Quiso trascender pero fracasó en todos los frentes. Carlos Salinas de Gortari, hasta la fecha uno de los políticos más cuestionados y nombrados en el sistema político mexicano, terminó su sexenio como inició: en medio de conflictos que convulsionaron al sistema político mexicano, con escándalos de corrupción y en el desastre económico.
Ni siquiera queda claro que haya logrado lo que le endilgan críticos y filiales: el establecimiento del neoliberalismo en México. Por verse, si a lo máximo que llegó en ese terreno fue a consolidar un sistema de “corrupción de cuates”, explica Daniel Márquez Gómez, jurista y filósofo.
El doctor en derecho e investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas (IIJ) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en entrevista con Contralínea disecciona uno de los sexenios más polémicos de la historia mexicana reciente. Asume su papel de científico social y, lejos de los clichés que simplifican el periodo, analiza el salinismo sin fobias pero sin concesiones.
Autor, coautor y coordinador de una veintena de libros, Márquez Gómez explica que el salinismo se proyecta más al pasado que al futuro de ese sexenio: 1988-1994. Se refiere a que probablemente el gobierno de Miguel de la Madrid Hurtado (1982-1988) fue el primer periodo de gobierno de Salinas. Recuerda que fue él quien construyó todo el programa económico en ese periodo desde la Secretaría de Programación y Presupuesto, de la que era titular.
Señala que el grupo oligárquico que se generó entonces –compuesto primordialmente por los empresarios beneficiarios de la privatización de empresas paraestatales y la concesión de actividades que realizaba el Estado– se mantiene vigente hoy en día. Pero no hay algo parecido a un “legado” que hoy pueda presumir el salinismo.
El también Defensor Adjunto en la Defensoría de los Derechos Universitarios de la UNAM, dice que no se puede hablar de una doctrina salinista, ni desde el punto de vista económico, político o de la administración pública. “Hay un traslape de ideologías” que no llegaron a formar siquiera un discurso coherente.
No hay legado. De Salinas, ni sus políticas, sus libros, sus entrevistas, y todo lo que ha intentado como defensa de su proyecto, alcanzan a contribuir en algo al pensamiento económico neoliberal ni son ejemplo para nadie.
Explica que el salinismo se apoyó en el corporativismo empresarial mientras que a las masas repartió dinero, por medio de un asistencialismo clientelar, a través de su Programa Nacional de Solidaridad (Pronasol).
Construyó su gobernabilidad sobre un fuerte aparato de propaganda. El discurso señalaba que se estaba en camino de salir del subdesarrollo para entrar al primer mundo. Para ello, conformó un “grupo compacto” de la tecnocracia que se vendía como experto en la macroeconomía y sus variables. Casi una suerte de videntes “esotéricos” que decían tener las respuestas económicas ante los fenómenos que podían hundir o llevar al éxito la economía.
Estudioso del liberalismo y del derecho administrativo, Márquez Gómez advierte que, más que neoliberalismo, lo que hubo en el sexenio de Salinas fue un fortalecimiento de lotes empresariales a costa del erario.
La justificación de las privatizaciones fue sencilla: lo que pueden hacer los privados no lo debe hacer el Estado y que en manos de la iniciativa privada las empresas son más eficientes.
Sí observa que Salinas pretendió trascender su momento histórico y generar una corriente política que se proyectara al futuro. Pero no pudo ni escoger a su sucesor.
Autor, junto con Beatriz Camarillo Cruz, de Diasdoralogía como una teoría del fenómeno de la corrupción en México, Márquez Gómez señala que el pacto de impunidad permitió que empresas públicas enriquecieran a determinados empresarios, de manera destacada el proceso de privatización de la banca.
—¿Sobrevivió a su sexenio el proyecto de país que impulsó Carlos Salinas de Gortari?
