María Martha Valladares y Blanca Flor Bonilla transitaron de pasar de la lucha guerrillera a la participación política, que llevó al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional al poder en El Salvador. Fue un proceso que a los salvadoreños llevó 29 años concretarlo y significó sufrimiento y dolor por el asesinato de 75 mil ciudadanos y la desaparición de 8 mil más, por parte de dictaduras y gobiernos de derecha. Ellas cuentan sus historias en entrevistas por separado
En México aún es posible que triunfe un movimiento de izquierda. “Los pueblos van despertando”, coinciden las exguerrilleras María Martha Valladares, mejor conocida como la comandante Nidia Díaz, y Blanca Flor Bonilla, integrantes destacadas del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) que ganó la Presidencia de la República de El Salvador el 15 de marzo de 2009.
María Martha Valladares considera que la vía armada en América Latina es válida. “Es una forma de luchar cuando se agotan y se cierran todos los espacios políticos. Es una necesidad que se nos impuso en El Salvador por la militarización del país”.
—¿Usted ve condiciones en México para que se dé una lucha armada?
—Yo veo ciertos espacios. A nadie persiguen por su actividad política. Pueden opinar, pueden hacer. Cuando se les cierren todos esos espacios, ustedes verán qué hacen. En El Salvador, la exclusión política fue determinante para la guerra civil.
En 2009, el voto masivo de los salvadoreños llevó al poder al FMLN, pese a las campañas del miedo y el fraude electoral de la derecha, que también se vieron en México hace cuatro años.
A Blanca Flor Bonilla se le pregunta que si la mayoría de la población pobre del país hubiera salido a votar masivamente por Andrés Manuel López Obrador en 2006, este candidato de la izquierda habría ganado la Presidencia, a pesar del fraude electoral.
“No sabría decirle. Son procesos que se van dando. Yo pienso que lo último que se debe perder es la esperanza. La crisis económica puede modificar los escenarios políticos. Si el pueblo identifica que izquierda es tener más acceso a la educación y a la salud; es alcanzar la estabilidad laboral y el ingreso para que las familias cubran sus necesidades y vivan dignamente; es acceder a la cultura, las artes, el deporte y la recreación, y es hacer efectivo el derecho de tener una familia integrada, votará por ella.”
—A juzgar por las encuestas, la gente no parece muy convencida de la izquierda y quiere regresar al partido del pasado, al Partido Revolucionario Institucional.
—Sí, cómo no. Pero la realidad mexicana es mucho más compleja que la de mi país. El Salvador apenas tiene 20 mil kilómetros cuadrados, es más pequeño que Tlaxcala, y cuenta con 9 millones de habitantes, 5 millones 800 mil dentro y 3 millones fuera del país.
“Aquí hay varios partidos políticos que están preparándose. Nosotros siempre le hemos dado seguimiento a lo que sucede aquí, porque somos amigos del pueblo mexicano y tenemos amistades en diferentes partidos, aunque nuestra identidad es de izquierda.”
Sus cabellos femeninos, lacios, que caen sobre un rostro maduro, y su voz profunda como la montaña no revelan de inmediato que detrás de esta mujer hay un ser que ha triunfado sobre el miedo.
Este mérito queda al descubierto cuando María Martha Valladares, la comandante Nidia Díaz, empieza a contar sus largos años de lucha para que la república de El Salvador –en lo que a su contribución respecta– tuviera una vida democrática y respetuosa de los derechos de sus ciudadanos.
A una edad muy temprana sintió que podía dar su vida por esta causa. Su país padecía una dictadura atroz y una pobreza y abandono generalizados. Y se metió a la guerrilla. Lo que experimentó allí hoy lo dice sin asomo de drama: los combates, el fuego cruzado, las bombas que quemaban su cuerpo; la desaparición de su marido; su captura por soldados estadunidenses en territorio salvadoreño; su deseo de mejor morir intentando meterse un puñal o arrojándose del helicóptero que la llevaba prisionera; la tortura para obtener información y luego su exilio en Cuba.
