“Era una paciente joven, de 44 años de edad, que intubé y, pese a que se le estaba dando el apoyo y los parámetros al tope, la paciente falleció a los 20 minutos; y eso sí me causó mucha frustración”.
Era marzo de 2020 y se trataba del primero de los casos que en el hospital se vendrían en cascada. “Ves que el virus ocasiona un daño pulmonar tan severo que, aunque tú des toda la terapia que puedas administrar con el apoyo que tenemos, pues no es suficiente y el paciente fallece”.
La doctora Citlali Moctezuma Pérez es especialista en Geriatría. Antes de la pandemia de Covid-19 atendía casi exclusivamente a personas adultas mayores. Cuando algún paciente tenía que ser intubado, generalmente terminaba recuperándose.
Pero la infección del SARS-Cov-2 la sorprendió. La mayoría de los pacientes eran jóvenes y no superaban la intubación. Morían irremediablemente en altos números a pesar de los esfuerzos de todo el personal de salud. Hasta hoy se cuentan en México más de 205 mil muertes por Covid-19 y más de 2 millones 250 mil contagios.
No es que las neumonías, los cuadros graves, y las intubaciones fueran algo raro para ella. Por su especialidad, de atención a las personas adultas mayores, eran situaciones que veía en el hospital general de zona del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) donde trabaja. “Pero ahora es un paciente tras otro, y tras otro. Y la realidad es que, en una neumonía común que requiere una intubación, la mayoría de los pacientes logra salir del tubo. Y con el Covid es muy diferente: la mayoría de los pacientes [que son intubados] no logra sobrevivir pese a que hagamos todos los esfuerzos”.
Citlali cuenta 36 años de edad. Es egresada de la licenciatura de médico cirujano que imparte la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México y de las especialidades en Medicina Interna y en Geriatría del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán. Es madre de dos niñas de 4 y 5 años de edad y esposa de un médico que, como ella, está en otro hospital en la primera línea de lucha contra la pandemia de Covid-19. Desde marzo del año pasado las condiciones sanitarias, únicas en el mundo en 100 años, le exigieron reenfocar todos sus conocimientos, preparación y esfuerzos en atender a pacientes infectados con un nuevo virus entre los seres humanos, el SARS-Cov-2.
Ella pudo haber dicho que no, pedir licencia y, sin siquiera ver condicionado su trabajo, ausentarse, protegerse de un contagio de consecuencias inciertas. Fue testigo de que algunos compañeros médicos sí prefirieron pedir vacaciones o licencia: como doctores sabían lo que enfrentarían y tenían comorbilidades.
Pero en esos momentos ella no pensó siquiera decir que no. Tomó consciencia de lo que vendría y de que incluso tendría que dejar a sus dos pequeñas hijas bajo el cuidado de sus papás para no exponerlas al contagio. Sin embargo, las semanas corrieron y los meses se fueron alargando. Familiares le pidieron que valorara si debía seguir trabajando.
La también profesora de Geriatría en la Universidad La Salle no niega que sintió miedo. Y que conforme pasaba el tiempo aumentaba el riesgo que estaba corriendo. Hoy ya cuenta con el esquema completo de vacunación contra la enfermedad Covid-19, lo que le ha dado cierta tranquilidad. Por su puesto, fue parte del primer sector de la población en ser inoculada con el desarrollo biológico de Pfizer BioNTech.
“Ya desde antes de la pandemia mi labor era atender pacientes adultos mayores que se encontraban hospitalizados. Justo en el área de hospitalización donde nos encontramos, que es el área de Medicina Interna, empezó la atención de los pacientes Covid desde que empezó la pandemia aquí en México.”
La demanda de atención provocó que, bajo la estrategia nacional para enfrentar la pandemia, el hospital se reconvirtiera al ciento por ciento para la atención de personas enfermas de Covid-19. Todo el personal de salud, el equipo médico y la infraestructura de ese Hospital General de Zona del IMSS en la Cudad de México se destinó a la recuperación de pacientes infectados con el SARS-Cov-2.
