Érika Ramírez/Primera de dos partes
México carece de infraestructura y criterios para albergar a los menores de edad que viven encarcelados porque sus madres enfrentan proceso privadas de su libertad o ya han sido sentenciadas a años de prisión. Esto lo coloca como uno de los países más atrasados en la materia, revelan especialistas e investigaciones al respecto.
Consecuencia de lo anterior es el aislamiento, la exposición a la violencia y a las drogas a las que quedan expuestos. De acuerdo con la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) y el libro Presos invisibles. Hijos e hijas de mujeres en reclusión, en Italia, “las mujeres embarazadas o con niños y niñas menores de seis años no pueden ser llevadas a prisión preventiva, salvo en circunstancias excepcionales; en lugar de ello se les detiene en su casa o en ‘instituciones de prisión atenuada’.
“En Brasil, las unidades de encarcelamiento para mujeres tienen la obligación legal de contar con salas para recién nacidos, donde las mamás puedan amamantar a los bebés hasta los 6 meses de edad, secciones especiales para mujeres embarazadas y servicio de guardería infantil.
“Las cárceles de la India ofrecen una guardería o crèche para los niños y las niñas menores de tres años de edad y una guardería para los niños menores de seis años. Se exige que estas instalaciones estén disponibles también para los niños y las niñas del personal (femenino) penitenciario, a la vez que algunas están abiertas también para la comunidad local, permitiendo así que los niños y las niñas de diferentes grupos convivan.
“España ha desarrollado Unidades Externas para Madres, donde se permite a los niños y las niñas de hasta 3 años de edad (a veces hasta los 6 años) vivir con sus madres presas en un ambiente no penitenciario. Están construidas dentro de la comunidad, en lugar de encontrarse aisladas de ellas. También se apoya a las madres para que reciban educación y capacitación laboral.”
La CNDH y el libro Presos invisibles. Hijos e hijas de mujeres en reclusión alertan el atraso y negligencia que hay en el sistema penitenciario del país para tratar a los niños que viven en reclusión con su madre. Se trata de 618 pequeños que duermen tras las rejas y bajo los mismos horarios de encarcelamiento, sin haber cometido delito alguno.
Rodeados de mujeres acusadas de robo, homicidio, secuestro y delincuencia organizada, los pequeños llevan una vida limitada, precaria y expuesta a la violencia cotidiana de las cárceles mexicanas. La CNDH afirma: “se ha encontrado que persisten una serie de condiciones que dificultan una vida digna y segura, así como de situaciones que vulneran los derechos humanos de las hijas e hijos de las mujeres privadas de la libertad”. Para muchos, el panorama no cambia al salir con sus familias.
Emanuel es un niño de cuatro años que viven en prisión. Aunque ha llegado a ser “libre” a ratos, su contexto familiar externo tiene la hostilidad de las armas, la cárcel y los golpes. El pequeño es hijo de Karla, una mujer que purga una condena de 20 años por el delito de homicidio. Su padre también ha estado preso en el Reclusorio Oriente por el delito de robo.
Emanuel y Karla son parte de la población del Centro Femenil de Readaptación Social (Cefereso) en Santa Martha Acatitla. Él es uno de los 80 niños que viven con sus madres presas; ella, una de las 1 mil 320 mujeres que cumplen su sentencia en este penal.
El niño va y viene por la alfombra verde que simula pasto en el patio trasero del Centro de Desarrollo Infantil (Cendi) Amalia Solórzano de Cárdenas, donde hay una resbaladilla, columpios y carros montables para sus ratos de esparcimiento. En la piel de sus piernas lucen rastros de afecciones en la piel. Es alegre y amante del cine, fanático de los súper héroes: Star Wars y Spider-Man, sus favoritas, dice.
Ahí en el Cendi es donde Emanuel cubre su alimentación. Mientras su madre Karla, al igual que sus compañeras, se autoemplea en la cárcel: hace el aseo en estancias, lavar ropa ajena y de ahí sale el gasto de su semana, apenas unos 200 pesos para sobrevivir.
