Creados desde 2009 y elevados a rango constitucional este año, el programa de comedores comunitarios ha ayudado a miles de personas en la capital del país a cubrir la necesidad más importante: alimentarse, ya sea de manera gratuita o con un costo de 11 pesos. El programa ha ayudado a disminuir en 6.4 por ciento la pobreza alimentaria en la capital. Entrevistado por Contralínea, un comensal detalla qué tan importante ha sido el beneficio para él y su familia; por su parte, encargadas de dos establecimientos mencionan su gusto por ayudar a quienes comen en sus cocinas de lunes a viernes, los días en que abren
Los rayos de sol, con ayuda del techo de policarbonato, pintan azulado el ambiente dentro del edificio. En una fila zigzagueante, 15 personas esperan por su comida. Todos son adultos mayores, y entre ellos se encuentra Genaro Ordóñez. Una cucharada. Dos cucharadas. Arroz. Carne con pimientos. Es casi la una de la tarde y el trayecto de vuelta a casa comienza tras recibir su alimento en uno de los tantos comedores comunitarios de la Ciudad de México (CDMX). Éste, con el beneficio de ser gratuito.
Desde la colonia Escandón, en la alcaldía Miguel Hidalgo, Genaro transporta su comida en una pequeña lonchera gris, que tiene como destino Valle de Chalco, a más de 30 kilómetros de distancia, donde, en casa, lo esperan sus dos hijos y su pareja, con quienes comparte el almuerzo. Así ha sido todos los días desde hace año y medio, momento en que conoció el comedor gracias a la invitación de un amigo.
Bajo la sombra generosa de un alto árbol, que a su vez baja la temperatura de la silenciosa calle, afirma, alegre, que hacen de comer “¡fabuloso! Cada día están mejorando más”. Además, menciona que las personas que sirven las raciones “nos tratan muy bien”, principalmente Gabriela Tec, administradora del comedor “Casa del Menor Trabajador”, y a quien describe como “lo mejor que ha pasado” en el lugar.
Mientras la banqueta y el pavimento se mantienen tranquilos afuera por la juventud de la mañana; adentro del recinto, en la cocina, hay un desfile y pasarela entre Gabriela y un voluntario, igual mayor, quienes se apresuran en hacer los ya comunes 80 litros de agua de limón y acomodar las tres mesas de plástico, con seis sillas cada una, antes que el reloj marque las 12:30; un proceso que ha hecho durante 15 años, desde que comenzó como cocinera ahí mismo.
“Yo entré por decisión propia al programa, porque a mí siempre me ha gustado la cocina, eso de cocinar”, confiesa. “Más que nada para la gente que está necesitada, en situación de calle, y ahorita ya que estoy en el comedor pues más”. Ayudar, “para mí es muy satisfactorio”, y más al notar que “cuando ellos entran y reciben la comida la verdad están muy a gusto, se sienten muy contentos y salen satisfechos de haber comido”.
Como el que atiende Gabriela, existen en total 32 comedores públicos en la Ciudad de México, más 12 come móviles, parte del programa Comedores Sociales para el Bienestar, de la Secretaría de Bienestar e Igualdad Social del gobierno capitalino. Estos otorgan alimentos gratuitos a alrededor de 270 personas por establecimiento, y se ubican “preferentemente en zonas que presentan condiciones socioterritoriales de pobreza, desigualdad, marginación, desarrollo social bajo y/o alta conflictividad social en la ciudad”, describe su página web.
La gente lo necesita
“Muchas personas necesitan lo más importante, que es la alimentación. […] Sin comer no se vive, no se tiene salud, no tiene uno energía para seguir viviendo”, enfatiza Guadalupe Barragán, quien administra otro comedor comunitario. Éste tiene un costo de 11 pesos por comida, y se ubica en Xoco, a unos cuantos metros de la ostentosa plaza comercial Mitikah, y forma parte de los 415 comedores con cuota de recuperación, situados en las 16 alcaldías de la capital del país.
