En Reynosa la legendaria ‘fosa común’ es más bien un lugar entre tumbas ordinarias de los cementerios municipales, contraria a la creencia popular que retrata un paraje en lo secreto. Lo que sí persiste es el “ruin procedimiento” que algunas funerarias utilizan para sepultar a los cadáveres no reclamados, en su mayoría derivados del fenómeno migratorio.
Reynosa, Tamaulipas
En la tumba número 87 que el oficial de inhumaciones, Abelardo Trigo Mayorga, lleva cavada en el Panteón San Pedro, de la colonia Benito Juárez, descansan los restos de un hombre a quien hace varios meses las autoridades encontraron a la orilla del río Bravo, en estado de descomposición.
Su familia en México o centroamérica quizá aún lo dan por vivo y esperan una llamada de aliento, pero por desgracia esto nunca acontecerá porque no hubo ningún documento o huella que acreditara su identidad.
El sepulcro de este ‘no nombre’ –como es catalogado por el Servicio Médico Forense (Semefo)–, ni siquiera posee una cruz o placa de concreto donde se brinde algún dato o referencia de su origen.
Al contrario, su tumba es un bulto de tierra que la gente pisa sin darse cuenta que debajo yacen huesos humanos, porque además la hierba ha ganado terreno.
A decir de Abelardo, quien tiene aproximadamente ocho años dedicándose a este inusual oficio, en Reynosa la ‘fosa común’ no es un lugar exclusivo para seres extintos que nadie reclama.
Explicó que estos se colocan en los espacios vacantes y junto a personas quienes aún muertas conservan nombre y apellidos; no obstante, el joven admitió que aquí sí se han efectuado entierros múltiples:
“Por lo regular se llegan a sepultar hasta dos occisos al mismo tiempo, pero a veces son más y el agujero, por lo tanto, es de mayor tamaño”, describió.
El entrevistado reveló que, a excepción de Valle de la Paz, varias empresas fúnebres depositan a los ‘no nombres’ cuando mucho “envueltos en una sábana”, por lo oneroso que representa hacerlo en féretros.
“Hemos tenido incluso que rechazar cadáveres a funerarias como Gayosso, que ha traído cuerpos al descubierto, deteriorando aún más la imagen de los mismos. De perdido que los coloquen en una bolsa especial”, recomendó.
El trabajador de curtida piel relató que inhumar difuntos sin ataúd y la debida plancha de cemento tiene sus consecuencias, pues en este panteón ya se han suscitado reyertas civiles por los perros callejeros que de noche escarban y vulneran los lechos de muerte.
“Tienen razón en molestarse, sobretodo cuando los animales que se meten a este lugar –que no tiene barda– provocan algún desmembramiento, porque sí se ha dado el caso”, subrayó.
Al igual que en este cementerio, en el del Sagrado Corazón, que está frente al puente Broncos, las tumbas de personas cuya identidad no fue obtenida lucen en mal estado y hasta las serpientes zigzaguean entre la densa maleza que las envuelve.
Sin siquiera una insignia que indique la fecha en que fueron encontrados dichos restos, iniciar la búsqueda de un familiar fallecido se vuelve una tarea sentenciada al fracaso.
Según mencionó Oscar Hinojosa Cantú, cuya empresa Valle de la Paz sustenta un contrato con el Ayuntamiento de esta ciudad para el “levantamiento y sepultura” de cadáveres inidentificables, afirmó que contrario a lo que pudiera pensarse tales gastos corren por su cuenta.
“Tenemos casi 40 años de estar recogiendo todos los ‘no nombres’ que nadie reclama y lo hacemos de corazón sin recibir nada a cambio, porque existe un compromiso con Dios en éste, el ministerio de los muertitos”, indicó.
Hinojosa Cantú añadió que el primer paso tras admitir reportes es recoger los cuerpos y trasladarlos al Semefo, donde son colocados en un refrigerador, siempre bajo la autorización del agente del Ministerio Público en turno.
