Thierry Meyssan/Red Voltaire
Damasco, Siria. Estados Unidos e Irán vienen conversando en secreto desde marzo de 2013. Esos contactos secretos se iniciaron en Omán. Ahogados por un asedio económico y monetario sin precedente en la historia, los iraníes no tenían intenciones de ceder ante el imperialismo, sino obtener varios años de tregua, un tiempo para respirar y recuperar fuerzas. Para Estados Unidos, que quiere desplazar sus tropas de Oriente Medio hacia el Lejano Oriente, esta oportunidad tenía que venir acompañada de garantías precisas de que Teherán no aprovechará ese respiro para seguir extendiendo su influencia.
Dos negociadores excepcionalmente hábiles, Jake Sullivan y William Burns, encabezaban el equipo estadunidense. Se desconoce la composición de la delegación iraní.
Sullivan había sido uno de los principales consejeros de la secretaria de Estado Hillary Clinton, con quien no compartía, sin embargo, ni el respaldo incondicional a Israel ni la fascinación por la Hermandad Musulmana. Organizó las guerras contra Libia y contra Siria. Cuando el presidente estadunidense, Barack Obama, decidió deshacerse de la señora Clinton, Sullivan se convirtió en consejero de seguridad nacional del vicepresidente Joe Biden y fue desde ese puesto que inició los contactos con Irán. William Burns, por su parte, es un diplomático de carrera –se dice que uno de los mejores de Estados Unidos– y se unió a las conversaciones a título de adjunto del secretario de Estado John Kerry.
De hecho, el Consejo de los Guardianes de la Constitución rechazó la candidatura de Esfandiar Rahim Mashaí. Fue gracias a la división así creada en el campo de los revolucionarios, y hábilmente alimentada por el Guía, que el jeque Hasán Rouhaní ganó la elección.
Rouhaní era el hombre de la situación. Este religioso nacionalista había sido negociador en jefe sobre la cuestión nuclear desde 2003 hasta 2005. Había aceptado todas las exigencias europeas antes de que Mahmud Ahmadineyad, al llegar a la Presidencia, decidiera sustituirlo. Rouhaní había estudiado derecho constitucional en Escocia y fue el primer contacto iraní de Israel y Estados Unidos en el escándalo Irangate. En 2009, durante el intento de revolución de color organizado por la Agencia Central de Inteligencia estadunidense (CIA, por su sigla en inglés) con ayuda de los ayatolas Rafsanyaní y Jatamí, Rouhaní se puso del lado de los prooccidentales en contra del presidente Ahmadineyad. Y, de paso, el estatus clerical de Rouhaní permitía a los mulás reconquistar el Estado iraní de manos de los Guardianes de la Revolución.
Por su parte, Estados Unidos impartía instrucciones a sus aliados sauditas para que también bajaran el tono y aceptaran la mano tendida del nuevo gobierno iraní. Durante varios meses hubo sonrisas entre Riad y Teherán mientras que el jeque Rouhaní se ponía personalmente en contacto con su homólogo estadunidense.
La idea de la Casa Blanca era tomar nota de los éxitos iraníes en Palestina, Líbano, Siria, Irak y Baréin y permitir que Teherán goce de su influencia en esos países a cambio de que renuncie a seguir expandiendo su revolución. Después de abandonar la idea de compartir Oriente Medio con los rusos, Washington preveía distribuirlo entre Arabia Saudita e Irán antes de retirar sus propias tropas de esa región.
Pero esa división devolvía al Oriente Medio a la época del Pacto de Bagdad, es decir, a los tiempos de la Guerra Fría, con la diferencia de que Irán ocuparía el lugar que antes tenía la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y que la repartición de las zonas de influencia sería diferente.
Además de que eso obligatoriamente molestaría a la actual Federación Rusa, esta nueva repartición devolvía Israel a la época en que no disponía del paraguas estadunidense, algo inaceptable desde el punto de vista del primer ministro Benjamín Netanyahu, partidario de la expansión de Israel “desde el Nilo hasta el Éufrates”. Así que Netanyahu hizo todo lo posible por sabotear la continuación del programa.
Es por eso que, a pesar de que a principios de 2014 ya se había alcanzado en Ginebra un acuerdo sobre la cuestión nuclear, la negociadora estadunidense Wendy Sherman utilizó las exigencias israelíes para tratar de obtener más concesiones y afirmó sorpresivamente que Washington no se conformaría con eliminar la posibilidad de que Irán obtuviese la bomba atómica sino que también exigía que Teherán renunciara a desarrollar sus misiles balísticos. Esta sorprendente exigencia fue rechazada por China y Rusia señalando que no tenía absolutamente nada que ver con el Tratado de No Proliferación Nuclear ni entraba en el campo de competencia de los 5+1.
Eso demuestra que la bomba atómica nunca fue la preocupación de Estados Unidos en todo este asunto y que Washington sólo utilizó ese pretexto para contener a Irán imponiéndole un terrible cerco económico y monetario. Lo más interesante es que el propio presidente Obama lo reconoció implícitamente en su discurso del 2 de abril cuando mencionó la fetua del Guía de la Revolución prohibiendo el arma atómica. En realidad, la República Islámica de Irán puso fin a su programa nuclear militar poco después de la declaración del ayatola Jomeini contra las armas de destrucción masiva, en 1988. A partir de aquel momento, Teherán se ha limitado a la investigación nuclear de carácter civil, que en algunos casos puede tener implicaciones militares, como –por ejemplo– garantizar la fuerza motriz en navíos de guerra. La decisión del imam Jomeini adquirió fuerza de ley con la fetua del ayatola Jomeini, el 9 de agosto de 2005.
