Con 10 días bajo la tortura del temible Miguel Nazar Haro, exdirector de la policía política del gobierno de Luis Echeverría Álvarez, para obligarlo confesar que era el cerebro de la guerrilla de Genaro Vázquez Rojas; con dos meses de convivir con la guerrilla colombiana del Ejército de Liberación Nacional; a punto de ser capturado por la policía secreta de la capital del país que custodiaba la agresión de los Halcones que mataron y reprimieron a los estudiantes el 10 de junio de 1971 en San Cosme; y su testimonio sobre el movimiento de 1968, Armando Lenin Salgado cuenta su experiencia como reportero gráfico durante los turbulentos años de las décadas de 1960 y 1970
Alpuyeca, Guerrero. Lenin Salgado aún conserva frescas las imágenes que tomó con su cámara Yashica y que recorrieron el mundo: la represión estudiantil de 1968 y de 1971; la guerrilla de Genaro Vázquez Rojas en la sierra guerrerense; la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN) en la selva colombiana; el bazucazo a la puerta de la Preparatoria 6; el tráfico de marihuana por territorio nacional, y la pobreza en la ciudad de México.
El fotorreportero denunció, a través de testimonios gráficos dramáticos, la represión del gobierno priista en aquellos años aciagos. Su trabajo como free lance apareció en exclusiva para las portadas de las revistas Time-Life; Sucesos, de Raúl Prieto; Nikito Nipongo; ¿Por qué?, de Mario Menéndez, y para el periódico Excélsior, de Julio Scherer García.
Desde su refugio en este pueblo de agricultores –una confortable casa ecológica de dos aguas que él mismo construyó lejos de la metrópoli y de su actividad de reportero gráfico que abandonó hace 20 años, y que sustituyó por la astrología?, Lenin Salgado, autodidacta, con un año y medio de secundaria, se inspiró en la película La Dolce Vita, de Fellini, para dedicarse a la fotografía.
“Me fascinó ver a los paparazzi que hacían lo que les daba la gana. Yo había trabajado la fotografía en Zapata hermanos. Era fotógrafo de Cuarto oscuro: ahí aprendí la fotografía. Después estuve con Lorenzo Gandini, el máximo representante de la fotocámara de la época. Era el año de 1950 y le ganábamos a American Foto en rapidez de revelado. Como 200 rollos de 35 milímetros de 36 exposiciones en dos horas, un tiempo récord en esa época. American Foto las revelaban en tres días.”
Lenin Salgado vino a este pueblo con varios amigos en 1993. “Algunos se rajaron y se regresaron a la capital. Cuatro ya murieron”, dice. Todos eran periodistas del viejo Excélsior, entre ellos Villa, el subdirector; los Castillo, jefes de fotografía, todos eran reporteros y cuates.
—¿Trabajó en el Excélsior de Julio Scherer García?
—No. Yo colaboré con Deschamps en Excélsior, en los suplementos y sólo hice fotografía. No escribí nada. En Time-Life publiqué lo de los Halcones; en el Life lo de los campos de marihuana en México y muchos otros trabajos como free lance.
—Pues extraordinariamente bien. Trabajaba de taxista. Había fracasado en Toluca como comerciante y me regresé a la ciudad de México con una mano atrás y otra adelante. Entonces no tenía hijos, afortunadamente. Todavía encontré al México de la época de los taxis de 1960, la época en que empezaban los taxis. Tenía buena ruta: de Tlalpan y Reforma. Por primera vez, fui preso político. En ese tiempo era admirador de Fidel Castro. Iba a la embajada cubana y sacaba la hoja revolucionaria y ahí en el taxi ponía los ejemplares. Imagínese, ahí estaba la embajada americana con todas sus orejas y demás. Entonces alguien vio que un taxista estaba repartiendo la hoja revolucionaria. Fidel era un ogro, y yo sacaba bonches de la hoja revolucionaria y todo mundo podía tomarla en el taxi y bajar con su hoja revolucionaria.
—¿Usted se va con Mario a Colombia?
