Luego de la contracción del crédito (credit crunch) internacional en los primeros meses de 2009, la mayor parte de las economías emergentes evitaron sumergirse en una crisis profunda. Los países latinoamericanos cayeron en desaceleración pero no en depresión.
Lo mismo sucedió con los países de la región de Asia-Pacífico: China continuó con la compra de una gran cantidad de materias primas (commodities), con lo cual los países primario-exportadores de la periferia capitalista resistieron más ante el colapso si se los compara con las naciones industrializadas. Ahora la situación es muy distinta, la recesión avanza en América del Sur y la desaceleración cobra fuerza en el Continente Asiático.
El Grupo de los 7 (G-7, integrado por Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido) se encuentra atrapado en una crisis estructural. Estados Unidos, la zona euro, Japón y el Reino Unido lanzaron una enorme cantidad de estímulos monetarios y fiscales para evitar la profundización de la debacle.
Sin embargo, esas políticas, más que dinamizar el grueso de la actividad productiva y promover la creación de empleo masivo, precipitaron la acumulación de deuda pública y el auge bursátil. La crisis no se resolvió, solamente se contuvieron sus rasgos más destructivos unos meses.
En Japón ya se presencian los primeros síntomas del regreso a la deflación (caída de precios). Cuando el primer ministro, Shinzo Abe, comenzó su mandato en diciembre de 2012, se comprometió a sacar a su país del atolladero. Con graves penurias desde 1980, por una crisis de los bienes raíces, la economía nipona se hundió a principios de la década de 1990 en el estancamiento, y siempre se mantuvo amenazada por la caída de precios.
El gobierno de Abe apostó todo su capital político en un plan de recuperación (conocido con el nombre de Abenomics) sustentado en las denominadas “tres flechas”: las reformas estructurales, los estímulos fiscales (20.2 billones de yenes) y el programa de flexibilización cuantitativa (aumento de la base monetaria en un monto anual que equivale a 16 por ciento del producto interno bruto, 80 billones de yenes).
A grandes rasgos, el objetivo consistía en incrementar la productividad y la competitividad empresarial de Japón en la economía global. Se liberalizó el mercado laboral para eliminar las barreras de la explotación capitalista. Para sumarse en el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por su sigla en inglés) que impulsa Estados Unidos, Abe pretende llevar adelante la apertura de los sectores de la agricultura y la salud, entre otros, aunque la resistencia interna no se lo permite todavía.
También se disminuyeron los impuestos a las corporaciones para promover la inversión productiva y se incrementó el impuesto al valor agregado de 6 a 8 por ciento para no generar un hoyo fiscal. Por último, se puso en marcha un programa de inyección de liquidez para favorecer la subida del nivel de precios. Sin embargo, el plan Abenomics aún no consigue el despegue de la economía.
La economía nipona cayó -1.2 por ciento entre abril y junio (en términos anuales). Y hay señales que apuntan a que la recesión no cederá en los últimos 2 trimestres del año. A pesar de la agresividad de las políticas del Banco de Japón, la tasa interanual de inflación (si se excluyen los alimentos y la energía) sigue sin crecer. En agosto disminuyó -0.1 por ciento. Es la primera vez que registra números negativos desde abril de 2013.
La depreciación del yen en más de 30 por ciento ante el dólar todavía no termina de dinamizar lo suficiente el comercio exterior. La producción industrial (maquinaria, automóviles y aparatos electrónicos) se desploma y el nivel de consumo de las familias no basta para elevar la demanda interna. La deuda pública ya casi supera 250 por ciento como proporción del producto interno bruto; la degradación de la solvencia es tal que la agencia Standard & Poors no tuvo alternativa y a mediados de septiembre disminuyó la calificación de la deuda soberana del país asiático de A+ a AA-.
El gobernador del Banco de Japón, Haruhiko Kuroda, sostuvo que la caída de la actividad económica se trata de una situación que muy pronto será superada, pues es transitoria: tanto el desplome de las cotizaciones del petróleo, como la drástica desaceleración de China obstaculizan que el plan Abenomics logre superar el estancamiento y la deflación.
Sin lugar a dudas, entre los países del capitalismo industrializado, Japón vive uno de los mayores dramas económicos desde hace más de 2 décadas. A principios de octubre, el banco central reiteró que no cancela la posibilidad de ampliar su programa de estímulos monetarios en caso de que la situación se vuelva más crítica. No obstante, es evidente que de nada servirá proveer dosis más altas de una medicina que en lugar de curar, prolonga los males.
Ariel Noyola Rodríguez*
*Economista egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México
[BLOQUE: OPINIÓN] [SECCIÓN: ARTÍCULO]
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