La exguerrillera salvadoreña fue detenida en combate por Félix Rodríguez, un asesor militar estadunidense que dirigió la captura de Che Guevara en Bolivia, quien en su libro El guerrero de las sombras refiere –asegura Nidia Díaz– que en su museo particular en Miami, en la calle Le Monde, exhibe como trofeos algunas prendas que portaban estos guerrilleros al momento de su caída: el reloj de Guevara y el sostén de ella.
Con su país en paz, la lucha por el poder siguió a través de la política, y entonces apareció otro tipo de miedo: el de la guerra sucia mediática de la derecha de su país. Campaña de miedo que triunfó en 2004, pero que el domingo 15 de marzo de 2009 el FMLN logró vencer, llevando a la Presidencia de El Salvador a Mauricio Funes, dejando atrás 20 años de gobiernos de derecha.
La comandante Nidia Díaz refiere que su vocación social, humanista, surgió al estudiar en colegios religiosos, de jesuitas, y encontrar, a partir de un retiro espiritual, al prójimo. Desde entonces, su compromiso ha sido irreversible.
Nació hace 57 años, durante la dictadura de Óscar Osorio. Su familia, como el país, padeció el autoritarismo. Su padre, un contador alcohólico, golpeaba a su madre, una bibliotecaria que se hizo cargo de cuatro hijos, uno de ellos con retraso mental.
Nidia Díaz tuvo la posibilidad de canalizar sus inquietudes a través de la labor social. Se incorporó al Movimiento por un Mundo Mejor, integrado por sacerdotes mexicanos, “siguiendo la huella del padre jesuita italiano Ricardo Lombardi”, y después, a diversas organizaciones religiosas, campesinas, estudiantiles y sociales.
Tenía 17 años al salir de bachilleres. Su deseo era ser médico o siquiatra, “porque para mí, los problemas estaban en la cabeza”. Al ingresar a la universidad, refiere, quien la ayudó a inscribir materias era un guerrillero. “No me lo dijo, lógicamente, pero vio en mí ciertos matices de inquietudes, y me aconsejó llevar sociología también, como una parte humanística”.
La sociología le resolvió muchos problemas. “Me enseñó cómo se había originado el capital en El Salvador y el origen de la pobreza, y le di explicación y respuesta a todo eso que yo había vivido en las zonas marginales alfabetizando con Acción Católica Universitaria, a la que seguía perteneciendo”.
En la universidad se incorporó al Movimiento Estudiantil Político y hacía trabajos de campo. Recibió entonces propuestas para incorporarse a la guerrilla de diversas corrientes políticas, y se incorporó al entonces Ejército Revolucionario del Pueblo, que combinaba varias formas de lucha. Nidia Díaz era “guevarista”, porque estudiaba mucho al Che.
A finales de la década de 1971 le dieron varias encomiendas, como editar un periódico, y había recibido instrucción conspirativa de “chequeo, contra chequeo” en la clandestinidad, porque había una represión terrible, durante la dictadura de Fidel Sánchez Hernández.
Nidia Díaz aprendió toda la metodología de guerrilla y a manejar las armas, lo cual le causó conflicto por su formación cristiana. “Era un poco violento tomarlas. Me daba miedo, pero debíamos tener las mínimas normas para desarrollar nuestro trabajo conspirativo y clandestino. No era que ya había iniciado la guerra, sino para protegernos”.
A principios de 1972, aceptó participar de lleno en la guerrilla. No había elecciones libres. Ganaron las elecciones con Duarte, con la Unión Nacional Opositora, que era una alianza de fuerzas socialdemócratas cristianas de izquierda, pero hubo fraude. El nuevo dictador, Arturo Armando Molina, cerró la universidad. Más salvadoreños se incorporaron a la guerrilla.