—En marzo de 1967. Mario Menéndez ya había ido a las guerrillas de Guatemala, de Venezuela; había estado con Fidel Castro en Cuba. Hizo un especial de Fidel en la revista Sucesos. Un día, Mario me dice: “¿Tienes una cámara tal y cámara para portadas?” Yo le dije que sí. “Bueno, pues vas a ir conmigo, pero no le digas a nadie”. Pero no me voy con él: él me dice: “Tú vete por tu camino, vete como puedas, llega como puedas”. Yo dije: “Esto es así y ni hablar”. Compro las cámaras; guardo todo. Nadie sabe nada. Hice escala en Panamá, donde entré a los barrios pobres para tomar película y probar las cámaras. Cuando revelé los rollos, se sorprendieron los de la tienda, pues esos lugares eran de lo peor en drogadicción, robos y asesinatos. Fue lacerante ver las condiciones de vida del pueblo panameño, comparado con las zonas residenciales de los americanos. Permanecí seis días, y Mario no daba señales de vida; entonces me fui a Bogotá, una ciudad siniestra. Por la forma de vestir de los bogotanos, al estilo siciliano, da la impresión de encontrarse con puros mañosos. Los periódicos publicaban los robos y crímenes de la Pesada, la mafia colombiana que estaba en pleno auge. El Gordo –así le decían a Mario? me había indicado que trabajara como reportero y actuara como turista. A los tres días de mi estancia en Bogotá, llegó el pinche Gordo y casi me mienta la madre porque no lo esperaba en el lobby. “¡Vámonos!”, me dijo. Llegó con un tipo de los Compas. Abordamos un auto rumbo al aeropuerto donde un DC-3 nos llevó a la zona petrolera de Barranca Bermeja. Permanecimos tres días en un hotel cerca del río. Salimos en lancha de motor fuera de borda; dos horas después desembarcamos y a caminar hasta las tres de la madrugada, después de comer monos hervidos (chocola), yuca sabor a rancio y café –durante un mes no comimos otra cosa?. Hicimos contacto con la guerrilla: los mejores hombres del Ejército de Liberación Nacional, los más valientes y conocedores de la selva colombiana. Llegamos a un claro al día siguiente, ocupado por unos 20 guerrilleros que salieron a nuestro encuentro. Mario habla con el líder del ELN, Fabio Vázquez Castaño. Los moscos hacen estragos. El resto de los mandos, Ramón Vázquez, Juanito N, Víctor Medina Morón, José Ayala y el temible Manuel Vázquez Omar y Leonardo eran nuestros acompañantes.
“A los cinco días de convivir con la guerrilla, Mario me dice que habría una acción y que los guerrilleros deseaban que tomara algo más efectivo. Se emprendió la marcha hacia el lugar donde se desarrollaría la acción: asaltar un tren pagador militar en el departamento de Santander. De pronto, por los walkie-talkie se oyó un desesperado ¡H-K 22!: ‘¡El enemigo se acerca; todo el mundo a sus puestos!’ La dinamita vuela la máquina y queda bufando. Registro la acción con la cámara de 16 milímetros. Los disparos de distintos calibres se cruzan por el área. Mario, grabadora en mano, está narrando todo el combate. ‘¡Ríndanse, hijos de puta!’ No hay un solo herido ni muerto por parte de los insurgentes. Los militares que resguardan el dinero mueren dentro del tren. La retirada se hace de prisa, pero en forma coordinada. En media hora, los helicópteros cercan la zona. Demasiado tarde, avanzamos por la selva virgen. Participaron, en total, 100 hombres. Caminatas de 20, 30 y 50 kilómetros diarios. Algunos guerrilleros preferían ser comidos por los moscos, la malaria, el hambre o los piquetes de víbora antes que caer en manos de los torturadores de la inteligencia militar de Colombia.
—¿Duraron un mes en la selva colombiana?
—Sí, hasta más. Mario Menéndez salió primero que yo. Pensé que lo iba a hacer sigilosamente, pero no. En plena guerrilla, cuando habían acabado de asaltar el tren y se publicó que Mario Menéndez Rodríguez, director de Sucesos, se encontraba con los guerrilleros, con dinero de Fidel, o sea de Cuba, para refaccionarlos y además matando gente, dije: “Ya nos llevó el tren”. Eso fue en 1967, en marzo. Luego de un mes en la selva, salí disfrazado de campesino. Metí mis cámaras y el material en un costal. Omar me dijo que no me preocupara, que los dos guías que llevaba eran buenos. Abrieron paso a machetazos en medio de las ceibas. Me dejaron en una casita donde dormí hasta las cuatro de la mañana. Otro contacto me despertó y me dijo que tomaría el tren en media hora. Subí a la máquina de hierro; me senté junto a una mujer gorda. Frente a nosotros, un par de soldados maldiciendo a la guerrilla por el asalto al tren y a Mario Menéndez por castrista. Jamás imaginaron que yo estuve en la acción, justo cuando pasamos por donde habían volado la máquina. Llegué a Bogotá, pasé al hotel donde había dejado mi pasaporte, dinero y rollos de película, y al día siguiente un taxista exmiembro del Departamento de Seguridad de Colombia, según él mismo me confió, me llevó al aeropuerto, de donde partí a la media noche rumbo a México.
