De forma invisible –para las autoridades– cientos de niños y niñas son explotados laboralmente en la Villa de Nuevo Progreso. Desde la venta de manualidades, artesanías y golosinas, hasta la mendicidad. A los menores no sólo se les obliga a pedir dinero en la zona turística del poblado sino que también son “rentados” a terceras personas quienes los usan como pedigüeños
Nuevo Progreso, Tamaulipas
Silvia Cruz
Adiferencia de ciudades fronterizas como Reynosa, Matamoros o Nuevo Laredo, la zona turística de la Villa de Nuevo Progreso luce repleta de turistas norteamericanos
–en su mayoría de la tercera edad– que pasean despreocupados por la calle principal de la pequeña comunidad perteneciente al municipio de Río Bravo.
Es víspera de Semana Santa y en el lugar se vive un ambiente festivo. Los norteamericanos –que generalmente transitan en grupo– hacen su recorrido vistiendo cómodos atuendos veraniegos y utilizando amplios sombreros de manufactura local para mitigar los rayos del sol.
En la misma calle, los vendedores de artesanía mexicana y los meseros de los restaurantes les invitan en inglés a pasar a sus locales, los visitantes se ven asediados. Nadie repara en la presencia de un pequeño que viste pantalón de mezclilla y camiseta azul, quien sostiene una canastilla blanca con pulseras de madera; ninguno de los turistas escucha su frase “one dólar” con la que les pide que le compren uno de sus productos.
El niño es vivaz e inteligente, se acerca principalmente a las jóvenes, y aunque no habla mucho –sólo repite el precio de su mercancía en inglés– les recomienda que pulsera llevar.
El pequeño –que dice llamarse Miguel y tener cinco años– es vendedor de pulseras de tiempo completo y acompaña a su madre y su hermana que venden flores hechas de hule espuma y tiene a un bebé envuelto en un rebozo en la espalda. Su hermanita apenas tiene tres años pero es tan insistente como él, en su caso no lleva mercancía en sus manos, sus únicas palabras al acercarse a los extraños son “give me peseta”.
Sin lograr convencer a los potenciales clientes, el pequeño vuelve al lado de su madre con su canastilla en mano. Otro de los transeúntes pasa y le da unas monedas.
Miguel es uno de los cientos de niños que todos los días trabaja en la zona turística de Nuevo Progreso, algo que se ha vuelto común para los habitantes de la villa.
En la misma calle se pueden observar por lo menos una docena de niños que hacen lo mismo que Miguel. En su mayoría, los infantes se dedican a la vendimia de artesanías de bajo costo como flores, bolsas o llaveros pintados de fuertes colores para llamar la atención de los turistas.
Aunque estos pequeños no superan los doce años, no sólo se comunican en inglés con los turistas, también hablan mixteco, un dialecto que sólo usan para comunicarse entre ellos.
Y es que estos niños son indígenas que han llegado a la frontera buscando trabajo, como lo es el caso de una pequeña vendedora que se aproxima a los turistas a ofrecer su artesanía.
La pequeña, quien se muestra tímida al preguntarle su apelativo, refiere que es originaria de Oaxaca y tiene diez años, minutos después aparece otra niña le insiste en dialecto a alejarse de los extraños.
Es en ese lugar –lejos de los ojos vigilantes de su hermanita– donde se abre un poco con los turistas y comparte que su tierra natal es la sierra de Oaxaca y su lengua es el mixteco. Todavía tensa por la advertencia de su pariente, clava sus ojos en una de sus flores y dice el precio de cada uno de sus productos, un dólar por la flor y dos dólares por los animales de madera.
Tomando confianza al saber que va a vender algo de las más de cincuenta artesanías que tiene para ofrecer, platica que le gusta Nuevo Progreso –aunque no es tan verde como en Oaxaca– porque en la comunidad hay trabajo y el alimento es seguro para su familia. “Allá (en la sierra), a veces no hay para comer”, dice.
Sentada en la orilla de una banqueta, la pequeña cuenta que sus labores comienzan desde temprano pues hay que aprovechar las primeras horas del día, para abordar a los extranjeros que arriban al lugar, y por ello sólo descansa para comer.
A diferencia de Miguel, la pequeña no es acompañada por ningún adulto, sólo su desconfiada hermana.
Aunque en muchas comunidades indígenas el trabajo es un medio de educación cultural (al enseñarle a los hijos un oficio), en Nuevo Progreso no es así. La práctica de utilizar menores en la vendimia o como pedigüeños se ha convertido en una patética costumbre, reconocen autoridades.
Y es que sin querer, la ventaja turística del poblado se convierte también en el talón de Aquiles para las autoridades en cuestión de explotación infantil.
“Es una costumbre (la explotación infantil) que venimos cargando muy arraigada, que las mismas autoridades de la zona habían permitido que fuera normal por el mismo comercio de la zona, o por darle un auge al turismo, pero con ello estaban afectando el interés superior de la infancia”, reconoció Arturo Botello, procurador para la Defensa del Menor, la Mujer y la Familia del Sistema DIF de Río Bravo.