Nidia Díaz trabajó con obreros, comunidades marginales y especialmente con campesinos, “a partir de la labor pastoral, porque también había una iglesia muy progresista, relacionada con la Teología de la Liberación”.
En 1975 dejó de estudiar en la universidad, después de la gran masacre de estudiantes del 30 de julio. “Tomamos la catedral siete días. Yo era miembro de la coordinación”. Hasta 2000, 25 años después, pudo reiniciar sus estudios e hizo una licenciatura en ciencias jurídicas.
En 1979, hubo un golpe de Estado contra la dictadura y se formó una junta compuesta de militares y civiles. Al inicio había gente de izquierda, pero después se derechizó, ocasionando masacres y el asesinato de monseñor Óscar Arnulfo Romero, el lunes 24 de marzo de 1980, quien desde el púlpito denunció numerosas violaciones a los derechos humanos en El Salvador.
La junta tenía de aliado a la democracia cristiana, la cual se había separado de la Unión Nacional Opositora. En este contexto, en 1980 se creó el FMLN.
Nidia Díaz se casó en 1980 con un revolucionario guatemalteco y se embarazó. En enero de 1981, estalló la guerra civil. “Se desató la guerra de 12 años, porque ellos nos quisieron aplastar. No hubo posibilidad de entendimiento.
“La guerra en El Salvador fue sin precedentes. Mi hijo nació en medio de toda la guerra. Viví 11 años prácticamente separada de él. Lo dejé con mi madre. En 1981, me nombraron comandante guerrillera y trabajé en los comandos urbanos y en el frente rural. A mi marido lo desaparecieron en 1984. Es uno de los 8 mil desaparecidos en El Salvador.”
Participó en ese año en el primer diálogo con el gobierno de Duarte en la región de La Palma, hoy considerada la cuna de la paz. Fue entonces que apareció su rostro por primera vez, luego de estar clandestino durante 14 años. La imagen fue reproducida por el Newsweek y su nombre de batalla, comandante Nidia Díaz, empezó a darse a conocer.
Toda su familia se sorprendió al salir a la luz pública, porque pensaba que se encontraba en México estudiando un posgrado. No sabían que estaba en la guerra civil salvadoreña. A partir de entonces, su familia rezaba el rosario todos los días.
El 18 de abril de 1985, lo tiene bien presente, seis meses después de ese hecho histórico, Nidia Díaz fue capturada por un asesor militar estadunidense, cubano-americano, Félix Rodríguez. Tuvo cuatro heridas de bala y uno de sus brazos se quemó con una bomba. La intervención estadunidense era una realidad. La torturaron para sacarle información, no la dejaban dormir ni le daban pastillas para el dolor ni la alimentaban. Le pusieron piojos en la cabeza.
El relato de esta detención y su liberación aparece en su libro Nunca estuve sola. Se publicó en 1988 en El Salvador, pero fue un libro clandestino, porque al que lo leía lo metían preso”. Hoy es un libro de texto en su país, lleva más de 20 ediciones.
Sólo estuvo prisionera 190 días, ya que la guerrilla capturó a la hija del presidente José Napoleón Duarte –el primer presidente civil de El Salvador desde 1931 en que se instauró la dictadura– en 1985, la cual fue canjeada por ella y 26 prisioneros. Se intercambiaron, además, 23 alcaldes por 101 lisiados de guerra.
Nidia Díaz se fue a Cuba, donde la curaron, y después empezó a involucrarse en la actividad internacional. “Anduve hablando con gobiernos, parlamentos, ganando voluntades a la salida política negociada al conflicto. Derrotamos cuatro proyectos contrainsurgentes en toda la guerra civil. Cada vez que el presidente estadunidense Ronald Reagan le apostaba a nuestra derrota, se recrudecía el conflicto. Estuvimos dialogando ocho años sin negociar”.
