Tercera pinta: instrucciones para ingresar a la guerrilla

Publicado por
Zósimo Camacho

 

Parte I: Jacobo Silva Nogales: de profesión guerrillero
⇒ Parte II: Tercera pinta: instrucciones para ingresar a la guerrilla
Parte III: El amor (y la familia) en los tiempos de la clandestinidad

El adolescente Jacobo Silva Nogales buscaba incorporarse a la lucha armada. Creía que con eso bastaba para, algún día, pertenecer a una de las organizaciones político-militares. Lo cierto es que la guerrilla ya lo había escogido y sin advertirlo había iniciado con él un proceso de formación teórica, política y de acondicionamiento físico. El Partido de los Pobres había visto en él la oportunidad de reactivar su movimiento

Segunda parte
Concluidos sus estudios básicos, buscó cursar el bachillerato. Fue aceptado en la Escuela Vocacional 10 del Instituto Politécnico Nacional. Como escuelas vocacionales se les conocía entonces a los ahora centros de Estudios Científicos y Tecnológicos. Confiesa que le gustaba más el ambiente de otras vocacionales, como la 4 o incluso el de las preparatorias de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Se decidió por la Voca 10 por la cercanía que guardaba con su domicilio y sus lugares de trabajo, además de que se especializaba en la formación físico matemática de los alumnos, área en la cual Jacobo destacaba.
Lamentaba que la Voca 10 no tuviera “cuadro de honor”, como las otras escuelas del Instituto Politécnico. De haber tenido, “ahí habría estado”.
—¿Eras muy bueno en las ciencias exactas?
—Sí. Siempre obtuve muy buenas calificaciones. De todas, la que más me agradaba era la física.
La idea de incorporarse a un movimiento armado comenzó a madurar y no sólo buscaba a los guerrilleros afuera de los bancos, sino en las manifestaciones populares, marchas y mítines. Esperaba ver a quienes repartían volantes que invitaban a incorporarse a la lucha armada.
—Me sumaba a cualquier manifestación, sin importar el signo de la marcha ni la organización que convocaba. Me metía entre los más ruidosos, los más combativos. Me encantaba estar entre los chavos de los CCH (colegios de Ciencias y Humanidades de la UNAM) y las preparatorias populares. Me emocionaba encontrar volantes de la estrella roja que distinguía a los [guerrilleros] de Unión del Pueblo. Me volvía para todos lados, pero nunca veía a quienes habían lanzado esa propaganda. Siempre llegaba tarde, cuando los volantes estaban tirados. Así que nada más los coleccionaba.
Acepta que comenzó a participar en las movilizaciones estudiantiles sin pertenecer a estructura alguna. Se ganó la simpatía de un profesor, un científico fisicomatemático. “Era muy bueno”; estudiaba la maestría en matemáticas educativas. “Nos invitaba a estudiar con él fuera de las horas de clase; incluso íbamos los sábados”. El profesor era miembro del Partido Popular Socialista. No les hablaba sólo de matemáticas. Los invitó a estudiar marxismo. Los círculos de estudio fueron creciendo y Jacobo pronto se transformó en divulgador del materialismo dialéctico.
Como alumno de excelencia que era, Jacobo ofrecía cursos de regularización en física y química a estudiantes de la misma vocacional con problemas en esas áreas. Y también con esos muchachos discutía el marxismo leninismo.
Sin embargo –asegura– tampoco encontró a la guerrilla en la vocacional. “Sí a muchos compañeros que decían que estaban dispuestos a luchar y que si se les presentaba la oportunidad lo harían; pero nadie de ellos lo hizo en realidad”.
Explica que en esa escuela de bachillerato del Instituto Politécnico Nacional no había movimiento político alguno.
—A la guerrilla la vine a encontrar por la vía menos pensada y fuera de todo ese ambiente en [el] que la buscaba; en circunstancias que nunca esperé. Un amigo que sabía de mi intención de ser guerrillero me presentó a una persona. Platicábamos de las injusticias y en el debate le dije que me daban ganas de irme a Centroamérica, donde había guerra. Yo quería colaborar con algo.
“Para qué tan lejos, si aquí también hay guerra”, fue la respuesta de su interlocutor. “Pues sí, pero aquí uno ni los encuentra”, respondió Jacobo a botepronto y la conversación concluyó jocosamente.
—Yo no sabía que él era [guerrillero] y que estaba sondeándome. Me preguntó si me gustaría estudiar más formalmente teoría revolucionaria. Le dije que sí. Mucho tiempo me estuvo observando para ver si cumplía yo el perfil que se necesitaba.
Jacobo Silva dice que fueron “meses y meses” de platicar y de discutir lecturas. La biblioteca del guerrillero en formación era casi toda la obra de Carlos Marx (Manuscritos económicos y filosóficos de 1844; Tesis sobre Feuerbach; Trabajo asalariado y capital; El 18 Brumario de Luis Bonaparte; El Capital 1; Crítica del Programa de Gotha), de Federico Engels (El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado; Del socialismo utópico al socialismo científico) y de ambos (La sagrada familia; El manifiesto comunista; El Capital 2, y El Capital 3).
Pero también los de la chilena Martha Harnecker (Los conceptos elementales del materialismo histórico y Cuadernos de educación popular): “Eran unos folletitos que explicaban el marxismo a nivel popular; casi me los aprendí de memoria”.
Y es que su misión no sólo era aprenderlo, sino divulgarlo: “Empecé a enseñarles a amigos de la escuela y comencé a ir a lugares de los que no puedo decir sus nombres por cuestiones de seguridad. Con base en esos folletos, enseñé a jóvenes y a señoras a estudiar lo que es la lucha de clases, lo que son las masas, el partido y la economía”. También se apoyaba en textos de autores soviéticos y mexicanos.
—Muchas lecturas también fueron sobre historia de México y, particularmente, sobre la Revolución Mexicana y la Independencia de México. También sobre las luchas recientes, como la de Rubén Jaramillo y la de Lucio Cabañas. Eran básicos para mí y casi también me los sabía de memoria: El guerrillero sin esperanza [de Luis Súarez] y Diez años de guerrilla en México [de Jaime López].
Sin embargo, ninguno de sus compañeros terminaría incorporándose a la guerrilla: “Muchos decían que algún día iban a luchar y que se incorporarían a la guerrilla; pero la realidad es que ya tenían otros intereses, otra forma de vida como aspiración”.