El apoyo de su abuelo, quien los visita una vez al mes o cada dos meses, es indispensable para el pequeño. “Él trae lo necesario: jabón, shampoo, papel de baño, toallitas para el niño”, relata su madre. Emanuel también cuenta con el “apoyo “de sus padrinos de bautismo “que no nos dejan solos”, dice Karla. Su madrina también está recluida en el mismo Centro que ellos; su padrino, en el [Reclusorio] Norte.
Karla desconfía de que afuera su pequeño esté en un buen ambiente familiar. Emanuel ha regresado de casa de su padre “dañado”, comenta. “Su papá tiene armas; él sabe dónde están y que sirven para matar”, acusa la mujer de 36 años de edad. También ha acusado que en sus visitas al hogar paterno ha sido golpeado por su madrastra.
En reclusión hay otras situaciones de las que Karla trata de protegerlo. “Aquí hay muchas cosas: el lesbianismo y la droga, todo eso; pero ya es cuestión de cada quién. Mi hijo, saliendo de su escuela, se va conmigo a la escuela que me toca ir, al bachillerato”.
Corina Giacomello, investigadora del Instituto Nacional de Ciencias Penales (Inacipe) y doctora en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) dice que muchos de los niños que viven con sus madres en prisión tiene entornos muy complicados, “donde a veces la diferencia de lo que vivirán dentro de lo que vivirían afuera es muy sutil”.
Ahí es justo en donde tiene que entrar el Estado, afirma la especialista, para asegurar que estos niños no tengan que dormir en la misma cama en la celda de su madre o que no estén en una celda donde haya mujeres fumando cocaína, por ejemplo, porque no es a lo que queremos exponer a nuestros hijos a los dos o tres años de edad”.
La investigadora del Inacipe indica que los niños que viven en reclusión con sus madres están expuestos a una serie de situaciones como celdas hacinadas, condiciones de limpieza muy precarias y celdas donde se realizan conductas que tal vez no son idóneas para los primeros años de edad.
En un Informe Especial de la CNDH Sobre las condiciones de hijas e hijos de las mujeres privadas de la libertad en los centros de reclusión de la República mexicana se ha documentado que en el país hay penales como el de Topo Chico, en Nuevo León, “donde los espacios son notoriamente insuficientes y el hacinamiento se hace presente de manera importante; de igual forma, se presenta esta situación, por ejemplo en Chiapas, donde hay 8 espacios en dormitorios y un total de 23 niños”.
Saskia Niño de Rivera, psicóloga por la Universidad Iberoamericana y Presidenta Fundadora de la organización Reinserta Un Mexicano A.C., comenta que entre los principales factores que observa se encuentra que “hay muchas internas que tienen cuidado con su lenguaje o con muchas cosas en frente de un niño, pero la gran mayoría no; ni son sus hijos y les da ciertamente igual. Entonces, tienes niños que a una edad muy corta manejan un lenguaje soez, una terminología criminal y una normalización de la criminalidad. También muchos de los niños son usados para transportar drogas dentro de la cárcel”.
La presidenta de Reinserta Un Mexicano A.C. actualmente trabaja con la población infantil del Cefereso en Santa Martha Acatitla. También realiza gestiones para hacerlo con los niños que están el Penal de Topo Chico, y comenta que hay que trabajar con lo que tienen los estados y el gobierno; sin embargo, “no es suficiente y es necesario generar una estrategia para darles a los niños una vida adecuada”.
“Todos los estados deberían tener un penal exclusivo para mujeres, con perspectiva de género, un área de lactancia, una de maternidad, un área especial donde no encierres a las 7 de la noche a las internas y a los niños también. Los niños no deberían estar encerrados, no deberían vivir con un candado afuera y lo hacen en todos los reclusorios”, acusa la psicóloga.
Y aunque Santa Martha es uno de los centros de reclusión con “instalaciones mínimas adecuadas” para que los niños tengan acceso a la educación, cuentan con médico y alimentación, expertos que han analizado las condiciones en que viven los niños con sus madres presas advierten que la población de este lugar también es víctima de violaciones a sus derechos humanos.