Para obligar al diálogo, el 11 de noviembre de 1989 lanzaron una gran ofensiva; tres meses después, lograron ese objetivo. “Participé en todos esos diálogos y en las negociaciones de paz”.
Mientras se realizaban las negociaciones de paz en 1991, Alfredo Cristiani –primer mandatario salvadoreño del partido Alianza Republicana Nacionalista (Arena), fundado por el oficial de inteligencia militar Roberto D’Aubuisson— reconoció en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que la guerra no era un invento este-oeste o de un loco, sino que obedecía a la falta de capacidad de diálogo y entendimiento en su país.
La paz finalmente se firmó el 16 de enero de 1992. Nidia Díaz fue uno de los signatarios. Recuerda a muchas de sus compañeras guerrilleras: “La comandante Lorena Peña, Ana Guadalupe, Mercedes Letona, la comandante Susana, Arlensiú, Graciela, Blanca Flor… unas sobrevivimos, pero otras murieron”.
Regresó a El Salvador y optó por la vía electoral. Fue dos veces diputada, candidata a la vicepresidencia en 1999 por el FMLN y actualmente es legisladora del Parlamento Centroamericano. Aun así tuvo dos atentados en 1994, mientras era diputada. “Están presos los autores materiales, pero no los intelectuales. Sectores conservadores querían revertir el proceso”.
Naturalmente, fue parte del equipo de campaña para el área internacional del candidato del FMLN, Mauricio Funes, que ganó las elecciones presidenciales el pasado 15 de marzo.
En El Salvador, reflexiona, “nadie ha pedido perdón al pueblo por los abusos del poder. Son de las tareas que tenemos por delante”.
—¿Valió la pena la vía armada?
—Nosotros no entregamos nuestras armas, sino que las destruimos convencidos de que esta forma de luchar nos había dado un producto: derrotar políticamente una dictadura y restablecer libertades y derechos que estuvieron suprimidos por décadas, para crear mejores condiciones y continuar la lucha.
Diecisiete años después, continúa, el FMLN “se convirtió en la primera fuerza política del país, la fuerza gobernante. Si no hubiésemos creado esos espacios y no hubiéramos derrotado políticamente esa dictadura, que a cualquiera que era de oposición lo mataba o lo mandaba al exilio, no estuviéramos hablando ahorita”.
Pero el trabajo social de Nidia Díaz no culminó a allí, porque su nuevo frente de lucha hoy es por la liberación, la igualdad y el respeto a los derechos de las mujeres.
En El Salvador, es vicepresidenta de la Asociación de Mujeres Parlamentarias y Exparlamentarias, y líder de la Fundación para el Desarrollo de la Mujer y la Sociedad. Asimismo, en la Conferencia Permanente de Partidos Políticos de América Latina y el Caribe, es la encargada de los trabajos para unificar las políticas de muchos gobiernos latinos hacia las mujeres. “Se trata de ver qué papel juegan las mujeres, cómo incidimos dentro de los gobiernos para hacer valer nuestros derechos”.
—¿Qué quiere ser la mujer hoy en día?
—Un ser pleno que ejerce todos sus derechos e incidir en el quehacer de nuestras sociedades. Que la mujer no tenga discriminación ni ningún tipo de complejo, que se le abra oportunidades como al hombre, es decir, igualdad de salario y de condiciones de trabajo, y se le dé todas las facilidades para salir adelante.
—Y si no ¿que tomen las armas?
—Somos de armas tomar, y las armas son variadas, desde un fusil hasta un libro. Decía Farabundo Martí: cuando la historia no se puede escribir con la pluma, hay que escribirla con el fusil. En El Salvador, la gente decía: “Tu arma es el voto”. Son instrumentos de lucha.
“Las guerras no son fortuitas. Son circunstancias a las que llega una sociedad y que nadie las quiere porque son inhumanas. Y una mujer no quiere eso, jamás, sobre todo porque tenemos un espíritu muy apegado a la vida, porque la creamos, la reproducimos.”
