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Antaño, desde 1938, Petróleos Mexicanos (Pemex) y la industria petrolera representaron uno de los más caros símbolos de la soberanía y de las fracasadas y quiméricas ambiciones desarrollistas y primermundistas del “nacionalismo revolucionario” priísta, de partido único y autoritario. Fueron parte del orgullo y de la identidad de la nacional.
Desde luego, no todos los gobernantes priístas fingieron compartir esa fábula y algunos quisieron eliminar esa anomalía histórica.
Un caso emblemático fue Miguel Alemán Valdés. El primer cachorro de la Revolución que se bajó del caballo (en realidad nunca se subió) se puso traje y corbata y se convirtió en el gentleman del neoconservadurismo emergente. Con 16 contratos de riesgo compartido con empresas estadunidenses, entre 1949 y 1951, para la exploración y producción de petróleo, pagados en efectivo y especie, por un equivalente al 15-18 por ciento del valor extraído, Alemán quiso enmendar la aberración antiporfirista cardenista.
Sin embargo, en 1960, Adolfo López Mateos, que en ese mismo año nacionalizó la industria eléctrica, canceló dichos convenios, bajo el argumento de que los beneficios fueron para las trasnacionales y los saldos negativos para México. En 1958 había modificado la ley reglamentaria del Artículo 27 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, con el objeto de cerrarle la puerta a esa clase de atentados en contra de la nación, obstáculo que duró varias décadas, hasta que volvieron a reaparecer para quedarse con diversos tipos de pelambre los zedillistas contratos incentivados de servicios.
Pero los procesos sociales progresistas, revolucionarios o contrarrevolucionarios han demostrado que históricamente nada es perenne.
Hoy mismo el macrismo neoliberal, apenas encaramado al trono argentino, se le hace tarde para volver a reprivatizar lo reestatizado por el kirchnerismo, para destruir su legado hasta sus cimientos. Para calentar motores, por decreto, inició el asalto y el sometimiento de la Corte Suprema. El paralelismo con México, donde, en algunos casos, se recurre a ese instrumento, y en otros, a la servidumbre del Congreso de la Unión. Es la norma de los gobiernos neoliberales.
Actualmente, Pemex, la industria petrolera y el sector energético en general son el paradigma neoliberal exitoso, en su gradual y minucioso desmantelamiento, destrucción, reprivatización y extranjerización planificados, del antiguo régimen nacionalista y su proyecto de nación, y de la nación misma.
El proyecto de nación neoliberal sólo se ha consolidado en lo que los politólogos Steven Levitsky y Lucan A Way, de las universidad de Harvard y de Toronto, denominan como un régimen político “autoritario híbrido”, con elecciones pero sin democracia (Elecciones sin democracia. El surgimiento del autoritarismo competitivo).
Dicen Levitsky y Way, al analizar países como México, Senegal o Taiwán, que esos regímenes no “logran tener los estándares mínimos convencionales para la democracia”. Aunque han aceptado procesos electorales más abiertos, que sólo han servido para legitimar su “autoritarismo competitivo”, “los funcionarios violan estas reglas hasta el punto de crear un campo de juego desigual entre gobierno y oposición. Los funcionarios abusan constantemente de los recursos del Estado, no ofrecen a la oposición un cubrimiento adecuado de los medios, persiguen a los candidatos de la oposición y a sus seguidores y, en algunos casos, manipulan los resultados de las elecciones. De igual modo, periodistas, políticos de la oposición y otros críticos del gobierno [y sus “socios” oligárquicos, se puede añadir] pueden ser espiados, amenazados, perseguidos o arrestados. También miembros de la oposición pueden ser enviados a prisión, exilados o –con menor frecuencia– incluso asaltados, acosados o asesinados.
“Regímenes caracterizados por estos abusos no pueden ser llamados democráticos”, concluyen Levitsky y Way.
Miguel de la Madrid inició el ensayo con la privatización de los productos petroquímicos, en 1986. Carlos Salinas siguió con el descuartizamiento de Pemex en cuatro partes. Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón aceleraron su desmembramiento, la apertura y la entrega a las trasnacionales y los nuevos petroleros aborígenes.