—¿Qué tal el material de los guerrilleros del ELN?
—Mucho. Llevé dos cámaras de cine, una Bolex, una de las más bellas cámaras de esa época. Era una cámara de cine de 16 milímetros que estaban usando los franceses en la guerra de Vietnam; pesaba kilo y medio; una suiza, que ya seguramente desapareció, y tres o cuatro cámaras de 35 milímetros; además una Brunica que pesaba como un demonio. Llevé como 5 mil negativos de 35 milímetros y otros de 120. El trabajo tuvo dos premios, uno en Francia y otro en Italia, de los que yo no supe nunca nada, pues lo manejó Mario Menéndez. Nada más pusieron como crédito “camarógrafos: hermanos Salgado”. Estuve haciendo cine, pero todo eso lo recogió el Gordo Menéndez. Nada se me quedó. Fue mucho trabajo. Estaba enojado con Mario por esa actitud, pero él decía que los guerrilleros no querían más que este trabajo.
“Se publicaron seis números, en julio y agosto de 1967, todos sobre la guerrilla. Se entregó el material y las fotografías. Ellos seleccionaron todas las fotos. Era una guerrilla donde todos los días era soba: caminar, ver que no nos vayan a matar, huir, atacar. Hay personajes que nacen para sufrir. Yo pienso que los Vázquez no tuvieron cuidado, y eso fue muy difícil para nosotros, pero ni a Mario ni a mí nos tocaron, si no de ahí no hubiéramos salido. No estábamos preparados para una cosa tan dura, tan difícil. En un mes llegué a bajar más de 20 kilos. Pasé dos años casi en puras fiebres: debí haber tenido un preadiestramiento.”
—Cuando entran ustedes, ¿cuántos años llevaba la guerrilla?
—Ya tenía tres años. Ya había muerto dos años antes Camilo Torres. Los fundadores fueron los hermanos Vázquez; los fundadores del ELN eran campesinos muy aguerridos. Para nosotros fue muy difícil. Mario fue detenido en Colombia. El gobierno colombiano estaba muy molesto por la acción guerrillera que nosotros fotografiamos y filmamos. Volé a París para vender las fotografías de la guerrilla al París Match, pero el material nunca llegó. A la semana, regresé a México. Mario salió de Sucesos y fundó ¿Por qué? Y con él se fueron los mejores reporteros.
“Al año del asalto al tren, la revista ¿Por qué? tomó vuelo: reportajes del nacimiento de ciudad Neza; la entrada al penal de Santa Martha Acatitla del líder ferrocarrilero Demetrio Vallejo; la zacapela entre estudiantes de las vocacionales 2 y 3, y los de la preparatoria Ochoterena, en la Ciudadela; la represión de los granaderos al mando de Raúl Mendiola Cerecedo durante la marcha por el aniversario del asalto al cuartel Moncada el 26 de julio. Entró de lleno la febril etapa del movimiento del 68, desde la huelga indefinida en todos los planteles de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) y el IPN (Instituto Politécnico Nacional), hasta la represión sangrienta del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas.
“Mario fue recluido en Lecumberri; lo acusaron de conspiración, invitación a la rebelión, fabricación de bombas. Salió y se exilió a Cuba un tiempo, y su hermano Roger se hizo cargo de la revista ¿Por qué? Siguió con su línea dura de denuncia de las atrocidades del régimen echeverrista.
“En esta etapa, entre mediados de 1967 y principios de 1971, escribí reportajes; no sólo hacía fotografía. Publiqué el genocidio de los tarahumaras en Chihuahua; los negocios sucios de Carlos Hank González; el despojo de tierras de los campesinos del valle de San Mateo, del valle de la muerte en Mexicali; las condiciones infrahumanas de los presos de la cárcel de Tijuana; la tortura del peón michoacano Francisco Moreno Zavala a manos de policías municipales de Uruapan; las encomiendas en la tierra de Zapata; las loquitas de Tepexpan, entre otros.”
