Los infantes de la frontera de Tamaulipas crecen bajo una nueva modalidad de violencia que no llega sólo de los medios de comunicación sino de su propio entorno a través de los enfrentamientos que han roto la calma de la región. Hay quienes se han acostumbrado a vivir con estos sucesos, algo que no es nada recomendable, según los expertos en educación
Silvia Cruz
Reynosa, Tamaulipas
La primera vez que escuchó disparos de arma de fuego, Ana Karen pensó que eran cohetes. La ausencia de alguna fecha festiva o de motivo para celebrar y más aún, encontrarse a plena luz del día, la ubicó en su realidad: estaba en medio de un enfrentamiento a balazos.
La niña de sólo 8 años de edad se encontraba junto con su familia afuera de un negocio de comida rápida que resultó ser la uno de los puntos claves donde se desató la violencia.
“El otro día estábamos con mi mamá en la camioneta y empecé a escuchar como cohetes, le pregunté a mi mamá qué era eso y nos dijo que eran balazos”, contó la pequeña.
Lo siguiente para la familia de la niña fue refugiarse en un local cercano, tirarse al suelo y esperar que pasara el enfrentamiento que duró casi una hora… la más eterna que la pequeña ha tenido en su corta existencia.
“Me dio mucho miedo y estaba muy asustada, le pregunté a mis papás qué era eso y cuando se escuchó más fuerte el ruido vi que eran balazos”, relató.
Ana Karen comprendió que la situación era grave cuando otra pequeña que ahí se encontraba escondida tuvo una crisis nerviosa.
“Entró otra niña llorando y me asusté más cuando la vi así, esa fue la primera vez que me tocó ver una balacera”, compartió la pequeña quien a sus pocos años ya maneja términos como “balacera”, “enfrentamientos” y “armas largas”.
Estas palabras se han vuelto de uso común aún en su tierna infancia y es que ella es una de los miles de niños de la región que le ha tocado acostumbrarse a la violencia que se vive en las ciudades fronterizas desatada tras la guerra a la delincuencia decretada por el presidente de la República, Felipe Calderón Hinojosa.
Sin embargo lo que nadie previó con el anuncio, es que además de los servidores públicos caídos en esta guerra, existen otras víctimas colaterales: los niños de las ciudades fronterizas.
PEQUEÑAS VíCTIMAS
El 17 de enero del año 2008 fue la primera ocasión que la guerra contra el crimen organizado dejo como secuela una balacera que involucró a los estudiantes de un jardín de niños en la ciudad de Tijuana, Baja California.
Por más de tres horas, niños menores de cinco años permanecieron en el centro educativo “Alegría”, hasta que las autoridades decidieron desalojar el lugar. Las imágenes de los pequeños corriendo con las manos en la cabeza dieron la vuelta al mundo.
Sólo un año después, este tipo de enfrentamientos en las inmediaciones de escuelas, centros comerciales y religiosos a plena luz del día, se han vuelto situaciones tristemente comunes en el norte de la República y con los que la población está aprendiendo a vivir.
En Reynosa, las balaceras llegaron a partir 17 de febrero del 2009 y desde entonces la población ha vivido por lo menos tres enfrentamientos en distintos puntos de la ciudad -algunos a plena luz del día- donde los infantes también se ven involucrados.
Myrna Cantú, mamá de una pequeña estudiante de una escuela primaria que fue el centro de uno de estos enfrentamientos, reconoció que desde ese día su familia está aprendiendo a vivir con todas las implicaciones que traen estos eventos.
“Cuando pasó la primera vez, mi hija se sintió muy protegida porque la educadora les dijo que era un simulacro de soldados que andaban afuera con cohetes y les contó cuentos, así que realmente no supo lo que estaba pasando hasta después”, mencionó.
Aunque nunca ha platicado con sus hijos de esta experiencia, la entrevistada afirma que muchos de ellos reconocieron los estruendos y algunos de los compañeros de su hija -incluso una sobrina suya- sí tienen secuelas.
“Mi sobrina de ocho años, que estuvo en el mismo lugar, se estremece cuando escucha cohetes, tiembla y dice que tiene miedo, las noches siguientes no dormía bien, se despertaba y lloraba”, expresó.
Para la familia de Cantú al igual que muchas otras familias de la ciudad, estos eventos han provocado un cambio en la rutina de sus actividades normales.
“Tanto los niños como nosotros ya no tenemos la confianza de salir ni si quiera al mandado porque no sabemos lo que va a pasar. Nos está afectando a todas las familias porque no puedes salir ni a misa, pero tratas de no mostrarle la situación a los niños, cuando escuchamos algo siempre les decimos que son cohetes”, explicó.
LO “NORMAL” DE LA VIOLENCIA
Edith Soto Jauregui, maestra de primer grado en una primaria pública y a quien le ha tocado estar en medio de una balacera, reconoció que sus alumnos han percibido del entorno violento de la región.
Explicó que la respuesta de los niños ante estos hechos ha sido diversa, mientras que algunos lo toman de manera “normal”, otros entran en histeria cada vez que escuchan un estruendo.
Aunque la primera ocasión que vivió una balacera, cerca de su centro de trabajo, le fue fácil calmar a sus estudiantes al decirles que se trataba de una tormenta, confiesa que hoy en día los alumnos son más perceptivos y conocen lo que en realidad sucede en la ciudad.
