Lo mismo en estadios de fútbol que en hospitales o escuelas. Francia no da tregua a Emmanuel Macron. Por doquier, miles de ciudadanos le expresan su repudio por la imposición de la reforma a las pensiones que los condena a aumentar hasta los 64 años su edad de jubilación.
La cadena de sucesos en su contra se concatenan en el día a día. Uno de los eventos más significativos del generalizado repudio al neoliberal de extrema derecha se dio en la reciente final del fútbol francés, donde se enfrentaron las escuadras del Tolouse y el Nantes. Un estadio –abarrotado por más de 78 mil espectadores– le sacó tarjeta roja justo en el minuto 49 en alusión al artículo 49,3 de la Constitución. De este, Macron echó mano para imponer su reforma al sistema pensionario; al no contar con los votos necesarios en el parlamento galo.
Pese al inusual cinturón de seguridad –con más de 3 mil elementos desplegados por la prefectura de Paris, dependiente del Ministerio del Interior– y la colocación de mallas con clavos para impedir acceso a la cancha de juego, el impopular mandatario se vio obligado –por la multitudinaria presión social– a saludar de mano a los jugadores de ambos equipos en los pasillos; cuando la costumbre dicta que el presidente ingrese a la cancha para realizar esta acción.
Sindicatos agrupados en la Confederación General del Trabajo (CGT) anunciaron, previos al encuentro celebrado el sábado 29 de abril, la entrega gratuita de 30 mil tarjetas rojas y 10 mil silbatos a los asistentes. Las autoridades anunciaron que se procedería en contra de los espectadores que ingresaran con estos instrumentos; pero un día antes, el Tribunal Administrativo de Paris echó abajo esta prohibición. Y, a pesar de que los elementos de seguridad trataron de imponer ilegales revisiones a los aficionados, se las ingeniaron para hacer pasar un buen número tarjetas para mostrarlas a Macron. Acompañaban el repudio con el sonido de silbatos y rechiflas.
Cuatro días antes, el martes 25 de abril, durante una visita a un Sanatorio en la ciudad de Vendóme –a 200 kilómetros de Paris–, Macron palpó que, ni debajo de las piedras, podrá estar a salvo del repudio del pueblo francés. Aunque su equipo de seguridad evitó el contacto directo con la gente, a las afueras del nosocomio fue imposible acallar el ruido de cacerolas y consignas en su contra.
Otro trago amargo fue su asistencia a una escuela. Posó con alumnos y maestros para la foto ante los medios afines a su gobierno, pero se vio obligado a salir al patio; pues le cortaron la luz. A las afueras del colegio, 2 mil manifestantes no fueron citados, curiosamente, en las notas periodísticas.
Desde el pasado 16 de marzo en que el presidente francés anunció que, con o sin parlamento, sería un hecho consumado su reforma a las pensiones –ignorando, de paso, el clamor de millones de ciudadanos– su popularidad e imagen han sufrido un acelerado desmoronamiento.
Un nuevo frentazo fue la respuesta a su propuesta de apaciguar Francia en 100 días. A lo que, organizaciones como la Federación Nacional de Minas y Energía (FNEM) –perteneciente a la CGT–, anunciaron una jornada de 100 Días de Acción e Ira en respuesta.
El pasado 1 de mayo, durante la celebración del Día del Trabajo, esa acción e ira se manifestaron en más de 300 protesta y la marcha de unas 2 millones 300 mil personas en las calles de las principales ciudades de ese país. Suceso histórico que apuntala el descontento y lo expresado por dirigentes de la CGT: los trabajadores franceses no bajarán los brazos y seguirán la lucha.
En tal sentido, se han anunciado probables acciones para dejar sin energía eléctrica –a manera de reclamo– a eventos como el Festival de Cine en Cannes –a celebrarse del 16 al 27 de mayo–, el Torneo Roland Garros e, incluso, el Gran Premio de Mónaco.
En las dos últimas décadas del pasado siglo, las movilizaciones en Francia lograron frenar intentos de la derecha por menoscabar las conquistas sociales; tanto en lo laboral como en lo educativo. En 1984, se dio el rechazo masivo a la Ley sobre la Autonomía de las Escuelas Privadas. En 1986, sobre el tema de la selección universitaria. Y en 1995, la reversa al Plan Juppé, la cual buscaba, como ahora, cambios en las pensiones y en la seguridad social. Luego de tres semanas de huelgas en actividades como el transporte, el presidente Jacques Chirac tuvo que abstenerse de seguir adelante con su proyecto neoliberal.
Al clamor de la resistencia francesa en las calles se sumó, en la Conmemoración de los Mártires de Chicago en Europa, la protesta generalizada de millones de trabajadores en países como Alemania, Reino Unido, Italia y España. Quienes demandaban mayores salarios para compensar la incontrolable inflación que ha afectado sus ingresos y nivel de vida.
Emmanuel Macron y su reducido equipo de colaboradores se están quedando excluidos; pues no sólo el parlamento, sino la propia clase política, toman distancia del impopular mandatario por los inevitables costos políticos que su debacle traerá consigo en el terreno electoral por venir.
El saldo que su tozudez ha dejado a su paso son cientos de detenidos, decenas de heridos y una sociedad sumamente agraviada que exige la renuncia de su intolerante presidente. Misma que ha decidido caminar al lado de los trabajadores y salir a las calles; venciendo el temor a la represión como ocurrió en la década de los 60. En aquel entonces, se vivió las movilizaciones de millones y millones, quienes se sumaron al descontento de obreros y estudiantes.
La síntesis a decantar del generalizado y creciente descontento social en Francia muestra el agotado rostro de un sistema neoliberal que ha terminado con la paciencia de la clase trabajadora. Orillándola a tomar conciencia de que, sólo unida y al lado de toda la sociedad, podrá enfrentar su desigual posición frente al capitalismo salvaje, defendido con uñas y dientes desde el poder, por presidentes de derecha como el ahora disminuido y repudiado con tarjeta roja: Emmanuel Macron.
Martín Esparza Flores*
*Secretario general del Sindicato Mexicano de Electricistas
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