El movimiento estudiantil de 1968 impactó el sistema político mexicano pero, sobre todo, rompió las férreas estructuras culturales que soportaban una sociedad profundamente autoritaria. El país no sería el mismo luego de las movilizaciones que iniciaron a finales de julio y concluyeron a principios de octubre de ese año.
Investigadores sociales evalúan para Contralínea el legado del movimiento estudiantil que se saldó con la masacre del 2 de Octubre: una matanza –perpetrada por el Ejército Mexicano, la policía política de la Dirección Federal de Seguridad, el Batallón Olimpia y la policía de la capital del país– de alrededor de 300 estudiantes en la Plaza de Tlatelolco, Ciudad de México. También durante ese día y los subsiguientes fueron detenidos y vejados alrededor de 1 mil 400 personas.
Por separado, los investigadores concluyen que los principales logros del movimiento estudiantil no fueron inmediatos, pero fueron profundos. Más allá de los cambios que desataron en el ámbito político, los alcances son incluso culturales.
El doctor en historia Carlos García Benítez señala que “la primera enseñanza” del movimiento de 1968 fue la posibilidad de impugnar el sistema autoritario. Aclara que tal increpación trascendió el ámbito político. De hecho, los jóvenes de entonces se rebelaron contra lo que ocurría al interior de sus casas. Ahí fue el primer rompimiento. Y es que en esa época, si bien autoritaria, se fincaba en un consenso social heredado de tiempos de la Revolución.
El también maestro en comunicación y catedrático en la Facultad de Estudios Superiores (FES) Aragón de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) dice que sólo en el largo plazo se pueden entender los logros del 68 mexicano.
“Si tenemos una mirada a corto plazo diríamos que no [tuvo logros] porque este movimiento terminó con la matanza de los estudiantes, provenientes de los distintos sectores sociales que participaban. Habrá que entender que los resultados de los procesos históricos no se dan a corto plazo sino, por el contrario, a largo plazo.”
Señala que de 1968 a la fecha inició un proceso de “rebeldía” contra el autoritarismo. En su conjunto la sociedad inició un proceso de “desafío” y de no aceptar un sistema autoritario; incluso, a tomar la calle como espacio público. Explica que esta “herencia” resulta más palpable en la Ciudad de México.
“Inició un proceso de rebeldía contra el autoritarismo. Se trató de un desafío al sistema autoritario; cuestionar su legitimidad y su propia existencia”
En efecto, entonces las grandes concentraciones ocurrían generalmente a favor del presidente en turno y eran auspiciadas por los sectores del monolítico Partido Revolucionario Institucional (PRI): la Confederación Nacional Campesina (CNC), la Confederación de Trabajadores de México (CTM) y la Confederación Nacional de Organizaciones Populares (CNOP).
Ya habían ocurrido movilizaciones de oposición importantes, como la de los ferrocarrileros y la de los médicos, a finales de la década de 1950 y principios de la de 1960. Pero no llegaron a ser tan masivas como las de los estudiantes en 1968.
El otro legado es “la necesidad de democratizar la vida pública”. García Benitez se refiere a la conciencia que se creó en cada vez mayores esferas de la sociedad para democratizar las decisiones, las instituciones y la movilidad social. Tal impulso no necesariamente se expresa en la política que se realiza mediante el sistema partidista-electoral.
Se refiere el investigador esferas de la vida social en que se desarrolla la lucha feminista, de género y por la reivindicación de los derechos de la comunidad de la diversidad sexual, por ejemplo. Y por otro lado vemos las revoluciones de las manifestaciones artísticas, sean literarias, musicales, escénicas, cinematográficas.
Valeriano Medina Ramírez, doctor en Estudios Políticos y Sociales señala que el movimiento de 1968 fue, en primer lugar, una ruptura generacional. Luego de un largo periodo de restricciones que impuso la Revolución Mexicana, la Guerra Cristera y la Segunda Guerra Mundial, la entonces nueva generación de la década de 1960 vivían un periodo de auge económico.
