Hasta que aprendamos que ningún ser humano merece ser torturado, no podremos vivir en paz. Cuando superemos el discurso del odio, del racismo y del miedo podremos construir una sociedad más humana.
El presidencialismo mexicano tuvo en Carlos Salinas de Gortari a su Ricardo III de Shakespeare (1564-1616), pero no en una versión teatral, sino real; y lo superó demostrando que “la realidad es más pródiga que la más febril fantasía”. Y sigue suelto tras bambalinas, asomando a veces su calvicie y su rostro amenazante tras el peñismo que, si aparentemente hizo a un lado a la perversa maestra –la abeja-reina del Panal (Partido Nueva Alianza)-SNTE (Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación)–, no ha podido siquiera de dientes para fuera deshacerse de esa caricatura de Ricardo III que busca reposicionarse como poder tras el trono.
Al convivir diario con expertos en diferentes áreas del conocimiento ambiental y viajar a increíbles sitios naturales para conocer a las personas que habitan en comunidades dentro de estos sitios, no es raro que constantemente escuche hablar de la riqueza biológica de nuestro país, e incluso, he memorizado un dato, obligatorio para todo aquel que se involucre en temas ambientales: México es el cuarto país con mayor biodiversidad a nivel mundial.
El tema de la generación de empleos se va colocando como uno de los insalvables pendientes en la agenda de los candidatos presidenciales; hace seis años, a cambio de su voto, Calderón prometió a los mexicanos, convertirse en el “presidente del empleo” y generar 1 millón de puestos de trabajo anuales y bien remunerados que ayudaran a resarcir el poder adquisitivo de los trabajadores. Hoy, a la distancia, no hay generación de empleos, los salarios han visto pulverizar su poder de compra en un 42 por ciento y, peor todavía, la clase trabajadora ha enfrentado una de las peores embestidas en toda su historia por parte del gobierno federal.
Confieso que de Charles Dickens (1812-1870) sólo tengo el libro Tiempos difíciles. Y recientemente lo he releído pues estamos ante el bicentenario de su nacimiento. Fue traducido al español (al igual que su obra completa que revisó y corrigió Fernando Galván) por Amando Lázaro Ros. Cuenta con 37 capítulos divididos en tres partes y redactados con la maestría de la narración, donde el factor común es el drama laboral, es decir, el abuso de los patrones y empresarios en el auge de la industrialización inglesa. Reinterpreta la realidad social de su tiempo (y un asunto un tanto jalado de los cabellos: el matrimonio), en la que busca desacreditar a la Escuela Utilitarista, creada por Jeremy Bentham (1748-1832).
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