Los jóvenes turcos congregados en Suruç pertenecían a la Federación de Asociaciones de Juventudes Socialistas (de corte marxista). Su propósito: dirigirse a la ciudad kurdo-siria de Kobané, para participar, junto con los integrantes de las milicias kurdas que reconquistaron la villa, a los trabajos de reconstrucción. Pero la situación ya no estaba bajo control; pocas horas después del atentado, el primer ministro turco, Ahmet Davotoglu, atribuyó la autoría del acto criminal al Estado Islámico. Y Ankara optó por intervenir en el conflicto.
Mas no se trataba sólo de atacar las posiciones del Estado Islámico, como pretendían los aliados de Washington, sino de extender el operativo bélico a la guerrilla kurda del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK, por su sigla en turco), enemiga tradicional de Ankara, que no había cumplido su promesa de entregar las armas al Ejército otomano. En pocas horas, el alto el fuego con el PKK, decretado en 2013, se convirtió en papel mojado. No es la primera vez que una de las partes rompe el compromiso. Sin embargo…
Al dar por terminado el proceso de paz con la minoría kurda, el presidente Erdogan solicitó al Parlamento que levante la inmunidad de los diputados pertenecientes al Partido de la Democracia de los Pueblos (HDP, por su sigla en turco), considerado el brazo político del PKK. El HDP irrumpió en la vida política del país otomano en las elecciones generales celebradas el pasado mes de junio. Su aceptación a nivel popular causó auténticos quebraderos de cabeza a los líderes del islamista Partido de la Justicia y el Desarrollo, partido de gobierno que perdió la mayoría parlamentaria que hubiese debido permitirle llevar a cabo la revisión de la Constitución Política. Cabe preguntarse si el fracaso electoral de la formación política de Erdogan, que va parejo con los éxitos de las milicias kurdas en los combates contra el Estado Islámico, no ha incidido en la decisión de Ankara de… hacer doblete. Conviene señalar que Estados Unidos colabora con los combatientes kurdos desde hace meses, es decir, desde la batalla para la liberación de Kobané. Obviamente, Turquía no vería con buenos ojos la creación de un minikurdistán en los confines con Irak y Siria.
A cambio, Ankara propone el establecimiento de una zona segura en la frontera con Siria, un espacio que sirva de santuario para el Frente de la Conquista, coalición supuestamente no yihadista creada el pasado mes de abril por Turquía, Arabia Saudita y Catar. ¿No yihadista? Las mayores bazas de esta agrupación son los batallones islamistas integrados por radicales de Ahrar as Sham (salafista) y el Frente al Nusra (rama siria de Al Qaeda), movimientos que figuran en la lista de organizaciones terroristas elaboraba por el Departamento de Estado.
Otra utilidad de la llamada zona segura, que Washington prefiere denominar zona libre de yihadistas del Estado Islámico, consiste en frenar la sangría de refugiados que buscan asilo en suelo turco. Una iniciativa que la Organización del Tratado del Atlántico Norte acoge con… tibieza.
Adrián Mac Liman*/Centro de Colaboraciones Solidarias
*Analista político internacional
[OPINIÓN]
Contralínea 449 / del 10 al 16 de Agosto 2015
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