Las protestas contra la violencia de género del 16 de agosto pasado, enmarcadas en la marcha #NoMeCuidanMeViolan, derivaron en vandalismo contra monumentos históricos y bienes muebles e inmuebles públicos y particulares, pero también en agresiones contra personas, principalmente hombres, incluidos adultos mayores, hubo también agresiones contra mujeres periodistas y mujeres policías; en este contexto las consignas lanzadas fueron dirigidas contra las autoridades de todos los niveles de gobierno, en especial contra Claudia Sheinbaum y el jefe de la policía capitalina Jesús Orta, pero también apuntaron al género masculino.
El origen de las protestas no lo vamos a encontrar en los recientes crímenes cometidos por servidores públicos contra mujeres, ni en el de la joven violada en un baño del Museo Archivo de la Fotografía por un policía bancario, ni en la denuncia de presunta violación que otra menor de edad hizo en la alcaldía de Azcapotzalco en contra de cuatro policías, asunto que aún está por ser determinado; pero esos fueron los hechos que detonaron el hartazgo y la inconformidad de un amplio sector femenino que decidió salir a manifestarse. Alrededor de 2 mil mujeres tomaron las calles de la Ciudad de México y protestaron en contra de la violencia que sufren día a día y que han sufrido históricamente.
Los daños materiales son infinitamente menores a los agravios sufridos por las mujeres: asesinatos, violaciones y acoso, entre otros. Tan sólo de 1997 a 2018 el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) tiene registradas 53 mil 618 mujeres asesinadas; y ante eso ellas decidieron hacer un llamado desesperado y muchas violentaron la protesta. Se puede hablar de los infiltrados que agredieron al periodista de Canal 40, un hombre violentando a otro en una manifestación de mujeres, que ha sido una de las notas que más se han reproducido junto con las imágenes de mujeres embozadas dañando edificios, incendiando inmuebles, increpando, golpeando o rociando de pintura a transeúntes, policías y bomberos; y podemos o no estar de cuerdo con los medios que usaron ellas en la protesta, pero eso no le quita validez a sus reclamos, no deslegitima su lucha.
La mayoría de las gestas sociales que buscan cambiar un orden establecido pocas veces son pacíficas, y aún siéndolo quebrantan la ley y el espacio público. Los cambios que buscan los grupos oprimidos no se piden por favor, y en este caso ante decenios de reclamos, indiferencia e ineptitud de las autoridades para resolver la violencia de género, e incluso la participación de algunas de éstas en la comisión de delitos contra mujeres, la protesta femenina ha tomado causes agresivos; que al parecer están derivando en cierta empatía por parte de las autoridades capitalina y federal, cuyos representantes han dicho que no van a criminalizar la protesta. Es un avance que los grupos policiales no arremetieran contra las manifestantes, como lastimeramente nos ha querido hacer creer la diputada “independiente” panista Ana Lucía Riojas Martínez, que mediante un video acusó a las fuerzas de contención de reprimir a las manifestantes. Es execrable usar una protesta legítima para dañar a tu oponente político.
No sólo se trata de no detener a las transgresoras del orden público y de no abrir carpetas de investigación, ese es un paliativo que aplica el gobierno para que el conflicto no se haga más grande en las calles, pero puede ser una arma de dos filos y derivar en protestas aún más violentas. La solución va mucho más allá y es por desgracia más lejana. Se trata de resolver los reclamos, de esclarecer los crímenes y de castigar a los perpetradores; para finalmente garantizar la vida en libertad y sin miedo de las mujeres. Ya veremos si la jefa de gobierno capitalino y el Estado en general están a la altura de las circunstancias. No podremos consumar la Cuarta Transformación, ni sentirnos orgullosos de ella si no se da una respuesta pronta y justa para solventar la terrible situación que vive el género femenino en el país.
Sin lugar a dudas la generación práctica de la violencia la originan los hombres, más allá de las causas como la injusticia social y el crimen organizado. México es un país de víctimas y victimarios, y tiene como principales caídos a los hombres. Las cifra que reporta el Inegi, para el periodo señalado, acumula 441 mil 407 homicidios masculinos. Y aunque se han dado manifestaciones contra la violencia en la que ambos géneros han levantado la voz, nosotros no hemos sabido unirnos y manifestarnos aunque la circunstancia nacional nos está matando. También nosotros vivimos con el temor a la agresión; tememos, pero pocas veces lo exteriorizamos, que nos secuestren, que nos extorsionen, tememos toparnos con un criminal y también con los cuerpos policíacos, tememos ser confundidos con narcotraficantes y caer abatidos en un reten, tememos que nos asesinen por este o por aquel motivo.
¿Por qué no hemos sabido unirnos y protestar como lo hacen las mujeres? Tal vez porque desde nuestra perspectiva hemos normalizado lidiar con la violencia o sobrellevarla; puede ser que asimiláramos profundo aquellas frases que se nos decían y que a muchos se les siguen diciendo: Si te pega, dale más fuerte, Los hombres no lloran, Los hombres no se quejan y tantas otras que son parte de la enseñanza dentro del núcleo familiar, dentro del grupo de amigos, dentro del ámbito social, tal vez sea por eso que para nosotros la violencia es más aceptable que para ellas.
Esa idealización de estereotipos configura en alguna medida nuestros comportamientos adultos. Por ejemplo, eso de que “los hombres nos agarramos a golpes o peleamos hasta la muerte” y de que “a las mujeres no se les toca ni con el pétalo de una rosa” o que “ellas son frágiles y delicadas”. Por un lado, como hombres vemos normal acabarnos a golpes y a balazos, y por el otro nos escandalizamos de la violencia que ellas pueden generar, más allá de si tienen el derecho o no para agredir a otros.
Nosotros como hombres participamos en protestas, diluidos como género en gremios, como el periodístico o el estudiantil, o el laboral, pero nuestras manifestaciones no han resuelto la situación; en las estadísticas se aprecia como el número de asesinatos ha ido a la alza con los diferentes gobiernos federales que hemos tenido, incluido el actual, con el que en sus primeros meses de ejercicio la violencia se ha incrementado para todos. Tal vez más allá de juzgar las protestas femeninas debamos antes intentar comprenderlas con la intención de aprender de ellas, pues hasta ahora lo que hemos hecho no ha resuelto casi nada ni para nosotros ni para ellas. No estoy llamando a salir a destrozarlo todo, no creo que ese sea el único camino, pero sí a reflexionar sobre nuestro papel en la generación de la violencia, pero también en la recepción de ésta.
Roberto Galindo
*Maestro en apreciación y creación literaria; arqueólogo y diseñador gráfico; miembro del taller literario La Serpiente
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