La emergencia implicó para Citlali que ya no sólo atendería al grupo de edad de la población para el que se había especializado. “Desde que empezó la pandemia estoy viendo pacientes de todas las edades, porque ya era muy complicado dividir en áreas por edad”.
Y la realidad se impuso. “Había necesidad de que viéramos pacientes parejo. Inicialmente, Medicina Interna y Geriatría veíamos a todos los pacientes; pero conforme fue aumentando el número de enfermos, se tuvieron que agregar otras especialidades como Cardiología, Pediatría, Ortopedia, prácticamente todos los médicos que trabajan en el hospital que habitualmente se encontraban dando consulta. Obviamente se tuvo que cancelar la consulta [externa] y se echó mano de todos los médicos para que empezaran a ver pacientes con Covid. He estado viendo pacientes desde que empezó, desde marzo de 2019”.
—¿Esta decisión de formar parte de la primera línea de atención a la pandemia fue de usted o le fue impuesta? ¿Tuvo la oportunidad de decir “no”?
—Sí, porque muchos médicos pidieron licencia. Algunos pidieron licencia porque tenían comorbilidades o factores de riesgo; otros pidieron licencia por temor, en realidad. La mayoría de médicos que pidieron licencia fue por comorbilidades o porque estaban en riesgo, pero todos los demás se quedaron a atender a los pacientes, algunos un poco renuentes porque no era su área, no estaban acostumbrados a ver este tipo de personas. Pero al final todos nos hemos ido adaptando a la situación.
Citlali –que cursó 6 años y medio de licenciatura para convertirse en médica cirujana, 3 años de especialización en Medicina Interna y 2 años de especialización en Geriatría– señala que nunca pensó que le tocaría enfrentar una pandemia.
“Nunca estuve consciente de ello. Cuando era estudiante simplemente me dedicaba a estudiar, a aprender lo que venía en los libros. Ya conforme fui acercándome a la práctica clínica empecé a ver la realidad de lo que es la Medicina. Tuvimos un pequeño acercamiento cuando ocurrió lo de la influenza H1N1. En ese entonces yo estaba en el primer año de la especialidad. Vi pocos pacientes de manera directa porque los que estaban a cargo eran los médicos que tenían más experiencia, pero en realidad nunca esperamos que ocurriera algo parecido que paralizó prácticamente todo el sistema de salud.”
Explica que desde antes de la pandemia el trabajo era arduo, debido a las características de la población del país, con comorbilidades masivas de obesidad, diabetes, hipertensión, cánceres, y la grave situación en que se encontraba todo el sistema sanitario. Desde hace más de 1 año toda la atención extra Covid se suspendió.
“La actividad que veníamos llevando a cabo en el hospital ya de por sí estaba pesada, por la cantidad de enfermos que hay por todas las patologías que se presentan. Y ahora es todo Covid. Los pacientes que recibían sus consultas, sus seguimientos, el diagnóstico de sus enfermedades, todo eso está paralizado porque todo el hospital se dedica a ver pacientes con Covid.”
Los médicos y todo el personal de salud entraron a una nueva dinámica. Y es que todos tuvieron adaptarse a la reconversión hospitalaria. “Sí fue un cambio muy rudo y muy drástico en cuanto a la práctica que llevamos, sobre todo porque no es lo mismo ver a un paciente que está hospitalizado por otra situación a tener que ponerse el equipo de protección personal, estar en un área restringida”.
—Aunque, finalmente, ustedes son médicos; están capacitados para salvar vidas –se le hace la observación.
