Durante una década, el saudita Osama bin Laden fue una figura que hacía noticia aunque nadie lo viera y al que en los últimos años tampoco se le escuchaba.
Frida Modak* / Prensa Latina
Los videos con sus mensajes ya no se recibían y, de repente, la noticia de su muerte, real o supuesta, sorprendió a todos.
Desde la irrupción de Bin Laden en los asuntos internacionales, nada ha sido claro. Lo único concreto es que ha existido, proviene de una rica familia saudita y que cuando los soviéticos ingresaron a Afganistán a pedido del gobierno afgano de entonces, Bin Laden los combatió y para ello recibió el generoso aporte de todo orden de Estados Unidos.
William Clinton gobernaba en el país del Norte y las referencias a Bin Laden se encuentran, entre otros, en el libro en el que Hillary Clinton cuenta sus días en la Casa Blanca.
Ahora, desde la Sala de Situaciones de la Casa Blanca presenció su muerte o ¿asesinato?, como algunos analistas han calificado el hecho.
Lo cierto es que esta historia tiene muchas aristas y todas ellas se relacionan con la disputa por la hegemonía mundial, lo que conlleva la guerra por el petróleo y otras riquezas fundamentales para el país que, en medio de una crisis mundial, quiera y pueda asumir y mantener el liderazgo que antes sólo disputaban la desaparecida Unión Soviética y Estados Unidos.
Los países árabes, con distintos grados de desarrollo, con enormes riquezas petroleras en explotación y con muchos otros recursos estratégicos, aún no explotados, como el caso de Afganistán y de países africanos, enfrentan la amenaza de una recolonización por parte de sus excolonizadores, a los que se agrega Estados Unidos. América Latina no está a salvo.
En medio de esta “amistosa” disputa, surge la figura de Osama bin Laden, primero como aliado de Occidente y, finalmente, como su gran enemigo, motivo por el cual se decide su muerte, verdadera o ficticia.
Así se titula el artículo del diario español El País donde se relata cómo el consultor en informática, Sohaib Atar, que vive en Abottabad, Pakistán, dio a conocer el operativo que se estaba desarrollando en ese lugar. No sabía que Bin Laden vivía por ahí; lo que escuchaba era el ruido de los helicópteros.
Al contarlo a través de Twitter, empezó a recibir informaciones y así se llegó a establecer que se trataba de una operación militar, cuyos objetivos se desconocían, y lo que menos se esperaba Atar era que le dijeran que tenía como vecino a Osama bin Laden.
Según todos los antecedentes, Estados Unidos sabía desde cuatro años antes que ahí vivía Bin Laden.
La información la obtuvo a través de uno de los presos que se encuentran en la base naval de Guantánamo, quien dio el nombre del correo de confianza del saudita, así como el nombre del lugar donde vivía: Abbottabad.
La ciudad tiene muchos recintos militares y también un barrio de ricos, donde estaba la mansión de Bin Laden, de manera que no llamaba la atención, al margen de que se veía poca actividad.
La casa no tenía nada que respondiera a la de un individuo considerado tan peligroso: no había teléfono ni televisión ni internet.
Según las declaraciones de John Brennan, jefe de seguridad del gobierno estadunidense, a la cadena televisiva CBS, Bin Laden no tenía relación con nadie, sólo con los que vivían en la casa, entre ellos unos 20 niños, por lo que se estimaba que no dirigía las acciones de Al Qaeda, aunque hubiera grabado algunos videos.
Todo es extraordinariamente contradictorio y en definitiva queda reducido a eliminar un símbolo creado por Estados Unidos, que en su declinación necesitaba echar mano de algún elemento que frenara su caída.
¿Qué pasó realmente el 11 de septiembre de 2001?
Para nadie es un misterio que Barack Obama se apresuró a anunciar que se postularía a la reelección con el fin de evitar que de su maltrecho partido surgieran competidores que pudieran ser más atractivos para el electorado.
En ese momento, las encuestas no lo favorecían y, al anticiparse, estaba haciendo valer el hecho de ser el presidente en ejercicio, contra el cual suele resultar difícil competir. Pero ése no era su único problema.
En el Norte de África y Oriente Medio, empezaron a surgir hace unos meses conflictos políticos a través de movimientos de protesta que demandaban cambios.
Hay indicios de que si bien las demandas son justificadas, también fueron estimuladas desde fuera, pero con una finalidad diferente. En las protestas, se pedían cambios democráticos, participación y mejores condiciones de vida.
Los gobiernos vinculados con Estados Unidos y con los países europeos que los colonizaron se mostraron reacios a aceptar. Salvo la renuncia forzada del egipcio Hosni Mubarak y de sus colegas de Túnez y Costa de Marfil, nada ha pasado.
Las protestas son reprimidas en forma violenta o con la colaboración de ejércitos de otros países, como en Baréin. Nada cambia.
Sólo en Libia, europeos y estadunidenses han determinado que hay que apoyar a los opositores al gobierno, que por pura coincidencia están en la zona petrolera del país.
Mediante una resolución del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y con el pretexto de crear una zona de exclusión aérea, obtuvieron licencia para bombardear la mayor parte del país, que es la que respalda a Muamar el Gadafi.
Obama no estaba en condiciones de participar en la ofensiva porque los estadunidenses no quieren más guerras que no puedan ganar, como las de Irak y Afganistán.
Por eso y por su proyecto político, sólo dirigió las operaciones en los primeros días y le traspasó el mando a la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Ahora contribuye con aviones no tripulados.
Pero a pesar de buscar de ésa y otras formas apoyo a sus aspiraciones reeleccionistas, su candidatura no prende.
El balance de su gestión es mediocre y surgen voces que demandan que ese país juegue otro rol en el plano internacional que demuestre que es “potencia”.
Y hay indicios de que por ahí pasaría la noticia de la muerte de Osama bin Laden, al que publicitariamente se le convirtió en el villano. Ahora vemos, por las informaciones acerca de su modo de vida, que hay una versión diferente.
La noticia de la muerte de Bin Laden originó una explosión de júbilo en algunas ciudades estadunidenses y se produjeron declaraciones que hay que consignar. Obama dijo que “hoy es un buen día para Estados Unidos”, y al dar a conocer la noticia, afirmó “nuevamente se nos recuerda que Estados Unidos puede hacer lo que se proponga. Ésa es nuestra historia”.
Parecería una amenaza. Y si lo agregamos al hecho de que el presidente, el vicepresidente, los secretarios de Estado y Defensa, más algunos jefes militares, el director de la Agencia Central de Inteligencia y otros funcionarios vieron “en vivo y en directo” la muerte de Bin Laden, el asunto es más preocupante aún.
Los soldados llevan en sus cascos los elementos necesarios para transmitir los hechos en que participan, pero esas imágenes no son del conocimiento público, así como tampoco sabemos si lo que se nos ha dicho es la verdad.
¿A quién mataron? ¿Qué contenía el bulto que tiraron al mar? ¿Y si hubiese sido Bin Laden? ¿Quién va a contener la ira de los pueblos musulmanes por la ofensa a sus tradiciones y creencias cometida al lanzar su cuerpo al mar? ¿Tendrá el Sur la capacidad de frenar los intentos de redibujar los mapas?
*Periodista
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