De 2020 a 2022, la población en la CDMX “con carencia por acceso a la alimentación” disminuyó en más de 583 mil personas, o 6.4 por ciento, gracias, en parte, al programa de comedores, indica el Sistema de Información para el Bienestar, del gobierno de la capitalino. Ello, con base en datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política del Desarrollo Social (Coneval). El cálculo de 2022 identifica a 1 millón 60 mil 200 personas en este rubro todavía.
El programa de Comedores Sociales fue creado en 2009. Hoy en día, 15 años después, se les ha dado importancia constitucional. Así, el pasado 13 de junio de 2024 se agregó un segundo párrafo al apartado C numeral 2 del artículo 9 de la Constitución de la Ciudad de México, para incluir este apoyo social alimentario como un derecho.
En entrevista para Contralínea, Genaro menciona que la ayuda es buena porque “todos los compañeros que venimos, lo necesitamos. Nunca es por demás que nos den. […] Acá no nos cobran ni cinco centavos”, dice en referencia al comedor adonde acude, y que se encuentra a medio kilómetro del metro Tacubaya.
A sus 80 años, se encuentra desempleado, así como todas las personas que viven en su hogar. Un bastón metálico lo ayuda a caminar, pues su salud se ha deteriorado a consecuencia del cáncer de próstata y piel que menciona padecer. De su enfermedad en la piel, culpa a su antiguo trabajo como mecánico automotriz, donde estaba en contacto frecuente con líquidos tóxicos y grasas. Y acerca del cáncer de próstata, dice que hay dos opciones: “por descuidoso o porque me tocó a mí”.
Sobre ambos ha recibido tratamiento. Es un sobreviviente de cáncer. Las personas que atendieron su enfermedad tenían pocas esperanzas en que saliera adelante. “Me decían que tenía dos meses de vida, y otro doctor me decía que tenía de tres a seis meses de vida, porque el cáncer estaba muy avanzado”. Recibir ese tipo de noticias pegaban en su ánimo: “uno se siente como que ya no vale nada en la vida”, dice con voz baja y pausada.
Pero las malas experiencias no nublan la sonrisa y amabilidad de Genaro. Incluso da espacio al humor. Se enorgullece de no aparentar su edad. Su cabello pinta pocas canas, que parecen poblar más sus gruesas cejas; y su rostro moreno se arruga poco, notorio sólo alrededor de las comisuras de los labios, la frente y los párpados. “Soy edición especial, soy de colección”, y suelta una carcajada.
Cuando habla de las demás personas, a quienes llama compañeros, reconoce que existen muchas historias desfavorables, principalmente de quienes hacen fila en el lugar donde él está parado en ese momento, pero que no es la que le corresponde. “Los que se forman aquí y comen, son de la calle. Yo he visto muchos que se quedan en la calle”.
Las y los adultos mayores reciben sus alimentos en recipientes para llevarlos hasta sus casas. No es posible así para quienes comen en las mesas del lugar, en grupos de 18; muchos de ellos y ellas no tienen un hogar al cual llegar. “Aquí hay muchas historias que no tienen familia”, continúa.
Faltan 30 minutos para que les den acceso y, en esa fila –que se hace del lado derecho de la puerta principal del edificio y llega casi a la esquina de la calle José María Vigil con avenida Revolución– aguardan unas 20 personas, la mayoría sentadas, para poder ingresar. Portan suéteres y chamarras de todos colores a causa del frío invernal. Unos hablan entre sí para pasar el tiempo; otros, lo sobrellevan mientras inhalan sustancias de sus manos cerradas, pegadas a la nariz.
Es miércoles, pero algunos de ellos y ellas están a dos días de recibir su último alimento de la semana. El programa opera de lunes a viernes, cuando las puertas se cierran y no abren hasta el inicio de la siguiente semana. “Cuando vengo el lunes pues hay muchos que no han comido nada. O sea, llegan y pues esperando que llegue el lunes. Luego, luego, empiezan [a decir] que ya extrañaban porque hay muchos que se quedan sin comer de plano”, platica a Contralínea Gabriela ante la situación de estas personas.