—¿Cómo contactó a Genaro Vázquez?
—Ellos me contactaron a principios de 1971. Me contactó la mujer de la rosa, porque dijo que iba a ir con una rosa, ahí en pleno zócalo: era la contraseña. Un compañero de la revista ¿Por qué? me dijo que habían ido a buscarme dos veces. “Quién”, le pregunté. “Una mujer te dejó este recado”. “¿Es bonita?” “No sé, yo no la vi”. Abrí el sobre y decía en forma lacónica: “Lo espero el viernes a las cinco de la tarde en la puerta central de Catedral. Para que me identifique, voy a llevar una rosa en la mano. Vaya solo; es un asunto que le interesa”. Así fue como me contactaron. Ella era la cuñada de Genaro Vázquez. Nos fuimos a tomar un café y me dijo: “Este mensaje es de Genaro”. Emocionado, le respondí que para eso yo estaba disponible las 24 horas del día. Después de un tiempo, me habló por teléfono y me dijo: “¿Está usted listo?” “A la hora que usted diga”, le dije. Días más tarde, nos fuimos a Acapulco y luego a La Montaña. Ellos esperaron a que fuera de noche. Nos bajamos en un lugar de la carretera y a caminar y caminar hasta el amanecer.
—Llega usted a la sierra y qué le dice Genaro.
—Genaro me trató muy bien. “Paisano, cómo te fue. ¿Estás cansado? Aquí te vamos a tratar más suavemente, no como en Colombia que tuviste que comer puros monos. Aquí no comemos monos, aquí comemos carnita, cecinita cuando se puede, y frijolitos también, huevitos, aquí hay… bueno para que no te nos vayas a adelgazar demasiado.
“Genaro sabía cómo me había ido en Colombia. Fue muy cordial. Estuve cinco días en La Montaña guerrerense. No nada más era la cuestión de la entrevista. Nunca estábamos en un solo lugar; teníamos que estar en movimiento para evitar ser detectados.
“El primer día en el campamento José María Morelos, Genaro tuvo una reunión con la gente. Se discutieron los problemas de la región: los caciques, cómo los estaban jodiendo. Él tomaba nota de lo que estaba pasando y recibía las quejas. Los guerrilleros y campesinos se saludan y abrazan. De pronto, reunido el quórum, habla el líder:
“‘Compañeros, las condiciones miserables e infrahumanas impuestas por la oligarquía, en perjuicio de las mayorías de nuestro pueblo, hacen necesarias, una vez más, las montañas del Sur del país. Estos montes que sirvieron de trinchera a nuestros héroes de la Independencia y la Revolución serán escenario de la última batalla que la clase campesina tiene que lograr para su total liberación.’
“Todos asienten con ligeros movimientos de cabeza la arenga del profesor, egresado de la preparatoria de San Idelfonso, de la Escuela Nacional de Maestros y de la Facultad de Derecho de la UNAM, quien desde entonces llevaba un registro de las atrocidades del régimen en agravio el pueblo, desde la matanza de Chilpancingo, el asesinato en masa de los humildes de Iguala, el sacrificio de decenas de copreros en Acapulco, hasta la matanza del 2 de octubre en Tlatelolco.
“Genaro había sido líder de la Asociación Sindical Guerrerense. Nadie desconocía las ciertas divergencias entre él y Lucio Cabañas. El maestro era un hombre tranquilo que se vio obligado, en cierta forma, a ser guerrillero. Supe cómo lo rescataron de la cárcel. Lo iban a matar. Ya lo traían entre ojos; sólo estaban esperando el momento para que no fuera tan aparatosa su muerte. Miembros de la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria lo sacaron de la cárcel. Estuvo huyendo dos o tres días. Pudo más la liebre que la zorra, como él dijo, y lo liberaron.”
Lenin Salgado retoma algunas referencias textuales de su libro para responder a la pregunta sobre cómo observa Genaro la situación nacional de la época.
—Genaro plantea que su lucha responde a un imperativo de orden nacional: “Aunque no inventamos la guerra de guerrillas, lo consideramos como el medio eficiente para obtener la liberación y el bienestar de los mexicanos. En Guerrero se dan las condiciones objetivas y subjetivas para librar la guerra de liberación.