—Hay tres opiniones identificables. Una de ellas dice que en el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, amparándose en el liberalismo de Jesús Reyes Heroles, aludió a un liberalismo de tipo social. Esa era la vertiente discursiva que impulsaba el salinismo: la de un liberalismo con rostro humano. Otra corriente señala que lo que se impulsó en realidad fue un neoliberalismo, es decir, de las ideas de Walter Lippman, [Friedrich] Hayek, [Ludwig von] Mises y [Milton] Friedman que pretendía ser una superación del liberalismo clásico, exaltando los beneficios económicos que vienen aparejados a las actividades de la iniciativa privada. La otra opinión es que no hubo liberalismo social ni neoliberalismo, que lo que hubo, más bien, fue una corrupción “de cuates”.
—Más allá de las opiniones, ¿como científico social identifica algún legado del salinismo?
—No me atrevería a hablar de un legado. Salinas llega al poder con una doctrina férrea familiar, por un lado. Por el otro, con un marcado conocimiento sobre economía tras su paso por Harvard en Estados Unidos, lo que lo hace admirar las decisiones que en la materia se toman en ese país. Además, es un personaje que enfrenta a un segmento de su partido, pero también contribuye a que se dé la respuesta político-económica en el gobierno de Miguel de la Madrid desde su puesto en la Secretaría de Programación y Presupuesto. Es una persona que elabora el Plan Nacional de Desarrollo. Salinas está demasiado involucrado en el pasado como para poder hablar de un presente, al grado que se dice que en realidad el periodo de gobierno de Miguel de la Madrid fue el primer periodo de gobierno de Carlos Salinas de Gortari y que en su periodo de gobierno ya formal le dio continuidad a las políticas adoptadas como parte integrante del gabinete de Miguel de la Madrid. Esto es un contexto que nos permite hablar poco de una herencia.
“El segundo contexto que nos impide hablar de una herencia es la dimensión estrictamente doctrinal. A pesar de que siempre hay una alusión significativa al liberalismo social, también se ve una especie de traslape entre la ideología nacional revolucionaria que venía ofertando políticamente el régimen del PRI (Partido Revolucionario Institucional) desde 1928 y el uso del discurso desarrollista que se incorporó a la Constitución en el capítulo económico con el gobierno de Miguel de la Madrid como un esquema para hablar de la necesidad de una reforma del Estado: la necesidad de la justicia social y del desarrollo político económico. En la dimensión doctrinal lo que se ve es un traslape de ideologías y difícilmente se puede considerar que hay una doctrina. Lo que se ve es a un personaje con una gran habilidad retórica, una gran capacidad para responder a las circunstancias y su sexenio inicia con conflicto post electoral, la captura de la Quina [Joaquín Hernández Galicia, secretario general del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana], [Miguel] Nazar Haro [extitular de la policía política Dirección Federal de Seguridad] y otros más en su lucha contra la impunidad, pero cierra con conflicto: un hermano preso [Raúl Salinas de Gortari] y [él mismo] en huelga de hambre. Termina siendo uno de los villanos favoritos del ideario político del país.
—El discurso de que el país se encaminaba al primer mundo era una ilusión, o peor aún, una estafa –se le hace la observación.
—Todo este constructo para legitimarse al final se derrumba y se queda en que el neoliberalismo sólo fue una ideología económica que produjo desigualdades, lo que abona más a considerar a Salinas como el villano favorito de México. Pero hay un tercer contexto. No creo que toda la estrategia de su defensa, todos los libros que ha escrito, todas las conferencias que ha impartido aquí y en el mundo, hayan formado una corriente de pensamiento que apoye al neoliberalismo a la salinista. Difícilmente se puede hablar de un legado que haya trascendido su momento histórico.
—Pero hay quienes le atribuyen haber diseñado el modelo político-económico que siguió adelante no obstante su desprestigio.