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En pandilla, al grito de “¡uente ovejuna todos a una!”, sangraron fiscalmente a Pemex; la entregaron al despiadado saqueo inescrupuloso de la elites político-empresariales (remuneraciones de los funcionarios, los contratos concedidos enturbiados por la sombra de la corrupción, la ausencia de supervisión de sus operaciones, la oscura relación con los partidos priísta y panista y el sindicato corporativo) la cuasi estrangularon presupuestalmente, lo que afectó su inversión productiva en reposición de las reservas, la petroquímica, gas y petrolíferos, limitándola únicamente a la extracción irracional; la obligaron a endeudarse desproporcionadamente, a un ritmo que hubiera llevado a la insolvencia de pagos a cualquier empresa privada.
A Enrique Peña Nieto, Luis Videgaray, Pedro Joaquín Coldwell, titulares de la Presidencia de la República y de las secretarías de Hacienda y Crédito Público y Energía, respectivamente, y Emilio Lozoya, director de la exparaestatal, les correspondió el mérito postrero de la contrarrevolución neoliberal autóctona: legitimar las inmundicias del proceso con los cambios constitucionales e institucionales aprobados por la servidumbre del Congreso; limpiar, legalizar, desmantelar y reprivatizar toda la actividad petrolera, desde la exploración hasta la comercialización; cubrir con un manto de niebla de legalidad la operaciones de Pemex que, confusamente, deja de de ser una entidad pública para convertirse en una “productiva” (¿pública, privada?), que ya no podrá ser sometida al escrutinio por la sociedad –a riesgo de la persecución penal– y los poderes Legislativo y Judicial, lo que ha convertido a sus directivos, nombrados por el Ejecutivo, en individuos intocables; convertir en “terrorista” y “delincuente” a cualquier disidente, descontento, opositor, afectado o agraviado por Pemex, la Comisión Federal de Electricidad, los conglomerados privados que participen en esos sectores u otros considerados importantes, que podrán usurpar y conculcar sus bienes, depredarlos, manera “negociada” o a golpes jurídicos unilaterales, a mano de las empresas y las autoridades, sin tomar en cuenta los derechos e intereses de los propietarios y las comunidades, a cambio de unas migajas. Todo en nombre del desarrollo energético, nacional y de la propiedad privada.
A ellos les tocó la responsabilidad de ponerle los clavos al ataúd de Pemex y la industria nacional, como entidad pública y como sector estratégico propiedad de la nación.
A los peñistas les tocó doblar a duelo las campanas para anunciar su defunción, después de una dilatada agonía de 29 años.
A ellos les tocó la jubilosa tarea de lanzar al vuelo las campanas para informar alegremente la gran victoria neoliberal y festejar el nuevo negocio abierto a la acumulación privada del capital criollo y trasnacional.
La algarabía de los resultados de la tercera convocatoria de la Ronda Uno reprivatizadora, gracias a la generosidad peñista que redujo los requisitos para participar y apropiarse de los bienes petroleros nacionales, después del fracaso de la segunda subasta, constituye una manifestación de los nuevos tiempos.
No deja de ser llamativo que una de las acepciones de los diccionarios denomina a la “ronda” como un juego de naipes, vuelta o suerte de todos los jugadores.
Por ello, el suertudo Óscar Vázquez, de la empresa local Diavaz, triunfador en la tercera subasta, dijo: “Estamos muy contentos con este resultado, vamos a poder contribuir con el engrandecimiento de México con esta reforma”.
La elite política-oligárquica neoliberal jugó fuerte y le ganó a la sociedad.
Sobre las ruinas petroleras de la nación se erige el monumento petrolero neoporfirista.
Pero como está inscrito en los anales de la historia social, a sangre y fuego, nada es imperecedero.
Lázaro Cárdenas, Mohammad Mosaddeq, El ayatolá Jomeni, Vladímir Putin, Hugo Chávez, Rafael Correa, Evo Morales o Cristina Fernández han mostrado que los hidrocarburos y otros bienes de los cuales fueron despojados sus nacionales, ya sea por medio de las invasiones o por los neoliberales, pueden ser recuperados por sus pueblos.
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De Pemex y la industria petrolera nacionalizada sólo quedan sus ruinas, al término de la primera mitad del peñismo:
En el primer trienio de Enrique Peña Nieto las reservas probadas de hidrocarburos –aquellas que pueden ser estimadas con una “certeza razonable” de ser recuperadas, son explotables con la tecnología disponible y son rentables bajo las condiciones económicas y financieras actuales– se desplomaron otro 7.5 por ciento adicional. De 13.8 mil millones de barriles de petróleo crudo equivalente (mmbpe) a 13 mmbpe (de esa cantidad, 25.8 mmbpe corresponden al crudo), a principios de enero de 2015, según datos de Pemex.