Jacobo disfruta recrear la plática que le permitió dar el salto de activista y estudiante marxista a guerrillero, a principios de 1978. Se avispa. Abre los ojos. Vuelve a emocionarse como si de nuevo pasara a la clandestinidad: el mundo desconocido, la aventura que inició a los 20 años de edad.
—¿A ti te interesa la guerrilla? –le habría dicho su tutor luego de “meses y meses” de formación teórica.
—¡Claro! Es lo que he buscado durante mucho tiempo –contestó resuelto.
—¿Y si encontraras a la gente que está en la guerrilla?
—Me incorporo con ellos de inmediato.
—¿Seguro? –las palabras de quien se había convertido en maestro de manera informal sonaban incrédulas.
—Claro… ¿Y tú qué? ¿A poco no te incorporarías? Tú no, ¿verdad? –le habría espetado Jacobo.
—La verdad, yo ya estoy en la guerrilla. Estoy en un grupo armado. Pero tenía que ver si realmente estabas dispuesto y no era nada más una ilusión, un capricho; pero ya vi que sí le entras.
Jacobo confiesa que se habría incorporado a cualquier grupo armado. Le habría dado lo mismo si le hubieran dicho que a la Liga Comunista 23 de Septiembre, la Unión del Pueblo, el Movimiento de Acción Revolucionaria, el Frente Urbano Zapatista o los Lacandones… “Afortunadamente, me dijo: ‘pues al Partido de los Pobres’”. Su mentor y amigo había combatido con Lucio Cabañas. Meses más tarde le presentaría al hermano menor del guerrillero, David, “uno de mis mejores amigos desde ese momento; una persona a quien aprecio y quiero muchísimo”.
—¿A partir de cuándo te puedes ir a la sierra?
—Ya, desde ahorita.
—Mira, podrías estudiar si quisieras, y acabar tu carrera…
—Ya la tengo –habría interrumpido Jacobo–. No necesito buscar más. Para qué quiero carrera si lo que voy a hacer es pelear con el fusil. De qué me va a servir mucha filosofía, física, matemáticas. No, olvídense. Estoy listo. Vámonos.
Jacobo Silva Nogales repara en que la entrevista es presenciada por Leonor Araceli, su hija y de Gloria Arenas Agis, la Coronela Aurora, su esposa. “Éste soy yo, hija –le dice a la joven, que lo escucha con fascinación–. Ya me irás conociendo; ya conocerás más cosas. Así empecé la última pinta de la que apenas regresé”.

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Fuente: Contralínea 330 / abril 2013

 

 

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