En la cultura popular mexicana existen varios refranes que describen de manera festiva el desagradable hecho de que, generalmente, la persona que está sufriendo una mala racha tiende a atraer infortunios. Los mexicanos siempre encontramos la manera de hacer menos pesados nuestros problemas y la mayoría de las ocasiones recurrimos al humor pues, después de todo, la risa es gratuita.
Sin embargo para los habitantes del Altiplano Tamaulipeco -una de las zonas más pobres de la entidad-, el recurrente problema de la falta de agua no es ningún chiste: es un problema terriblemente serio.
Para estas personas, vivir con sed es uno más de los problemas que tienen que soportar.
Es verdad, se encuentran en un área donde el agua es un elemento preciado y los pozos que la contienen son más valiosos que yacimientos de petróleo o gas natural.
El problema es que, además de su pobreza, sufren del abandono de las autoridades, quienes piensan que por enviarles un par de veces a la semana una pipa que les permita pasar el rato, ya cumplieron con la obligación que tienen ante ellos.
Porque eso sí, cada vez que se les acerca un micrófono o una grabadora, estos funcionarios se hinchan como pavorreales y ofrecen desde sus torres de marfil sesudos diagnósticos del problema que viven los habitantes de estas comunidades.
Algunos de ellos, en un intento por verse magnánimos, reconocen que estas personas están en crisis y que les urge la atención oficial… el problema es que hasta ahí llegan.
En esa parte de Tamaulipas, donde la pobreza y el olvido son parte del escenario, todos saben dónde está el agua, lo complicado que es sacarla y lo difícil que es llevarla a las comunidades, por eso no necesitan que nadie en una oficina climatizada les diga lo apremiante de su situación.
En esta edición de Contralínea les presentamos un trabajo de nuestro compañero Edgar Ramírez, en el que podemos leer los gritos de auxilio de los pobladores y alcaldes de los municipios del altiplano, quienes ya no tienen agua para vivir y eso que apenas estamos en abril.
Es indignante ver cómo aquellos que se supone que deben de atender estas situaciones tan apremiantes, no encuentren mejor excusa que alegar que no existe coordinación entre las autoridades estatales y federales.
O sea que mientras los burócratas siguen buscando las formas de no hablarse, pues ello significaría que tienen que ponerse a trabajar, los hombres, mujeres y niños de estos poblados deben sobrevivir con una cubeta de agua para lavarse, cocinar y beber.
Al asomarnos a las condiciones en las que estas personas pasan sus días, no debemos de olvidar que la mayor parte de los tamaulipecos somos muy afortunados, pues basta darle vuelta a una llave para tener agua al instante.
De hecho, esto se nos ha vuelto tan común que ya no apreciamos lo importante que es para nuestras vidas el agua.
A todos parece que se nos olvida que sin este líquido no podemos vivir y por eso lo desperdiciamos.
Y no se trata de querer repartir moralinas o sumarnos a las campañas publicitarias de cuidado del agua que, la verdad, sólo les sirven a las oficinas de gobierno para justificar su gasto del presupuesto.
Se trata de que nos demos cuenta lo grosero que es para cientos de familias del Altiplano de Tamaulipas que en las zonas urbanas tiremos el agua o hagamos mal uso de ella.
Porque cada vez que alguien lava su choche con la manguera, ignora una fuga en su domicilio o no paga por el servicio de agua potable, está cacheteando en el rostro a los habitantes de estas regiones, que darían lo que no tienen por poder disfrutar de un poco de agua potable.
Por eso las autoridades no son las únicas que deberían de sentir vergüenza por haber olvidado a estas personas, todos los habitantes de Tamaulipas deberíamos de sentirla.
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