Poder comer, y de manera saludable
Para los comedores públicos gratuitos hay una nutrióloga que elabora los menús, explica Gabriela Tec. Éstos son enviados a las cocinas “para que ellos elaboren la comida y de ahí” la envíen a cada establecimiento. La administradora subraya el hecho de que los alimentos se preparen “con verduras. Todo muy nutritivo”.
En los comedores comunitarios, a los cuales se accede por 11 pesos, Guadalupe comenta que las personas del programa “nos dan recomendaciones, pero no tenemos un menú general. Cada administrador hace su menú semanal y es el que da a las personas. Cada quien elabora el menú que cree necesario”. Ese día, en el comedor “Las Margaritas”, fundado en 2011, hay sopa, quesadillas y, como postre, una manzana.
A Guadalupe no le gusta pensar los 11 pesos como un costo, más bien como una aportación simbólica “porque con eso nosotros también nos apoyamos para seguir el programa. El gobierno nos apoya y nos apoya bastante bien para poder dar este recurso” a ese precio. Sin esa ayuda “obviamente no podríamos” llevarlo a cabo. Incluso ha notado que “muchas personas creen que porque cuesta 11 pesos está mal, o es de mala calidad”; pero afirma que no es así.
Al final, el total de las personas se va agradecida de almorzar, dice Gabriela Tec. “Se van muy bien ellos, muy agradecidos, mandándome bendiciones porque pues se les da de comer bien”. En su establecimiento, ella ha servido a infantes, adultos mayores, gente sin hogar, incluso cuenta que acude una mujer de Haití con su hijo pequeño.
Guadalupe coincide, ella se conforma con las palabras de la gente sobre lo rico de la comida. “Con que nos digan eso, pues [a] nosotros también nos sirve como un aliciente para seguir adelante”, menciona entrevista para Contralínea.
Viaja por su mente y recuerda la gratitud de una persona. Entre la angostura de la calle San Felipe, en el pueblo de Xoco, un señor recorría todos los días los viejos adoquines por donde transitan peones, autos y bicicletas, para comprar comida para su mamá, de unos 92 o 93 años, quien ya no podía levantarse de su cama.
Vivían solos y él, debido a su jornada laboral, no tenía tiempo para hacerle de comer. Hoy en día su mamá ya no está, falleció, “pero sí tuvimos la satisfacción de alimentarla por varios años”, se complace Guadalupe, a pesar de no haber tenido el gusto de conocerla.
“Son muchas cosas que uno a veces lo ve tan ajeno, pero de verdad satisfacen a las personas en ese y muchos más aspectos de sus vidas cotidianas”, complementa, y lo ejemplifica con las personas que comen en Las Margaritas:
Debido a las diversas construcciones y remodelaciones de obras cercanas como la plaza comercial Mitikah o la Cineteca Nacional, a su establecimiento arriban mayormente trabajadores de la construcción, muchos que van desde el Estado de México, y que le externan el ahorro que obtienen por alimentarse con tan solo 11 pesos. Ese dinero, que termina en los elevados costos del pasaje que pagan.
La alegría se va en las porciones
En el comedor de Gabriela, sobre una mesa de madera descansan dos grandes cacerolas de acero que combinan con los demás trastes de la cocina. Contienen los alimentos medidos para 270 raciones. Una es de arroz a la mostaza y otra de alambre, como los describe ella. El olor se impregna entre las paredes de mosaicos color crema y los pilares blancos. Incluso una trabajadora del edificio le dice que el aroma sube hasta el segundo piso, donde se llevan a cabo diferentes actividades al servicio de la alcaldía Miguel Hidalgo.
