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Piratería en Somalia: ¿Negocio imperecedero?

Piratería en Somalia: ¿Negocio imperecedero?

La Habana, Cuba. Durante los pasados 5 años se enfatizó en la desaparición  o erradicación de la piratería en el litoral somalí, pero un repunte de esos actos vandálicos contra embarcaciones echó por tierra tal hipotético final.

Un grupo de acciones punitivas ejecutadas por armadas extranjeras en esa franja costera creó una situación de aparente estabilidad en  ese país hundido en el caos desde hace más de un cuarto de siglo y donde a la guerra se suma hoy una situación humanitaria muy difícil, principalmente a causa de la sequía.

Informaciones  recientes indican el resurgimiento de la piratería frente a las costas de Somalia, pero en realidad ese fenómeno no desapareció verdaderamente, y se mantiene como componente de la dinámica nacional, que se vincula con un proceso histórico anatematizado.

Los secuestros de cuatro barcos en el litoral somalí hacen pensar en el retorno de la piratería a las costas de ese país del Cuerno Africano, tras cinco años de reportarse los últimos delitos de ese tipo, aunque algunos especialistas opinan que pudieron existir más casos, que no se divulgaron quizás por temor a represalias de algún tipo.

Así se llega a la antesala de esta escalada  de acciones vandálicas marítimas. Fue en marzo, cuando los piratas somalíes secuestraron un buque cisterna con bandera de Comoras, el primer rapto de una embarcación comercial grande desde mayo de 2012, cuando  un buque mercante fue capturado por un grupo de asaltantes.

Aquella constituyó la última agresión de su tipo y hasta hace poco se consideraba que las costas de Somalia  permanecían tranquilas bajo la vigilancia de fuerzas navales de varios Estados,  principalmente de Europa (Eunafor).

Ahmed Solimán, investigador del Cuerno de África en Chatham House, dijo a la prensa que: los equipos armados de seguridad disuadieron 11 ataques en 2016, de modo que, aunque el aumento de incidentes desde marzo de 2017 fue  más ampliamente divulgado, las cifras dijeron que la piratería fue eliminada.

Lo cierto es que en marzo  pasado se reanudó la historia de los atracos a buques comerciales en el litoral de Somalia, y entonces el espejismo de la supresión comenzó a desparecer del horizonte de los expertos para dar paso a otra conclusión: el vandalismo no abandonó las aguas somalíes.

Preámbulo razonable

Varios análisis sobre las fuentes de la piratería en Somalia, le otorgan mucho peso a la caída del gobierno de Mohamed Siad Barre en 1991, lo que  implicó  la virtual destrucción de las bases políticas del Estado y la desarticulación de sus funciones económicas y sociales, lo que revolvió el escenario.

Sin la limitante que pudiera ser la existencia de una fuerte autoridad central,  reaparecieron con mucha fuerza las demandas no resueltas a lo largo de la historia nacional, ahora en un ambiente que no era totalmente de paz ni de guerra, y ante lo cual el futuro se percibía difuso.

Cualquier esperanza para que la población estuviera en mejores condiciones en esa coyuntura,  pasaba por satisfacer necesidades tanto de fondo como las del entorno inmediato, un gran trabajo que los nuevos detentores del mando no quisieron o no pudieron asumir, mientras se enfrascaban en una abierta lucha por el poder.

Una de esas exigencias en el período era contrarrestar la crisis económica  y su asfixiante alto porcentaje en términos inflacionarios, disparados  índices de desempleo y subempleo, un marcado declive en las áreas productivas y, en el caso de la captura pesquera, importante en la costa somalí, una desleal competencia.

La desigual carrera en la captura de especies  conduce a la sobrexplotación del suelo marino por buques que, con avanzada tecnología, se desempeñan en faenas ilegales,  y  expolian hasta saciarse  los caladeros somalíes, como contraparte a la rústica pesca de tipo artesanal practicada por los lugareños en el  ámbito de la economía de subsistencia.

Nada  se avanzó en los 26 años que siguieron al derrocamiento de Barre y de hecho, para resolver esas asignaturas pendientes, se convocó al uso de la fuerza, y esto sigue demostrando la falta de opciones para solucionar los dilemas ya bastante enraizados contra una sociedad que además se muere de hambre.

Entre esos medios violentos destaca la operación Atalanta, en la cual Europa puso todas sus esperanzas para eliminar el peligro de la piratería. Esa misión la integran unos mil 800 efectivos y emplea medios de siete países para vigilar las costas. Esta forma de  respuesta se creó en 2008, y en 2016 se la amplió oficialmente hasta el 2018.

Según la Radio y la Televisión española (RTVE), Reino Unido, Países Bajos, Italia, Grecia, Alemania, Francia y España participan en esa misión y otros cinco países -Finlandia, Suecia, Chipre, Malta e Irlanda- aportan personal militar al centro de operaciones, situado en Northwood (Reino Unido).

Toda esa movilización posibilitó, al menos, espaciar los ataques de piratas durante los pasados cinco años, pero después de eso llegó el final del espejismo…

La revista The Ecomist apuntó que: “Se han registrado cinco incidentes confirmados de piratería en el golfo de Adén en el último mes, comenzando con el secuestro de una tripulación srilankesa del petrolero Aris 13, el 13 de marzo (fue liberada más tarde sin rescate)”.

“Aris 13, con bandera de Comoras, navegaba cerca de la orilla y era lo suficientemente lento como para atraer la atención. No había guardias armados a bordo. También hubo menos patrullas navales internacionales en la zona de lo que hubo”, añadió el medio para señalar detalles del abordaje.

Ese retorno a la época del cuchillo en la boca alarma al interés occidental que ve en riesgo para el –muy importante– transporte de mercancías por la  estratégica vía que parte del golfo de Adén y pasa por el litoral somalí con destino a los mercados europeos y de Estados Unidos, incluyendo en esas cargas  el petróleo.

Mientras tanto, el negocio prosigue: los pagos por rescate continúan y frecuentemente son altos, no importa la violencia; y las primeras víctimas son los rehenes, también sus familiares y, después, materialmente,  los armadores que pagan los costes de la operación y mantienen a un ejército de guardamarinas privados.

Del otro los beneficiados: jefes piratas que actúan como señores feudales y que atesoran sus emolumentos en cajas de seguridad de refrigerados bancos occidentales, una verdadera paradoja. Los otros agraciados son quienes abandonaron la pesca artesanal para hacerlo en un revuelto mar de saqueo y devolución.

En la ingenuidad del hambreado, lo que ocurre es una redistribución de los réditos, lo cual es también ilusorio porque su estado no le permite verdaderamente avanzar más allá  que en el disfrute de esas migajas, mientras su orgullo y ética se  precipitan como potala.

Así es, unos pierden y otros ganan, u otros ganan y unos pierden en esta execrable historia de ¿un negocio imperecedero?, en el cual en la actualidad apenas se rozan sus razones, mientras la madeja que lo aviva subsiste bien hundida en el fondo marino.

Julio Morejón*/Prensa Latina

* Jefe de la Redacción África y Medio Oriente de Prensa Latina