“Lo primero que había que hacer era sentar las bases, cimentarlas y asegurar la subsistencia del movimiento guerrillero en Guerrero. Luego, proyectar las acciones armadas a escala nacional y lograr la coordinación con grupos de otros que aspiran el mismo objetivo: el bienestar definitivo del pueblo.
“La Asociación Cívica Guerrerense se transformó en Asociación Cívica Nacional Revolucionaria, organización que fue la base de donde surgirán las demás organizaciones armadas y pugnarán por la unidad con otros grupos que van en pos de las mismas metas, y que hoy, por la clandestinidad o el grado de desarrollo inicial, todavía no tenemos conocimiento de su existencia.
“Buscamos la unidad a nivel internacional, con las fuerzas de otros pueblos que combaten contra el enemigo común: el imperialismo.
“Como revolucionario, nuestra orientación está inspirada en las realidades concretas de nuestro país, en sus problemas sin resolver, en el poder del enemigo que nos oprime. Por supuesto, creemos en la doctrina científica, que nos brinda la posibilidad de interpretar correctamente el mundo y los problemas sociales que lo aquejan. Simpatizamos con las revoluciones de la Unión Soviética, China, Cuba y Vietnam, cuyos gobiernos, a pesar del imperialismo, conducen a sus pueblos por los caminos de la libertad…”
Lenin Salgado concluye la cita. Agrega: “Le pregunté si podía tomar fotografías de todo lo que se moviera. Él me dijo: “Has lo que tú quieras. Es tuyo, el trabajo es tuyo; puedes ponerlo en la prensa extranjera, en la prensa de México. Lo que tú creas conveniente”.
—¿Genaro no le restringe nada?
—No. Genaro me dijo: “Hay que tener cuidado, no nos vayas a agarrar como al tigre de Santa Julia. De plano, no das chance de nada”. Tomé fotos a todos, ocultos entre la montaña, en grupos. Lo mismo que a los guerrilleros del ELN de Colombia.
“Cuando salí del campamento de Genaro, redacté la entrevista; las fotos, en blanco y negro y a color; un chorro de rollos, y traté de venderlas a la revista Time-Life, pero ya no estaba mi cuate ahí. La agencia AP me dio 2 mil pesos por dos fotos, y quién sabe cómo las publicaría.”
—¿Cómo vivió lo de los Halcones del 10 de junio?
—Esa tarde del 10 de junio precisamente fui con Roger Menéndez ?Mario todavía estaba preso en Lecumberri? a entregarle el material de Genaro Vázquez para que se publicara. Apenas alcancé a llegar porque venía una marcha de estudiantes. Había vendido sólo dos fotos a la agencia AP. Genaro me dijo que hiciera lo que quisiera con el material, siempre y cuando no se falseara nada. Le prometí que lo que él dijera era lo que se iba a publicar. Le dije: “Oye, Roger, fíjate que hay unos tipos en Melchor Ocampo y por el Casco de Santo Tomás que están bien raros; no se ve que sean estudiantes”. Yo pasé con mi moto delante de ellos. Eran grupos de 10 o 15, y estaban mirando con una mirada feroz. Afortunadamente yo no entré al perímetro.
“Le dije a Roger: ‘Son 70 fotografías’. Creo que le llevé 18 cuartillas para tres reportajes. Me recibió el material y no me dio ni un peso. Sólo me dijo: ‘¡Déjalos!’ Feliz de la vida se imprimieron 500 mil ejemplares. Yo estaba bien jodido. Luego me dice que cubriera la manifestación del Politécnico. Llegué minutos antes que los Halcones. Dejé la moto en el garaje que estaba junto al cine Cosmos y empecé a tomar fotos de la manifestación estudiantil.
“Todos estábamos esperando el grito de ¡Viva el Che Guevara, cabrones! Pero veo que en ese momento se mueven los Halcones, todos con kendos, chacos y algunos con pistolas. ‘Son unos malditos; nos van a golpear’, dijo Francisco, mi compañero, y nos metimos a una vinatería desde donde oímos los gritos de dolor de los manifestantes.
