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El club de los impacientes

Por desgracia se interpone ese irritante interregno cuasi paralizante. Ese dilatado y ambiguo espacio de transición que caracteriza al senilmente esquizofrénico reino del sistema político autoritario mexicano y sus 30 años de salvaje fundamentalismo neoliberal. Donde el agonizante soberano, socialmente indeseable y que ya apesta a muerto, ve impotente cómo su autoridad se eclipsa irremisiblemente, y el príncipe heredero no se ha coronado legalmente como el rey sustituto. En el que el próximo dueño de los destinos de la nación se impacienta porque aún no puede ejercer sus potestades constitucionalmente concedidas como señor de horca y cuchillo, depositario absoluto del Poder Ejecutivo que avasalla a sus dóciles y supuestamente pares del Legislativo y Judicial, y somete a las mayorías que carecen de los mecanismos jurídicos para defender sus intereses ante las tropelías del bloque dominante político-oligárquico.

La ruptura del pacto laboral y la nueva esclavitud asalariada

Ante la toma de la tribuna realizada por los diputados de la oposición (“desfiguro” que ruboriza a analistas modositos como Jorge Alcocer, tránsfuga de la “izquierda” como los tragicómicos René Arce o Rosario Robles), los “delincuentes que se hacen llamar legisladores” –como calificó el jurista Clemente Valdés a los congresistas del Partido Revolucionario Institucional (PRI)-Partido Acción Nacional (PAN)-Partido Verde Ecologista de México (PVEM)-Partido Nueva Alianza (Panal)– bramaron: “¡no a la violencia! ¡no a la violencia!”.

La contrarreforma laboral o el retorno a las cavernas del capitalismo salvaje

El 4 de marzo de 1933, en su discurso de toma de posesión de la presidencia estadunidense, ante una población brutalmente golpeada por el colapso del “libre mercado” decimonónico, que arrojó a millones de personas al desempleo y al infierno de la miseria, Franklin D Roosevelt pronunció una de sus famosas expresiones: “Déjenme afirmar mi firme creencia que a lo único que hay que temer es al propio temor”, resonancias de las palabras del griego Epicteto de Frigia, (55-135), el filósofo griego estoico que algún tiempo fue esclavo en Roma: “No hay que tener miedo de la pobreza ni del destierro, ni de la cárcel, ni de la muerte. De lo que hay que tener miedo es del propio miedo”.

¿Legalizar la moderna esclavitud?

Como trabajadores tenemos derecho al empleo, a la estabilidad laboral, a la jornada de ocho horas, a las prestaciones, al séptimo día de descanso, derecho de asociación, de huelga, servicios de salud, educación, vivienda. Nada de esto se cumple con los gobiernos del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y del Partido Acción Nacional (PAN). Ahora quieren hacer una reforma laboral para “legalizar” el despojo de nuestros derechos que, por otra parte son irrenunciables, pues nos pertenecen por el sólo hecho de ser humanos.

Golpe de Estado contra los trabajadores

El proyecto de reforma laboral enviado al Congreso de la Unión por Felipe Calderón, con carácter de “preferente”, encierra un auténtico golpe de Estado en contra de millones de trabajadores no sólo de la ciudad, sino también del campo, a los que se pretende anular sus derechos consagrados en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y en la Ley Federal del Trabajo, tales como la estabilidad en el empleo, el salario remunerador, las condiciones dignas de trabajo, la seguridad social, el derecho a huelga y la libertad sindical, entre otros.

Heredará el próximo gobierno litigios en Pemex

La administración federal heredará al próximo gobierno un cúmulo de demandas en contra de Pemex: conflictos civiles, penales, laborales, mercantiles y arbitrales, que se litigan en México y en el extranjero. La mayoría de los laudos podrían perderse y con ello generar una sangría económica a la paraestatal.

Los trabajadores y su decisión electoral

El tema de la generación de empleos se va colocando como uno de los insalvables pendientes en la agenda de los candidatos presidenciales; hace seis años, a cambio de su voto, Calderón prometió a los mexicanos, convertirse en el “presidente del empleo” y generar 1 millón de puestos de trabajo anuales y bien remunerados que ayudaran a resarcir el poder adquisitivo de los trabajadores. Hoy, a la distancia, no hay generación de empleos, los salarios han visto pulverizar su poder de compra en un 42 por ciento y, peor todavía, la clase trabajadora ha enfrentado una de las peores embestidas en toda su historia por parte del gobierno federal.

Panismo profundiza precariedad laboral

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