No es ninguna novedad la división interna entre integrantes de los partidos políticos en vísperas electorales (varios autores coordinados por Juan J Linz y otros, Partidos políticos: viejos conceptos y nuevos retos, editorial Trotta, 2007); tampoco el que sus facciones tomen “partido” por la competencia, abiertamente o muy a la sordina, sobre todo cuando se trata de postular para los cargos de representación a sus mejores cartas o cuando sus mafias buscan a toda costa imponer a uno de sus jefes. Éste es un método autocrático; aquél, uno democrático, sobre todo cuando sus líderes son políticos –cabezas políticas al servicio de una causa, sentido de la responsabilidad histórica y capacidad para actuar con mesura, guardando la distancia con los hombres y las cosas– que buscan el poder del Estado en la cúspide de uno de sus órganos para intentar el viraje histórico con arreglo a reformas democrática y republicanamente innovadoras.
Debido al rotundo fracaso de la seudoalternancia panista, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) adquirió la característica de Ave Fénix en la oportunidad, por primera vez, de (re)conquistar la Presidencia de la República (si es el senador Manlio Fabio Beltrones Rivera, su candidato, y no el galán de la mafia de Atlacomulco, apuntalado por Televisa y el priismo más antiguo y corrupto). Y encaminado a la posibilidad de triunfar en las urnas, vive una intensa confrontación interna entre la parte beltronista y la peñanietista.
Es un PRI reformador, con Beltrones a la cabeza; y un PRI tradicional, con Peña Nieto. Este enfrentamiento –azuzado y con visos de un agandalle golpista de la mafia mexiquense– se da en el contexto de “amplia insatisfacción y desconfianza en los partidos políticos y el debate académico (y de los medios de comunicación) acerca de la obsolescencia o declive de los partidos” (Juan J Linz y Han Daalder, en sus respectivos ensayos del libro antes citado).
De ahí que la petición de candidaturas independientes (recogida y planteada en la reforma política beltronista, aprobada por el Senado y saboteada en la Cámara de Diputados por la mafia de Peña Nieto) haya adquirido relevancia prioritaria como un escape al callejón sin salida de los partidos, jaulas de hierro para calificar la burocratización de cualquier organización según Max Weber, autor del vigente ensayo esclarecedor El político, traje a la medida para Beltrones. Las descalificaciones y crítica weberianas retratan a Peña Nieto, quien no tiene finalidades objetivas, “y la vanidad, esa necesidad de aparecer siempre que sea posible en primer plano… para buscar la apariencia brillante del poder en lugar de el poder real… y lo hace convertirse en un comediante”.
Un PRI comprometido a renovarse o morir. Y un PRI anclado en su pasado más criticado y al que la oposición hace blanco de una campaña devastadora para llevarse entre las patas al PRI que ha planteado la reforma política y el cuestionamiento de para qué quiere el poder presidencial, y que son los ejes del programa y agenda beltronista a punto de presentarse a la opinión pública. El PRI de Peña Nieto se mueve con su mafia, “involucrados en la corrupción en la forma más flagrante de ganancia personal o favorecimiento ilegítimo de intereses concretos” (Juan J Linz dixit). Una oligarquía priista, alentada por el salinismo y sus secuaces, para apoderarse de una candidatura presidencial para su favorito (galán y actor de la televisión, matrimoniado con una “estrella” de Televisa y un “equipo de choque” de 100 mujeres alquiladas para lanzarle piropos), que responde al nombre de Enrique Peña Nieto.
El PRI de Beltrones busca su renacimiento político, sin haber podido deshacerse de su museo de cadáveres dinosáuricos y momias vivientes que estorban la oportunidad de renovarse y por primera vez conquistar en las urnas el poder presidencial, a través de una dura competencia con la derecha decadente del Partido Acción Nacional y el pulverizado Partido de la Revolución Democrática (en facciones del chuchismo, bejaranismo, cardenismo, ebradorismo y, de pilón, las tribus que no entienden que López Obrador es su única posibilidad de dar la batalla electoral).
El PRI antepeñista es la antigüedad de ese PRI, que fue lo peor de los malos gobiernos autoritarios, represivos y que iniciaron el uso de los militares para, a sangre y fuego, aplastar las protestas sociales y las demandas políticas y económicas. Su representante es Salinas, al que imita Calderón. Éste hoy pone las condiciones para el golpismo policiaco-militar (apuntando para que García Luna sea el sucesor en una Presidencia con uniforme). Así, los dos PRI se disputan postular a una cabeza política, con ideas renovadoras, con programa político y económico, que es Manlio Fabio Beltrones Rivera: un reformador desde el Senado, asido al republicanismo-democrático. O a Peña Nieto, con dinero de sobra (del pueblo mexiquense), el apoyo de Carlos Salinas de Gortari, el Grupo Atlacomulco, con su tío Arturo Montiel al frente, a la espera que la oligarquía y plutocracia lo apoyen.
Es una confrontación que no tiene reversa. Peña Nieto, cuestionado e impugnado por haber saboteado la Reforma Política con sus legisladores en la Cámara de Diputados, comandados por Francisco Rojas, y a quien muestran como otro salinista feroz. Pero ya salió a la luz pública el catálogo contra Peña Nieto, empezando por su mal gobierno y peor administración en el Estado de México, su padrinazgo de Montiel, la masacre de Atenco, los feminicidios, el encubrimiento al narcotráfico, el homicidio de Paulette (la niña sacrificada vilmente), la muerte de su esposa, la fortuna gastada en su promoción manejada por Liébano Sáenz, etcétera, con fundamento en los focus groups (estrategia comercial para venderlo como un galán adornado con su copete para aparentar altura física al carecer de grandeza política).
*Periodista
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