El asunto en América Latina es muy conocido. A partir de la década de 1970, luego de la Revolución Cubana y las insurrecciones en el continente bolivariano, en casi todos los países surgieron los escuadrones de la muerte, alianzas anticomunistas, cruzados por el orden y decenas de nombres más que no eran sino grupúsculos organizados por los diferentes gobiernos, apoyados por los servicios de inteligencia estadunidenses y, en varias ocasiones, financiados por millonarios, en donde hasta la Iglesia ultramontana participó. No se debe omitir que la Teología de la Liberación, que apoya a los pobres, los desvalidos, los humillados, reivindica lo mismo la ocupación de tierras que la vida de los ofendidos. Y no sólo Óscar Arnulfo Romero en El Salvador fue asesinado, sino decenas de monjas y curas. Inclusive se sigue recordando al famoso guerrillero exsacerdote, Camilo Torres.
Así pues, en estas tierras americanas pero también en España se ha dado el fenómeno de bandas impulsadas por el poder con el fin de atacar a quienes se consideran un estorbo para el mal llamado progreso, o mejor dicho, la ganancia sin límites.
En Colombia estuvieron los Paras que, alentados por los regímenes en turno y surtidos económicamente por los ganaderos, le hicieron frente a los guerrilleros y a los narcotraficantes, aunque luego muchos de esos armados se fueron con los vendedores de droga para hacer más rápidas sus ganancias. Y en la tierra de Joaquín Sabina, los Grupos Antiterroristas de Liberación se inventaron para oponerse a Euzkadi Ta Askatasuna, asunto que todavía sigue retumbando en diferentes ministerios y enlodando lo mismo al Partido Socialista Obrero Español que al Partido Popular.
En México, de acuerdo con el especialista Jorge Alejandro Medellín (Eje Central, 4 de octubre de 2011), en su columna “De orden superior”, han existido el Batallón Olimpia, Brigada Blanca, Halcones, Fuerza de Tarea Arcoíris, Grupo Tiburón, Paz y Justicia, Grupo Rudo, Los Zorros y otros. La lista es incompleta, ya que Los Chinchulines, el Grupo Anticomunista Nuevo Orden y otras vienen a la memoria.
¿Quiénes específicamente han estado detrás de esas organizaciones terroristas? El exjefe de la Dirección de Investigaciones Políticas, Miguel Nazar Haro, que estuvo preso y a quien los ricos de Monterrey le enviaban viandas suculentas diariamente; los generales Francisco Quiroz Hermosillo y Arturo Acosta Chaparro, los cuales fueron acusados de narcotráfico y salieron libres, aunque el primero falleció hace poco y al segundo lo balearon supuestamente por intervenir en las pesquisas del caso Diego Fernández de Cevallos, cuyos secuestradores continúan impunes. Y el más notorio, Arturo Durazo Moreno, que usó a la policía capitalina para extorsionar y matar delincuentes importantes y quedarse con sus riquezas mal habidas.
Pero no se puede eximir a diferentes presidentes de la República por acción u omisión. Tenemos, pues, antecedentes de estas formas de enfrentar “fuego contra fuego”, supuestamente para reducir a los malosos. Pero ya sabemos por una larga experiencia que todo se sale de control y luego los creadores del Frankestein no saben cómo detenerlo.
Hace tiempo aparecieron Los Zetas, que eran militares desertores del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales, entrenados en Estados Unidos justamente para repeler a los narcotraficantes. Pero Osiel Cárdenas Guillén, líder del cártel del Golfo, los reclutó. Cuando éste fue extraditado, se independizaron y tomaron en sus manos las operaciones en Tamaulipas, Veracruz, Durango, Zacatecas, etcétera.
También llegaron a nuestro país los kaibiles de Guatemala, instruidos por militares estadunidenses. Esta agrupación se formó para repelar las acciones de los guerrilleros chapines y de quienes reivindicaban sus derechos: campesinos y trabajadores de nuestro vecino sureño.
Recientemente, luego de que fueron tirados 36 cadáveres en Boca del Río, Veracruz, un día antes de una conferencia nacional de procuradores, se dieron a conocer por Youtube y el Blog del narco un grupo que se autodenominó los Matazetas. Lo curioso del asunto es que su único orador era un tipo musculoso, con apariencia militar y una dicción bastante fluida, algo no muy común en los supuestos cabecillas de las drogas que nos presenta la Policía Federal o las Fuerzas Armadas.
Entre los asesinados mencionados anteriormente, estaba un joven de 15 años que había sido detenido por agentes policiacos, a decir de su madre. Lo que desmiente las tonterías del gobernador, Javier Duarte, que el ilícito ocurrió por un enfrentamiento entre bandas rivales.
En días pasados, cerca de la Secretaría de la Defensa Nacional fueron depositadas un par de cabezas humanas. Además, se supo que saldrían de Ciudad Juárez 1 mil elementos de la Policía Federal, a pesar de que esta corporación, internacionalmente, es considerada peligrosa. En varias localidades de Guerrero los niños regresaron a clases con la presencia del Ejército. Y en Nuevo León, mientras Rodrigo Medina se pasea por Disneylandia, cesarán a gran parte de la gendarmería.
Por eso, tal vez, el subsecretario de Estado para el Control del Narcotráfico Internacional, William Brownfield, ha dicho que urge una nueva policía mexicana. La Marina mexicana ocupa actualmente el segundo lugar mundial por el número de integrantes, y en el libro La próxima guerra, del exfuncionario de seguridad estadunidense, Caspar Weinberger, se afirma que vendrá una intervención estadunidense a México por la “narcoinsurgencia”.
Frente a ese panorama, especialistas como Eduardo Buscaglia (Proceso, 1822) señalan que en México “operan 167 grupos paramilitares que son financiados por empresarios” para sus intereses. Uno de éstos, muy notorio, es el llamado Grupo Rudo, que formó, no obstante su ilegalidad, el alcalde de San Pedro Garza García, el panista Mauricio Fernández.
Claro, Francisco Blake Mora, secretario de Gobernación, y Alejandra Sota, actual vocera de Los Pinos, quieren tapar el sol con un dedo al negar la existencia de grupos paramilitares. Mal intento ante lo evidente.
*Periodista