El estudioso alemán Karlheinz Deschner escribió la monumental Historia criminal del cristianismo, de la cual, hasta 2013, se han publicado 10 tomos.
Sus indagaciones le valieron persecuciones, acusado de difamar al clero, así como la falta de apoyo por parte de las instituciones para llevar a cabo su trabajo, por lo que tuvo que recurrir a la ayuda de amigos y patrocinadores.
En su obra, Deschner subraya también el afán de poder de la jerarquía católica, que la llevó a ser aliada de las monarquías y de los gobiernos conservadores.
La lucha política se ha desarrollado también dentro de la propia Iglesia, dando lugar a sangrientas persecuciones contra las “herejías”: “Las luchas políticas por el poder en el seno de la Iglesia siempre utilizaron como pretexto la teología, la fe supuestamente ‘verdadera’ con objeto de combatir mejor a los rivales” (Historia criminal del cristianismo, Ediciones Martínez Roca, Barcelona, 1992, Tomo 1, página 118).
Mil años de persecuciones
La Historia criminal del cristianismo, que le llevó a su autor casi 30 años de preparación, comenzó a publicarse en alemán en 1986, y contiene cientos de páginas con multitud de notas científicas así como “miles de citas de fuentes primarias y secundarias. En total una verdadera Vía Láctea de nombres, fechas, títulos y datos” (obra citada, tomo 8, página 15).
Los nueve tomos de la traducción al español, publicada en la década de 1990 por la editorial Martínez Roca, abarcan el primer milenio de la historia cristiana: desde sus inicios hasta el siglo X, tiempo de barbarie en que florecen las complicidades entre los monarcas y el clero.
En marzo de 2013 se dio a conocer la publicación en Alemania del tomo 10 de la obra: Siglo XVIII y una ojeada a la época siguiente. Reyes por gracia divina y ocaso del papado (Rowohlt, Reinbeck 2013, 320 páginas).
Como muestra Deschner en su obra, desde sus primeros tiempos como religión del poder, el cristianismo persiguió a judíos, paganos y “herejes” (cristianos disidentes).
Dejando aparte los pogromos y otros episodios sangrientos, a fines del siglo IV la legislación antiherética contemplaba medidas como éstas: quema de libros, prohibición de construir templos, destierro, multas, confiscaciones, bastonazos y hasta la pena de muerte (Historia criminal del cristianismo, Ediciones Martínez Roca, Barcelona, 1992, tomo 2, páginas 93-94).
Cirilo de Alejandría (370-444), a quien el papa León XIII proclamó en 1882 “doctor de la Iglesia”, se destacó por sus implacables persecuciones contra judíos, herejes y paganos.
En 414 confiscó las sinagogas de Egipto para hacerlas iglesias cristianas, mientras que en Palestina fomentó la persecución contra los judíos, cuyas sinagogas fueron “incendiadas por monjes fanatizados”.
En Alejandría “hizo que una muchedumbre gigantesca, dirigida por él, asaltase y destruyese la sinagoga, saquease las propiedades de los judíos como si estuviera en situación de guerra, y los hizo desterrar, incluidos mujeres y niños, privados de su hacienda y de alimentación en un número de, presuntamente, 100 mil o incluso de 200 mil” (obra citada, tomo 3, página 63).
En marzo de 415, “con la aquiescencia de Cirilo”, quien “soliviantó además los ánimos para ello”, fue despedazada la célebre filósofa pagana Hipatia, a quien Cirilo solía difamar en sus sermones.
Hipatia “fue asaltada por la espalda por monjes del santo [Cirilo], dirigidos por el clérigo Pedro, arrastrada a una iglesia, desnudada y hecha literalmente trizas con fragmentos de cristal. El despedazado cadáver fue públicamente quemado…” (obra citada, tomo 3, página 64).
Y así, a lo largo de la obra magistral de Karlheinz Deschner, encontramos una y otra vez similares relatos de asesinatos, mutilaciones, torturas, linchamientos, confiscaciones, saqueos, destierros y guerras religiosas, siempre con el pretexto de “servir a Dios” y “defender la fe”.
Entre los personajes que se destacaron en esa historia de atrocidades cometidas en el nombre de Dios se cuenta a Carlomagno (742- 814), rey de los francos y emperador de Occidente (800-814). Fungió como un gran protector de los intereses del clero y perseguidor de herejes y paganos. Llevó a cabo sangrientas guerras de conquista contra los sajones y otros pueblos, empresas que incluían su conversión forzosa al cristianismo.