“Los niños ya lo toman de manera normal. La primera vez no sabían que estaba pasando, algunos ni siquiera sabían el significado de una balacera. La segunda ocasión, unos lo tomaban de manera ‘normal’, mientras que otros se preocupaban y me preguntaban: ‘¿Nos van a matar a nosotros maestra?’, ‘¿se van a meter a la escuela?’”, recordó.
Las inocentes preguntas de sus alumnos de siete años tienen llevan implícito el temor de toda una población que no sabe en qué momento puede desatarse un suceso violento.
De acuerdo a la educadora, ante estas preguntas los maestros necesitan transmitir calma y seguridad a los alumnos, aunque al momento de cualquier enfrentamiento todos tengan miedo.
Y es que las balaceras también se han desatado en las inmediaciones de la institución donde labora.
“Hace unas dos semanas se escucharon balazos cerca de la escuela, era la hora del recreo y se les dijo a los alumnos que se metieran al salón
-sin explicarles porqué-, uno de los niños de quinto grado estalló en llanto y tuvo una crisis nerviosa, aunque no se les dijo qué estaba pasando, los grandes ya saben un poco más la situación”, dijo.
En su opinión, las situaciones violentas que se desatan en el entorno de los infantes afectan la moral de los pequeños, por lo que al momento de ocurrir cualquier situación de peligro los mentores deben de cuidar el no provocar más miedo entre el estudiantado.
“El estrés de los niños es pensar si algún día estas personas van a entrar a la escuela. A veces los mismos maestros los ponemos en pánico al estar cerrando puertas y ventanas, negando los permisos para salir, los niños se dan cuenta de esto”, dijo la profesora.
Al igual que muchos de los educadores que han vivido junto con sus alumnos las balaceras, esta maestra no les dice a sus alumnos lo que en realidad está pasando; sin embargo, hoy en día es difícil engañar a un infante pues están expuestos a todo tipo de información.
“A los niños ya se les habla directamente en muchos aspectos, el mismo sistema educativo hace que ellos estén mentalmente más despiertos, además que ellos mismos ven las noticias que en su mayoría son relacionadas con la violencia.
Algunos de mis alumnos -de siete años- me platican de los muertos que han visto en las noticias por este tipo de situaciones y mencionan nombres de armas como ‘cuerno de chivo’ o AK-47… ellos ya saben de esas cosas”, relató.
En opinión de la educadora, el hecho de que los infantes tengan esta información no es nada positivo; sin embargo, es una realidad del entorno donde se desarrollan, por lo que depende mucho la educación que brindan de los padres de familia.
“Muchos de los papás por la misma desesperación quieren ir por sus hijos a la escuela y es contraproducente porque sale el padre del trabajo y al sacarlo puede ocurrir un accidente. Los padres deben entender que en una balacera el niño está más seguro en la escuela, si llega a pasar un suceso así en horas de clases es mejor que el niño permanezca en la escuela”, concluyó.
EL ESTRÉS EN LOS NIÑOS
Tras el recrudecimiento de la violencia, muchos de los padres de los niños que han sido testigos de estos hechos, se mostraron preocupados por las secuelas sicológicas que el evento pudiera haber dejado en sus pequeños.
Uno de ellos fue Alfredo Villarreal, padre de familia del pequeño Alfredo, quien resultó herido por una bala perdida que le perforó un pie.
El jefe de familia mostró su preocupación, ya que su hijo menor mostraba claros síntomas de estrés pos traumático pues cada vez que veía las noticias del evento en la televisión comenzaba a llorar y se negaba a hablar de lo sucedido.
Amadeo de León, psicólogo, reconoció que ante estos eventos los niños pueden reaccionar de distintas maneras, algunos con ciertas regresiones como la eneuresis o ecopresis, que son las evacuaciones durante el sueño o tal vez pueden presentar la necesidad de dormir nuevamente con sus padres.
Aseguró que la violencia no afecta a todos los infantes de la misma manera.
“La situación traumática no tiene el mismo significado para los adultos o los niños. En las imágenes que se transmitieron de algunos de estos enfrentamientos se pude observar a niños corriendo entre el tiroteo junto con los adultos, algunos de estos niños hasta se estaban riendo porque lo sentían como una especie de juego”, mencionó.
El especialista opinó que muchos de estos pequeños pueden asimilar las situaciones días después del suceso, por lo que recomendó a los padres cuidar la información que se les da a los infantes.
“Al haber un evento en el cual toda la ciudad de forma indirecta, todos nos vemos expuestos comienzan a haber rumores cada quien dice lo que percibe. Nosotros como padres podemos transmitirles temor y, si en ese momento, el niño no percibe la magnitud del problema al platicar esa angustia puede generar problemas en el niño de forma posterior”, aseveró.
Lo cierto es que este tipo de enfrentamientos están cambiando la perspectiva de la violencia entre los niños, algunos de los cuales se “acostumbran” a estos eventos, como sucede con Ana Karen, la pequeña de 8 años quien opinó que era normal ver este tipo de situaciones.
“A mí no me gusta que pase esto pero ya es normal. Ya casi no me da miedo porque ya sé lo que es”, dijo.
Aunque para esta pequeña, como muchos otros niños, los enfrentamientos se han vuelto situaciones casi “cotidianas”, no dejan de tener temor.
“Cuando estamos en la casa y veo que pasan los soldados me voy a esconder, pienso que otra vez va a pasar los mismo…”, ultimó la pequeña que ahora se esconde en el baño de su casa cada vez que escucha ruidos de ‘cohetes’. 3
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