Una por una, la gente formada recibe una cucharada de cada cosa, tapa sus recipientes y salen del lugar en orden para dar paso a la siguiente persona en la fila. Uno de los adultos mayores enseña sus envases, que todavía muestran la marca de yogur para lo que fue elaborado en un inicio. Su rostro es de molestia. Desde que espera afuera, casi una hora antes, se queja de la cantidad que les sirven. Pide que sus reclamos lleguen a la persona encargada del programa.
Genaro Ordóñez también señala las porciones como una problemática. Menciona que ya se lo han externado al personal del gobierno, que “con una cucharada no comen ustedes, no como yo. Necesitamos que nos dieran dos cucharadas por folio, por persona”. Él cuenta con dos folios, por lo que le sirven dos raciones; pero recalca que deberían darle, entonces, “cuatro cucharadas porque yo la llevo y la comparto con mi familia”.
Una ayuda vital
En diferentes ocasiones, Genaro aprovecha la oportunidad para recordar que las personas que acuden a los comedores necesitan la ayuda, y reconoce que el gobierno lo lleve a cabo. “¡Hay gente muy buena! Pero de corazón yo la amo, la quiero a ese tipo de gente porque así debemos ser”, dice exaltado y su voz cambia nuevamente con la emoción.
Él forma parte de las 39 mil personas que la propia Secretaría ha contabilizado como beneficiarias del programa para 2024, a quienes estimaban otorgar aproximadamente 25 millones de raciones; pero que, en un plano mayor, representan apenas el 2.84 por ciento del total identificado que “viven en pobreza extrema en las zonas de bajo y muy bajo nivel de desarrollo social” en la Ciudad de México, es decir, 1 millón 369 mil 600 personas. Lo cual indica que, su presupuesto autorizado de 450 millones de pesos para todo el año no es suficiente si se pretende atender a todos y todas quienes lo necesitan.
No por eso deja de ser beneficioso para quienes tienen la oportunidad de comer de lunes a viernes. Genaro, a pesar de tener la pensión para adultos mayores que otorga el gobierno federal, considera que, de no recibir el apoyo alimenticio “pues [tendría que] salir a pedir limosna. A parar en una estación de metro”, “pasarían mucha hambre” las personas, imagina Gabriela Tec.
Guadalupe Barragán, incluso, no se visualiza sin administrar el comedor. “Yo también ya no puedo vivir sin él porque sí, sí me llena. Yo tuve alguna vez depresión y la verdad con el comedor me llena el alma lo que hago”. Es por ello que, dice, no le pesa hacer su labor, aunque reconoce que le absorbe gran parte de su vida, hasta los sábados, cuando no hay servicio, pero que la mayor parte del tiempo se la pasa en la compra de todo lo que ocupará en la semana, y después en acomodar las cosas en la bodega.
De tal manera que, entre comillas, sólo descansa los domingos. También “tenemos vida propia y pues ya el domingo vamos a casa de mi mamá a verla”. Todo su itinerario no podría hacerlo, reconoce, sin la ayuda de las personas voluntarias, a quienes llama “sus angelitos”. Además, la rutina le ha provocado que no disfrute ya de pasear, “pero ya habrá la oportunidad”, se anima a sí misma.
Gabriela lleva una vida dedicada, de igual manera, al comedor que administra. Su día empieza a las 5 de la mañana, cuando se arregla y atiende a su hijo que llega de trabajar en la madrugada. A las 9 llega al establecimiento a prepararlo para las personas comensales, proceso que termina aproximadamente a las 2 de la tarde, cuando se ha terminado la comida y ahora barre y limpia, pero que incluso llega a dar pan o agua a quienes llegan tarde y no alcanzan almuerzo completo. Unas tres horas después, a las 5, sale de vuelta a su casa.
Y así, todo lo que involucra el programa de los comedores, Gabriela lo describe como “algo increíble porque para la gente es muy importante eso. Entonces yo me siento muy a gusto pudiendo ayudar a la gente. Bendito sea el programa”, sintetiza quien está a punto de comenzar una nueva jornada de brindar alimento a las personas.