Lo que sobran en México son diagnósticos, y en tiempos electorales hasta proliferan a lo largo y ancho del país. Todo mundo cree que sabe, como se titula un programa televisivo patrocinado por el Sindicato de Maestros con el fin de mejorar la mala imagen que tienen los mentores. Pero a final de cuentas queda en evidencia el grave atraso de la educación en México, culpa no sólo de la organización sindical, sino de un gobierno cuya prioridad fundamental es apuntalar privilegios a la sombra del poder. Quien más empeñado está en hacer diagnósticos es el gobernador Enrique Peña Nieto, metido de lleno en la carrera por la sucesión presidencial, patrocinado por los barones del dinero del Estado de México, a su vez comprometidos a fondo con mantener la vigencia y preeminencia de la estrategia económica neoliberal, que tan buenos dividendos les ha dejado.
Guillermo Fabela Quiñones
El activismo de Peña Nieto no tiene precedentes, supera incluso al que en su tiempo de gobernador de Guanajuato llevó a cabo Vicente Fox. Debe suponer que así como el panista alcanzó el éxito gracias a su proselitismo, asimismo habrá de suceder en su caso en 2012, cuando la ciudadanía esté plenamente convencida de que el mexiquense está sobrado de impulsos y de voluntad para ejercer la primera magistratura del país. Sin embargo, en las actuales circunstancias nacionales, se requiere más que imagen televisiva para encarar responsabilidades que superan la capacidad de un ser humano, por muy carismático que sea.
Son demasiados los problemas nacionales, de una magnitud inimaginable, que deben ser atendidos con patriotismo y firmes convicciones, pero sobre todo con una sensibilidad social de la que carece Peña Nieto. Sin temor a equivocación, ésta es precisamente la condición esencial que deberá tener quien se responsabilice de la conducción del Estado mexicano en el próximo sexenio. Mientras llega ese momento, el gobernador mexiquense está desplegando una actividad insospechada con el fin de convencer a la oligarquía de que él es el indicado para suceder a Felipe Calderón y poner punto final a la pesadilla de la violencia extrema y del descontento social.
En este marco de abierto proselitismo, inauguró los foros de reflexión Compromiso con México, en la vertiente económica. Ante invitados de lujo (para pagarles si sobra dinero), como el premio Nobel de Economía 2008, Paul Krugman, sentenció: “El primer paso para acelerar nuestra economía, paradójicamente, no es económico, es político”. Desde luego que tiene razón, pues política es la decisión de enfrentar la fuerza de la oligarquía y hacer que prevalezca el estado de derecho en México. Sin embargo, no se vislumbra cómo Peña Nieto pudiera tomar una decisión para la que no está preparado, ni en lo ideológico ni en el terreno meramente económico.
El rescate del estado de derecho es una exigencia irrenunciable para el sucesor de Calderón. Hacerlo no es responsabilidad de un solo hombre, sino de la sociedad en su conjunto, pero liderada por un Ejecutivo con un proyecto nacional muy concreto, de cara al futuro, del que carecen la oligarquía y sus corifeos. El primer paso para lograr tal objetivo tendría que ser acabar con la impunidad de que gozan los oligarcas, que ha devenido en cascada que daña el tejido social. De ahí la proliferación de una violencia sin sentido, que ha enlutado a miles de hogares, pues los crímenes quedan sin castigo. Así como en lo político regresamos a tiempos del porfiriato, en lo social estamos peor porque la impunidad es el signo de estos tiempos, luego de tres décadas de neoliberalismo y dos sexenios de la extrema derecha de corte fascista en el poder.
Podría decirse que ya tocamos fondo después de tres décadas de sufrimientos inenarrables para el pueblo. Con todo, esto dependerá de la voluntad y firmeza de las organizaciones democráticas para enfrentar los despliegues de poder de la oligarquía, decidida como está en mantener su hegemonía por tiempo indefinido, por encima de cualquier consideración, incluida la posibilidad de un mayor recrudecimiento de la violencia y de un mayor envilecimiento del sistema político.
Esto es lo más preocupante en la actualidad, que los poderes fácticos estén decididos a seguir por la misma ruta en la que vamos, sin importar las consecuencias. Para ellos sólo cuentan sus intereses, no el futuro del país. La actuación de Felipe Calderón al frente del Ejecutivo es por demás elocuente de la cerrazón de un grupito que sólo vive para acrecentar sus privilegios, que se vale de una burocracia dorada servil y cínica para conseguir sus fines, sin parar miente en que así se están cancelando posibilidades a futuro ellos mismos, debido a las brutales y dramáticas consecuencias de sus ambiciones ilimitadas. Así, cualquier diagnóstico sale sobrando, por muy certero que sea, pues sin estado de derecho valen sorbete los discursos y las buenas intenciones.
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