El libro Presos invisibles. Hijos e hijas de mujeres en reclusión, elaborado por la Oficina de Derechos de la Infancia, AC, indica que “más allá del aislamiento y falta de información sobre el mundo, es generalizado el conocimiento sobre otro tipo de violaciones graves”.
“Es sabido que niñas y niños son víctimas de la exposición a situaciones dañinas. Se considera que un gran número de ellos vive en contextos de consumo cotidiano de drogas… Estando limitados a una estancia como espacio de vida con sus madres, cuando éstas sufren adicción a sustancias tóxicas, el consumo de drogas se ejerce frente a los y las menores”, señala el documento realizado por los investigadores Analía Castañer, Margarita Griesbach (coordinadora), Luis Alberto Muñoz y Luisa Rivera.
A ello se suma que “el tipo de lenguaje y la información que se difunde en las estancias tampoco son apropiados para niños y niñas, pues están cargados de contenido violento, con contenido sexual, sobre drogas o respecto de la propia dinámica de reclusión en la que se encuentran”, apunta.
Los niños tienen que ver garantizados de forma ininterrumpida todos sus derechos, aunque estén dentro de la cárcel; eso implica cargas para el Estado que no asume en educación, salud, registro, dice Luis Alberto Muñoz López, coautor del libro Presos Invisibles. Hijos e hijas de mujeres en reclusión. El autor comenta que los niños que viven con sus madres presas tienen la tendencia a un menor desarrollo cognitivo, emocional y físico.
En el proceso de la investigación, relata el abogado Muñoz, se encontró con el caso de un niño que cuando salió de prisión todo le daba miedo, “a ese grado llega esta afectación que tienen de no conocer lo que es el exterior, creo que se confunde el derecho del niño a vivir con su madre en reclusión con que pareciera que el niño está preso, pareciera que es todo o nada en el sistema penitenciario”.
También dice que está el impacto del desarrollo físico por el tema de la indebida alimentación. Así como el impacto en desarrollo cognitivo, al no tener el estímulo de cualquier niño.
Emanuel vive apegado a su madre, la protección parece extrema: “casi no le gusta salir y si salimos a sala chica o sala grande es porque tenemos cursos”.
Ante la posible exposición a la violencia y drogadicción, la madre de Emanuel comenta: “yo siento que hasta el momento mi hijo no ha visto nada, porque lo trato de proteger”.
El piensa que la cárcel “es una escuela, que si se ha portado bien yo también me tengo que portar bien y viceversa”, comenta.
Acusada de homicidio, Karla busca reducir su condena y ha apelado a las autoridades para que le sea otorgado un amparo y pueda salir antes. Ella es madre soltera y una vez que Emanuel cumpla 5 años 11 meses y 29 días tendrá que dejar este espacio; su albergue en el exterior podría ser la casa de su abuelo o una beneficencia.
—¿Qué va a pasar con Emanuel cumpla 6 años, a dónde va a ir?
—Él sabe que cuando ya esté un poquito más grande se tiene que ir. Él me dice que no, pero le he dicho que se tiene que ir a una escuela de niños grandes. Le digo que no va a estar solo y prometo que después voy a salir con él. Yo le he dado opciones, no porque sea un niño no tiene opinión y él dice que se quiere ir con su abuelo, pero tenemos que ver, tengo que meter la patria protestad para que se le quede a mi papá.
Me voy a enfrentar a un juicio con su papá. Sólo lo quiere para hacerle daño. Él también estuvo años en reclusión. Salió e hizo su vida allá afuera. Ha sacado al niño y mi hijo ha visto muchas cosas que no: armas. También le pegaron, la persona con la que él se juntó. Piensa que cuando salga mi hijo se lo voy a dar, pero no será así. Su padre estuvo en reclusión por robo y sigue en lo mismo.
Karla tiene otro hijo de 15 años de edad, a quien no ha visto desde el momento de su reclusión. A él lo cuida su familia, vive con la mayor de sus hermanas, aunque con ella no hay ningún contacto. Parece que la familia rompió por completo las relaciones y no da más detalles. “Sólo tengo comunicación con mi papá y le pregunto cómo está, me dice que no me preocupe. Es todo”, comenta.
