El señor Calderón ya dejó de ser el “señor presidente”, desgastado por arrastrar su ilegitimidad a través de cuatro años de incapacidad política e ineficacia administrativa, para volverse una figura decorativa en su búnker de Los Pinos; ejerce sólo el cargo de jefe nato de las Fuerzas Armadas sin el sustento constitucional del artículo 29 y fracciones VI y VIII del 89. Y sin estrategia en su “no guerra” contra la barbarie y terrorismo del narcotráfico, al amparo del cual irrumpen las demás delincuencias que han convertido al mal gobierno calderonista en un gobierno fallido que pone en riesgo a la nación, sus instituciones y al Estado mismo.
El sexenio foxista de la “pareja presidencial” e hijastros, embarrados de corrupción a lo bestia, y el paso de Calderón degradando la Presidencia de la República arrojan una década durante la cual el país se estancó económica y socialmente: tenemos una regresión en todos los aspectos internos y externos. Se ha generado más y mayor pobreza, desempleo con despidos constantes, decadencia cultural, complicidad patronal-empresarial… aumento del desacato, de la mano del Poder Judicial federal, de las resoluciones administrativas y judiciales, e incumplimiento de las leyes del Congreso de la Unión.
La derecha y ultraderecha panistas, con su factor común, El Yunque, y su amasiato de sacristía con el clero político, comprobaron que, weberianamente, no estaban preparados para el trabajo político, e hicieron de los cargos públicos un modus vivendi: la del poder como botín. Estos fundamentalistas religiosos han creído que se puede gobernar con padresnuestros, dejando todo en la “mano invisible” del absoluto libre mercado laboral, comercial, social y económico. Y seguidores de la teodicea, ocupados en salvar sus almas, han desgraciado a la nación, dejando todo en manos de ese poder metafísico, “que se supone a la vez infinito y bondadoso, pero ha creado este mundo irracional y de sufrimiento, de injusticia impune y a la estupidez irremediable” (Max Weber, Escritos políticos).
Según sus propias cifras, 50 millones sobreviven en la pobreza; otros 50 millones, con empleos mal pagados por salarios mínimos, víctimas de la inflación (los precios de bienes y servicios del sector público en alzas constantes, como si fueran del sector privado que, también, se ha coludido para subir los precios y reducir el consumo que va en contra de lo que pregona y necesita cualquier capitalismo: aumentar ese consumo. O de lo contrario se trata de un capitalismo salvaje donde hasta se alimenta del lavado del dinero, del contrabando: de los cafés en todo made in China, etcétera).
Calderón y su grupo están cortados con la misma tijera de su falta de cultura y mínima información (Lujambio, en la que ya es Secretaría de Educación privada… privada de lo público, tiene para el cargo gravísimas insuficiencias, no obstante que diariamente se sienta ante el escritorio que fue de José Vasconcelos y no se le “pega” nada, lo que lo hace ser burro con orejas largas). Todos ellos, pues, no manejan conceptos ni teorías; nada saben de políticas públicas. Habla Calderón de “percepción” para atacar a los mexicanos que no “perciben” que la economía va bien, que hay crecimiento, que hay empleo, etcétera; pero ni siquiera se ha tomado la molestia de abrir un tumbaburros para darse cuenta de que es un seudodocto ignorante.
Percibir, dice María Moliner –para no meternos en las definiciones que nos dan en sus diccionarios José Ferrater Mora y Nicola Abbagnano– es advertir, apreciar, enterarse de la existencia de una cosa por los sentidos… y los mexicanos no tienen mala percepción, como insiste Calderón, sobre sus salarios, empobrecimiento, desempleo, pavorosa inseguridad con baños de sangre y homicidios de inocentes víctimas de impunidad policiaca y militar. E incluso, desafiantes y retadores como el secretario de Marina y el señor Ebrard, provocadores aseguran que no acatarán las recomendaciones sobre los derechos humanos.
Igual pasa con la “no guerra” calderonista. Como si fuéramos desmemoriados, él lo es por su adicción: constantemente se le borran sus actos. Aseguró que jamás, nunca, había calificado su fallida estrategia militar como una guerra. Y como “más pronto cae un hablador que un cojo”, en todos los medios de comunicación que ejercen la crítica, le pusieron ante sus espejuelos las fechas y horas cuando afirmó que la suya era una guerra. Y lo es porque los soldados andan por las calles enfrentándose contra las delincuencias y éstas, a salto de mata, se han apoderado de más y más territorio, al grado que están cercando la capital del país: sede de los poderes federales; y han impuesto “la ley de la selva” en más de la mitad de las entidades. Todo, en un ambiente de impunidad para los “daños colaterales”, la estúpida impartición de justicia por los ministerios públicos y los tribunales; mientras en la cara del desgobernador de Chihuahua, asesinan a una mujer que reclamaba justicia por su hija asesinada y el homicida quedó absuelto… ¡por falta de pruebas!
La seudoteoría de la percepción calderonista y su “no guerra” tienen a los mexicanos, en medio del fallido gobierno federal en manos de los panistas, a punto del estallamiento social (la lección de Túnez) para deshacerse de los malos gobernantes. Calderón debe renunciar por causa grave, como establece la Constitución, y es que de hecho abdicó ya y la Presidencia está sin titular. No hay otra explicación por lo que la nave estatal va a la deriva con motín a bordo de los narcotraficantes. Y marinos y militares, más a la defensiva que a la ofensiva, carecen de un jefe y, sin estrategia, tiran a matar como en una guerra donde los mexicanos percibimos que cada día vamos más de desastre en desastre.
*Periodista