Hace 12 años, cuando Petró-leos Mexicanos anunció con bombo y platillo el arranque de la explotación de la Cuenca de Burgos –calificada como uno de los más grandes yacimientos de gas natural en el mundo–, la sociedad de Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas echaron las campanas al vuelo.
Azuzados por los discursos triunfalistas del gobierno, la sociedad y autoridades del noreste del país levantaron castillos en el aire y se imaginaron las mil y una formas en la que iban a administrar la fortuna que, esperaban, iba a sobrar en la región.
En poco tiempo el optimismo se desbordó y no faltaron quienes comenzaban a planear qué es lo que iban a hacer con el becerro cuando la vaca ni siquiera estaba preñada.
Decenas de empresarios locales invirtieron millonarias cantidades en la conformación de empresas petroleras (qué importa que no supieran siquiera de qué trata este negocio), y más de dos campesinos comenzaron a calcular en cuántos millones de dólares iban a cotizar sus secas parcelas una vez que el gobierno federal se acercara para indemnizarlos.
Los más humildes, en este caso los ejidatarios del noreste, gozaban imaginando el tiempo y dinero que se iban a ahorrar una vez que Pemex les pavimentara todas las brechas que comunican a sus predios.
Burgos arrancó y las expectativas que se tenían sobre este proyecto demostraron ser exageradas.
Conforme pasaron los meses, los reportes de producción diaria de gas natural se colocaron muy por debajo de lo que los optimistas esperaban.
La ignorancia gritó más fuerte que la razón y no faltaron quienes, intentando explicar los problemas, tejieron tenebrosas y ridículas teorías de la conspiración como la que decía que los Estados Unidos estaban utilizando la llamada “técnica popote”, que les permitía robarse los yacimientos ubicados en el territorio nacional.
Por si esto fuera poco, los políticos (expertos en echar a perder todo), comenzaron a hostigar a Pemex demandando su tajada del pastel en las ganancias de Burgos y, como no la obtuvieron, se dedicaron a atacar al proyecto acusándolo de destruir la ecología y ser una fuente interminable de corrupción.
Correspondió a los técnicos (ésos que no saben esperanzas triunfalistas) explicar lo que realmente estaba pasando: para que Burgos alcance los niveles de producción de los que es capaz, es necesario que Petróleos Mexicanos invierta millones de dólares al año para poder perforar los cientos de yacimientos gasíferos que aquí existen.
Con la ecuanimidad que sólo otorga el trabajo diario, los expertos nos mostraron lo que estaba pasando a unos kilómetros de distancia, al otro lado de la frontera, donde sobran los recursos económicos para abrir pozos extractores de gas incluso dentro de algunas poblaciones de Texas.
Los números, que nunca mienten, fueron brutales: por cada pozo que se perfora en Burgos, existen tres en el Estado de Texas.
Ante la falta de dinero, Pemex no tuvo una mejor idea que dividir la zona en “bloques” y ofrecerlos al mejor postor, en este caso las poderosas empresas petroleras del mundo, quienes no desaprovecharon la oportunidad y llegaron a la región con sus expertos y tecnología de punta para hacer lo que los mexicanos no podemos por un irresponsable manejo de las ganancias petroleras.
Sin embargo un hipócrita patriotismo y, más recientemente, los graves niveles de inseguridad que existen en la región han comenzado a espantar a las empresas extranjeras que llegaron a la zona.
Ahora que Burgos no es ni la sombra de lo que nos prometieron, no faltan las voces que aseguran que todo se trató de un enorme fraude, un vil engaño a las esperanzas de los pobres mexicanos.
Y quizás tengan razón, después de todo Pemex nunca debió pintar un futuro tan promisorio a una sociedad ávida de soluciones mágicas a los añejos problemas que existen en la zona.
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