—El problema que tendríamos que analizar es qué tipo de neoliberalismo se consideró apropiado para el país. Porque se habla del neoliberalismo como si no se pudieran generar matices. Si nosotros analizamos las prácticas neoliberales, podríamos decir que es un corporativismo de tipo cardenista aunque con una diferencia: mientras Cárdenas tenía su corporativismo sustentado en grandes centrales obreras, el corporativismo que impulsó Carlos Salinas de Gortari se ancló en las cúpulas empresariales. Entonces, los consensos que él va logrando están vinculados a tres grandes determinaciones. La primera determinación es un fuerte aparato de propaganda, el discurso de salir del subdesarrollo para entrar al primer mundo. La segunda es el asistencialismo con el Programa Nacional de Solidaridad (Pronasol), en donde se reparte dinero a una gran cantidad de personas con la finalidad de generar consensos en torno a su política. La tercera es la existencia de un grupo compacto, una especie de War Room de la tecnocracia. Se vendía conocimiento que era esotérico para algunos políticos y es el conocimiento de la macroeconomía y de sus variables.
—Se trata de la consolidación del neoliberalismo en la estructura del Estado mexicano –se le insiste.
—El asunto es hasta dónde podemos hacer una distinción entre el discurso neoliberal y las praxis de la política de aquél tiempo. Si mostramos todo el aparato doctrinal del neoliberalismo podríamos llegar a la conclusión que mucho de lo que se hizo en México, por ejemplo las privatizaciones, más que expresar la economía del mercado, lo que expresaban era el fortalecimiento de una élite empresarial. Existió un divorcio entre la ideología neoliberal y las praxis neoliberales.
—¿Y cómo se justificó entonces la formación de una facción oligarca que llega a nuestros días?
—El argumento sustancial es que el Estado administrador es deficiente, que la iniciativa privada puede hacer las actividades que realiza el Estado en el ámbito económico con mayor eficiencia y mayor eficacia. Lo que puede hacer un particular no lo debe hacer el Estado.
—Luego veríamos que sí pueden ser peores los servicios a cargo de la iniciativa privada…
—Pero en ese momento hay tres temas que son importantes. El primero es esta pretensión del proyecto político que impulsa Salinas de trascender a su momento histórico. Ahí está aquella declaración de Pedro Aspe de que iban a durar 25 años en el poder. En algún momento de su gobierno estuvieron presentes las tentaciones reeleccionistas o, por lo menos, generar una base sustantiva de poder político que le permitiese que su herencia política no se dilapidara. Considerando el tipo de persona que es a partir de sus influencias familiares, a partir de esta preparación tan fuerte para el éxito, al grado de que el papá los trataba a él y a sus hermanos como parte de una compañía militar, da la impresión de que terminó creyéndose su discurso y que al estar convencido de que eso era lo correcto para el país pues no tuvo empacho en impulsarlo con todas las herramientas del presidencialismo de la época del ocaso del PRI en ese momento histórico. A Salinas, también, habría que analizarlo a partir del manejo de las instituciones y esta pretensión de sustituir al PRI por “Partido Nacional de Solidaridad”, lo cual le generó conflictos con parte del estamento del mismo PRI. Habría que verlo, también, a partir de lo que implicaba construir una base de apoyo político que garantiza influencia, poder, recursos económicos y, sobre todo, permite la sobrevivencia de un proyecto político. Yo no sé cuál pueda ser la herencia de Salinas, pero algo que me parece interesante es si efectivamente existe una herencia, él no estaría formado para pretender colocar sus piezas en otros sexenios, como los panistas y el priísta de Enrique Peña Nieto.
—En cuanto a la privatización de empresas, el sexenio de Salinas se encargó de entregar a empresarios amigos bienes y servicios. ¿Esta corrupción no fue prevista, es decir, producto de la inercia o fue deliberada?
