Cae en mis manos y ante mis ojos (los que sirven para leer, que nos conectan con los ojos del conocimiento, expresaba en sus maravillosas cátedras en la Facultad de Derecho y en la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional Autónoma de México el que fuera ilustre maestro, Guillermo Héctor Rodríguez) el texto periodístico de Fernando Savater que se refiere al tema de este Ex libris: “Fin de año” (la palabra fin se usa como sinónimo de final en el habla común y hasta en escritores reconocidos, y Savater es uno de éstos). “Pero hay –dice– una humillación a la que nada resiste y que derrota cualquier rebeldía por medio del ridículo: la de envejecer” (El País, 28 de diciembre de 2010). Invoca en el artículo el de la célebre Simone de Beauvoir: La vejez; también a Plauto, Terencio, Horacio. Y, claro, al más citado que leído Marco Tulio Cicerón, adversario, desde su republicanismo, de Cayo Julio César, el creador del cesarismo que origina las autocracias y, en Roma, a los césares del imperio.
Y me invita casi obligadamente a volver sobre las páginas de De la vejez, de Cicerón (106-43 antes de Cristo), considerado un ideólogo, político, orador y combatiente por la incipiente libertad personal donde enraízan la libertad de expresión, la de reunión y la de asociación (Bobbio dixit). De Cicerón nos han llegado como legado varios de sus textos (Diálogos, que imitan al griego-ateniense Aristocles, mejor conocido por su alias, Platón), su mutilado trabajo sobre el republicanismo. En De la vejez se centra en el ocaso físico del ser humano, con sus cientos de achaques, pérdida de la memoria, ancianidad, chochez, etcétera. El mismo Norberto Bobbio tituló sus memorias: De senectud, la otra cara de la obra ciceroneana.
Y es que Cicerón considera la vejez con más optimismo, pues falleció apenas con 63 años de edad. En la actualidad, de los 70 a los 80 años todavía se puede sobrevivir con menos males, o con calidad de vida como llaman ahora al saber hacerlo. Al echar mano del recurso de Platón, éste usó como portavoz a Sócrates, habla Cicerón por medio de Catón. El viejo presenta a la vejez y convoca a saber envejecer para relativizar las miserias de los años que se vinieron encima. Esto, con arreglo a saber: “establecer por principio que los fundamentos de una vejez suave y feliz se han de echar muy de antemano en la mocedad”. O como bien dice la letra del clásico: “sacar juventud de mi pasado”.
No conozco el libro que cita Savater de Jean Améry, titulado Revuelta y resignación, quien ha expresado “cómo el mundo (en la vejez) nos abandona antes de que lo abandonemos y qué irrisorios son los honores que tratan de consolarnos”. La vejez de los pobres es aterradora, sobre todo si terminan en las calles mendigando, despreciados por sus hijos y familiares. Y en los términos que sea, “la vejez es en la vida como la última jornada de la comedia (o de la tragedia, agrego); cuyo cansancio debemos de huir, particularmente si se añade el estar hartos y satisfechos de vivir”, dice Cicerón como aconsejando el suicidio, según la eutanasia (ver el libro de Jack Kevorkian, La buena muerte).