—Los años que tuve de entrenamiento durante la especialidad me dieron las herramientas suficientes para atender a pacientes críticos, pacientes intubados, pacientes gravemente enfermos. Sin embargo, hay que destacar que no es mi especialidad: no soy intensivista. Y obviamente el tipo de atención que se da a un paciente en terapia intensiva es diferente en un médico que se especializa en eso a un médico que tuvo un entrenamiento durante un cierto tiempo, quizá no el suficiente para ser experto en el área. Eso ha complicado las cosas porque uno hace lo más que puede dentro de sus conocimientos, buscamos actualizarnos. Pero hay cosas que se salen de nuestras manos, porque no es nuestra área. Y eso ha sido frustrante, al tratar pacientes que están tan graves: tú haces todo lo que consideras necesario. Y en el fondo sabes que te estás quedando limitado porque no es tu área.
Explica que el impacto sicológico ha sido muy intenso. Antes de la irrupción del SARS-Cov-2, ella trataba sólo adultos mayores. Es cierto, se había especializado en el manejo del final de la vida y en las enfermedades terminales. Pero “con esta pandemia empezamos a ver muchos pacientes jóvenes y muy graves. Esto para mí tuvo un impacto emocional muy fuerte, dado que yo me dedico a ver a adultos mayores. La verdad es que pega mucho ver fallecer a pacientes de 30, 40, 50 años que tienen hijos pequeños, que tienen familias, hijos jóvenes… Conforme han pasado los meses, pues al final nos hemos acostumbrado a ese panorama difícil”.
Considera que se mantiene emocionalmente fuerte y que no se ha visto muy afectada; “pero sí es muy triste la situación, la verdad”.
—Además del impacto sicológico, por tratar pacientes que finalmente mueren todos los días, está el cansancio físico y el natural miedo a contagiarse y también morir. ¿Cómo lidia con esto una médica que, además, es madre de niñas que no han llegado aún a la edad del kínder?
—Al principio comencé a sentir temor, cuando veía que personas jóvenes morían. Empecé a temer por mi vida y por la de mi esposo, porque tenemos dos niñas muy pequeñitas. Conforme fue pasando el tiempo, me tuve que acostumbrar y olvidarme de ese miedo para poder hacer bien mi trabajo. Afortunadamente ya nos pusieron la vacuna. Eso, la verdad es que sí da bastante tranquilidad: saber que podemos entrar con mayor protección y poder seguir haciendo nuestro trabajo.
—Aun antes de que le aplicaran la vacuna, decidió quedarse a hacer frente a la pandemia. Puso en riesgo su vida. Qué motivaciones encontró para levantarse cada día y presentarse al hospital.
—Desde que era estudiante me gustaba mucho el área biológica. Me parecía que era una carrera muy útil en términos de poder resolver problemas que son importantes. Y, por supuesto, buscar que las personas tengan una mejor vida. De hecho, por eso decidí estudiar geriatría: es un área muy bonita, de mucha oportunidad de manejo para que busquemos una mejor calidad de vida en los años que se puedan extender de las personas. En el hospital el tema que buscamos es que hay pacientes que sabemos que les va a ir muy mal y que probablemente van a fallecer. Hay pacientes que necesitan intubarse y en muchas ocasiones no quieren. Pasa frecuentemente con las personas mayores. Algo que buscamos es que esos últimos momentos la pasen sin molestias, sin sensación de ahogo, sin sed, sin hambre. Pero sí es una situación difícil porque el hecho de que no tengan a sus familiares cerca y que no puedan comunicarse con ellos, hace que sea todavía más triste la situación. Al final buscamos que el paciente esté lo más cómodo posible el tiempo que sea necesario.
—¿Recibió consejos o presiones de familiares y amigos que le dijeran que no se arriesgara y que pidiera vacaciones o licencia?
—Algunos compañeros que trabajan en el área privada [hospitales privados] alguna vez me preguntaron que si estaba segura de seguir trabajando, porque fácilmente podía pedir una licencia. En el IMSS tenemos la facilidad de pedir licencias sin perder nuestra base. Incluso, en un principio, tuve que llevar a mis hijas con mi mamá, para que ella las cuidara por el temor a contagiarnos. Y en algún momento me plantearon si era mejor pedir permiso para dejar de trabajar. El problema es que somos pocos los que manejamos el área médica hospitalaria y al final tuvimos que hacer lo que nos tocaba, porque había pocas personas que podían resolver esa situación.