—Volvería al argumento inicial. Se gestaron una serie de políticas para quedar bien con organismos supranacionales como el Banco Mundial y el FMI [Fondo Monetario Internacional]. También, creo que hubo dos procesos, uno es el interno en el que los vicios tradicionales del sistema político mexicano continuaron, al grado de que al hermano del presidente le llegaron a llamar Mister Ten Per Cent. Por otro lado, hubo la pretensión de mostrar avances en el país de tipo democrático para colocarlo en la antesala de las naciones ricas. Esto implica aceptar las recomendaciones de esos organismos internacionales.
—Pero pudo haberse realizado un proceso de privatización sin corrupción –se le cuestiona.
—Recordamos que durante el gobierno de Miguel de la Madrid se genera la llamada “renovación moral de la sociedad”. Esto implica un cambio en el Título IV de la Constitución para incorporar todo lo que fue la responsabilidad política, administrativa y penal de los servidores públicos. Ese proceso que deriva en la Ley Federal de Responsabilidades de los Servidores Públicos es el mismo que va a tener la Secretaría de la Contraloría General de la Federación, con María Elena Vázquez Nava a la cabeza, en el combate a la corrupción. Habría que decir que se combate la corrupción pequeña, la corrupción del empleado. Hay una especie de institucionalización en la cúpula gobernante en ese momento histórico de la corrupción política. Esa institucionalización no es visible porque los pactos palaciegos impiden que trascienda aunque, claro, hay pequeñas filtraciones. Mientras se persigue la pequeña corrupción, se tolera la gran corrupción.
—Como la de la “partida secreta”.
—Bueno, eso es una herramienta administrativa de política, 3 mil 800 millones de pesos que se administran y de donde salen después los millones de dólares que Suiza le encuentra a Raúl Salinas. La “partida secreta”, en términos de política económica, tiene una pretensión: la de que el presidente cuente con un mecanismo financiero que le permita incidir de manera positiva en los problemas políticos de la nación, pero cuando se utiliza de manera discrecional y se beneficia, por ejemplo a un hermano o para impulsar la compra de Imevisión, Canal 13 y Canal 7, pues entonces sí hay una preocupación superlativa. Todavía queda para el debate político aquella famosa frase de Luis Téllez Kuenzler de que el presidente se había robado la “partida secreta”.
Téllez fue un funcionario de tres sexenios. Con Salinas se desempeñó como subsecretario de Agricultura y asesor. Durante el gobierno de Ernesto Zedillo fue jefe de la Oficina de la Presidencia y luego secretario de Energía. Al asumir Felipe Calderón la titularidad del Poder Ejecutivo, fue nombrado secretario de Comunicaciones y Transportes.
—¿Qué fue lo que hizo posible esa discrecionalidad en el manejo de la “partida secreta” en ese sexenio y la corrupción en la privatización de las empresas del Estado?
—Los pactos de impunidad en general. Quizá el caso más emblemático es el de la privatización bancaria haciéndose de feudos financieros a costa del dinero público, después de la experiencia de [José] López Portillo [1976-1982]. Lo que hace es privatizar y pagar esos bancos con los impuestos de todos los mexicanos. Lo que sigue después es una reprivatización soterrada en el periodo de Miguel de la Madrid con la división del capital en A y B, permitiendo que el A sólo fuera suscrito por el gobierno, el B por los particulares y después viene la privatización abierta, algo de lo que se jacta Salinas de Gortari. A pesar de que se le pidió al Cisen [Centro de Investigación y Seguridad Nacional] que investigara a los supuestos postores, la historia muestra que los que accedieron a bancos en ese periodo terminaron siendo acusados por fraude, perseguidos. El pacto de impunidad es lo que le permitiría decir a Carlos Salinas de Gortari que la privatización se hizo conforme a derecho, es decir, mediante el método de las subastas, con lo cual quiere afirmar que se respetó la Constitución.
Agrega que esos mismos grupos que se fortalecieron entonces mantienen una presencia preponderante en el momento político actual.
—Pero, ¿qué falencias tiene el sistema jurídico mexicano como para que pueda permitir esta situación?