“Nosotros utilizamos técnicas especializadas y polvos para conservar los restos humanos. En ocasiones batallamos mucho; nos metemos al agua y la mayoría están en estado de descomposición”, describió.
El empresario comentó que rara vez los cadáveres –en deterioradas condiciones– son reclamados por sus familiares y por consiguiente a las empresas funerarias les corresponde sepultarlos, aunque examinó, no todas lo hacen del mismo modo.
“Normalmente son depositados en la ‘fosa común’, que se ubica dentro de los dos panteones municipales; sin embargo, todo esto le cuesta a nuestra empresa porque el difunto va en su debido ataúd.
“No se trata de hacer ver mal a nadie pero las otras funerarias colocan a los muertos envueltos en una sábana”, reprochó Hinojosa Cantú.
Pedro Sosa López, jefe del Departamento de Servicios Periciales de la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE), manifestó que en las indagatorias de un cadáver intervienen peritos expertos en criminalística de campo y medicina legista para el levantamiento de evidencias.
“Una vez que el cuerpo es trasladado al Semefo se procede a hacerle una necropsia en cráneo, tórax y abdomen. Si a los 10 días no lo reclamó ningún familiar, pasa a una segunda etapa como persona no identificada.
“Se le efectúa un levantamiento de huellas dactilares, un tejido óseo o premolar con el objeto de tener los elementos suficientes para un posible cotejo de ADN y por medio de genética forense establecer la identidad de la persona. Si aún así no hubo identificación, el siguiente paso es realizar el trámite para su entierro en la ‘fosa común’, que en realidad es un término mitológico, pues en Reynosa no existe un sitio especial para poner a los occisos sin nombre”, pormenorizó el funcionario.
En cuanto al procedimiento de inhumaciones entre una funeraria y otras, el licenciado en criminología por la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), y con maestría en Ciencias Forenses, dijo que la ley no estipula un orden, solamente “que el cadáver vaya cubierto ya sea en caja o en una bolsa especial”.
En el pasado 2008, Sosa López reveló que el Departamento de Servicios Periciales ha registrado 21 muertos catalogados como “no nombre”.
En 2003 fueron nueve cuerpos, en 2004 se matricularon 20, en 2005 solamente cuatro, en 2006 la cifra se elevó a 26 y en 2007 hubo un incremento alarmante de 37. En total se contabilizaron 118 restos humanos que fueron a la ‘fosa común’, un promedio de uno casi cada quince días.
Sosa López comentó que en su generalidad éstos corresponden a personas con características de “asfixia por inmersión” y aunque no dio más cifras, dijo que entre los muertos “también hay mujeres y niños”.
Víctor Barrera, jefe de turno de la casa funeraria Valle de la Paz, comentó que su labor es precisamente localizar a los parientes de las víctimas.
“Yo he mandado cuerpos hasta Guatemala, Honduras, El Salvador, gracias a un dato que encontramos en sus billeteras, pero también hay casos de gente que no trae ningún documento y así es muy difícil rastrear al familiar.
“Mi trabajo es cotejar tatuajes y cicatrices con la información de personas reportadas como desaparecidas”, detalló.
En esa secuencia, Barrera señaló que de no hallarle al muerto conexión consanguínea, al menos se le procura dar una digna sepultura.
Al igual que Oscar Hinojosa Cantú, Barrera adujo que la funeraria para la que trabaja eroga importantes cantidades en féretros y terrenos.
“Pero hay quienes estilan depositar los cadáveres uno arriba de otro sin ataúd, de personas que normalmente perecen en el río Bravo, braceros, quienes no tienen familia que los reclame. Esta es la diferencia de sepultar a alguien con la billetera y hacerlo con el corazón”, matizó el entrevistado.
La pregunta obligada es saber entonces ¿cuál es la diferencia de inhumar personas en un cementerio, donde se les arroja en un agujero y su sepulcro parece más bien un montículo de polvo, a hacerlo en una ‘fosa común’?
Aquí bien podría aplicarse la frase: “A todos les llega su tiempo…”.
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