Sobre el día a día en tiempos de pandemia en el hospital, dice que como todo el equipo médico de todas las especialidades se integró a la atención de los pacientes, “afortunadamente no nos tocan tantos por médico”. Señala que, en su caso, se trata de alrededor de 10 pacientes de Covid-19 cada jornada. “Es complicado porque tenemos que checar muchos asuntos; con los pacientes que están más graves se lleva más tiempo. Pero al menos en mi hospital hemos tenido la oportunidad de contar con muchos elementos para que no sea algo tan desgastante”.
—¿Qué rutina sigue: cómo es una jornada de trabajo para usted?
—Entro a las 7 de la mañana. Lo primero que hacemos es ir al área de Jefatura, en donde se hace la coordinación. Cada quien tiene un asignado un piso del hospital y vemos cómo está el censo: cuántos ingresos hubo, cuántas altas, cuántos fallecieron. Después vamos por el equipo de protección personal. Llegamos a nuestro piso, nos colocamos el equipo de protección personal, entramos, checamos que el número de camas coincida con el número de pacientes. A las que nos toca ser líder de grupo o de equipo checamos cuáles son los pacientes más graves, cuáles requieren intubación para pedir todo el equipo y todo el material. Se pasan los medicamentos que se requiere y todos los cambios que se hacen. Se analiza en laboratorios, estudios de Rayos X, se solicitan pruebas de PCR [sigla en inglés de la prueba de diagnóstico Reacción en Cadena de la Polimerasa] para los pacientes que todavía no tienen resultados. Les pasamos visitas, exploramos cómo están, su respiración, si han comido bien, si han evacuado bien. Y al final de la jornada se hace una nota de evolución para que quede documentado cómo está el paciente en ese día y cuáles son sus estudios y el análisis de su estado clínico. Ya que termina la jornada nos quitamos el equipo de protección personal y nos podemos retirar más o menos como a la 1:30 de la tarde.
—Vimos algunas protestas de personal de salud en hospitales por falta de equipo, de medicamentos. Han sido aisladas, pero ha quedado testimonio de ellas. Cuál es la experiencia que ha vivido en este sentido.
—Primero, que la población sepa que todo el personal médico está poniendo todo su empeño para que los pacientes salgan adelante. Sí nos da mucha tristeza saber que algunas personas, por ignorancia o rumores, comentan que a los pacientes se les hace daño, se les deja morir, que no se hace lo suficiente. Hay gente que comenta: “No lo lleves al hospital porque ahí te lo van a matar”. Sí causa mucha tristeza, porque nosotros hacemos todo lo que podemos para que el paciente esté bien. En muchas ocasiones la realidad es que es insuficiente, porque nos hacen falta a veces algunos medicamentos, a veces sedantes, a veces medicamentos para mantener la presión, antibióticos. Es muy variable y a veces no se da una atención de punta porque nos faltan cosas. Pero ahí está la intención y es lo que nosotros buscamos todos los días, cada vez que vamos a trabajar.
—¿A qué se debe esta carencia de los aditamentos, equipo o medicamentos necesarios para dar un buen servicio?
—Es por el exceso de demanda que se ha dado a nivel nacional y mundial. Hay medicamentos que son indispensables y que se han agotado en hospitales privados, por ejemplo. Son tantos pacientes que requieren medicamentos muy parecidos y que se ocupan con tanta frecuencia como no se había visto. Y las farmacéuticas no se dan abasto para producir tanto medicamento. Al menos en mi hospital, con respecto del equipo de protección, hemos estado bastante bien. Y sí es cierto que de manera fluctuante se ha acabado uno u otro medicamento, pero pues siempre los jefes de servicio buscan el modo de conseguirlo lo más pronto posible, aunque a veces no es tan rápido como quisiéramos.
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