—Tiene una falencia muy básica: no tenemos ciudadanos, tenemos súbditos que lo primero que hacen al ver al poderoso es hincarse y estirar la mano. Las leyes son herramientas que, si están bien diseñadas, puede llegar a los fines buscados. El problema que tenemos es que no hemos preparado al mexicano que integra el servicio público para entender que no le debe el cargo al poderoso y que esté consciente de que este juramento, de guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes que de ella emanan, los vincula en términos de ciudadanía y que si llegaran a presenciar un delito, no sólo hacerlo del conocimiento de sus superiores, sino también del ministerio público. Las leyes actuales de responsabilidades de los servidores públicos lo que buscan es impulsar el esquema de denuncia pública. Hay una propuesta de la Secretaría de la Función Pública (SFP) de los llamados ciudadanos alertadores, pero en mi opinión no se requería porque la norma penal tiene una disposición muy clara, que dice que es responsabilidad de que toda persona que conozca un delito, o de cualquier infracción, hacerlo del conocimiento de la autoridad competente.
—Se ha dicho que la impunidad está garantizada porque no hay castigo, ¿esto es así?
—En mi opinión, no. El problema requiere de un análisis de mayor profundidad, pero que tiene que ver con que el ciudadano se sienta seguro al denunciar. Pondré un ejemplo básico: si yo voy a un ministerio público y tendré que esperar hasta 4 horas para que me tomen una declaración, yo ya veo eso como una pérdida de tiempo. Si todo el tiempo el ministerio público me va a estar llamando para que yo aporte pruebas, pues entiendo que yo estoy supliendo al ministerio público en su función de fiscalización. En el sexenio de Salinas de Gortari, quién tenía el poder para tomar al hermano del presidente y meterlo a la cárcel por corrupción. Yo estoy seguro que la Secretaría de la Contraloría de la Federación no lo iba a hacer y la Procuraduría General de la República, que en ese tiempo dependía de la Presidencia de la República, tampoco. Si a los funcionarios se les pide lealtad al grupo, pues no hay lealtad para con el país y sus instituciones y lo que se propicia es impunidad. Eso sin hablar de los pactos secretos con la criminalidad, lo que genera un nuevo nivel de impunidad. Aquí parece que el Estado funciona con la lógica del narcotráfico: oro o plomo.
—Salinas quiso trascender pero no se ocupó de realmente combatir la corrupción, por ejemplo.
—Habría que retomar a Freud y decir que infancia es destino. La manera en que fue educado este personaje [Salinas] para ejercer el poder, esta rivalidad entre hermanos que se propició por el propio padre, ese fuerte papel que juega la madre, es interesante porque pone en evidencia cómo se puede construir un gobernante. Hay un libro de Roderic Ai Camp que habla de cómo el PRI iba formando a sus élites dirigentes, desde los que cargaban el portafolios hasta cómo se integraban a la institucionalidad. Habría que ver cómo se formó Salinas de Gortari con Gonzalo Martínez Corbalá, por ejemplo, quién pagó su maestría y su doctorado en Harvard. Habría que ver qué clase de relación se estableció con Miguel de la Madrid. Algo que nos hace falta en los estudios sociales en México es entender de qué manera las personas van transitando de ser simples seres humanos a transformarse en titulares de las instituciones porque entonces estaríamos en condiciones de diferenciar la leyenda que se ha construido en torno al salinismo y la realidad. Parte del problema es el uso de la ideología, de la propaganda, el uso de los recursos públicos, del presupuesto del país, el uso del poder de los cargos públicos y todo ello aunado a la red de complicidades que le permite impulsar un proyecto político. Hoy en día no podemos aclarar si Carlos Slim es prestanombres de Carlos Salinas de Gortari. A nadie se le ha ocurrido investigar de manera seria las privatizaciones. Esto es evidencia de la trascendencia del grupo salinista más allá de su momento político.
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