Como parte de la estrategia para ganar la Presidencia de El Salvador, el comando nacional de campaña del FMLN estudió a fondo el documental Fraude, del mexicano Luis Mandoki, para no repetir la historia que llevó a Andrés Manuel López Obrador a “perder” las elecciones presidenciales en 2006.
Blanca Flor Bonilla, exguerrillera, coordinadora de la Secretaría de Relaciones Internacionales e integrante de la Comisión Política del FMLN, participó en ese comando que logró sumar a su país a los movimientos populares de izquierda, que han llegado al poder en América Latina por la vía electoral, desplazando a gobiernos conservadores o neoliberales.
El gobierno, la derecha y el partido Arena de El Salvador, explica, echaron a andar una estrategia para arrebatar un eventual triunfo a la izquierda, basada en una campaña mediática de miedo y en el control de las instituciones electorales para hacer fraude con el voto de los salvadoreños.
Incluso operó en ese país Antonio Solá, el publicista español de Felipe Calderón Hinojosa que participó en el diseño de la campaña de miedo en las elecciones de 2006.
Pero gracias a la preparación del equipo de campaña de Mauricio Funes, y sobre todo a que la mayoría de la población no se dejó influir por el miedo de la guerra mediática, el FMLN, con 29 años de lucha guerrillera y política, ganó las elecciones presidenciales el pasado 15 de marzo, con su candidato, el periodista Mauricio Funes. Es decir, la población salvadoreña votó “masivamente” (61 por ciento del total de salvadoreños inscritos en el padrón electoral), suficiente para nulificar los efectos del miedo mediático y el fraude electoral.
Tres días antes de las elecciones del pasado 15 de marzo, las encuestas contratadas por los estrategas del FMLN –en sus orígenes, expertos en guerrilla urbana– indicaban que Mauricio Funes ganaría por una ventaja de 12 por ciento. El equipo de campaña respiró tranquilo, porque estimó que el fraude electoral abarcaría el 8 por ciento de la votación.
El día de las elecciones, los militantes gritaban en las calles: “¿Quién tiene miedo?” La mayoría no lo tuvo.
Blanca Flor Bonilla vivió el tránsito de ser guerrillera a obtener cargos de elección popular. En las elecciones del 15 de marzo de 2009, ganó la alcaldía de Ayutuxtepeque, municipio del área metropolitana de El Salvador, un pueblo de 60 mil habitantes.
Ella forma parte de la historia de su país. Nació en Santa Lucía, municipio de San Lorenzo, departamento de San Vicente, de El Salvador, de extracción campesina. Su madre fue fundadora de un movimiento de maestros por la defensa de sus derechos laborales, a finales de la década de 1960.
Estudió con monjas y es trabajadora social de profesión. Estando en la primaria, acompañó a su madre a las huelgas de maestros. Eso le creó una sensibilidad a la injusticia y a la pobreza de la zona donde vivía. Fue una semilla de conciencia social y compromiso que marcó su vida.
La dictadura militar existía desde 1931 y duró 60 años. En la década de 1970, Blanca Flor Bonilla fue dirigente estudiantil. Ya existían entonces las Fuerzas Populares de Liberación Nacional. Las organizaciones sociales y de izquierda eran clandestinas, porque no había un respeto a los derechos humanos ni a las elecciones. “La forma de llegar al gobierno era a través del fraude o de los golpes de Estado”.
La guerrilla seleccionaba a las mejores mujeres y hombres del país, por lo que incluyó en sus filas a Blanca Flor, en 1972. Ella aceptó, a pesar de estar embarazada. “Yo no quiero que mi hijo nazca sin libertades y sin democracia”, pensó entonces. Trabajó en el Ministerio de Educación y al mismo tiempo en la clandestinidad.
Con la creación del FMLN, tuvo la convicción, como muchos insurgentes, de que la vía electoral no los iba a conducir al poder.