“A partir del 2006 nos encargamos de hacer una regulación porque esto era algo que afectaba al turismo en lugar de atraerlo. El hecho de que los niños molestaran al turismo afectada a esta zona y por ello nos coordinamos para disminuir paulatinamente el abuso en contra de los menores, por ejemplo a los dueños de los negocios se les envió un comunicado para que se abstuvieran a tener menores de 18 años trabajando”, dijo.
El funcionario admitió que la vendimia en las calles todavía está fuera de control, a pesar de los rondines que se realizan semanalmente al lugar.
“Hemos ido a la zona turística y no los hemos encontrado (a los menores) trabajando. No negamos que todavía existan niños con esa práctica y desgraciadamente es una cultura que queremos cambiar, los padres no pueden poner a vender a los niños, es una costumbre que queremos erradicar en Nuevo Progreso”, enfatizó.
Según el funcionario del DIF de Río Bravo, desde el año 2006 la dependencia se dedicó a clasificar el trabajo infantil en la zona turística de Nuevo Progreso, donde se identificó que la mayor parte de los pequeños que ahí laboraban provienen de Estados con altos niveles de marginación.
“Hicimos una labor de reconocimiento para saber cómo combatir el abuso del trabajo infantil en menores de 14 años. En el padrón detectamos que la mayoría provenía de Oaxaca y Michoacán, le dimos seguimiento a cada uno de los vendedores ambulantes –registrados a través de las credenciales de comerciantes– para que no mandaran a sus hijos ni a pedir ni a vender.
“Descubrimos mujeres de Oaxaca que rentaban a sus hijos para pedir dinero, son bebés recién nacidos que los rentaban a las familias por 10 dólares diarios y donde quienes los utilizan tienen una ganancia de treinta o cuarenta dólares”, mencionó el procurador.
A pesar de saber que existe la renta de niños en la comunidad dependiente de Río Bravo, las autoridades no han podido localizar a los responsables de esta actividad y sólo han logrado identificar a los padres que lo hacen.
“Hemos dado con personas que están pidiendo en la calle, se les hace un estudio socioeconómico para ver cómo viven, de quién es el hijo y, hasta la fecha, hemos detectado a tres que han justificado que es su hijo y que tienen una necesidad, pero se les conmina a que en la zona turística no se de esa práctica porque es un perjuicio para el turismo”, abundó.
En el año 2009 el Sistema DIF de Río Bravo inició un promedio de 30 procesos administrativos (llamadas de atención), a padres de igual número de infantes –en su mayoría niñas menores de 14 años– que se encontraron trabajando en las calles. Aunque desde el año 2006 la dependencia inició programas para prevenir la explotación laboral, tanto en comercios establecidos como en las calles, las medidas de prevención y erradicación de ésta práctica no han tenido resultados.
“Hicimos llamadas de atención a un promedio de 25 niños menores de 14 años. Se hizo un programa de prevención e iniciamos denuncias por abandono de infantes y las presentamos ante las agencias del ministerio público.
“A grandes rasgos es todo el panorama que se tiene de abusos infantiles, tuvimos detectados antros de vicio donde laboraban menores y también por lo que se dio vista al ministerio público”, comentó Botello
Y aunque se ha informado a las autoridades judiciales de estos hechos, el funcionario del DIF admitió que no hay denuncias penales por explotación infantil.
“Oficialmente no ha habido denuncias de explotación laboral infantil”, reconoció.
Incluso, Botello indicó que el uso de niños en el comercio informal es una actividad que ya se está regulando.
“Ya se reguló la utilización de niños en el comercio informal. Cuando encontramos a algún menor vamos directamente con su papás, por la responsabilidad que ellos tienen, si hay reincidencia le damos asistencia social al niño y ya hemos rescatado a tres niños que están en la Casa Hogar”, compartió.
Pese a lo dicho por las autoridades, el trabajo de menores en las calles se sigue presentando, particularmente entre los grupos indígenas que llegan a la región cada temporada vacacional a ofrecer sus productos y quienes son víctimas de abusos.
“Tenemos un promedio de diez denuncias de todo tipo: desde abandono de obligaciones, impudicias, violación y abuso sexual, que está relacionado con la familia y afecta directamente a los infantes”, detalló.
Y así, con autoridades que creen que tienen controlado el problema y padres quienes alegan tener una necesidad económica, los únicos que siguen sufriendo al ver cómo su niñez se escapa entre jornadas laborales son los pequeños indígenas de la Villa de Nuevo Progreso.
Triste realidad
* Sin importar que los niños tienen derechos, en México existen más de 3.6
millones de niños menores de 14 años que trabajan, de acuerdo a estadísticas
del Módulo sobre Trabajo Infantil de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo correspondiente al año 2007, mismo que fueron publicadas en el sitio oficial
del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (unicef) en México.
Estos datos revelan que mayor parte de la población infantil que trabaja
se concentra en Estados como Michoacán, Oaxaca, Estado de México, Guanajuato
y Veracruz.
Sin embargo, estas cifras sólo se incluyen aquellos infantes que llevan a cabo alguna actividad económica, sin contar a los que cuidan carros, limpian parabrisas en las calles u ofrecen algún tipo de entretenimiento a cambio de dinero.
En esta encuesta tampoco se incluyen los trabajos domésticos realizados por niñas.
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