En las crónicas de esas batallas se pueden leer pasajes como el siguiente, que se refiere a hechos ocurridos en 778: “Allí se inició una batalla, que tuvo muy buen fin: con la ayuda de Dios quedaron vencedores los francos y allí fue degollada una gran multitud de sajones…” (obra citada, tomo 7, página 163).
Otra crónica, de 783, habla de una nueva masacre de sajones perpetrada por las huestes de Carlomagno, quien venció, según él, con el auxilio divino, luego de asesinar a miles de sajones y esclavizar a otros tantos.
Al año siguiente, también “con la ayuda de Dios”, su hijo Carlos devastó los territorios enemigos y “por designio divino regresó incólume…”.
Estableció leyes sanguinarias contra quienes no quisieran adoptar el cristianismo o no cumplieran sus preceptos. Así, condenaba a muerte a quien “por desprecio al cristianismo no guarda el ayuno sagrado de 40 días y come carne…”; a los que recurrían a la “costumbre pagana” de incinerar a los muertos en lugar de enterrarlos, y al que “pretende ocultarse sin haberse bautizado y deja de acercarse al bautismo” (obra citada, tomo 7, página 175). Estableció, además, la obligación universal de pagar el diezmo (obra citada, tomo 7, página 191).
Por todo eso, Carlomagno ha sido venerado por sectores ultraconservadores que lo consideran modelo de lo que debe ser un gobernante cristiano.
A la larga lista de asesinatos y otras tropelías perpetradas por la jerarquía católica hay que sumar los despojos y negocios turbios que la Iglesia ha cultivado a lo largo de su historia, como la venta de cargos eclesiales y como son hoy los llamados “delitos de cuello blanco” que se cometen en el nombre de Dios.
En cuanto la Iglesia se alió al poder temporal, sus negocios comenzaron a florecer haciéndola acumular increíbles riquezas mediante subsidios recibidos de parte de los gobiernos, herencias, donaciones, etcétera.
Además de convertirse en uno de los principales terratenientes en muchos países, comenzó a desarrollar el jugoso negocio de la venta de reliquias y de la promoción de santuarios que se convertían en destino de fervorosos peregrinos.
El tomo 4 de la Historia criminal del cristianismo está consagrado al surgimiento de esos negocios eclesiales.
Surgido de antiguas costumbres de veneración a los héroes muertos, el culto a las reliquias de los santos descansaba en la creencia de que “la fuerza que actuaba en el santo vivo seguiría haciéndolo en su cuerpo muerto” (obra citada, tomo 4, página 190).
Como explica Deschner, el negocio de las reliquias, muy vinculado al de los santuarios, se multiplicó mediante disposiciones clericales que le otorgaban un carácter igualmente milagroso a los objetos con que el santo o mártir había estado en contacto, y que permitían generar nuevas reliquias dividiendo las ya existentes, o incluso por el mero contacto con otros objetos.
Así, los restos de los personajes venerados por los cristianos se cortaban una y otra vez para generar mayor número de reliquias, que a su vez se exhibían en diferentes lugares del mundo.
Desde luego, cabía también la posibilidad de presentar cualquier cadáver o cualquier objeto como proveniente de cierto santo. El engaño y la credulidad acerca de las reliquias condujeron a exhibir como tales nada menos que “la piedra con que la virgen tropezó cuando viajaba a Belén”, así como “la roca sobre la que cayó la leche de santa María”, al igual que su cinturón y su diadema, prendas a las que se atribuían poderes milagrosos. Más aún, se llegaron a venerar las plumas y los huevos provenientes del Espíritu Santo, representado frecuentemente como una paloma blanca.
El prepucio de Cristo fue otra de las reliquias veneradas durante siglos. Varias ciudades exhibían esa reliquia, de tal suerte que “surgió un verdadero culto con solemnes cargos en honor del Santo Prepucio e incluso vicarios prepucianos especiales” (obra citada, tomo 4, página 218).
En 1426 se fundó en Amberes una Hermandad del Santo Prepucio de nuestro amado Señor Jesucristo, mientras que en Roma se exhibía otro prepucio, al que distintos papas le otorgaron indulgencias, como Sixto V, en 1585; Inocencio X, en 1647, y Benedicto XII, en 1724.
*Maestro en filosofía; especialista en estudios acerca de la derecha política en México
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