“Ahí andaba Manuel Marcue Padiñas, que era un luchador. El primero en recibir un santo garrotazo fue el camarógrafo de la NBC, Antonio Halik. Le pregunté a Francisco Zúñiga, mi compañero, qué estamos haciendo aquí. Yo ganaba dinero por tomar fotos, no por esconderme en una vinatería, y era mi problema tomar las fotos. Le dije a Francisco: ‘Vámonos’. Nos echamos a correr. Entramos a un zaguán. Era un desastre. Los tipos andaban con garrote en mano pegando a todo lo que se movía. Eran más de 500, y los policías como si nada. No respetaron a nadie; desaparecieron a todo mundo.
“Cuando subimos hasta el último piso del edificio donde nos metimos, se veía perfectamente; sólo cambiamos de telefoto y a darle. Las primeras fotos fueron tomadas abajo, en la calle, de todo lo que se pudo. Otras fueron con puro telefoto. Nos descubrieron los desgraciados Halcones y empezaron a echarnos bala. Me dice Francisco: “Agáchate, te van a dar”. De pronto, los desgraciados empezaban a tocar la puerta para que abrieran. Entonces nos descolgamos por los tubos del drenaje. Pensamos que nos iban a dar. Arriba había un muchacho todo sangrado de los garrotazos que le habían dado; también le tomé fotos. Nos escondimos en una cornisa y nos quedamos ahí, paraditos, sin movernos. Los Halcones subieron y no nos vieron. Nos escapamos. Vimos una puerta y tocamos:
—¿Quién es?
—¡Somos periodistas!
—A ver, pasen su credencial por abajo de la puerta.
Afortunadamente, llevábamos credenciales. Nos abrieron. Adentro había un montón de gente resguardándose, entre estudiantes y periodistas. A unos los habían golpeado. Todos estaban calladitos. Luego escuchamos que llegaban otros, tocaban y gritaban que les abrieran, pero eran fintas de los Halcones para ver quién estaba ahí. Nos preguntaron por dónde habíamos llegado; les dijimos que por el drenaje. Ahí pasamos varias horas.
“Después, una señora grande, oaxaqueña, nos llevó como si fuéramos sus hijos. Pusimos las cámaras en una bolsa de pan y los rollos me los metí en los calcetines. Ya había pasado el movimiento estudiantil de 1968, y ya sabía que eso era lo único que se podía hacer. Dije: ‘Si nos agarran estos malditos…’ Lo peor es que yo pensaba en mis cámaras y en que no me fueran a joder. Llegamos donde dejamos la moto y nos despedimos de la señora. Di la vuelta hasta avenida Chapultepec. Fui al Sur con tal de alejarme de ahí.
“Estaba revelando las fotos como a eso de las 10 de la noche cuando oigo que Alfonso Martínez Domínguez está diciendo en la televisión que lo de San Cosme fue una lucha de estudiantes contra estudiantes, y que hubo algunos golpeados. Así nada más. Ya había 40 muertos.
“A primera hora fui con el portero del Time-Life y le pedí que se las diera al señor Benavides. Me dio 3 mil pesos por tres fotos. Se publicaron en la revista ¿Por qué?, en Siempre; años después, en Proceso. Nunca les ponían mi crédito.”
En junio de 1971, a las pocas semanas de su regreso de la entrevista con Genaro Vázquez, y de haber cubierto la masacre de los Halcones el 10 de junio en San Cosme, Lenin Salgado fue levantado por los testaferros del regente de la ciudad de México, Alfonso Martínez Domínguez. Lo acusaron de ser el cerebro de Genaro Vázquez en el Distrito Federal. Padeció la tortura en las mazmorras de la Dirección de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia (DIPD).
—Cuénteme de su experiencia con Nazar Haro.
—Después de 1968, de Genaro Vázquez y de los Halcones, tenía muchas ganas de hacer algo más, pero me desaparecieron y me dieron jaque mate. Me agarró Miguel Nazar Haro. Me torturó hasta donde pudo, y luego ya no hubo quién me diera trabajo. El único que me ayudó fue Bernard, de la revista Time-Life, para salir en libertad porque estaba considerado como el cerebro de la guerrilla de Genaro Vázquez en el Distrito Federal.
“La detención fue la experiencia más cruel que me haya sucedido en mi vida. Fueron muchos días de tormento, desasosiego, de no saber nada, de ser preso político. No me ayudó Roger. Cuando los detuvieron a ellos en el Campo Militar Número 1, Horacio Espinoza Altamirano publicó un libro sobre el tema. Lo leí y me dio mucha risa. ¡No, hombre, los trataron como a unas damas! A mí me hicieron pozole.”