Jéssica Maidé Salazar Sosa, directora del Cendi en el Cefereso de Santa Martha Acatitla, dice en entrevista que como parte formativa de los niños que asisten al Cendi del reclusorio “se llevan a cabo talleres, y en el caso de los maternales se trabaja control de esfínteres, psicomotricidad fina y todo lo que les va ayudando a ser niños seguros”.
—Sabemos que el contexto social afuera del reclusorio también es muy complejo, incluso podrían enfrentar más violencia
Nosotros, como Cendi, no damos seguimiento a los niños cuando están afuera. Hay casos en los que la institución se encarga de hacer estudios socioeconómicos o visitas de trabajadores sociales.
Cuando regresan, hay niños, sobre todo los más grandes de 4 o 5 años, que han manifestado que quieren ir con la abuela o con el papá, o me gusta estar allá afuera; pero también hay quien dice que prefiere estar con su mamá
Son parte de dos mundos, para ellos sí llega a ser complicada la vida, porque afuera dicen: voy a la tienda, al parque, mi abuelita me lleva, mi papá me compra, juego con mis primos… Es todo un mundo normal y de repente llegan aquí y es: ¿por qué nos encierran en la noche? o ¿mamá por qué no me llevas al parque? Hay un área de juegos, que es su parque, pero no es lo mismo; finalmente está dentro de reclusión.
Salazar Sosa explica que entre la población infantil que vive en el Cefereso hay dos grupos: los niños que salen con familiares, saben que se van con ellos y podrán venir de visita a ver a la mamá; pero hay otro grupo de niños que las mamás no tienen familiares, no tienen con quién dejarlos y ha llegado el término, el niño tiene que salir. Entonces, las mamás acuden a fundaciones que se llevan a los niños en resguardo y esas fundaciones traen a los niños el último viernes de cada mes.
A este espacio asisten 56 de los 80 niños que hay en el penal; el resto es población fluctuante; es decir, salen con sus familias por periodos de ocho, 15 días, un mes o hay quienes sólo vienen con sus mamás los fines de semana.
Además de la estimulación temprana y académica, bajo el programa de la Secretaría de Educación Pública, “trabajamos para que los niños sean seguros, lleven valores, autoestima adecuada y finalmente, todo apegado a un buen desarrollo”
¿Ustedes son la burbuja protectora del penal?
Este es un espacio seguro, que les da confort, les permite socializar entre pares, con niños de su edad, colores, formas, texturas, que ellos, en la estancia con su mamá estarían más limitados. El Cendi les brinda ese espacio de seguridad y las maestras son muy sensibles ante eso. Obviamente los orientan, les dicen, les explican esta parte de estar aquí.
¿A qué están expuestos los niños aquí dentro?
El espacio en reclusión es un contexto complejo; hay situaciones para los niños que no son las más adecuadas, por eso hay que sensibilizar a las mamás, para que no los expongan a cuestiones de violencia y algunas de convivencia: de mujer con mujer [la homosexualidad] que es cotidianeidad, por el espacio donde están pero los niños no logran entender la situación.
Hay un área de juegos, que es su parque, pero no es lo mismo; finalmente está dentro de reclusión. Los niños empiezan a cuestionar qué hacemos aquí, qué es esto, por qué, mamá cuándo nos vamos, si yo me voy me quiero ir contigo.
Gloria María Hernández Gaona, directora del Cefereso en Santa Martha Acatitla, dice en entrevista que el tema de las condiciones de reclusión “en la ciudad de México no es el problema, es el país. Lamentablemente, muchas cárceles fueron olvidadas en cuanto a mantenimiento, infraestructura, de capacitación real para el personal.
Para Hernández Gaona “se trata de una lucha que existe en este país contra la corrupción, porque todo se lo achacan a la parte más débil, que es el sistema penitenciario”.
Respecto de las carencias que hay en el Centro, dice, “influyen muchos factores; por ejemplo, este complejo penitenciario está en una zona muy desafortunada, que es Iztapalapa, es una zona con movimientos sísmicos, naturales, y eso va provocando asentamientos que van descompensando las cosas.
Érika Ramírez/Primera de dos partes
[SOCIEDAD]
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