En todo caso, como en Washington estiman que Benjamín Netanyahu es un “fanático histérico”, los estadunidenses pasaron todo 2014 tratando de llegar a un acuerdo con Tsahal (las Fuerzas Armadas de Israel). Poco a poco fue imponiéndose la idea de que, en la repartición de la región entre Arabia Saudita e Irán, habría que imaginar un sistema de protección para la colonia judía. De ahí surgió el proyecto de crear una especie de nuevo Pacto de Bagdad, algo así como una Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) regional, presidida oficialmente por los sauditas –para que fuese aceptable para los árabes– pero dirigida en realidad por Israel, como el antiguo Pacto presidido de facto por Estados Unidos a pesar de que este país no era miembro. El presidente Obama hizo público este proyecto en su Doctrina de Seguridad Nacional, el 6 de febrero de 2015.
Así que el acuerdo nuclear y el fin de las sanciones fueron pospuestos. Washington organizó la rebelión de Tsahal contra Netanyahu, creyendo que al primer ministro no le quedaba mucho tiempo en el poder. Pero, a pesar de la creación de Commanders for Israel’s Security y de los llamados de casi todos los exoficiales superiores a no votar por Netanyahu, este último logró convencer a sus electores de que él era el único defensor de la colonia judía y acabó siendo reelecto.
En lo tocante a Palestina, Washington y Teherán habían previsto congelar la situación de Israel y crear un Estado palestino, conforme a los acuerdos de Oslo. Netanyahu, que estaba espiando no sólo las negociaciones de los 5+1 sino también las conversaciones bilaterales secretas, reaccionó anunciando públicamente que mientras él esté vivo Israel nunca aceptará que se reconozca un Estado palestino. Al hacer esa declaración, Netanyahu reconocía implícitamente que Tel Aviv no tiene intenciones de respetar la firma israelí estampada en los acuerdos de Oslo y que ha venido negociando con la Autoridad Palestina durante 20 años únicamente para ganar tiempo.
Tres días más tarde, también se hacía público el acuerdo de los 5+1 negociado 1 año antes. Sin embargo, el secretario de Estado John Kerry y el ministro iraní de Relaciones Exteriores Mohammad Yavad Zarif dedicaban todo 1 día a pasar revista a todos los puntos políticos en discusión. Se decidió que Washington y Teherán reducirán la tensión en Palestina, Líbano, Siria, Irak y Baréin durante los próximos 3 meses y que el acuerdo de Ginebra no se firmaría hasta finales de junio y por 10 años si ambas partes respetaban su palabra.
Es probable que Netanyahu trate nuevamente, en los 3 próximos meses, de hacer fracasar el plan estadunidense. No sería, por lo tanto, sorprendente que veamos toda una serie de actos de terrorismo o de asesinatos políticos no reivindicados pero cuya responsabilidad será atribuida a Washington o a Teherán para impedir la firma prevista para el 30 de junio de 2015.
Lógicamente, Washington estimulará en Israel una evolución política que limite los poderes del primer ministro. Eso es lo que se desprende del durísimo discurso que pronunció el presidente israelí Reuven Rivlin cuando encargó a Netanyahu la formación del próximo gobierno.
La cuestión de Yemen nunca llegó a mencionarse en las discusiones bilaterales. Si se firma el acuerdo, ese país podría mantenerse como único punto de conflicto en la región durante los próximos 10 años.
Al concluir un acuerdo con Teherán y promover una alianza militar en torno a Arabia Saudita, Washington favorece, por un lado, una división de la región entre estados. Por otro lado, fragmenta las sociedades utilizando para ello el terrorismo, e incluso acaba de crear un subestado terrorista: el Emirato Islámico, también conocido como Daesh.
En el caso de Egipto, El Cairo no dispone de ningún margen de maniobra y tiene que plegarse a todas las presiones sin implicarse en materia de actuación. El país no dispone de medios sustanciales y sólo puede alimentar a su población gracias a la ayuda internacional, es decir, gracias a Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, Rusia y Estados Unidos. Egipto se ve implicado en la operación Tempestad Decisiva contra Yemen, nuevamente junto a la gente del Sur, como en la Guerra Civil (1962-1970), con la diferencia de que en vez de estar con los comunistas ahora está del lado de los miembros de Al Qaeda y que El Cairo es ahora aliado de la monarquía saudita. Es evidente que Egipto debería tratar de salir de ese enredo lo más rápido posible.
Más allá del Levante y del Golfo, la evolución de la situación regional planteará problemas a Rusia y a China. Para Moscú, el cese del fuego de 10 años es una buena noticia, pero le resultará amargo tener que renunciar a sus esperanzas mientras que Irán se beneficia únicamente porque la dirigencia rusa tardó en reconstituir sus fuerzas después de la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Esto explica el acuerdo concluido con Siria para desarrollar el puerto militar de Tartús. La Marina de Guerra rusa debería posicionar de forma duradera su presencia en el Mediterráneo, tanto en Siria como en Chipre.
En cuanto a China, el cese del fuego entre Estados Unidos e Irán se traducirá rápidamente en un traslado de las tropas estadunidenses hacia el Lejano Oriente. El Pentágono ya se plantea la construcción de la mayor base militar estadunidense del mundo en Brunéi. Para Pekín, poner sus Fuerzas Armadas en el nivel de esa amenaza se convierte desde ahora en una carrera contra reloj: China debe estar lista para hacer frente al imperio estadunidense antes de que este último esté en condiciones de atacarla.
Thierry Meyssan/Red Voltaire
[Sección: Línea Global]
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