—¿Lo desaparecieron?
—Sí, 10 días. Terminé en la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal. Ahí me botaron. Quedé apestado para siempre; ya nadie me dio trabajo. Estaba fichado en los medios de comunicación y nunca más pude meter una foto en ningún medio. A partir de ahí, ya nadie me publicó. Después del halconazo de 1971, todos publicaban mis fotos y no me daban el crédito.
Este episodio, Lenin Salgado lo cuenta en su libro Genaro Vázquez, una vida en guerra, cuya primera edición de 1982 de la editorial Planeta se agotó en dos meses, y extrañamente ya no se publicó la segunda edición. Describe el terror que vivió bajo la bota de los genízaros de Miguel Nazar Haro. Aquí algunos extractos:
“Sentí el cañón de sus pistolas en las costillas tratando de levantarme en vilo.
“¿De qué se trata? ¡Debe ser un error!, grité. Tres carros repletos de la temible DIPD, acompañados de un jeep militar, llegaron de inmediato. Alicia les suplicaba que no me hicieran daño, que no era un delincuente. Alcancé a decirle: ‘¡Llama a la revista, a Carlos Ferreira, a los amigos!’ Me aventaron al interior e un vehículo, tirándome al piso, al tiempo que me cubrían con un abrigo andrajoso y sucio, impidiéndome la respiración y quemándome con el cardán del carro. Me golpearon con saña; me asfixiaban.
“Después me vendaron, me amarraron fuera del auto y me previnieron: ‘Con cuidadito, cabrón, si te mueves vas a dar hasta el fondo del barranco y todavía tienes que hablar de tu amiguito Alfredo de la Rosa’.
“Escucho caballos que se espantan. Luego empiezan a desnudarme con esmero. Me levantan en vilo; me sumergen. Siento el sabor de aguas sucias, babosas. Me niego a tomarlas. El ansia de respirar me hace tragarlas.
“‘¡Échenlo de nuevo!’, escucho fugazmente. Me sacan del agua, que ya sale a raudales por mi nariz, boca, ojos. Todo mi cuerpo es agua hedionda.
“Al cuarto día, me quitaron las vendas, me sentaron frente a un individuo de piel blanca y ojos azules. ‘Armando, yo no te voy a torturar, yo tengo otros métodos para hacerte hablar. Ves esta jeringa, en unos minutos me vas a decir todo lo que quiero saber’. Inmediatamente le extendí mi brazo. Me vio tan decidido que soltó la jeringa y con voz resuelta, dijo”:
—¿Con quién revelaste las fotos de Genaro Vázquez Rojas?
—Con Alfredo de la Rosa.
—Tú eres el cerebro de los comandos para ayudar a Genaro Vázquez con dinero y armas en la ciudad…
—Si fuera eso, usted no me tendría enfrente, al menos vivo. ¡Nunca me hubieran agarrado desarmado e indefenso!
—¿Cómo le hiciste para llegar hasta Genaro? Nosotros tenemos 25 mil soldados buscándolo y tú solito lo encontraste.
“Hasta el lugar donde era interrogado, llegó un sujeto gordo. Era Raúl Mendiola Cerecedo, jefe de los paramilitares de la DIPD y de la Policía Judicial. El interrogatorio continuó. Fui vendado nuevamente y sacado de los separos de la DIPD. Me dejaron cerca de las oficinas de la Procuraduría de justicia del Distrito Federal.”
—¿Intervinieron la imprenta?
—Pues sí. A ellos les hicieron también su onda. Mario Menéndez se exilió a Cuba. Yo con él nunca tuve ningún problema. La otra cara de la moneda era Roger, su hermano. Yo pensaba en mis escritos, porque Roger los editaba y ya no eran lo mismo. Imagínese yo en la cárcel; no en la cárcel sino en el Campo Militar número 1 con los tipos de Nazar Haro atormentándome, amenazándome y burlándose de mí. Eran unos desgraciados. Yo sólo respondí que no tenía nada de malo, que trabajaba como reportero, que no tenía de que arrepentirme ni por qué sentirme mal, pues haber entrevistado a un guerrillero no significaba que yo fuera guerrillero.
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