El también sociólogo y politólogo explica que, por ello, las demandas de los estudiantes no eran de índole económico, sino de mayor libertad y democracia.
Especialista en movimientos sociales y grupos de poder, Ramírez Medina destaca que ninguna de las siete demandas del pliego petitorio estaban relacionadas con recursos económicos, combate a la pobreza o gremiales.
Y como elemento central “exigía un diálogo público con las autoridades para que el Estado asumiera las responsabilidades de la represión. Gustavo Díaz Ordaz estaba dispuesto a cumplir seis demandas, menos el diálogo público de igual a igual con el movimiento estudiantil: no iba a poner en riesgo la institución presidencial”.
Es decir, lo que los estudiantes estaban cuestionando directamente era la legitimidad del régimen y del presidente.
Por su parte, García Benítez señala que el legado del movimiento de 1968 no es de una sola corriente social. Incluso, al interior de la izquierda discurrieron varias vertientes.
“Una incidió en la decisión de hacer manifestaciones pacíficas hasta lograr un cambio de régimen; otra es de la radicalización, que inaugura la guerrilla urbana, y la de continuar la lucha desde otras esferas, tanto universitarias como culturales.”
Explica que el movimiento antiautoritario se fue engrosando hasta llegar a la década de 1980 cuando, luego del terremoto de 1985 y del cisma al interior del PRI, amplios sectores confluyen en la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas a la Presidencia de la República en 1988.
“Se avivan estas ideas democratizadoras y de participación, de cambiar la manera de hacer política en el país, y hay gente que sigue trabajando en los grupos activistas de la sociedad civil. A los que nos ha tocado vivir estas épocas post-68 adquirimos muchas maneras teóricas y simbólicas de concebir la realidad social hoy día.”
Señala que los medios de comunicación y el ejercicio periodístico también encuentran inspiración en el movimiento para construir la prensa libre y ejercer desde esos espacios los procesos democratizadores.
Profesor-investigador adscrito al centro de Estudios Políticos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Valeriano Ramírez explica que cada movimiento, sea social o armado que surgió en México después de 1968 tienen como origen situaciones específicas y particulares, “pero todos tienen un común denominador: son clase media, todos son estudiantes de bachillerato y licenciatura y buscan más espacios dentro de la política”.
El doctor Carlos García dice que el triunfo de Andrés Manuel López Obrador en las elecciones de 2018 –50 años después del 2 de Octubre– es parte de ese proceso de democratización iniciado en 1968.
Señala que el propio presidente de la República ha reivindicado a los estudiantes y ha enarbolado las banderas de las luchas sociales. A decir del investigador, hoy México vive en una democracia y los pobres del país comienzan a participar de las decisiones de gobierno.
“Luego de tantas décadas, al menos nos podemos morir con la idea de que sí vivimos un proceso electoral democrático; y que la democracia sí fue posible en este país, cosa que era impensable hace años.”
Aclara que sí hay democracia electoral pero eso no quiere decir que ya se hayan resuelto los problemas sociales del país. “Las demandas de las clases sociales perjudicadas y ofendidas por los acontecimientos de 1968 siguen vigentes”.
Ramírez Medina, también profesor en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), señala que el movimiento, aparentemente derrotado en 1968, logró reconfigurar el sistema político mexicano.
Explica que los estudiantes terminaron aglutinado no solamente contingentes estudiantiles, sino que conjuntaron a las nacientes colonias populares, el movimiento obrero y el movimiento campesino. Es decir, hizo converger a las clases bajas con la clase media.
“Es la herencia que tenemos que considerar: la rebeldía de los jóvenes fue el reflejo del descontento social, la ilegitimidad del régimen y la incapacidad gubernamental de resolver los problemas de la sociedad.”
Explica que López Obrador generó grandes esperanzas de justicia social. El riesgo es que, de no cumplir con las expectativas, se podría generar un gran movimiento social en su contra.
Para muchos sectores, Andrés Manuel es su última esperanza. De fallar, estaremos ante un nuevo movimiento que no tendrá nada que ganar, pero tampoco nada que perder. Y ahí no hay solución.
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