De mantenerse el ritmo de producción actual (1.3 mmbpe en 2014) de los hidrocarburos, el periodo de vida de esas reservas será de 9.9 años, hacia 2024. En 2015 la producción cayó 7 por ciento y la duración de las reservas bajó a 9.2 años.
Lejos queda ese momento cuando el mundo parecía nuestro, las dudosas cuentas alegres arrojaban unas reservas probadas por 72 mmbpe, en 1981 y una duración de 60 años; y la supuesta abundancia de crudo (48 mil millones) ubicaba a México en el octavo lugar entre los naciones petroleras.
¡Qué fantasía de aquellos tiempos!
Las reservas son las menores desde 1977 (10.4 mmpe), año en que se iniciaba el experimento petrolero, el ascenso del precio internacionales del crudo, el sueño por salir del subdesarrollo con las exportaciones y la industrialización de esa materia prima, y se eliminaban los recortes del gasto público impuestos por el Fondo Monetario Internacional.
Ahora se vive el ciclo inverso y el apretón fiscal estrangula al Estado, la economía y la sociedad.
¿De qué sirvieron las cuantiosas inversiones privadas, entre ellas los proyectos de inversión de infraestructura productiva con registro diferido en el gasto público (Pidiregas), después consolidados como deuda pública y, recientemente, de Pemex?
“¿Ahora quién podrá salvarnos?”, se preguntan Peña Nieto y Videgaray, remedando al genial ídolo caído de Televisa.
La respuesta es obvia: los que juegan a las rondas reprivatizadoras; los nuevos empresarios petroleros.
Lo único cierto es el incierto futuro de las reservas, la producción y las exportaciones petroleras. La permanente anorexia fiscal nerviosa de Peña-Videgaray. La morbidez escuálida del gasto estatal y de Pemex. La próxima obesidad de los bolsillos neopetroleros, a los que los peñistas les dará un postre adicional: el casi libre precio de las gasolinas.
Escribió en 1994 el historiador británico Adrian Goldsworthy: a pesar de su formidable reputación militar y el gran número de victorias, los romanos “produjeron su propia ración de incompetentes”.
Reputados en su medio, de Miguel Mancera Aguayo y Pedro Aspe a Videgaray, la legión de nuestros monetaristas comparten esa rara distinción en materia económica.
Versado en la escuela de las “expectativas racionales” y para redondear la política económica, religiosamente, cada año, Videgaray ha salido de compras financieras, a cazar ofertas de coberturas petroleras, para prevenirse ante la irracionalidad del mercado de ese producto. Aunque siempre privó un principio, mientras se pudo: programar un precio subvaluado para disponer arbitrariamente la diferencia del alcanzado, hecho que se pudo hasta 2014.
Pero es conocido que el mercado propone, Videgaray dispone y llega el diablo y todo lo descompone.
Palabras más, palabras menos, la cobertura es un seguro que cubre parcialmente el diferencial entre el precio del petróleo negociado y el observado en el mercado. Si este último es mayor al otro no se cobra el seguro. Si el negociado supera al del mercado, entonces se realiza el seguro para reducir las pérdidas.
En 2011 y 2012 el costo de la cobertura fue de 1 mil 984 millones de dólares: curiosa coincidencia orwelliana. En 2013 Videgaray pagó 897 millones de dólares. El sacrificio de la seguridad petrolera sumó 2 mil 881 millones de dólares, pues el precio del crudo benefició a México.
En 2013-2015, el peñismo ha pagado coberturas cada vez más caras: 897 millones, 543 millones, 773 millones y 1 mil 90 millones; 3 mil 303 millones en total.
En 2011-2015 se han erogado 5 mil 286 millones de dólares.
La cobertura en 2015 costó 773 millones de dólares, 10 mil 467 millones de pesos. Cubrió un precio de 76.4 dólares por barril (db) de los 79 db reprogramados, y 228 millones de barriles, alrededor de la mitad de las exportaciones programadas.
Pero es sabido que el diablo es travieso y mete el rabo cuando quiere divertirse frente al aburrido, rabioso y apergaminado Cristo.
Y lo hizo en 2015… y en 2016 y lo que sigue.
