Wayne Madsen/Red Voltaire-Strategic Culture Foundation (Rusia)
Washington, Distrito de Columbia, Estados Unidos. Después del derrumbe de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), el expresidente de Estados Unidos y antiguo combatiente de la Guerra Fría Richard Nixon dedicó sus últimos años de vida a velar porque Rusia ocupara su lugar en la comunidad internacional. Nixon aconsejó al entonces presidente William Clinton sobre la manera correcta de tratar con la Federación Rusa, reconocida internacionalmente como el Estado sucesor de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Algo que Nixon nunca habría tolerado es la tendencia conservadora a negar el importante papel que Rusia desempeñó en la Segunda Guerra Mundial –a la que los rusos llaman La Gran Guerra Patria– y en la victoria de los Aliados contra la Alemania nazi. Los actuales dirigentes de Estados Unidos y sus compinches en Gran Bretaña, en el Este de Europa y en otros países, incluso serían llamados a capítulo por Nixon por haberse negado a participar en la ceremonia anual del 9 de mayo, o Día de la Victoria, en Moscú.
Nixon, quien criticó a la administración de George H W Bush por la ayuda patéticamente inadecuada que se destinó a Rusia después del derrumbe de la Unión Soviética, tendría poco tiempo que perder con los círculos políticos estadunidenses que hoy pretenden desgastar a Rusia y ponerla de rodillas.
Entre quienes ejercen presión a favor de un endurecimiento de las sanciones contra Rusia e ignoran su significativo papel en la victoria de la Segunda Guerra Mundial se hallan los hijos e hijas de los emigrados fascistas y nazis provenientes del Este de Europa que llegaron a Estados Unidos en los años posteriores a la guerra, en su mayoría gracias a la Operación Paperclip, de la Agencia Central de Inteligencia estadunidense (CIA, por su sigla en inglés), huyendo de los juicios que pendían sobre sus cabezas por haber apoyado la causa nazi en sus países de origen.
Aquellos emigrados participaron en la formación de diversos grupos de extrema derecha que giraban alrededor de las llamadas Naciones Cautivas, organización estimulada por la administración Eisenhower y las posteriores administraciones estadunidenses. De aquella constelación de organizaciones fascistas surgieron el sionista ucranio-estadunidense Lev Dobriansky y su hija Paula Dobriansky, exresponsable en el Departamento de Estado durante la administración de George Bush hijo, así como el excolaborador de la Gestapo en Hungría, Gyorgy Schwartz, quien más tarde se cambió el nombre y pasó a llamarse George Soros. Los descendientes de aquellos inmigrados figuran actualmente en los gobiernos de todo el centro y el Este de Europa.
Los grupos que gravitan alrededor de aquellos emigrados a Estados Unidos, como la Fundación Heritage, el American Enterprise Institute (AEI) y la Brookings Institution, así como Human Rights Watch, fundada por George Soros, trabajan a favor de que se reescriba la historia de la Segunda Guerra Mundial. Al parecer, muchos de esos grupos neoconservadores e históricamente revisionistas preferirían que, en vez de reconocer la victoria de la Unión Soviética sobre el fascismo, se conmemorasen con tristeza las derrotas de los regímenes títeres de los nazis en los países bálticos, así como en Ucrania, Bielorrusia y Moldavia.
En el marco de esta guerra propagandística, el jefe de la inteligencia militar checa, general Andor Sandor, retirado desde 2002, afirmó recientemente que los rusos practican el espionaje a gran escala en Praga. El objetivo de esta historia es presionar al presidente checo, Milos Zeman, quien había expresado públicamente su intención de ignorar un supuesto consenso de la OTAN para boicotear las celebraciones rusas del 9 de mayo. Mientras tanto, la oposición checa anunció que tratará de lograr que el Parlamento retire el financiamiento al viaje del presidente a Moscú. Praga constituye un punto sensible en las relaciones de Rusia con Occidente. La República Checa sigue negándose a autorizar la apertura de bases de la OTAN en su territorio, aunque Praga sigue albergando actividades antirrusas, como las transmisiones de Radio Free Europe/Radio Liberty y el trabajo de diversas organizaciones no gubernamentales financiadas por George Soros. Los interlocutores de Soros en el Parlamento Europeo también están presionando al presidente serbio, Tomislav Nikolic para que anule sus planes de ir a Moscú, y el medio de presión que han encontrado es poner en la balanza el pedido de adhesión de Serbia a la Unión Europea.
Tres exembajadores estadunidenses en Ucrania –Steven Pifer, John Herbst y William Taylor– han exhortado abiertamente a dirigentes europeos, como el primer ministro británico, David Cameron, el presidente francés François Hollande, y la canciller alemana Angela Merkel –esta última debía salir el 10 de mayo para Moscú para depositar allí una ofrenda floral en el marco de una ceremonia oficial– a asistir a una celebración del Día de la Victoria en Kiev. Y estos últimos dirigentes europeos han decidido boicotear la ceremonia del 9 de mayo y el desfile militar en Moscú. Los tres embajadores lacayos incluso escribieron en el diario estadunidense Los Angeles Times que “aunque los presidentes Clinton y George W Bush fueron a Moscú en 1995 y en 2005, el presidente Barack Obama no celebrará el acontecimiento en Moscú sino en Kiev”. Los embajadores se niegan a reconocer que si los dirigentes occidentales hacen esa celebración en Kiev, lo harán junto a todo tipo de neonazis y paleonazis, incluyendo a verdaderos partidarios de Adolfo Hitler y del jefe nazi y miembro de la Waffen SS, Stepan Bandera.
