Indiscutiblemente el Internet es uno de los fenómenos más importantes en la historia de la humanidad.
La posibilidad de estar comunicado al instante con cualquier parte del planeta –e incluso fuera de él–, ha cambiado la forma en la que vemos la llamada “aldea global”.
Los beneficios de la gran red son innumerables; sin embargo, como sucede con este tipo de fenómenos, también los perjuicios.
La posibilidad de decir lo que sea, cuando sea y contra quien sea desde el más completo anonimato, permite a muchos caer en la tentación de sacar lo peor de nosotros mismos.
Por otra parte, pocas actividades en la vida del hombre generan tantas pasiones como lo es la política.
La lucha por el poder, y todos los intereses que existen a su alrededor, provocan que prácticamente todo se convierta en un arma en contra del adversario.
Hace años, un selecto grupo de expertos en la trampa y el embuste -a quienes la imaginación popular bautizó como “los alquimistas”-, se convirtieron en el fiel de la balanza al momento de decidir una elección. Tácticas como la compra de votos, “el taqueo”, “carrusel”, “ratón loco” y otros muchos más estaban en el manual que todo político debía respetar si deseaba obtener el triunfo en las urnas.
Hoy, con adelantos tecnológicos como el Internet, “los alquimistas” del pasado han sido sustituidos por otro grupo de personas, más inteligentes y perversos, quienes aprovechando la clandestinidad y los hoyos que existen en las leyes mexicanas, han convertido a la guerra sucia en una poderosa y sofisticada arma electoral.
Nadie está a salvo. Puede ser desde un candidato, su familia y colaboradores, hasta los medios de comunicación y los funcionarios de gobierno, todos están expuestos a convertirse en un ariete cibernético.
Desde el arranque del proceso electoral tamaulipeco, correos electrónicos y páginas web, muestran videos y fotografías donde no sólo se ridiculiza a la mayoría de las personas que buscan el voto popular sino que hasta se le acusa de situaciones tan graves como supuestos nexos como el narcotráfico.
Casi a diario, cualquiera con el tiempo libre suficiente puede teclear el nombre del candidato de su preferencia y encontrará alguno de estos documentos que hacen pensar que en algunos casos, la sana competencia política puede convertirse en un verdadero odio.
Sin embargo, los nuevos “alquimistas” no odian a nadie… sólo rentan su talento al mejor –y menos escrupuloso– postor.
Sorprendentemente, pareciera que en México y Tamaulipas los únicos que no tienen acceso a Internet son las autoridades electorales y los legisladores… precisamente aquellos que se encargan de regular que los procesos electorales se lleven a cabo dentro de las normas legales.
Porque si fuera diferente, desde hace muchos años que los diputados hubieran cambiado las leyes para impedir y castigar la difusión de este tipo de mensajes, lo que permitiría que las responsables de las elecciones abandonaran esa eterna pachorra en la que siempre parecen encontrarse y cumplieran con su trabajo.
Desgraciadamente para la golpeada democracia mexicana, la guerra sucia en Internet no está prohibida y, por lo tanto, está permitida.
El tema no es menor y que los candidatos hagan “como que la Virgen les habla” con respecto a este tipo de agresiones electrónicas, no quiere decir que nos les perjudique.
En México ya tenemos antecedentes de lo que una campaña de tipo puede provocar en el rumbo de una elección y, a la postre, en el del país.
¿O acaso alguien ya olvidó aquella célebre frase de “un peligro para México”?
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