Así que despeñó al precio medio del crudo a 43.74 db, 35.26 db menos que el presupuestado, y 32.66 db que el “protegido” por la cobertura petrolera, 44.6 por ciento y 42.7 por ciento menos, en cada caso.
Gracias a la “decisión oportuna y prudente” del gobierno de comprar la cobertura petrolera, como dijo Videgaray, el funcionario volvió a salir al mercado a cobrarla y recibió por ella 6 mil 400 millones de dólares, unos 104 mil millones de pesos. Si se resta el pago inicial por ella, entonces se recuperaron 5 mil 627 millones de dólares, o 93 mil millones de pesos.
En enero-octubre de 2014 el valor de las exportaciones de petróleo crudo fue de 31 mil 214 millones de dólares y en el mismo lapso de 2015 de 16 mil 486 millones de dólares. Ello significa 14 mil 728 millones menos, o 47 por ciento.
Si se compara la cobertura cobrada con las divisas perdidas, ella equivale sólo al 38 por ciento. Se reduciría a 10 mil 86 millones de dólares. La pérdida sería de 32 por ciento.
Para 2015 se programaron 1.2 billones de pesos petroleros del sector público y 760 mil 403 millones de pesos para el gobierno federal.
Sin embargo, hasta octubre, el primero apenas había recaudado 654 mil 32 millones de pesos, 545 mil millones de pesos menos, sólo el 45.4 por ciento, sin descontar la inflación. El otro, 368 mil millones de dólares, apenas el 51.6 por ciento.
Si se considera el pago de la cobertura, entonces la pérdida del sector público es de 758 mil millones de pesos, 37 por ciento. En el caso del gobierno federal es de 472 mil millones de pesos o 38 por ciento.
Lo anterior no es más que una victoria pírrica: ha sido con grandes pérdidas financieras y económicas que al final queda como una sonora derrota.
Dícese que dijo Pirro, rey de Epiro, quien logró una victoria sobre los romanos con el costo de miles de sus hombres: “Otra victoria como ésta y volveré solo a casa”.
Ése es el consuelo asegurado de Videgaray.
El deterioro no se debe únicamente a la caída de los precios del crudo de exportación.
También se explica por la caída de la producción. En lo que va del peñismo, la producción de hidrocarburos líquidos y de crudo se ha desplomado en 319 mil barriles diarios y 283 mil, de 2.9 millones de barriles diarios (mbd) a 2.6 mbd, y de 2.5 mbd a 2.3 mbd. En 11 por ciento y 11.1 por ciento respectivamente.
Lo mismo ocurre con la elaboración de petrolíferos (gas licuado, gasolinas, querosenos, diésel, combustóleo). Entre 2012 y 2015 cayeron en 130 mil barriles diarios, en 9.3 por ciento. De 1.4 mbd a 1.3 mbd.
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Los petroquímicos bajaron de 10.9 millones de toneladas a 8.6 millones; en 2.1 millones o 20 por ciento.
En esos renglones se retrocedió a los niveles de 1989.
Como mal país primario-exportador, las ventas externas de crudo, la principal fuente de divisas, también ha declinado. De 1.3 mbd a 1.2 mbd, 67 mil barriles menos, en 5.3 por ciento.
Por añadidura, han caído las divisas proporcionadas: se desplomaron de 46.9 mil millones de dólares a 16.5 mil millones, nada menos que en 30.4 mil millones o 64 por ciento.
Ésa es la magnitud del desastre. Es peor si se considera la balanza comercial petrolera. En 2012 arrojó un superávit por 21 mil millones de dólares. Hasta octubre de 2015 apenas fue por 1.2 millones, según Pemex. En 2006 había alcanzado su máximo histórico: 274 mil millones de dólares.
Sin embargo, de acuerdo con las mediciones del Instituto Nacional de Estadística y Geografía en septiembre, la balanza petrolera fue deficitaria en 6.9 mil millones de dólares y pudo haber cerrado el año en poco más de 9 mil millones de dólares.
En las cuentas del Banco de México el saldo negativo en octubre fue 7.7 mil millones de dólares. Uno de los principales productos que gravitan onerosamente es la importación de gasolinas que se compran baratas y se venden caras en el país.
Al cierre de 2015, de la primera mitad peñista, será el peor desde el inicio del experimento petrolero lopezportillista.
Marcos Chávez M*
[BLOQUE: ANÁLISIS][SECCIÓN: ECONÓMICO]
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