Los tres embajadores estadunidenses Pifer, Herbst y Taylor están lejos de ser los únicos en lanzar llamados a conmemorar el sacrificio de 27 millones de soviéticos durante la Segunda Guerra Mundial en una ciudad donde los neonazis y mercenarios skinheads de toda Europa tienen en sus manos el poder político y militar. Pifer trabaja para la Brookings Institution, un importante centro de la agitación y propaganda antirrusa, mientras que Herbst era un intermediario militante a favor del respaldo de la Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID, por su sigla en inglés), de la CIA y de los grandes medios de comunicación a favor de la revolución naranja de Kiev. Taylor, como coordinador-jefe de la ayuda gubernamental estadunidense a la extinta Unión Soviética y al Este de Europa, trabajó estrechamente con la organización de Soros y con la National Endowment for Democracy, recogiendo fondos para grupos proestadunidenses de extrema derecha en la región.
Mientras que Obama y sus amigos no estarán en Moscú, el primer ministro griego, Alexis Tsipras, quien ha exigido de Alemania el pago de compensaciones de guerra para su país, hará caso omiso del boicot de la OTAN y se unirá a Zeman para asistir a la ceremonia conmemorativa organizada en la Plaza Roja. Es posible que los dirigentes de Islandia, Noruega, de los Países Bajos, Eslovaquia y Hungría también decidan romper filas y separarse de los demás miembros de la OTAN, volando a Moscú para participar en la ceremonia del 9 de mayo.
En lo que puede ser considerado como una bofetada diplomática para el régimen de Kiev y sus padrinos occidentales, los dirigentes de las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk, en el Este de Ucrania, estarán presentes en la Plaza Roja, junto a los dirigentes de otros 30 países, como China, India, Serbia, Macedonia, Bosnia Herzegovina, Montenegro, Egipto y Sudáfrica, en una situación que confiere a su estatus un reconocimiento de facto. Además, también estarán presentes los dirigentes de las Repúblicas de Osetia del Sur y de Abjasia, lo cual constituye una derrota diplomática para las autoridades de Georgia, que ven esas dos repúblicas como parte del Estado georgiano.
Al mismo tiempo, mientras ellos llaman a boicotear la celebración del Día de la Victoria en Moscú, los dirigentes de los países bálticos acogerán en sus capitales diversas conmemoraciones nazis.
La presidenta de Lituania, Dalia Grybauskait?, graduada de la Foreign Service School, de la Universidad de Georgetown en Washington, uno de los terrenos de reclutamiento preferidos de la CIA, no tiene ninguna intención de impedir las ceremonias anuales ante la tumba del títere nazi lituaniano y constructor de campos de concentración Juozas Ambrazevicius Brazaitis, cuyos restos fueron repatriados hace algunos años a Lituania desde Connecticut (Estados Unidos), antes de ser inhumado nuevamente en Kaunas, con honores militares.
Mientras los dirigentes de Letonia se unían a sus colegas bálticos en la competencia por el boicot contra la ceremonia de Moscú, veteranos y partidarios de la Legión Letona, división de la Waffen SS durante la Segunda Guerra Mundial, desfilaban orgullosamente por las calles de Riga durante una ceremonia que organizan cada año, desde 1991. El presidente letón, Andris Berzins, no ha hecho nada en respuesta a la ceremonia nazi en Letonia, pero sí dice que le parece abominable que un dirigente occidental reconozca el papel de Rusia celebrando el día de la victoria contra Hitler. El propio Berzins fue durante mucho tiempo socio del Stockholms Enskilda Bank, propiedad de la familia sueca Wallenberg, acusada de colaboración con la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial, lo cual le valió figurar en la lista de embargos del gobierno estadunidense.
El presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, y el presidente de Polonia, Bronislaw Komorowski, se unieron a sus socios bálticos en el esfuerzo por revisar el papel de Rusia en la historia de la Segunda Guerra Mundial. El ministro polaco de Relaciones Exteriores, Grzegorz Schetyna, incluso quiso reescribir la historia afirmando que Ucrania liberó el campo de concentración de Auschwitz. El ministro ruso de Relaciones Exteriores respondió señalando que “todo el mundo sabe que Auschwitz fue liberado por el Ejército Rojo, en el que todas las nacionalidades sirvieron heroicamente” y agregó que Polonia “distorsiona” la historia.
Tratar de imponer una parodia de la historia. Eso es lo que hacen los dirigentes de la OTAN cuando presionan a los dirigentes de otros países –desde Corea del Sur y Japón hasta Bulgaria y Austria– para que no envíen representantes oficiales a la celebración de Moscú.
Esta maniobra recuerda el boicot contra los Juegos Olímpicos organizados en Moscú en 1980, una acción encabezada por Estados Unidos y totalmente infantil en materia de diplomacia, que a la larga hizo más daño al movimiento olímpico internacional que a la entonces URSS.
Wayne Madsen/Red Voltaire-Strategic Culture Foundation (Rusia)
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