No se integró formalmente al ejército guerrillero, pero estuvo en los frentes de guerra. Su tarea fue más bien política, pues se encargaba de hacer contacto o vincularse con la población. “Uno tenía que defender su vida, pero que yo sepa nunca maté a nadie”, dice.
Durante la guerra civil de 1980-1992, ocurrieron miles de crímenes atroces y aberrantes. Se estima que hubo más de 75 mil muertos y 8 mil desparecidos, la mayoría civil. Los escuadrones de la muerte fueron los responsables; en los operativos de “tierra arrasada” mataban a todo mundo, independientemente de que fueran niños, ancianos o mujeres. El ejército cometió muchos crímenes de lesa humanidad, asegura.
“Las tres grandes causas de la guerra civil fueron las violaciones a los derechos humanos, en donde tener una foto de monseñor Romero era motivo de desaparición, de cárcel o asesinato; la pobreza y riqueza extremas, es decir, la desigualdad y la injusticia social; y un sistema electoral simulado. No había democracia.”
El FMLN la envió a México a trabajar con la Comisión Política Diplomática, una oficina autorizada por el gobierno mexicano –“era como una ventanilla al mundo”–, como parte del equipo de apoyo al proceso de negociación de los acuerdos de paz.
La derecha, dice, no aceptaba el diálogo, pero con la ofensiva guerrillera de 1989 se dio cuenta que no era posible vencerlos. “Nosotros ganamos políticamente la guerra. Obtuvimos los acuerdos de paz en 1992. México, desde 1981, empezó a hacer gestiones diplomáticas, junto con Francia, para que fuéramos reconocidos como fuerza beligerante”.
Blanca Flor participó después en la Fundación 16 de Enero, una institución que creó el FMLN para poner en práctica los acuerdos de paz, los cuales comprendían, naturalmente, el establecimiento de la democracia con un sistema electoral confiable.
El FMLN y sus organizaciones aliadas tienen 15 años de participar en elecciones para presidentes, diputados y alcaldes, y poco a poco fueron conquistando la preferencia electoral de los salvadoreños. En 2000, Blanca Flor Bonilla fue electa diputada en la Asamblea Legislativa y tuvo dos periodos más.
No obstante, el sistema electoral de su país dejaba mucho que desear, pues estaba dominado por la derecha. La ONU hizo cinco recomendaciones para que fuera modificado: acercar la urna al ciudadano, ya que éste tiene que desplazarse a grandes distancias para poder votar y muchas veces eso se presta a la compra de voto de quienes le ofrecen transporte gratis; depurar el registro electoral, pues se han dado documentos de identidad a guatemaltecos, hondureños y nicaragüenses que votan a favor de la derecha, suplantando la identidad de muertos e indocumentados; aprobar el voto de los salvadoreños en el exterior, alrededor de 3 millones, cuyas remesas representan el 19 por ciento del producto interno bruto; fortalecer las instituciones del Estado, como el Tribunal Supremo Electoral, ya que está manejado por la derecha, y por último, aprobar una ley de partidos políticos que permita regular el financiamiento y las campañas electorales, así como el uso de los medios, dominados en un 90 por ciento por la oligarquía.
A eso hay que sumarle las campañas de miedo. Blanca Flor Bonilla está convencida de que en 2004 ganó las elecciones presidenciales Schafik Handal, el líder histórico del FMLN, pero fue derrocado por el sistema electoral y la guerra sucia mediática.
Recuerda inclusive los spots de esa época que pasaban en los medios mañana, tarde y noche, donde un muchacho indocumentado le avisaba a su mamá que le había mandado 100 dólares. “Pero cuídalos, porque si gana el FMLN nos van a expulsar a todos los salvadoreños que vivimos en Estados Unidos, entonces ya no vayas a votar por el FMLN”, le decía el joven. Entonces, a la madre se le rodaban las lágrimas.
En la campaña presidencial de 2009, insistieron con este tipo de mensajes, pero la gente ya no les creyó, porque el actual presidente en funciones, Antonio Saca, decía que era amigo de George Bush, cuyo gobierno ha deportado a más de 100 mil salvadoreños. Tan sólo en el año pasado, regresaron por avión a 23 mil compatriotas suyos.
La campaña de miedo de la derecha, abunda, fue una campaña de terror. “Metieron miedo por los candidatos del FMLN y eso es horrible, porque daña la dignidad de los candidatos. Eso debería ser un delito”. Por ejemplo, refiere, del candidato a la vicepresidencia, Salvador Sánchez Cerén, decían que era un asesino porque mandó matar masivamente al pueblo, cuando es un hombre ejemplar y sencillo.
Del candidato a la Presidencia, Mauricio Funes, un periodista salvadoreño reconocido, le sacaron aspectos de su vida privada inventados, a partir del primer hogar que formó. A nivel político, lo ponían con Hugo Chávez, Fidel Castro y Daniel Ortega, de quienes decían lo peor. “Ésa es una falta de respeto. Además, sostenían que si ganaba Mauricio, las inversiones se iban a ir, a pesar de que en el país hay poco capital extranjero, y no han llegado por falta de reglas claras. Decían, además, que iba a haber crisis, devaluación, desempleo, etcétera”.
En 2004, reconoce, no superaron la guerra sucia mediática. El miedo venció. En 2009, “el pueblo superó el miedo por la esperanza que generó el FMLN y sus candidatos. Eso propició un cambio”.
Pero también aprendieron de la experiencia mexicana de 2006. Al analizar Fraude, percibieron las debilidades del sistema electoral mexicano que estaban escondidas y de “cosas” que se hicieron en esa elección.
“Nos propusimos conscientemente cometer los menos errores posibles”, asegura.
Blanca Flor Bonilla fue observadora internacional en las elecciones presidenciales de 2006. Aprendió que los partidos tienen que estar más alertas para proteger y cuidar el voto de los ciudadanos. Además, considera que los gobiernos de los Estados deben respetar la voluntad del pueblo, para dar más confianza en las instituciones y en los partidos políticos.
Los frentistas también optaron por mantener bien informada a la población, casa por casa inclusive. Miles de salvadoreños vigilaron la elección, cuidaron el ciento por ciento de las casillas y votaron masivamente. “Fue una insurrección social por la defensa de la soberanía del voto y del país. En las mesas receptoras de votos, teníamos a 80 mil personas, y afuera, a 120 mil en todo lo que implica la logística y la vigilancia de estar pendiente de que no hubiera violencia o atentados a los centros de votación”.
Además, precisa, tuvieron acceso al ciento por ciento de las actas electorales. Enfatiza que la presencia de la comunidad internacional incidió favorablemente en las elecciones. “El partido Arena y el gobierno sabían que estaban bien vigilados, bien observados”.
También cuidaron la unidad dentro del FMLN y establecieron una política de alianzas amplias, no sólo con la izquierda y grupos progresistas, sino “con sectores de patriotas en general. Es decir, con gente que puede ser derecha pero que es patriota y ha sido afectada por el modelo neoliberal; igualmente, empresarios, pequeños y medianos, e incluso millonarios”.
Otro acierto fue la elección del candidato a la Presidencia, Mauricio Funes, que hasta entonces no era un militante del FMLN y ahora lo es. En enero de este año, en las elecciones a alcaldes y diputados, el frente obtuvo 1 millón de votos, y con Mauricio Funes se elevó a 1 millón 300 mil.
Todos estos factores influyeron para que la gente fuera a votar masivamente el pasado 15 de marzo y el FMLN se convirtiera en la primera fuerza política.
“No hay fraude que pueda prosperar cuando la gente sale a votar masivamente”, sentencia.
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